“Ni la revolución ni la
guerra han osado decir su nombre; sin embargo, una y otra se instalan en el Río
de la Plata, y no lo abandonarán antes de haberlo transformado profundamente”.
Halperín Donghi, Tulio. Revolución y guerra.
Una Revolución que comienza desde la formación de un cuerpo
de milicias de radicación popular pero también elitista, durante las Invasiones
inglesas de los años 1806 y 1807, promueve en su búsqueda la integración de una
movilización de cierta multitud que se transforma en una fuerza de empuje
organizada desde arriba.
Ni las suertes dispares de los manuales, ni la promoción de
contenidos mediáticos, manifiestan la antedicha fuerza de choque que, desde los
tiempos de la Revolución francesa o de la misma Haití, sin lugar a dudas, fue transcendental.
La irrupción ante los cabildantes de Beruti impuso un manto
de ansiedad que conllevó a la siguiente etapa: la formación de una junta de
gobierno dispuesta desde un orden que, como lo asegura Belgrano, no sabía ni de
dónde ni cómo había surgido.
“(…) ¡Sí o no! Pronto, señores, decirlo ahora mismo, porque
no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las
armas en la mano, no responderemos de nada”. [1]
Quienes aguardaban con las armas, según el orador de las
palabras, era una porción del pueblo vecinal que fue congregado y apoyado por
un cuerpo de milicianos dispuestos a tomar el control.
En una ciudad en donde la cantidad de habitantes era de
43000 (de las cuales desprendemos 10000 esclavos) las manifestaciones de grupos
reducidos, en realidad, se muestran como una forma de poder innegable.
Si bien se podría proponer la Revolución del 25 como una
piedra angular de carreras posteriores que culminan en 1816, la consolidación
del movimiento popular cumple en la medida de lo esperado. Fue un efecto socio –
político que, ante todo cambio, también necesitaba mostrarse como nuevo.
Sin embargo, en el acta de mayo, la máscara de Fernando VII
trastocó algunas fibras inocentes. Todo efecto innovador induce a una búsqueda
de lo correcto, según las ideas de quienes sientan las bases.
En este caso en particular, cualquier implicancia de
violencia extrema debe ser corrida de lugar y guardar algún reparo. No se
produjo tal porque no hizo falta que se utilice. Los coloniales no tenían opción
alguna más que ceder el poder de las Provincias.
A consignar por los hechos de mayo y posteriores, como bien
asegura Halperín Donghi, se produjo la sustitución de una elite por otra. Pero
cuesta definir tal perdurabilidad (el proceso de Independencia iniciado el 25
fue el único que subsistió en América ante la avanzada española) sin entender
que, durante todo ese período, sostener un orden desconocido y pensado día a
día desde los estrados de una Iglesia, desde las plazas públicas o desde los
medios de difusión, no hubiera tenido tal éxito sin el apoyo de las clases
populares.
Desde ese lugar, entender la primera junta de gobierno como “lo
nuevo” indica la consolidación de un sistema exitoso en el mundo y en casi
todas las Revoluciones. Las burguesías organizando cuerpos populares que apoyan
un cambio, y como todo cambio, una esperanza, una búsqueda y una convicción qué
perseguir. Concentrados por un fervor que, en el contagio de unos a otros,
demuestran la repetida fórmula de las columnas que sostienen la estructura.
En esta búsqueda de
tiempo, (en lo que duró la “máscara de Fernando VII” como declaración de
principios independentistas) se impulsó un frente inadvertido. (Uno de los
efectos del orden espontáneo). Buenos Aires entendió que era el pueblo desde
las entrañas de su organización popular. Pero no actuó en consonancia de
acuerdo a los efectos que se produjeron luego en la búsqueda de adhesiones en
las provincias.
Cuando las misiones de la Revolución se presentaron, no lo
hicieron ante “el pueblo íntegro de las provincias” sino ante las autoridades
políticas, clérigos y comerciantes de aquellas. Lo cual indujo a un
procedimiento que conllevó la utilización de la fuerza en búsqueda de
correspondencia. Es que ¿Cómo osa Buenos Aires entenderse como el pueblo capaz
de tomar decisiones y querer imponer una nueva organización?
Bajo ese contexto, daba inicio una interna que desde algún
punto en el tiempo intensificó las diferencias entre Buenos Aires y el resto. Comenzó
una nueva etapa dentro de la Revolución: “la guerra de la Independencia”. De un
lado los que adherían a la junta y del otro los que entendían que no era la
forma de promover un cambio. Lo cierto es que, en la confusión generada de lo
que se gestiona como “pueblo” la contrariedad genera, incluso en las premisas
de mayo, la necesaria movilización de clases populares que definitivamente son
los pilares del poder. Un poder que a través del tiempo, para no olvidarlo, ha
intentado centralizarlas, acallarlas o bien, como sucedió en mayo, darles un
valor y una participación que, al menos en Buenos Aires, tuvo los efectos
esperados. Ese es uno de los verdaderos éxitos de la Revolución. Enfocarse en
los que más necesitaban un nuevo orden.
Quedan abiertos algunos frentes a los cuales me atrevo a
decir que, desde una postura poco objetiva, merecen un debate más profundo que
nos queda corto en cantidad si lo reducimos a estas páginas. ¿Por qué motivo el
hecho de que “(…) por voluntad unánime e indudable de estas provincias romper
los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los
derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación
libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli” tardó
tanto en sellarse? ¿Quiénes fueron aquellos participantes pocas veces
reconocidos y enmarcados en la multitud? ¿Cuál fue el efecto de la Revolución
de mayo a los días de hoy y de qué forma los distintos gobiernos la han
utilizado como una herejía constante en el incumplimiento de sus programas?
Curiosamente la bendición de los más relegados ha sido siempre el resultado
positivo de cualquier Revolución. La soberanía somos todos y todas. La
integridad de América radica en los ideales de un pueblo entendido desde un
nombre, un efecto y un camino a seguir. En definitiva, desde una participación
ciudadana activa y crítica que lo resignifique, valorice y potencie… una vez
más.
Bibliografía
Carranza, Neptalí. Oratoria argentina. Buenos Aires, Sesé y Larrañaga
Editores, 1905.
Halperín Donghi. El enigma Belgrano. Buenos Aires, Siglo XXI, 2015.
Halperín Donghi, Tulio. Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente
en la argentina criolla. Buenos Aires, Siglo XXI. 2002.
Di Meglio, Gabriel. Historia de las clases populares. Desde 1516 hasta
1880. Buenos Aires, Sudamericana. 2012.