Hoy nos convoca la pregunta y la respuesta para un discurso sin conclusión. ¿Qué es una Revolución? ¿Qué fue la Revolución de mayo? Muchas veces recae sobre los profesores de historia la consolidación, o no, de un término que representa mucho más de lo que parece. Porque, estoy casi seguro, que nunca reparamos en ese proceso histórico que quedó representado por la Revolución del 25 de mayo, como la conocemos conceptualmente, pero que comenzó mucho antes. Con la opresión colonialista de los españoles, con el genocidio de las culturas originarias y con las Invasiones inglesas que marcaron a fuego un sentido de autonomía de los habitantes de la tierra americana y que antepusieron la expansión de un pensamiento de libertad, sin importar los costos políticos y militares ya que, lo importante a todas luces, era romper con las cadenas de la metrópoli española. Entonces, ¿qué se les habrá pasado por la cabeza a los Belgrano, Moreno, Castelli, San Martín? Porque, claro, la Revolución no terminó ese 25 de mayo. Hubo una continuidad en el proceso revolucionario que derivó en la declaración de la Independencia de 1816. ¿Por qué murieron pobres, asesinados, olvidados o en el exilio? Muchas preguntas, ¿no? Lo sé.
Es que,
siempre estamos pensando, como sociedad, que lo que está afuera es mejor. Que
aquellas cosas que pasan en Europa o en Estados Unidos son bien distintas a la
de Nuestra querida parte de América. Distintas y mejores. Y que nuestro país no
está capacitado para desarrollar intereses que modifiquen los hábitos
económicos y políticos adquiridos en el tiempo. Pero, perdón por lo que voy a
expresar, no estamos viendo el círculo completo de los problemas del conjunto.
Nos olvidamos que durante siglos, las grandes potencias vieron a América como
un puntal de lanza para la recuperación económica de mercados vencidos por las
sendas guerras que ellos mismos provocaron en el mundo. No indagamos en que se impuso
una forma de lenguaje bajo el orden de la violencia psicológica, simbólica y
militar hacia los Pueblos originarios, verdaderos dueños del territorio. Nos
pasamos por alto que, tanto en aquellos tiempos como hoy, siempre hubo algo por
lo que luchar. Porque, seguramente, en Europa hay cosas excelentes. Pero
también en Argentina. El nudo a desatar está en el valor que le queramos poner.
A que no se trate de la comodidad de pensar que este país está perdido o que ya
no hay nada para hacer. ¿Y la juventud? ¿Y nuestro acompañamiento? ¿Y las ideas?
¿Y las convicciones?
Y cuando
hablamos de valores e ideas no puedo, en ninguna forma, dejar de lado el coraje
de esos vecinos que defendieron Buenos Aires y que comenzaron un sueño
establecido por distintas ideas. Porque el 25 de mayo de 1810, si Belgrano daba
la señal, la Revolución iba a ser la más radical y violenta de todas. Porque
existía una decisión. Había un objetivo. Tenían un por qué. Las cosas no
estaban bien con la monarquía española y Napoleón arrasaba en Europa. Mientras
San Martín pedía la baja del ejército español, en América se pronunciaban las
voces del camino de la ruptura con el orden colonial. ¿Por qué, en lo
posterior, San Martín vino a pelear por la libertad de los pueblos americanos? Y,
si bien, ante la deposición del virrey, la jura fue por la monarquía española,
la sentencia ya estaba expresada. Primera forma de gobierno en Buenos Aires. Un
orden que nunca cayó a pesar del avance de las contrarrevoluciones en favor de
España. Porque la pertenencia al suelo americano había desarrollado una
identidad difícil de cuestionar. La lealtad era con el pueblo y no con España.
El objetivo era la libertad. Para ello, había que cambiar a toda una
estructura. Había que pensar una Nación. Y lo que pasó en 1810 fue el tiempo
prudente para los lazos establecidos de un nuevo poder y una forma distinta de
concebir el mundo. Era el camino de lo que luego sería la Argentina.
Así y todo, sabemos
que nuestra patria se construyó, también, con los lazos de nuestros inmigrantes
que llegaron a nuestro país llenos de ilusiones y valorando la cobija en medio
del frío en tiempos de guerra. Porque nuestro país también tiene eso. Y
teniendo en cuenta esto, debemos estar obligados a pensar las certezas que nos
unen como sociedad. Esos lazos solidarios, esa pasión para festejar un gol de
la selección de fútbol, llorar con Maradona, con Messi, con Luciana Aymar, con
Ginobilli. Cuando alguien necesita la solidaridad después de perderlo todo en
una inundación. Cuando alguno está lejos, en otra patria, y siente la necesidad
de un mate. Porque tenemos un lazo inquebrantable de pertenencia que, aunque a
veces no parezca, está ahí. Se nos sale solo del cuerpo en una viva voz. En una
descarga que se escucha cuando decimos que “sean eternos los laureles”.
Entonces, una
revolución es abrir los ojos. Darnos cuenta de que no todo está perdido. De que
podemos luchar contra las adversidades como lo hicieron en aquel mayo de 1810.
Una Revolución es tomar la decisión de cambiar algo que ya no fluye. Todos los
días tenemos esa oportunidad de decidir. Y la Revolución de mayo fue esa
decisión de autonomía, por el simple y curioso hecho de que se dispusieron a
soñar. Creyeron que una Nación era posible. Para ello, debieron sostener sus
ideales a pesar de las tormentas. No perder la utopía de sus convicciones. Y, así,
abandonaron sus fortunas, su comodidad e, incluso, perdieron la vida para
legarnos esta posibilidad de ser un país independiente.
Hoy, más que
nunca, tenemos que mirar a los ojos de quienes tenemos al lado. Debemos pensar
y valorar a nuestra juventud. Creer en sus ideales y en que tienen mucho para
expresar. Y debemos acompañar ese fervor entusiasta que presentan en cada
proyecto. Sostener sus ideas y guiarlos constructivamente si es que creemos que
equivocan el camino. Pero, también, permitirles a ellos que nos guíen a
nosotros que hemos dado sobradas pruebas de que no siempre tenemos la razón. Tenemos
que tener la persuasión de que los líderes políticos del mundo también deben
escuchar lo siguiente: tenemos un mundo agradable, una tierra que nos abraza y
un porvenir que es nuestro. Partamos de esa línea para entender que, si alguien
tiene un problema, podemos ayudar. Que debemos cuidar nuestro medioambiente
como la Revolución más noble de todas. Que pensemos en las riquezas de la
biodiversidad argentina. Que no olvidemos, en el camino que, como dice Galeano,
han sido cinco siglos de masacres y explotación. Que 40 años de Malvinas no nos
pasen desapercibidos, porque detrás de todo lo relatado, también están ellos.
Los que volvieron y los que se quedaron. Hay sangre en nuestra tierra.
Valoremos mucho más todo lo que tenemos. Por los de mayo y por los de Malvinas.
Todos los días tenemos la oportunidad de realizar pequeñas revoluciones para
cambiar nuestros hábitos y dejar el mundo un poquito mejor de lo que lo
encontramos. Les dejo las preguntas abiertas. ¿Qué es para nosotros la Patria?
La conclusión la tienen ustedes.