martes, 27 de noviembre de 2018

GUSTAVO CERATI NO ESTÁ DORMIDO





La recuperación de la Democracia significó para la Argentina un tiempo de cambios. Una mirada hacia el pasado para no olvidar los tiempos oscuros, pero también una mirada hacia el futuro con un único fin: Nunca más.
Bajo esa lenta e inconclusa recuperación (el repensar las estructuras democráticas devastadas por la dictadura militar de 1976 a 1983) en donde lo perdido fue más que lo ganado, emergieron nuevos movimientos culturales y musicales que le dieron a esa sociedad cuasi entregada, un esbozo de sonrisas perdidas.
Bajo ese punto de vista, la llegada de Soda Stereo a los escenarios (y ya con Virus de precedente) deconstruyó lo anterior y produjo un vertiginoso salto al vacío. Ya no se trataba de la continuidad del tiempo. Se había iniciado la transformación del rock.
Los ochentas marcaban un nuevo rumbo en la música y lentamente Gustavo Cerati se transformaba en el ícono del movimiento. Con eclécticas transformaciones (y trasgresiones), con “raros peinados nuevos, con la constante búsqueda de un sonido superador.
No fueron tiempos de paz absoluta, pero sí de intensa búsqueda de irrealidad. Y por esos senderos transitó Soda Stereo que lentamente fabricó el asfalto de calles intransitadas.
No fue ajena la contraposición musical. Y sin entrar en los detalles por todos conocidos (las famosas guerras musicales) las tensiones que la prensa misma se encargaba de fomentar, casi siempre erróneamente, eran propias de aquellos que no entendían cómo algo tan poco “protestante” podía captar la atención de una América “parakultural”.
Así Soda Stereo, y Gustavo Cerati, produjeron el cambio más significativo de aquellos tiempos. No por nada en 1991, llenaron la 9 de julio. Y allí, no me digan que no, habían de todos los palos musicales.
Gustavo siempre fue un noventero en los ochentas, un dos mil en los noventas y un tres mil en los dos mil. Porque no podía manejar el conformismo, un propio exceso que probablemente le quitaba el sueño en las noches. No podía manejar tampoco la inspiración. Era un ser cultural en sí mismo, creativo a toda hora y muy abierto a la percepción de lo que se venía. (Desde chiquito contaba su madre).
Los que tuvimos la oportunidad de verlo en vivo en cada uno de sus shows, hemos visto la transformación. Nos pudimos deleitar con su discurso poderoso, que aunque hacía caso omiso a las avalanchas politiqueras que le recriminaban “meterse más”, él entendió que el camino era otro. Místico, oculto, natural… como su fuerza.
Gustavo Cerati no tenía para darle al mundo canciones de protesta ni grandes lemas para un banderazo en la plaza de mayo. Pero su mensaje subliminal era… Sean felices y permítanse relajar. No todos nacen para ser uniformemente iguales.
Y así, sin venderle máscaras ni caretas a la sociedad, sin permitirse traicionar sus propias convicciones, sin traicionar sus discursos (y mucho menos a sus seguidores), Cerati fue el eje transversal de toda la historia del rock desde los ochentas hasta su desaparición terrenal. Porque, sin embargo, Gustavo sigue por ahí. En cada computadora, en cada disco, en cada auto, en cada imagen… en mi propia piel.
Los propios y los ajenos al movimiento Soda Stereo y Cerati se unieron en una masiva voz en señal de repudio a la muerte, que no intentaba llevarse a quien, en definitiva, se había vuelto querido y respetado por casi todos. Sin darse cuenta, la muerte producía un nacimiento. El del mito, la leyenda y la esperanza. Porque en definitiva, en todo ese virtual recorrido, Gustavo le cantaba a la esperanza. Y fue indudablemente la esperanza la que hizo que miles de personas le canten en la puerta del hospital. La que generó una despedida multitudinaria. La que habla por sí misma cada vez que se escucha su voz.
No intento asimismo hablar del músico. Sino del padre, del amigo, del hijo que fue Gustavo Cerati. Y viendo íntimamente su vida contada por tantos de esos que lo acompañaron en el tramo de su intensa vida, me di cuenta de que cada día lo extraño más. Y eso es raro no. Porque nunca tuve la suerte siquiera de cruzarlo más allá de un escenario. Pero pienso, dándole vueltas en mi cabeza, que fue la música de mi vida. Y que cuando lo leía en los reportajes era como una charla mano a mano, o cuando lo veía en la TV. Entonces me doy cuenta por qué nunca quise ver imágenes de su último show. Para no darme cuenta de que todavía estaba ahí, pero se iba a ir. Porque una última imagen vivo, así lo deja para siempre. Y también me di cuenta después de ayer, de que Cerati está de viaje, con su disco eterno, pero que no está dormido. Está más despierto que nunca. Más adelantado que antes. Y más vivo. Sobre todo más vivo que ayer.