miércoles, 20 de noviembre de 2019

Nuestramérica ¿Símbolo del populismo?



Retomando un trabajo de investigación anterior (Re fundamentación del populismo, 2017), intentaré darle una línea de continuidad a una parte de mi conclusión de aquellos años y mediante la cual recuerdo que en el Centro Cultural de la Cooperación, en el marco de los debates sobre los “100 años de la Revolución rusa” uno de los asistentes me preguntó qué pensaba yo de la discusión que se había producido entre uno de mis compañeros expositores y él. Recuerdo vagamente el tono de aquel intercambio, pero sí me quedó latente el concepto que aquel profesor de la UBA expuso en su ponencia. “El populismo no tiene color y, por ese motivo, su tendencia es a la decadencia. En América es imposible sostenerlo”. Sin escaparle a la pregunta, le contesté que el populismo debía ser aceptado y apropiado por América como parte de una identidad que le permita diferenciarse del resto. Así, en aquel momento expuse que “el populismo no puede ser enmarcado ni tipificado en una izquierda o en una derecha. No puede ser tildado de peronista ni de radical. El populismo debe referir a lo que realmente es: el ascenso de grandes liderazgos que guarden en su seno un orden y una virtual entrega al cumplimiento de las necesidades sociales de un pueblo demandante”. A tono con lo dicho me atreví a agregar, informalmente, que América necesitaba gestionar un viraje hacia un bloque populista pero que, hasta tanto no se entiendan a sí mismos como tales, los líderes más progresistas se encontrarían a futuro en un problema de curiosa resolución. ¿Qué somos?
Hacia atrás en el tiempo, Raúl Alfonsín dejó entre su legado de frases una apreciación moderna. Palabras más, palabras menos el líder radical dijo que en algún momento no se votarán más partidos políticos, sino que votaremos nombres. Y no estaba tan equivocado.
De aquí desprendemos algunas cuestiones llamativas: el radicalismo se embanderó detrás de la magnitud marketinera (nueva forma de hacer populismo) de Mauricio Macri mientras que una parte del peronismo (Pichetto, Massa) apoyaron políticas contrarias a las convicciones del mismísimo espíritu del justicialismo. Aquel bienestar social solo es custodiado por una llama que no se apaga, pero que corre serios riesgos de ser provocativamente infectada. Porque en el traspaso de antorcha en antorcha, en las loas del peronismo, la llama se va diseminando de distintas formas que, bajo el ala de Perón, inseminan múltiples embriones que lejos están de considerarse como hijos del intelectualismo del tres veces presidente de la Nación Argentina. (Como los casos ya citados).
Viendo la situación, la primera pregunta que me lleva a escribir esta nota, es al margen de aquella investigación tan meticulosa que me propuse realizar por aquellos años. Es un agregado que se genera, propio de la actualidad que nos atañe. ¿Podemos hablar de partidismos políticos o es tiempo de hablar de populismos como plataforma política? Y la segunda pregunta, no menos importante, es ¿Qué nos ofrece el populismo?
Insisto en mis palabras anteriores: el populismo como término o concepto promueve cierta laxitud mediante la cual nadie se hace cargo de él.
Mientras que los grupos de derecha lo consideran un ave de rapiña y el demonio más grande de América, promueven un aparato de marketing enfocado en el odio, intentando producir en la gente el efecto contrario. Apelando al silencio y los discursos moderados (no así en lo que dicen) es factible observar cómo se mueven los Bolsonaro, los Macri y los Piñera.
En la intentona de captar los votos que antes ensanchaban las filas del populismo, nos cuentan de una República inexistente en donde la pobreza y el hambre brillan por su ausencia. Sería este el éxito del Estado. La reducción del gasto público para una economía mejor y una distribución igualitaria. Mientras tanto el Amazonas se prende fuego, la minería se lleva nuestros recursos y la Educación debe ser desfinanciada.
Fanatismos aparte, un mundo con hambre no se alimenta sin participación del Estado. Y fanatismos mediante, las políticas del Estado deben ser persistentes, fuertes y sin demagogias.
Este es el punto de inflexión. ¿No es acaso populismo decirle a la gente lo que quiere escuchar? ¿No es acaso parte de un estudio de mercado apuntar a las promesas más desconsideradas para alimentar el odio al otro? Bajo esa égida pensemos en el siguiente discurso de Mauricio Macri: “Llegó la hora de emprender un camino de crecimiento, de darle a cada argentino la posibilidad de elegir poder quedarse en el lugar donde nació porque en ese lugar va a haber trabajo. Ese es el compromiso que asumimos juntos, el camino que llamamos pobreza cero” (Noviembre 2016). En ese momento, Macri se envalentonaba y reafirmaba su enunciación de 2015. Una Argentina sin pobres, con un discurso que apuntaba a la demonización del gobierno anterior y a la clase media que, dicho sea de paso, contaba con nuevos actores entre sus huestes.
Actualmente, con un índice de 35,4 % de pobreza, el macrismo anuncia que la “pobreza cero no se consigue en 4 años”. Nada nuevo. Pero es algo que la gente necesitaba comprar. Un discurso de orden y progreso pero que, ante el análisis minucioso, carecía de estrategia.
La inflación desmedida que debía ser reducida drásticamente, otro de los conceptos elaborados por el macrismo, tampoco pudo ser contenida al tiempo que el sueldo real y la flexibilización laboral inflaron una burbuja que todavía no llegó a explotar.
El caso paradigmático de Brasil también nos pone, en consecuencia, en una forma de populismo un tanto más extrema. Jair Bolsonaro actuó con más libertades y menos pragmatismo. “Vamos a unir al pueblo, valorizar la familia, respetar las religiones y nuestra tradición judeo – cristiana, combatir la ideología de género, conservando nuestros valores. Brasil volverá a ser libre de las amarras ideológicas” (Discurso de asunción, 2019)
Analizando criteriosamente lo expresado por el actual presidente del Brasil, lo que en realidad le propuso a la gente es la persecución del libre – pensamiento, la inequidad de género y la falta de soltura para permitir la diversidad. “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. No voy a ser hipócrita aquí. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí”. (2011, entrevista).
Es necesario remarcar algunas cuestiones actuales: la corrupción goza de buena salud en Brasil, los índices económicos se encuentran en baja y la fórmula de la persecución habla de la polarización de la misma hacia los sectores opositores. Sumemos a esto la frutilla del postre. La desconsideración por el Amazonas y la crisis ambiental en la que se encuentra sumido uno de los países que supo liderar la economía mundial.
En Chile, ese país ordenado bajo supuestos de buenas administraciones, liderado por Sebastián Piñera, se encuentra en una línea divisoria entre los que quieren dar vuelta la historia y los que quieren cambiar de página.
El mismo presidente que en algún momento argumentó que “El senador Pinochet y su familia están viviendo momentos difíciles en Londres. Por eso, merecen toda nuestra solidaridad” demuestra a diario a fuerza de qué se sostuvo en el poder.
Luego de haber decretado el Estado de sitio, el presidente chileno dijo que “La grave situación que vive nuestro país desde hace ya cuatro semanas exige, y con urgencia, dejar de lado todas las pequeñeces, y actuar con la grandeza y el patriotismo que las circunstancias nos exigen”.
En su discurso de asunción, Piñera se acercaba a la presidencia aseverando cosas que luego le fue imposible cumplir. “Esta Universidad no nació por decreto, sino de las luchas de los hombres, y su tradición progresista viene de la sacudida de nuestra historia y es la estrella de nuestra bandera".
Pero cuando hubo que conceder en las luchas de los hombres y mujeres de Chile, el actual presidente tomó la determinación de presionar un poco más los bolsillos populares pero que, sin dudas, incentivaron su ascenso así como lo hicieran en el mandato anterior.
Punto y aparte, el caso de Bolivia se nos representa alejado de la tesitura de los tres presidentes analizados. Nos propone realizar notas al pie y desafiar las fronteras de lo imprescindible a la hora de acudir a la memoria colectiva. No podemos hablar de un gobierno impuesto y sostenido desde un golpe cívico – policial. Debemos pronunciar la exageración y la sobre actuación y, para aquellos que recurren a la santidad, remarcar la blasfemia. No se trata de santos benefactores, sino de individuos que propulsaron al máximo la quema de casas, las represiones y las muertes. Si, como decía Marx, el Estado es garantía de desigualdad, este es el claro ejemplo.
Presentados algunos casos de Nuestramérica, es tiempo de comenzar a responder el inicio. No sin antes recordar lo que sostenía Ernesto Laclau en su libro “La razón populista”: “El populismo, como categoría de análisis político, nos enfrenta a problemas muy específicos. Por un lado, es una noción recurrente, que no solo es de uso generalizado, ya que forma parte de la descripción de una amplia variedad de movimientos políticos, sino que también intenta capturar algo central acerca de estos. A mitad de camino entre lo descriptivo y lo normativo, el concepto de “populismo” intenta comprender algo crucialmente significativo sobre las realidades políticas e ideológicas a las cuales refiere”.   [1]
Ante esa mirada, el populismo incide de manera determinante en la búsqueda pragmática de aquellas cosas que le reservan un lugar honorífico en el podio del poder. Aquel que lo entienda es capaz de liderar un partido político, un pueblo y una Nación. El problema suscita en el día después de la asunción. ¿Qué se hace con las promesas que no se pueden cumplir?
En este caso puntual, el Neoliberalismo se presenta como una fuerza de choque capacitada para cumplir con todas aquellas cosas que determinan el dominio hegemónico de las Instituciones y “También se presenta como una dependencia inerte a determinados mandatos que ni siquiera son explícitos, pero sin embargo eficaces. Es lo que llamamos corrientemente la “naturalización” del poder neoliberal, disfrazar su ideología bajo la forma del “fin de la ideología”. [2] A cuenta de una manipulación diaria por parte de los medios de comunicación que no dejan de ser económicos y hegemónicos.
Tiempo después de aquella charla en el Centro cultural de la cooperación, me tocó asistir a un workshop con Giacomo Marramao. Nobleza obliga, no lo conocía. Martín, mi entrañable amigo que me invitó como asistente a la Universidad Arturo Jauretche, me presentó a Sabrina, profunda admiradora del filósofo. Así, y bajo la publicidad que le hacía sobre sus textos y pensamientos, me introduje en la charla mediante la cual el autor italiano nos hablaba sobre la importancia de re encantar la política. Para él, no se debía producir una Democracia desde las bases anticuadas, sino que debíamos hacernos cargo de los momentos actuales que se vivían. Y enumeró la cantidad de veces que había discutido con sus amigos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. En mis apuntes de ese día, cuidadosamente guardados, entendí que la Democracia sin pasión política ni virtud, no es Democracia. El pueblo es un acontecimiento político y no un concepto estático. Es un sujeto colectivo que produce una constante dinámica de cambio y conflicto. Por tal motivo su cooptación es fundamental. Es el pueblo, en su distinta jerarquía social, lo que el líder debe amalgamar para sostenerse en el poder. A la larga, un Estado opresor retroalimenta el mismo odio, pero también nuevas manifestaciones que provocan una misma respuesta violenta de abajo hacia arriba.
En ese marco, los mal englobados populismos por parte de los movimientos políticos contrarios, razonan la política desde un contagio masivo, más movimientos y mejor redistribución de conceptos. Desde una visión más social (o popular) abren el Estado sin restricciones y entienden el encanto de la política desde un sector mayormente marginado. De aquí la confusión que nos lleva a responder las preguntas iniciales.
Si los partidismos políticos están acabados y la fórmula ganadora son los nombres, el populismo se somete a quién lo pueda utilizar a gusto. Quién lo domine discursivamente, carismáticamente y diplomáticamente, se acercará a los estándares del pragmatismo que permite (o no) mejorar la historia.
Lejos de proponer cambiar de página, lo que sugiere Chantal Mouffe es que (sobre todo para los partidos de izquierda) hacerse cargo del término invita a generar un movimiento difícil de romper. Nos lleva a pensar que América debería hacerse cargo de sus riquezas en recursos y transformarse en un bloque autárquico y menos dependiente de los capitales y decisiones extranjeras. Pero para ello debe entenderse lejos de la despectividad del término. Pues si consideran que el americanismo es populismo, bienvenido sea porque entonces será un movimiento político encantador que promoverá enormes cambios sociales hacia arriba.
Evo Morales lo produjo una Bolivia económicamente creciente, declarada por la UNESCO como país libre de analfabetismo y con salarios y decisiones que la empoderan frente a las grandes potencias. Quizás, como dice Maristella Svampa, el gran error es la perpetuidad. Porque para que un populismo sea efectivo, necesita siempre de nuevos liderazgos que ayuden a re encantar la política y promuevan (bajo ese pretexto) la bandera democrática. Esa sea quizás hasta hoy la deficiencia de un movimiento del que nos deberíamos apropiar, mejorar y solidificar para que verdaderamente América sea un solo grito: Nuestramérica.
El populismo nos ofrece una amplitud que debería trabajarse históricamente para que, de esa manera, los estudios sociológicos nos marquen el rumbo de aquellas cosas que se hicieron mal. Porque para re encantar la política se necesita enamorarse de un proyecto y en ello no mecanizar la corrupción. De esta forma se evitan los vaivenes político – sociales de pueblos que, cada tanto, olvidan sus raíces en cualquier estación de tren. En ese marco, llegar al destino de América autárquica es un complejo misterio que solo los americanos podemos resolver (puertas adentro).
Las corrientes del populismo neoliberal analizadas se embanderan en la distinción de desactivar los desórdenes que provoca la corrupción y le explican al pueblo en forma publicitaria por qué tienen la fuerza necesaria para unir al pueblo en uno solo. Algo así como la satirización americana de los sueños de Mandela. Pero el efecto contrario, cuando estos llegan al poder, es inevitable. Siempre hay odios envalentonados en revanchismos.  
Las clases medias que inclinan la balanza del cambio fueron curiosamente infladas por nuevos actores sociales provenientes de marginalidades anteriores que, dentro de gobiernos de tintes populistas, consiguieron ascender socialmente. Debemos tomar nota, aceptar el desafío y promover de una vez por todas un “populismo propio y responsable” que entienda a América como pocos lo han hecho. Que permita un bloque único, una muralla económica que se haga cargo de los recursos naturales que nos preceden, pues en ese sentido América es una superpotencia y nadie lo puede negar. La pelota siempre está de nuestro lado. Deberíamos enterarnos.



[1] LACLAU, ERNESTO. “La razón populista”. EFE, Buenos Aires, 2004.

[2] ALEMÁN, JORGE. “Hegemonía y poder Neoliberal” https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-271126-2015-04-23.html  2015.

domingo, 27 de octubre de 2019

Radio SanJo - Trabajo integrador de Primer año B

Compartimos un proyecto llevado adelante por los alumnos y las alumnas de San José Obrero, en donde, a través de la integración de contenidos, se produjo una radio para la materia Ciencias Sociales mediante la cual buscamos responder: ¿Qué sociedad fuimos y queremos ser? Esperamos que les guste.


sábado, 17 de agosto de 2019

Presentando a San Martín



Difícilmente encontremos en estas palabras la forma adecuada de profundizar sobre la figura del General don José de San Martín. Definitivamente sería un intento fallido poder conmemorar en algunas letras ese fuego sagrado que se encendía en el pecho de nuestro prócer y que nos iluminaba con sus sueños de Independencia. Pero sería mucho más complejo aún no hacernos eco de ese sueño y trasladarlo a nuestro presente. No solo para que todos y todas nos unamos en una búsqueda sin fines, sino para que entendamos que nuestra lucha es la continuidad de nuestros líderes más enérgicos.
Estas palabras comienzan con un abandono, con un exilio y con una muerte. Estos párrafos no son sino entonces la inmediata descripción de todo aquello.
José Francisco de San Martín, hijo del militar español don Juan de San Martín y Gregoria Matorras, debió abandonar su tierra natal para seguir a su padre rumbo a Cádiz, España, sin tener la mínima noción de lo que el futuro le deparaba. Hacia 1789 fue cadete del ejército de Murcia, combatiendo en lo sucesivo en el continente africano y en contiendas que lo enfrentaron a Francia, Inglaterra y Portugal. Luego de la batalla de Bailén fue condecorado por su participación, resistencia y abatimiento de las tropas francesas de Napoleón I. Sin embargo, y a pesar de tan grande carrera militar, su sueño estaba por comenzar. En este abandono irremediable de su patria, San Martín logró vincularse a jóvenes americanos que compartían un ideal de Independencia para las regiones de donde provenían. Allí radica quizás el producto teórico y romántico de semejante genio.
Muchas veces cuando se producen este tipo de producciones, resulta inevitable pensar en que un baluarte de la Independencia fuera expulsado de su propia tierra, enfrentado con las máximas autoridades políticas de la región, entre ellas Rivadavia, que restaría todo apoyo al Ejército de los Andes.
Es que a lo largo de toda su historia política y militar San Martín puso en evidencia los roles de los personajes más ilustrados del momento. Y desde esa movilidad, el futuro libertador de Chile y Perú no se conformaba con poco. En una época de inestabilidad política como la que se vivía en 1815 en toda América y de las bajas posibilidades de triunfo ante la avanzada realista, San Martín no solo sostenía la bandera del continente, sino que además enseñaba mediante su pedagogía los nuevos enfoques estadísticos y libertarios. Acumulaba tantos odios como lealtades. Y quienes lo conocían, difícilmente no encontrarían en su nombre un sinónimo de moralidad y dignidad.
Bajo la desprestigiada masonería reorganizó el poder político con un Triunvirato que ya no fuera temeroso ni insuficiente. Libró la batalla de San Lorenzo a cargo de un ejército de granaderos que, con métodos administrativos y estratégicos, comenzaron a entender de qué se trataba defender las fronteras de la patria.
San Martín promovió salarios y vestimentas e hizo del ejército una maquinaria de ataque más que de defensa. Con su famoso ataque en pinza en donde el rival se veía atrapado y manipulado a gusto, se hizo de una efectividad que lo caracterizaría por siempre.
No fue gobernador de Cuyo por el simple hecho de pertenecer a una clase elitista y de tertulias, sino que los habitantes del Cuyo lo admiraban por su obra y su estandarte, por su persona y su fuego sagrado: un amor inconmensurable por la libertad.
Daba comienzo la inevitable declaración de Independencia de 1816 encontrando en Pueyrredón un aliado político que sustentó la empresa más grande de toda América: Cruzar los Andes, sorprender a los realistas y avanzar al Perú.
Sin embargo todo esto le costaría caro. San Martín no gozaba de buena salud y los dolores atormentaban sus funciones. Con la caída de Pueyrredón como director supremo de Buenos Aires, San Martín se quedó solo. Desobedeciendo las ordenes de retorno, pues su famosa frase “no derramaré la sangre de mis hermanos” caló hondo en el juicio de sus detractores. Luego de la reunión en Guayaquil y la negativa de Simón Bolívar para unir fuerzas, un cansado general se propiciaba a su exilio. Su mujer moriría sin verle nuevamente el rostro y sin más compañía que el injusto desprestigio, el libertador regresaba a Europa en el más puro ostracismo.
La renuncia a todo cargo político, ganancias y sueldos desmedidos, el amor a una causa que pendía de un hilo a la hora de su llegada y la tan ansiada libertad determinaron que San Martín muriera el 17 de agosto de 1850 en una pequeña cama de una humilde casa en Boulogne Sur Mer, Francia. Jamás pudo retornar a su tierra natal.
En 1823, San Martín extendió su más claro obituario sin pensar en el futuro: “El nombre del general San Martín ha sido más considerado por los enemigos de la Independencia que por los muchos americanos a quienes he arrancado las viles cadenas que arrastraban”.
En nuestros días, la moralidad sanmartiniana nos invita a que seamos dignos. A que bajo la tierra que fue dominada y liberada con la sangre y el fuego de nuestros antepasados, de los esclavos que peleaban por su libertad haciendo suya la patria que los dominó, de todas las mujeres que blandieron las armas, las telas y las banderas, es que debemos proseguir la búsqueda de nuestra entera Independencia.
La dignidad sanmartiniana implica amar los proyectos en los que participamos, pronunciar el nombre de nuestro país por encima de los nombres, entender que una sociedad argentina unida en una causa más que poderosa, defendernos ante la desigualdad, ser equilibrados con nuestra tierra y nuestro medio ambiente y promover la libertad de pensamientos, pues “todos somos iguales ante el supremo”.
Argentina, en palabras de don José de San Martín les decimos que “todos y cada uno de ustedes conocen el esfuerzo y las dificultades por las que hemos pasado. Llegar hasta aquí es bastante, pero nunca es suficiente. Son la esperanza de la América, cada uno de ustedes lleva consigo lo más importante, ¡la libertad!” Nunca nos olvidemos de eso.
Dijo el doctor Favaloro en su libro sobre San Martín: “Sólo espero que contribuya a que los argentinos encontremos el camino que nos lleve a ubicarnos correctamente en este difícil momento histórico que nos toca compartir y para que no seamos engañados, una vez más, como tantas veces lo fuimos” (Favaloro 2009: 11)

domingo, 28 de julio de 2019

Mientras cae la lluvia. De Daniel Favieri Tuzio



Ni los merodeadores de sueños inconclusos ni los transeúntes de caminos inciertos podrían jamás haberlo notado. Pero en un barrio cualquiera, a la hora de las calles vacías (y sobre todo cuando la lluvia cae de forma constante) se pueden escuchar los secretos jamás contados.
Me pregunté varias veces qué escondía el barrio de mataderos bajo los escombros de casas antiguas que fueron derribadas por el avance del progreso. También me pregunté varias veces a dónde fueron los adoquines que extirparon las obras públicas, con tanta impunidad como la que se juzga a un inocente. Y no es poca cosa haber recorrido las veredas gastadas, buscando desesperadamente a los inconscientes de la pelota de trapo que jugaban al fútbol sin mirar para los dos lados, a ver si venía un automovilista más inconsciente que ellos y sin medir velocidad.  
Los malabaristas de la pelota solían estar en cada esquina y a cada rato. Haciendo para algunos una fiesta del fútbol y para otros un bailongo insoportable. Porque por un lado muchos querían dormir la siesta y otros querían vivir de reunión. Es como esa cruel paradoja de los que aún resisten ante las incontinencias de la política. Evidentemente un mal necesario para sostener las democracias que guardan en sí mismas alto niveles de corrupción, pero qué linda utopía de la libertad para recordarnos, al menos, que debemos soñar.
El tiempo, tirano insolente y desmedido fabricante de desapariciones inesperadas, parece haber culminado su obra maestra.
No sólo ya no vemos a los inocentes de la pelota de trapo, tampoco vemos a los compradores de esquinas tradicionales. Esos que cada vez que el momento lo disponía, se hacían del eco de las calles sin horizontes para gritarle al barrio que estaban los vigilantes de las luces de neón. Hacían que volverse caminando a cualquier hora y con lluvia fuera lo mismo que volverse en auto y con sol. Porque los copadores de esquinas no conocían de horarios ni rutinas. Sabían que estaban por estar. Pero que todo el mundo los saludaba al pasar. Digno reconocimiento a horas de vagancia en donde los códigos se anteponían a la desolación.
También desaparecieron de la mirada de la nostalgia los que hacían de la bicicleta alguna circunstancia especial. Por un lado el grupito de los vencedores del 113. Aquellos que le corrían carreras al colectivo en plena Emilio Castro, esperando una victoria significante ante la presencia casi divina de la pibita que les gustaba. Y cuenta la leyenda indefinida que un día lograron ganar. Con tan buen tino que la pibita había desaparecido, fugaz en el atardecer, haciendo de ese triunfo un voraz recuerdo infantil que, para colmo, los enfrentaba al bando opuesto que gozaban de la franquicia de bicicletas de cromo, que se suponían más veloces que las mountain bikes.
El barrio de mataderos era una constante invitación a las olimpíadas de Pisistrato, tirano de Atenas que con artilugios demagogos podía hacerse de un poder perdurable. Porque mientras los merodeadores, los futboleros y los copadores no advertían que la llama del barrio se extinguía, su propia Atenas no estaba en riesgo.
Había por ahí alguna Esparta, dentro de las entrañas del barrio de Lugano. Sigilosamente se acercaban a las espaldas del Matadero sin llegar a comprender que, bajo los lineamientos de las clausulas internas, el barrio se dirimía en la cancha.
Esas luchas de las que alguna vez fui testigo directo, cayeron en la desgracia de un olvido que no se recuerda ni a él mismo. Y que si el mismo olvido se hubiera dado cuenta de que olvidaba, tampoco hubiera permitido semejante atrocidad al recuerdo. Porque el recuerdo es fugaz y esporádico y pervierte las mejores llamas de nobleza, que supieron darle al barrio un color sepia inexpugnable.
Y ahí, perdido en la nostalgia, como tortura constante de los ante pasados que lo fundaron, como la de las baldosas que ya no pisamos o los carnavales que se fueron, ahí se queda mutando el barrio que muchos piensan que ha progresado. Llenos de edificios y de plazas verdes. Custodiado por cantidades de policías que saludan atentamente al pasar. Con chalets radiantes de colores y mucha gente nueva que ha llegado buscando un destino.
En realidad, sentado y exiliado en un bar antiguo de Las Heras, cerquita del Malba, no se me ocurre pensar en otra cosa. Con esta lluvia copiosa y un frío que no pasa, pienso que se ha intentado disfrazar de progreso un mundo que fue devastado por el avance de unos pocos. Que las baldosas que contaban historias se fueron como los carnavales que ya no venden la ilusión de una eterna Avenida Alberdi. Y que los edificios mataron a las casas que tenían, muy dentro suyo, alguna historia familiar. Que las plazas verdes están hermosas, pero que cierran a las diez de la noche con el mismo policía que te invita a salir apuradamente. Con esos chalets que ya no tienen pertenencia, pues se ha ido, de a poco, la suerte de la creación.
Solo nos queda eso. El fugaz recuerdo o la constante tortura de tardes de esperanza que, estoy seguro, los creadores de siestas extensas desearían recuperar. Un testigo del tiempo, que fue parte de los malabaristas de la pelota de trapo firma este pensamiento: Se jugaba con lo que se podía y se era feliz con lo que se tenía. El progreso es otra cosa. (Ahora que lo pienso… Este bar también ha sido infectado de progreso. No dejaré propina)