La recuperación de la Democracia significó para la Argentina
un tiempo de cambios. Una mirada hacia el pasado para no olvidar los tiempos
oscuros, pero también una mirada hacia el futuro con un único fin: Nunca más.
Bajo esa lenta e inconclusa recuperación (el repensar las
estructuras democráticas devastadas por la dictadura militar de 1976 a 1983) en
donde lo perdido fue más que lo ganado, emergieron nuevos movimientos
culturales y musicales que le dieron a esa sociedad cuasi entregada, un esbozo
de sonrisas perdidas.
Bajo ese punto de vista, la llegada de Soda Stereo a los
escenarios (y ya con Virus de precedente) deconstruyó lo anterior y produjo un
vertiginoso salto al vacío. Ya no se trataba de la continuidad del tiempo. Se
había iniciado la transformación del rock.
Los ochentas marcaban un nuevo rumbo en la música y
lentamente Gustavo Cerati se transformaba en el ícono del movimiento. Con
eclécticas transformaciones (y trasgresiones), con “raros peinados nuevos, con
la constante búsqueda de un sonido superador.
No fueron tiempos de paz absoluta, pero sí de intensa
búsqueda de irrealidad. Y por esos senderos transitó Soda Stereo que lentamente
fabricó el asfalto de calles intransitadas.
No fue ajena la contraposición musical. Y sin entrar en los detalles
por todos conocidos (las famosas guerras musicales) las tensiones que la prensa
misma se encargaba de fomentar, casi siempre erróneamente, eran propias de
aquellos que no entendían cómo algo tan poco “protestante” podía captar la
atención de una América “parakultural”.
Así Soda Stereo, y Gustavo Cerati, produjeron el cambio más
significativo de aquellos tiempos. No por nada en 1991, llenaron la 9 de julio.
Y allí, no me digan que no, habían de todos los palos musicales.
Gustavo siempre fue un noventero en los ochentas, un dos mil
en los noventas y un tres mil en los dos mil. Porque no podía manejar el
conformismo, un propio exceso que probablemente le quitaba el sueño en las
noches. No podía manejar tampoco la inspiración. Era un ser cultural en sí
mismo, creativo a toda hora y muy abierto a la percepción de lo que se venía.
(Desde chiquito contaba su madre).
Los que tuvimos la oportunidad de verlo en vivo en cada uno
de sus shows, hemos visto la transformación. Nos pudimos deleitar con su
discurso poderoso, que aunque hacía caso omiso a las avalanchas politiqueras
que le recriminaban “meterse más”, él entendió que el camino era otro. Místico,
oculto, natural… como su fuerza.
Gustavo Cerati no tenía para darle al mundo canciones de
protesta ni grandes lemas para un banderazo en la plaza de mayo. Pero su
mensaje subliminal era… Sean felices y permítanse relajar. No todos nacen para
ser uniformemente iguales.
Y así, sin venderle máscaras ni caretas a la sociedad, sin
permitirse traicionar sus propias convicciones, sin traicionar sus discursos (y
mucho menos a sus seguidores), Cerati fue el eje transversal de toda la
historia del rock desde los ochentas hasta su desaparición terrenal. Porque,
sin embargo, Gustavo sigue por ahí. En cada computadora, en cada disco, en cada
auto, en cada imagen… en mi propia piel.
Los propios y los ajenos al movimiento Soda Stereo y Cerati
se unieron en una masiva voz en señal de repudio a la muerte, que no intentaba
llevarse a quien, en definitiva, se había vuelto querido y respetado por casi
todos. Sin darse cuenta, la muerte producía un nacimiento. El del mito, la
leyenda y la esperanza. Porque en definitiva, en todo ese virtual recorrido,
Gustavo le cantaba a la esperanza. Y fue indudablemente la esperanza la que
hizo que miles de personas le canten en la puerta del hospital. La que generó
una despedida multitudinaria. La que habla por sí misma cada vez que se escucha
su voz.
No intento asimismo hablar del músico. Sino del padre, del
amigo, del hijo que fue Gustavo Cerati. Y viendo íntimamente su vida contada
por tantos de esos que lo acompañaron en el tramo de su intensa vida, me di
cuenta de que cada día lo extraño más. Y eso es raro no. Porque nunca tuve la
suerte siquiera de cruzarlo más allá de un escenario. Pero pienso, dándole
vueltas en mi cabeza, que fue la música de mi vida. Y que cuando lo leía en los
reportajes era como una charla mano a mano, o cuando lo veía en la TV. Entonces
me doy cuenta por qué nunca quise ver imágenes de su último show. Para no darme
cuenta de que todavía estaba ahí, pero se iba a ir. Porque una última imagen vivo,
así lo deja para siempre. Y también me di cuenta después de ayer, de que Cerati
está de viaje, con su disco eterno, pero que no está dormido. Está más
despierto que nunca. Más adelantado que antes. Y más vivo. Sobre todo más vivo
que ayer.