Soldados argentinos desembarcan en Malvinas (NA)
La construcción de
Malvinas.
Cuando
uno repasa en su mente los distintos factores que alteraron el orden de una
Argentina en dictadura, durante el período 1976/1983, es inevitable pensar en
Malvinas como una de esas causas inexplicables.
A
raíz de esto, resulta cada vez más interesante reparar en las fotos históricas
de dos momentos: el primero de ellos en aquel dos de abril de 1982, cuando
Galtieri recorría el balcón ante una multitud vehemente. Y el segundo, cuando
esa misma vehemencia se transformara (tan solo dos meses después y con la
pérdida del archipiélago) en un pedido enardecido de renuncia, en favor de la
Democracia.
A
partir de aquí, me propongo analizar la incidencia nacionalista sobre una
sociedad imprevisible, que llevó indudablemente al final de la dictadura
militar en Argentina.
Introducción
La
construcción de un nacionalismo conlleva un tiempo vasto y profundo. En ese
lapso, la identidad nacionalista debe ser alimentada constantemente con el fin
de producir un acercamiento entre las relaciones de poder y el pueblo para
afianzar ciertas figuras y engendrar la reciprocidad necesaria para sostenerse
en el abanico de cargos. Sin embargo, tal construcción no puede encaminarse si
no se entrega algo a cambio. Con esto me refiero a actos discursivos en base a
problemáticas dispares, a un mundial de fútbol, una autopista, una crisis
económica o bien un factor externo que promueva grandes conflictos. De aquí
surge una tendencia a excitar a grandes masas de individuos a través de falsas
expectativas que conlleven a una guerra.
La
figura “Malvinas” fue (y es hoy en día) la causa Nacional mediante la cual se
pretende la unidad de toda una sociedad enfrentada. Bajo el período de 1982 y
1983, bajo la figura de un inpronosticable dictador, Galtieri pretendía desde
tiempos anteriores perpetuar su poder legitimándolo democráticamente y bajo el
ala de una guerra con entusiasmos comparables a un mundial de fútbol.
En
ese sentido, la búsqueda desesperada de un sentimiento de cariño masivo y
uniforme hacia el presidente de facto, no reparó en el contexto político –
social del momento y olvidó una de las grandes premisas: la edificación de un
consenso popular anterior.
Por
algunas razones consecuentes de pensamientos subjetivos sobre los hechos tan
abordados desde distintos ámbitos (cine, televisión, diarios y revistas,
libros, etc.), como lo es la “Guerra de Malvinas”, me propuse la empresa de
comenzar mi escritura desde cierta raíz que objetivase la formulación de mi
trabajo.
La utilización de la
bibliografía
En
ese contexto, la bibliografía analizada deberá funcionar tanto para mí como
para el lector, como una cronología de análisis para llegar a conclusiones
diversas, pero que en cualquier caso cumplan con la meta esperada: ¿Cómo surge
ese breve y extraño nacionalismo desde 1982?
Desde
ese lugar, es justo aclarar que mi análisis parte del libro de Eric Hobsbawm
“Naciones y nacionalismo desde 1780” en donde el autor imprime cinco
conferencias mediante las cuales aborda el concepto de Nación impregnado
indefectiblemente por la construcción del “nacionalismo” y en donde además
intenta fundamentar el último término desde un abordaje bibliográfico profundo,
contraponiendo autores y definiciones.
A
Hobsbawn le sumo el artículo de Rosana Guber, en donde la autora analiza
críticamente en su libro “¿Nacionalismo y autoritarismo? Algunas lecciones de
la experiencia de Malvinas” el supuesto de un nacionalismo arraigado en el
autoritarismo, a la vez pensado este para conseguir la legitimidad Nacional en
base a la Guerra de Malvinas.
Por
otro lado, Vicente Palermo con su libro “Sal en las heridas. Las Malvinas en la
cultura argentina contemporánea” invita al análisis no solamente de una
relación archipiélago – Nación, sino también de nuestro nacionalismo en base a
sentimientos, valores, experiencias e ideales, llevando el análisis a una
búsqueda mucho más amplia de causas y consecuencias.
En
ese contexto, desde un lugar más filosófico y político – crítico, León
Rozitchner inicia una racionalización del individuo argentino, exponiendo
aquellas voluntades que, según el autor, lleva a la sociedad nacional a querer
borrar de su imaginario su directa participación en la causa “Malvinas”.
Como
fuente documental en línea transversal con lo analizado, el libro “Malvinas. La
trama secreta” sirve a este trabajo como apoyo de fuentes desclasificadas y
opiniones de la época a cerca de todos los entreveros, idas y vueltas entre
Argentina, Inglaterra y Estados Unidos principalmente y de la débil y
momentánea relación exitista dictadura – pueblo.
Como
para acompañar este trabajo, la visualización general de los diarios de mayor
tiraje de la época, me pusieron en perspectiva en cuanto a la influencia de los
medios hegemónicos y la naturalización del silencio como método disonante de la
circulación de la realidad.
De
esta forma, el recorrido bibliográfico asienta la búsqueda, profundizando aún
más el interrogante nacionalista de ese breve período (más no olvidable) de la
Historia de nuestro país.
Análisis del
nacionalismo como concepto
La búsqueda del concepto
“nacionalismo”
Partir
de la acérrima búsqueda del término “nacionalismo” requiere, en menor medida,
la búsqueda de sus raíces proporcionada por teóricos que persigan una marca
registrada académicamente hablando.
Tal
es así que, pensando en Hobsbawn como tal, infiero en que hablar de
nacionalismo debe recorrer ciertas caracterizaciones inconfundibles que van más
allá de la proporción de un Estado.
Desde
ese lugar la causa Malvinas se vuelve un objeto de estudio con significantes
establecidos y sin vacíos intermedios que produzcan grises en su construcción.
Así,
para hablar de nacionalismo “Yo recalcaría el elemento de artefacto, invención
e ingeniería social que interviene en la construcción de naciones. «Las
naciones como medio natural, otorgado por Dios, de clasificar a los hombres,
como inherente destino político, son un mito; el nacionalismo, que a veces toma
culturas que ya existen y las transforma en naciones, a veces las inventa, y a
menudo las destruye: eso es realidad». En pocas palabras, a efectos de
análisis, el nacionalismo antecede a las naciones. Las naciones no construyen
estados y nacionalismos, sino que ocurre al revés.”. [1]
De
esta manera, hablar de nacionalismo implica elaborar una profundidad mucho más
efectiva y construida, a la vez que constituida, por una diversidad de
características importantes: la identidad de las tradiciones culturales, del
idioma, del símbolo y del consecuente posicionamiento político, económico y
social sin olvidar el progreso íntimamente ligado al avance tecnológico.
A
la vez, y de la mano de lo anterior, el autor toma las mentalidades de los
individuos como una fortaleza necesaria para que el nacionalismo construya la
fuerza de las naciones, entendiendo que una Nación que piensa desde arriba sin
tener en cuenta la obviedad de no conocer el pensamiento (siquiera de sus más
leales ciudadanos), provoca un error de construcción. Y desde dicha visión,
tratar de descifrar los códigos de una mentalidad se vuelve imperceptible ante
la figura de una sociedad – Estado.
Desde
ese contexto, y en el marco de la dificultad de comprender la figura de “lo
nacional” y quien lo representa, podemos entender que nos encontremos ante
períodos de breve durabilidad en cuanto a la relación nacionalismo – Nación.
Entender la perdurabilidad en el tiempo (como de repente pueda ser la Nación
peronista o la patria radical) implica una innovación en la movilidad de la
sociedad, un nuevo paradigma que permita un cambio en la Historia y la
intensidad política de aquellos que son visualizados como líderes indiscutibles
de un período en el tiempo.
Desde
esta forma de pensamiento, se puede promover la inquietud de que las masas
populares quedan ajenas a las construcciones que no respondan a un proceso en
el tiempo, puesto que ya en dicha conformación de una figura “nacional” la
integración de regiones más alejadas y abandonadas, hace que la uniformidad de
un país no sea posible. Cabe preguntarse entonces ¿Cómo se entiende la
“conciencia nacional”?.
Para
la construcción de la pregunta anterior, la mirada se vuelve hacia todos
aquellos que se transforman en el sostén de un país: los trabajadores, los
sirvientes, los campesinos, los empleados en negro, etc. son de alguna manera
quienes interfieren con la generación de una cultura homogénea. Los movimientos
políticos, de pensamientos ideológicos y consistentes, se vuelven huesos duros
de roer para la cooptación de un gobierno. Y en tal medida, los inmigrantes,
alejados de procesos electorales pero que también conforman parte de la Nación,
generan una mezcla de la cual el “olvido” forma parte de la divagación de la
sociedad en sí.
Es justo aclarar también, y antes de
continuar, que todo aquello que se relaciona con la Patria establece un
parámetro de similitud a lo estrictamente relacionado con la tierra, ciudad o
territorio. En tal caso englobar el término “patria nacionalista” se vuelve
difuso y promovido a la fuerza, ya que cuando uno habla de Patria, podría estar
hablando también de Buenos Aires, Córdoba o Jujuy y no necesariamente responder
a los ideales del conjunto territorial que conforman la Nación, pues en tal
medida… ¿Quién sería el representante exclusivo del “ser argentino”? ¿No se
consideró acaso el mismo “che” Guevara un patriota de todo aquel lugar en que
hiciera falta la Revolución? Desde ese punto de vista, sería injusto hablar de
la Patria en nombre de todos los individuos de la sociedad.
En
tal medida, la palabra Nación (de derivaciones indígenas y diseminadas en el
tiempo) realiza justamente el mismo ejercicio que la Patria: hablar de una
Nación implica hablar de otras naciones dentro de una misma (Nación china,
Nación judía, Nación de comerciantes extranjeros).
“Sea
cual sea el significado «propio y original», o como quiera llamarse, de
«nación», está claro que el término sigue siendo muy diferente de su sentido
moderno. Así pues, sin adentramos más en el asunto, podemos aceptar que en su
sentido moderno y básicamente político el concepto nación es muy joven desde el
punto de vista histórico”. [2]
Desde
ese lugar, la propuesta de entender al nacionalismo como sostén nacional,
pierde el fundamento empírico y propone iniciar una búsqueda en las
inmediaciones del término a fin de encontrar y poner en tensión sus raíces de
acuerdo al concepto de Nación. Desde este sustento, la Nación no es la
uniformidad lingüística y mucho menos la étnica, ya que esta última genera una
nueva construcción del conjunto de una sociedad.
Es
de esta forma la etnia un causal de separación entre movimientos sociales
nacionalistas que las utilizan en todo caso como la contra publicidad de la
relación Nación – Individuo y, por consiguiente, es la influencia negativa para
el orgullo nacional. Todos son iguales ante la inclusión, muta en un grupo de
diferentes pensamientos y necesidades que, sin embargo, genera más disrupción.
En
un sentimiento cimentado en lo proto nacional (la búsqueda de símbolos, la
idealización de un soberano, la religión, el idioma) se promueve un
nacionalismo incipiente que deberá ser sostenido adecuadamente por el proceso
emergente. Sin embargo, como contra punto, la negativa construcción de aquellos
conceptos puede provocar procesos de violencia que desemboquen en debilidad
estatal y societaria. Si lo proto nacional era lo previo a lo nacional, no
significaba esto que el primero fundara al segundo, sino todo lo contrario.
Por
otro lado, cuando uno habla de Estado Nacional, de Nación, de país o de
territorio, supone subjetivamente que se trata de un pensamiento único, de una
sola tradición y de una sola nacionalidad. Pero ese es uno de los primeros
errores en que inquieren ciertos gobernantes a la hora de plantear un proyecto:
Así como Bolívar decía que las bases de su primera República habían fallado
porque no se había tenido en cuenta la realidad política, económica y social
además de las limitaciones de Venezuela, podemos decir que los fracasos más
estrepitosos de ciertos gobernantes tienen que ver con la misma cuestión. No
pensar en la multiperspectividad de ideas ni en la multiculturalidad de los
Estados modernos. Como tal, la escasa llegada a los estratos medios y bajos de
la sociedad pueden pronunciarse en contra de los edictos administrativos y
provocar cataclismos en la línea de continuidad de procesos que, si bien no
uniforman lo “nacional”, deben garantizar estabilidad. Creer desde ese punto
que un nacionalismo puede ser elaborado en base a un hecho o consecuencia y que
tal puede perdurar en los años subsiguientes confiere un error de datos
garrafal. Cuando se habla de “las necesidades del pueblo” se habla de
generalidad y no de racionalidad.
Cierto
es también que la producción de inventos tecnológicos que distan desde los
siglos XVIII y XIX, la globalización e internet produjeron un cambio en la
forma de comunicar ideas, de liberar pensamientos y de producir contenido. Pero
al contrario de los resultados esperados a simple vista, no se obtuvo la
apertura esperada sino más bien el detalle de que se debe cuidar enfáticamente
lo que se lee y se escucha sobre diversos procesos de gobiernos y acciones. Ni la
alfabetización del inmigrante cumplió con la homogeneización nacionalista
buscada. ¿Por qué triunfarían otros proyectos mucho más cortos?
En
efecto, con la modernización del nacionalismo, la propuesta era un Estado, una
Nación con la oferta de que el nacionalismo fuera la garantía de la captación
de más estados, más naciones. Pero denodadamente, ese proyecto, base o término
impuso una nueva visión del mundo al respecto: el nacionalismo provocó grandes
promulgaciones de ultra nacionalismos de derecha que actuaran de forma
autoritaria y dictatorial, generando una lógica ambigüedad de lo que significa
ser “nacional”.
Para
eso, el período de entre guerras en el mundo provoca ascensos nacionalistas
ligados a formas de gobiernos autárquicos, violentos y anti bolcheviques. Será
en todo caso su extensión la que se promueva en el mundo y en nuestro caso en
particular: la Argentina, mutando a una persecución de todo aquel que pensaba
distinto.
Como
dice Hobsbawm a grandes rasgos “La consecuencia lógica del intento de crear un
continente pulcramente dividido en estados territoriales coherentes, cada uno
de ellos habitado por una población homogénea, tanto étnica como
lingüísticamente, fue la expulsión en masa o el exterminio de las minorías.
Esta era y es la fatal reducción al absurdo del nacionalismo en su versión
territorial, aunque no quedó plenamente demostrado hasta el decenio de 1940”. [3]
Este
hecho puntualmente, toma el concepto, lo propone en la órbita latinoamericana y
lo instala como la fórmula perfecta de uniformar educación y cultura, libre
pensamiento y libertad. En tal medida, el no cumplimiento de los objetivos
concretos se imponía como un desorden social insoportable.
No
obstante, no caben dudas de que lo “diferente”, lo “contrapuesto, lo “distinto”
propondrá un viraje en el nacionalismo, del cual la misma izquierda tomará para
sí un modo de contrarrestarlo. Ser de izquierda significaba ser libre, pensar
distinto y ser anti fascista.
Ante
la negativa publicidad, consecuente con los actos realizados para uniformar a
la sociedad, los movimientos se volvieron intensos a la vez que densamente
proporcionales a un amplio número de individuos en el mundo. Esto generó la
respuesta y la posterior colaboración a la caída de gobiernos nacionalistas de
derecha, aunque no así el final de su entidad ideológica, devenida a menos pero
no acabada.
Como
asegura Hobsbawm (y tratando de establecer un criterio de nacionalismo), en la
búsqueda del nacionalismo, en esa cultura nacional, se intentan formar
identidades de país a las cuales debieran de sumarse las porciones regionales,
culturales y políticas como parte del conjunto y en búsqueda de una autonomía
territorial que le demuestre al mundo el equilibrio nacional.
No
obstante, y dando este panorama de la raíz del nacionalismo y de la esencia
misma del pensamiento que despierta por medio de su interpretación más moderna,
podemos decir que en nuestro específico caso de Malvinas, la junta militar
pensó la sociedad desde un proceso verticalista desde arriba y sin tener en
cuenta las necesidades e intereses de los de abajo. Por otro lado, ante la
disparidad específica de intereses (de una clase y otra) ese nacionalismo no
llega a proponer una homogeneidad productiva y uniforme. En primera medida, no
todos estaban de acuerdo y, en ese caso, la situación del económico – social
del país no tenía un rumbo fijo.
Por
otro lado, los errores de construcción de las ideas, del pasado y de los
pensamientos, encontraron una clara resistencia en las izquierdas y comunistas,
pero además, en el común de la gente que no participaba activamente de la
política y que, a pesar de todo, no tenía trabajo y le costaba cada vez más
llegar a fin de mes.
Si
hablamos de un pueblo soberano, hasta ese momento ajeno o confuso e incluso
enojado con el gobierno militar, ¿de qué forma se puede establecer que la
reacción a la guerra de Malvinas pueda ser netamente positiva?
La
respuesta a la pregunta se sitúa en que el “proto nacionalismo malvinense” que
Galtieri pergeñó para desviar la atención tenía una falencia muy importante: si
no se ganaba la guerra, podía generar multitudinarios rechazos.
Desde
ese punto de vista, no se hubo de analizar en aquel entonces, cuáles eran
realmente las necesidades del pueblo argentino, como sí lo habían hecho sin
embargo líderes ultra nacionalistas de derecha en la Europa de las guerras.
Así, sostener ese poder, infiere en la prédica de un sostén que pendía de un
hilo constantemente. Claramente se ejerció un probable error de construcción
que habrá que ver al final de este trabajo si es compatible o no con la
situación Malvinas.
“Finalmente,
y como siempre, hay que hacer una advertencia. Sabemos demasiado poco sobre lo
que ocurrió, o, para el caso, sobre lo que todavía ocurre en el cerebro de la
mayoría de los hombres y las mujeres relativamente incapaces de expresarse, y
por este motivo no podemos hablar con confianza de lo que piensan y sienten en
relación con las nacionalidades y los estados-nación que reclaman su lealtad”. [4]
El nacionalismo y el
autoritarismo en la historia de Malvinas
Mirando
hacia la causa Malvinas, pero sin dejar nuestro pasado identitario como
individuos de un mismo territorio, no podríamos pasar por alto que en las más
de las veces la política argentina se rigió históricamente por el autoritarismo
de sus líderes.
No
solamente se buscaba un mecanismo de adhesión, sino también un diálogo de
clases sociales que permitiera equilibrar un proyecto de país. Desde ese punto
de vista, nada ni nadie pudo omitir que a veces el diálogo se tornara
unidireccional (hacia una clase en particular) y lineal. Esto generaba, por
supuesto, que los engranajes de adhesión necesitaran de otras piezas menos
consensuadas.
Rosana
Guber argumenta que la causa Malvinas se vuelve un canal mediante el cual el
nacionalismo trató de imprimir un significado y una justificación a los
individuos de nuestro territorio a modo de hacer olvidar las penas y recuperar
las esperanzas.
Este
proto nacionalismo con sus cimientos puestos en Malvinas, venía a reconstruir
una relación político – social entre individuos que comenzaban a mostrarse
contrarios al gobierno militar. Desde ese punto de vista, la elocuente
imposición de la “recuperación del archipiélago” se presentaba (quizás
falsamente) como un consenso con la sociedad. “Ese consenso provenía de la
militarización de la sociedad civil presa de una “patología política y
cultural”, esto es, de “cierto tipo de síndrome autoritario, en gran medida
inconsciente”” [5]
Como
dice Rosana Guber, basar la Nación como símbolo moderno debe responder a una
concepción social mucho más importante, en donde la clasificación genera como
resultado un símbolo de identidad diversamente promovida. Dentro de ese
contexto, Malvinas ocupa en su época el símbolo momentáneo de esa identidad,
que serviría en la teoría como puntapié para la reacomodación de la relación
Galtieri - Dictadura – Pueblo.
La
diversa cantidad de textos escritos a cerca de las Islas Malvinas, desde la
época rosista, en adelante, por historiadores de la talla de Groussac o
Irazusta, nos muestran un pasado con ciertas dicotomías tendenciosas a la hora
de esbozar un contenido objetivo. Algunos, dependiendo del carácter de su
ideología, hablaban en favor o en contra de la recuperación de las Islas.
Desde
esa visión, la causa fue quedando despojada y gris, pasando al común de la
gente como un tema carente de la importancia suficiente. Así las cosas, con el
peronismo y durante la presidencia de Illia, la visión general de los
argentinos fue tomando otra forma también a base de un hecho puntual que
tuviera de protagonistas a jóvenes auto denominados “Revolución argentina” y
que ocurriera el 8 de octubre de 1966: “18 jóvenes de entre 18 y 35 años habían
desviado un DC-4 de la línea aérea estatal, en vuelo regular a la Patagonia,
hacia Port Stanley, la capital malvinense (Así, 8 de octubre, 1966). Los 17
hombres y la mujer que integraban el “Operativo Cóndor”, simpatizantes del
nacionalismo de derecha algunos, y del peronismo todos, obligaron al comandante
de la nave a aterrizar en la pista de carreras hípicas de Stanley, a la que los
comandos bautizaron “Aeropuerto Antonio Rivero”; distribuyeron panfletos
explicando la operación, plantaron siete banderas argentinas, re denominaron a
Port Stanley “Puerto Rivero”, y fueron rodeados por curiosos e infantes de
marina”. [6]
El
hecho puntualmente culminaría con los argentinos expulsados y juzgados, ya que
las FF. AA. consideraban que eran ellos a quienes les correspondía saldar esas
deudas y no a grupos subversivos que actuaran en contra de la ley.
Para
1966 entonces, las Islas Malvinas pertenecían a un pasado de lucha política que
ni siquiera estaba enmarcado dentro de la enseñanza escolar. Si bien, para esa
altura, ya eran un símbolo de propensas posturas ideológicas que le daban por
cierto un valor agregado a su significante.
Ya
con Galtieri en el poder y como la cabeza de la tercera junta de gobierno
militar, la relación con la sociedad se tornaba indescifrable.
Los
principales partidos políticos (UCR, Justicialismo, Demócratas, Intransigente)
habían cobrado importancia nuevamente. Ante los desfalcos económicos, el
recalentamiento de la economía, la división de Unión Industrial, la crisis
educativa por el estancamiento del PBI, la inflación y el clima casi adverso
que se había instaurado en la opinión pública, emergían dos cuestiones que se
podían leer entre líneas de los diarios más poderosos: que Galtieri no quería
abandonar el poder y que estaba dispuesto incluso a dirimirlo en un ámbito
democrático.
En
ese orden, los diarios de la época reflejaban las reuniones que el líder de la
junta mantenía con diversos actores de la política, escuchando reclamos y
pedidos de elecciones prontas, quizás como previo paso a su actividad política.
Pero
Galtieri sabía que su posición era ampliamente resistida y que, por supuesto,
no contaba con ese afecto necesario y resultante del equilibrio de las masas.
Sin
embargo, también había que operar en un sentido. No se podía sostener ni la
situación social de la Argentina ni se podía imponer la figura de un líder deformado.
Por lo tanto, había que operar en un sentido y en un orden. Había que construir
lo más pronto posible una figura dominante y había que dotar de cierta
publicidad positiva al proceso militar instaurado en marzo de 1976.
Agotado
el recurso del mundial de fútbol de 1978, y con una disputa por Malvinas “in
crescendo”, la apuesta fue subiendo en una vorágine diaria imparable para
líderes de aparentes carencias académicas en cuanto a la construcción del poder
y de la sociedad.
A
pesar de esto, y con el aparato publicitario a su favor, Galtieri se proponía a
la vista de todos como la única opción potable para terminar con un conflicto
que databa de años sin resoluciones.
Así,
los titulares de los diarios se volvían cada vez más grandes y llamativos. El nombre
Malvinas pasó de un pequeño recuadro a un encabezado diariamente ocupado. El
mecanismo funcionaba de la siguiente forma: nunca se habló de proceso militar,
sino de un gobierno y un presidente. No había otra definición para la causa
Malvinas que no fuera la de “usurpadores” y “usurpados”, que el gobierno
británico no dejaba otra posibilidad a la Argentina que la de recuperar las
Islas y que deliberadamente el gobierno argentino contaba con el consenso de
grandes aliados como Estados Unidos. Nada de esto hubiera servido si, en la
medida de las posibilidades, la entidad de “lo nacional” no hubiera acompañado
la cuestión. En tal sentido, la prohibición de música inglesa, la nueva
visualización de los símbolos patrios y los colores, las publicidades del “buen
argentino” incluyendo a grandes personalidades del ambiente artístico y la
participación de ciertos sectores de los partidos políticos promovieron una
escalada más productiva.
En
esa operación se trataba de demostrar que las Islas Malvinas respondían a un
sentimiento único y acabado de nuestra identidad como argentinos. Además, se le
dio a la causa la connotación de un robo perpetuado por uno de los militarismos
más grandes del mundo. Pero por sobre todo se jugó con la posibilidad de que
Argentina contaba entre sus individuos con personas de amplias capacidades de
estrategia militar.
De
esta forma, el 2 de abril de 1982, la multitud de personas mancomunadas en la
Plaza de mayo escuchó a Galtieri esbozar su famosa frase “si quieren venir que
vengan, les presentaremos batalla” en su anuncio de desembarco del ejército
argentino en las Islas.
“La
situación del gobierno militar había dado una vuelta de campana. Del
aislamiento casi absoluto en que se encontraba a fines de marzo, saltó a un
diálogo fluido con los políticos, a los que solía denostar en 1976.
Ese
acortamiento de distancias dejó a mano una posibilidad inédita: trabajar con
los dirigentes de los partidos para que estos se convirtieran en portavoces de
la legitimidad de la acción argentina en las Malvinas ante la comunidad
internacional, que había reaccionado duramente frente al desembarco” [7]
Teniendo
en cuenta que el 30 de marzo (dos días antes del discurso de Galtieri) se había
producido una masiva movilización que pedía “pan y trabajo” y que había sido
respondida con una feroz represión, no se entendía el viraje que se había dado
entre un clima y otro.
Los
mismo policía que habían reprimido la movilización, estaban en la misma plaza,
sonrientes y bondadosos con la misma sociedad reprimida.
Este
caso puntual y particular, muestra a las claras la desesperada búsqueda de la
junta militar de poner en marcha un plan que despertaría dos diálogos de
grandeza: el de la figura de Galtieri y el de la sociedad que lo conflictuaba.
“El
ingreso a la arena pública de la sociedad civil argentina y extranjera
residente en el país fue masivo, arrasador y entusiasta. La fuerza de la
reivindicación se expresaba en distintas formas e intensidades. Donaciones de
dinero, metales preciosos, productos elaborados y envasados, trabajo no
remunerado y sangre (Guber 2001/2012). Unos escribían cartas al exterior para
justificar la medida argentina; otros marchaban por las calles céntricas de
cada localidad al son de bocinas y el blandir de banderitas argentinas; los
escolares escribían cartas a los soldados y los extranjeros se proclamaban
pro-malvineros”. [8]
A
modo de nota al pie, debemos corresponder que si bien la causa Malvinas se
reivindicaba en el común de los individuos, aún no se escuchaba una
reivindicación del proceso militar.
Como
asegura Guber, cien años de reivindicación del archipiélago quedaron sesgados
ante la desvalida embestida argentina de 1982, dejando obsoletos todo tipo de
reclamos. Ahora, para el pueblo, para la política, para el individuo no quedaba
otra opción que recuperar Malvinas. En ese contexto, las madres de Plaza de
mayo esbozaban “las Malvinas son argentinas y los desaparecidos también.
De
esta forma el contexto internacional no olvidaba que la situación en Argentina
no operaba dentro de los parámetros normales. Cuando los diarios titulaban que
los enviados de potencias como Estados Unidos operaban como mediadores de la
paz, en realidad omitían exponer la real versión de los hechos.
En
tal medida, el embajador de los Estados Unidos, Haig, envía un cable a su país diciendo
que “Mientras se acerca la flota británica, el público argentino se torna más aprehensivo.
El gobierno intenta contrarrestar eso con una propaganda que enfatiza la fuerza
de sus fuerzas armadas y ventajas logísticas y estratégicas. Sin embargo,
muchos argentinos tienen sus esperanzas fijas en la mediación de Estados Unidos
más que en la potencia de sus hombres y armas. El pueblo argentino está
convencido de que su causa es justa. Si la mediación falla, ellos probablemente
apoyarán al gobierno en caso de una confrontación militar. Lo que es más,
creemos que las fuerzas armadas son un formidable oponente (…) Muchos, incluso,
piensan que el gobierno ha sido torpe y que subestimó la reacción del Reino
Unido y la internacional (…) Algunos argentinos, particularmente los políticos
y líderes sindicales, creen que todo el episodio fue orquestado por el gobierno
militar. Más allá de que esta acusación sea cierta o no, el hecho es que ese
potencial malestar sobre la situación social fue ahogado en una ola de
patriotismo en la medida en que la Nación fue puesta en pie de guerra” [9]
En
este cable se muestra a las claras la posición, no solamente internacional,
sino de la máxima potencia hasta ese momento. No estaba dando cuenta de una
mera transcripción informativa, sino que daba la proporción de un clima endeble
capaz de virar nuevamente hacia cuestionamientos y masivos reproches y
enfrentamientos entre la sociedad y los militares.
En
tal medida, la formulación de que las FF. AA eran un “formidable rival” también
demuestra el interés político que existía desde la potencia norteamericana
respecto de nuestro territorio. Por tal motivo, ya se dejaba entrever la
posibilidad de que un triunfo en el archipiélago hiciera insustituible la
figura de Galtieri en el poder.
Ese
“formidable rival” como lo llamara el embajador, tenía su asidero en la
construcción de un neo autoritarismo argentino que trataba de jugar
indefectiblemente entre una construcción del orden social y la clara tendencia
de reprimenda ideológica. A través de un Estado burocrático – autoritario que
provenía de procesos militares anteriores, se proponía regir, desde una visión
más “argentinizada” a las entidades gremiales, a la economía y a la política,
es decir, administrar las bases de la Argentina de aquellos años.
Así,
Estados Unidos también se encontraba en una doble problemática: apoyar la causa
del gobierno militar al que ellos mismos habían sostenido, o bien brindar el
apoyo necesario a sus aliados históricos. El conflicto se había vuelto
internacional.
“El
Estado burocrático-autoritario o autoritarismo con modernización sirvió de
garante y organizador de la dominación a través de una estructura de clases
subordinada a las fracciones más altas de la burguesía transnacional y
oligopólica. Encabezada por instituciones coercitivas –las Fuerzas Armadas– y
por sectores de la burguesía que aspiraban a “normalizar” la economía, este
Estado buscó restaurar el “orden social” superando las tensiones resultantes
del colapso del gobierno de Perón, manifiestas en un sector popular
políticamente activado integrado por las clases medias y trabajadoras, y por
una burguesía nacional concebida desde el poder como “ineficiente”. [10]
Ante
las diferentes crisis políticas que se vivieron en el territorio, este nuevo
formato de dominio y liderazgo emergía (incluso apoyado por ciertos sectores)
como una amplia forma de recuperar el orden y en consecuencia el progreso.
Pero
en un país que se había regido por un sistema político que respondía a
administraciones que promovían nexos con la población mediante un sistema de
elecciones, estos gobiernos autoritarios en general, pero el de Galtieri en
particular, cometieron el error de librar al azar la construcción de un ser
nacional que no era concebido de la misma forma por todos.
Así,
la “causa nacional de Malvinas” muta indefectiblemente por distintas etapas. La
de un desinterés en el tiempo, la de un exacerbado nacionalismo y la de una
triste derrota.
En
tal medida, hablar de Malvinas como la unión de todos los argentinos, era
encender la llama de una potencial y estrepitosa caída. La junta creyó imprimir
de un sentido el vacío nacionalista que el pueblo argentino sentía, pero además
creyó encausar este autoritarismo hacia una racionalización popular, lo cual no
es lo mismo que una base de identidad. Por lo tanto, lo nacional seguía
tornándose débil para sostener un poder tan amplio y a la vez cuestionable.
Para
Vicente Palermo, la búsqueda de un significante o de un objeto en Malvinas debe
responder a cierta unidad. “Esa búsqueda de unidad cobra la forma de un impulso
a veces incontenible dentro del unanimismo y un anhelo de uniformidad”. [11]
Hablar
de una unidad dentro de una sociedad que se volvía extremadamente imprevisible,
responde a la idea de que lo abstracto (y lo mental) suele ser indescifrable.
Si se tiene en cuenta que hasta ese momento no existía un plan de lenta cocción
sobre la recuperación de Malvinas, la visión de Palermo responde a ese
concepto.
La
diversidad de pensamientos e ideologías que hasta ese momento existían, habían
sido demostradas en la antesala de lo que fuera Malvinas: el mundial de 1978.
Mientras las madres marchaban, millones de argentinos festejaban los goles de
Kempes sin recordar que la Argentina se volvía un barco que se hundía. Por otro
lado, con la finalización del evento deportivo, el síndrome de la tristeza post
nacionalismo exacerbado debería de haber funcionado como un parámetro de
estudio para cualquiera que quisiera erigirse en líder indiscutible.
Teniendo
en cuenta que en la sociedad argentina cualquier causa enarbolada por los
medios se rige por esencias discursivas cuasi deportivas que conllevan fuertes
discusiones verbales, cualquier fracaso ha sobrellevado a un rápido
desentendimiento de lealtades y a efervescencias masivas y contrarias. Por lo
tanto el “nacionalismo” argentino nunca ha sido objeto definitivo de unidad, ni
de identidad, ni mucho menos de pertenencia. Sea en la política o en el
deporte, en un asesinato o en un conflicto equis, romper con las falsas
expectativas, en nuestra sociedad al menos, significa romper un contrato de
lealtad.
Según
Palermo, Malvinas se proponía como la causa imperante y la única capaz de
romper con ese personalismo sectorizado de la sociedad y lograr la homogeneidad
de la Nación.
Malvinas
“Torna verosímil, en un perpetuo presente, el unanimismo; en lenguaje
nacionalista podríamos decir que Malvinas indica el camino: si los argentinos
estuviésemos en todo unidos como lo estamos en Malvinas, entonces a la Argentina
le iría bien”. [12]
Desde
el punto de vista “nacionalista” que expone el autor, hablamos de un ser
nacional que busca en lo externo su probable causal de irrefrenables males que
hacen de sus vidas una deformación de lo que debiera ser ideal y de lo que debiera
ser real. Si falta el trabajo es culpa del imperio, más no de nuestras propias
construcciones.
Visto
y considerando esta posición, Palermo enfatiza un poco más la realidad de esa
búsqueda nacionalista por parte de la dictadura: Malvinas debe unificar y debe
perpetuar. Inglaterra es la causa de nuestros males y aquellos aliados de la
gran potencia deberán sumirse a las fuerzas armadas argentinas. El significante
se torna más espeso. Los argentinos fuimos usurpados, despojados y robados por
un factor externo que nos ubica en las líneas de víctimas del imperio.
Por
tanto, hablar de un nacionalismo por parte de los nacionalistas en un infundado
pueblo de difusos pensamientos afines, es propio de una probabilidad de error
muy importante y que puede haber afectado de forma directa al estrepitoso final
de la última junta militar.
En
la medida de lo expuesto, las Islas Malvinas pueden haber significado (quizás
hasta hoy incluso) el conjunto de todos esos nacionalismos que componen el
suelo argentino.
En
una sintonía crítica, León Rozitchner aborda filosófica y políticamente lo que
sería ese complejo diálogo entre la dictadura, la sociedad y, ahora sí, las
Islas Malvinas como objeto de legitimidad.
“Creemos
que ese desenlace, imprevisible en los términos precisos en los cuales se
desarrolló, no es solo fruto del azar; por el contrario, esta guerra “limpia”
constituyó la prolongación de aquella otra guerra “sucia” que la requirió”. [13]
Desde
el léxico propio del autor, el juego de términos denota claramente el accionar
de la junta militar. Por un lado, la guerra de Malvinas sería un mecanismo de
distracción, pero por el otro, la continuación de una causa que ya se
visualizaba perdida, con conflictos socio – políticos violentos hacia el
interior del territorio.
Desde
ese punto de partida, tratar de fundar un “nacionalismo argentino” era una
tarea casi inalcanzable.
Sin
embargo, la imagen de la Plaza festejando y vivando la soberanía, el desembarco
y cantando el himno con Galtieri, responde a un momento único y complejamente
descifrable. Era muy difícil personalizarse en la crítica despiadada hacia la
guerra de Malvinas (ahora la causa común del soberano nacionalista) y no ser atascado
o bien tildado de anti nacionalista.
Por
otro lado, la opinión pública no reparaba en que había que matar ingleses,
mientras la mayoría de los soldados entendía con enérgica alegría que la “causa
nacional” valía la gloriosa lucha en detrimento de su propia vida.
Algunos
individuos de la política optaban por manifestar su repudio a la lucha armada,
aunque no podían dejar de enmarcarse en un apoyo voluntario, pues no quedaba
otra opción. El ejemplo más claro lo marcan los músicos de rock, en completo
desacuerdo con el conflicto pero solidarizados en un recital masivo y solidario
por los soldados de Malvinas, pero con síntomas de estafa estatal al pueblo y
mentiras despiadadas. Así y todo, se seguía multiplicando el nacionalismo,
ahora voluntario.
Científicamente
hablando, Rozitchner hace hincapié en una falacia mediante la cual se critica
el origen legítimo de la junta militar, por lo tanto todo aquello que se
promovía desde la misma. Incluso va más allá y confirma que mediante el
conflicto bélico “el enemigo pasa a ser los Estados Unidos e Inglaterra y,
secundariamente, la junta militar” [14]
Desde
ese lugar, la intolerancia se transforma en tolerancia y la junta se vuelve el
mal menor. Por lo tanto, desde el aparato psíquico se produce un giro de
acuerdo a los intereses momentáneos de la sociedad de ese entonces. Con ese
sistema (publicitario, elocuente e inesperado) Malvinas expande algo que se
mantenía limitado para el gobierno militar: el tiempo. Eso que la justicia
popular, la realmente valedera en los territorios que se habiten, siempre debía
ajustar.
Con
esta justicia popular mediante y con un nacionalismo creado en efecto, las
Islas Malvinas ya no eran la causa de los militares, eran la causa de la
sociedad. Por lo tanto, todo mal que repercutiera en la opinión pública
provocaría reacciones inversas y conflictos irreparables. Entonces… Había que
mentir. Había que seguir nacionalizando al individuo. No se podía decir la
verdad del conflicto.
Dentro
de esa mentira incongruente y con tendencia al fracaso, el imaginario de la
sociedad formula una transacción inesperada. Reconocer el valor del ejército
(dentro de este nacionalismo incipientemente malvinense) a la hora del
desembarco y posteriormente apoyar la causa, implicaba también generar una
transacción que, dicho sea de paso, le hubiera conferido la legitimidad a las
barbaries acometidas por las distintas juntas.
En
aquel tiempo, la visión de la sociedad se vuelve difusa por esos días. Darle un
significante a la causa Malvinas olvidando momentáneamente los desfalcos
anteriores necesita de un rígido apunte cualitativo.
Un
punto de vista del autor refiere a la situación de las Madres de Plaza de mayo.
Quizás como un paréntesis en el desarrollo, las Madres no desatendían a la
causa Malvinas, pero tampoco olvidaban a los desaparecidos. Desde ese lugar, la
Historia se mantiene viva y la nacionalidad permite el recuerdo sin olvidar el
presente. No abandonar la causa por la superposición de otra implicaba el doble
de esfuerzo y el doble de instrumentación del esfuerzo. No olvidar conllevaba
una gran posibilidad de sostener el reclamo, incluso internacionalmente.
Y
ese reclamo tenía que ver con una postura de victimización y defensa de un
territorio que por añadidura nos correspondía. Y en ese reclamo se resuelven
también los intereses de todas las clases, como los llama Rozitchner, los
“justos intereses populares”.
“Los
“justos intereses populares” no debieran hacernos cambiar las categorías que
nos permitan comprender la realidad que lleve a facilitar su realización. Y
estamos en que la guerra, es cierto, parte de una paradoja: no es el atacante
quien la desencadena, sino el defensor”. [15]
En
tal caso, utilizando la referencia citada, debemos dar consenso a esta
apreciación salvaguardando que un conflicto dormido y llevado a los terrenos de
la diplomacia política como fuera el caso de Arturo Illia durante su
presidencia, permite entender la teoría del defensor que ataca. Nadie esperaba
en lo inmediato que se tomara semejante postura, sino que muchos suponían que
la situación no rompería los límites de lo razonable.
Por
otro lado, el nacionalismo endeble fundó ilusiones mentirosas con deseos
exacerbados de triunfalismo. Muchos supusieron que, ante el desembarco, no
existirían represalias de Inglaterra. Bajo ese precepto, ya contaban con el
antecedente de haber desaparecido a miles de personas y gozar de buena salud.
Excepto
por ciertos políticos extranjeros que entendían la causa como imprevisible,
dadas las características de la relación sociedad – Galtieri.
El discurso del paso en
falso
Sería
justo hacer mención a que en las batallas discursivas acerca de lo que
significaba Malvinas para ambos países, encontramos un punto de unión para
lograr comprender el envalentonamiento necesario por parte de ambos.
Tanto
la Argentina gobernada por Galtieri como la Inglaterra gobernada por Margaret
Thatcher, tenían graves problemas económicos y sociales que los hacían
impopulares. En tal medida, era casi incuestionable que ninguno de los dos
países se podía dar el lujo de perder una oportunidad única para desviar la
atención de la opinión pública.
En
ese contexto, la exaltación de Galtieri y la construcción nacionalista de la
que veníamos dando cuenta, tiene su pertinente resumen en el discurso del 2 de
abril de 1982 en donde el dictador hace un traslado de su decisión a las
personas reunidas en la plaza: “Los tres Comandantes en Jefe, Comandante de la
Fuerza Aérea Argentina, Comandante en Jefe de la Armada Nacional y el que les
habla, no hemos hecho otra cosa que interpretar el sentimiento del pueblo
argentino que está acá y en toda la república. Estoy seguro… Estoy seguro que
cada uno de Uds., hombres, mujeres, la gran juventud argentina y la niñez está
sintiendo como yo alegría y tremenda emoción por este acto argentino” [16]
Mientras
tanto, periodistas como Mariano Grondona afirmaban que “la Nación renació en
medio de una gran crisis (…) hoy nos sentimos otra vez los miembros de una gran
comunidad. El sentido de integridad se ha recuperado (…) La Argentina ha
encontrado su bandera”. [17]
Asimismo,
en su vuelo hacia las Islas Malvinas del 22 de abril de 1982, Galtieri pregona
una política exterior mediante la cual, por medio de una diplomacia pensada y
sostenida a través de los años, legitima el desembarco en las Islas como el fracaso
de ese proceso y la irresolución del mismo.
No
perderá el tiempo en exacerbar el discurso en contra de Inglaterra al admitir
que “la celeste y la blanca no será arriada de Malvinas. Si eso sucede, será
porque no quedan argentinos vivos… (…) No tengo ninguna duda de la
responsabilidad que he asumido. No solamente para con la juventud, la
muchachada de hoy sino con las venideras. Asumo la responsabilidad plenamente y
se trasladar en el tiempo lo que significa la responsabilidad de hoy”. [18]
En
consonancia con lo que establecíamos sobre el proto nacionalismo de los
símbolos, Galtieri ofrece bajo la responsabilidad de su mando el sostén de una
bandera nacional a costa de una batalla que, en la medida de lo justo, se
notaba improvisada. Así lo manifestó el general Menéndez treinta años después
de la guerra ante un canal de televisión: “Me pidieron si yo podía resumir lo
que pensaba respecto a la guerra. Y yo dije improvisación e imprevisión. Que es
lo más grave cuando uno va a la guerra. Es que las predicciones que se habían
hecho con el ministro de relaciones exteriores y su equipo (el doctor Costa
Méndez) eran totalmente distintas a lo que después sucedió. No se había pensado
en la alternativa de la guerra sino de dotar un contingente menor para respaldarme
a mí como gobernador. No se pudo evitar el desembarco de fuerzas inglesas que
después demostraron ser superiores porque disponían de medios distintos a los
nuestros”. [19]
Ante
tal información, las formas de activación espiritual suplieron la carencia de
determinadas características militares que respondían a la de un país pacífico
que no tenía entre sus libretos participar en una guerra. Para peor, la gesta
militar daba señales de tenerlo mucho menos.
Haciendo
caso omiso del tipo de sociedad que gobernaba, el presidente de facto aseguraba
estar dispuesto a derramar la sangre de 4000 o 40000 argentinos más para
sostener su belicidad en las islas.
Casi
en consonancia (y en respuesta a un periodista inglés) Galtieri afirmaría que
“no voy a hacer un repaso de los hechos históricos que llevaron a que Argentina
tome la decisión que tomó en el mes de abril. Ustedes las conocen bien.
Mientras hay diálogo en canales de comunicación entre ambos gobiernos siempre
hay posibilidad de lograr una solución honorable para ambas partes. La
República Argentina tiene vocación de llegar a una solución. Sin embargo si la
gran Bretaña sigue usando con mayor intensidad sus medios militares, Argentina
está espiritualmente y militarmente para responder”. [20]
Lo
que quizás Galtieri no comprendía hasta ese momento era que la misma debilidad
política que lo había llevado a semejante declaración representaba lo mismo en
para Margaret Thatcher.
A
pesar de esta imprevisibilidad, a los efectos de lo que la junta venía
construyendo ante el pueblo, el simbolismo de su discurso comenzaba a suplir de
contenido el vacío en torno a una sociedad resignada pero a la vez ávida de una
ductilidad de reacciones propias que la llevaría a vitorear al presidente de
facto.
Ni
siquiera sería potable afirmar que, ante la inminencia de los hechos, la
justificación del desembarco tuviera una dosis de verdad y lealtad hacia el
individuo argentino, siendo esta reclamada en cada uno de los discursos que el
dictador esgrimió ante los micrófonos.
Por
tal motivo la función de los diarios de mayor tiraje “se orientó a configurar
una realidad manipulada de la guerra, que satisfacía la necesidad de triunfo
del lector argentino. Los medios se convirtieron en el sostén del ideario
reivindicatorio/triunfalista y para ello se fundamentaron en ambas categorías
retóricas”. [21]
En
esa carencia científica y analítica de las circunstancias de la recuperación de
las Islas, se atiene la visión de que nunca estuvo en los planes argentinos que
Inglaterra pudiera responder de la misma manera. Y a tales efectos se ubica la
justificación de Galtieri unas cuantas horas después de su discurso del 2 de
abril.
“La
argentina mantiene su libertad de acción para satisfacer los intereses de la
Nación argentina y el honor nacional que no será negociado. Yo expresé en
nombre de la junta militar lo que realmente este pueblo siente con su hidalguía
nacional. Dialogar, negociar con las autoridades de Gran Bretaña esta
problemática hoy presentada. Que no es presentada hoy. 150 años de un despojo
hecho por la fuerza por Gran Bretaña que hoy no puede avalar diciendo que es un
desprendimiento por la fuerza porque la fuerza la implementó Gran Bretaña en
1833. Además las Naciones Unidas han sugerido y aconsejado a ambas naciones
llegar a una solución diplomática sobre las islas en sus espacios australes (…)
donde ha habido una natural disposición a postergar naturalmente la solución
del problema. Nadie puede hoy internacionalmente aducir que Argentina no ha
tenido la prudencia ni la paciencia necesaria para negociar internacionalmente
este problema (…) El gobierno argentino está dispuesto a dialogar sobre bases
ciertas de los hechos producidos. Pero de ninguna manera la Nación argentina (su
pueblo) que estoy seguro que nos acompaña, ha de aceptar presiones militares
navales aéreas o terrestres para intimar una claudicación a los derechos que
siente y vibra en cada uno de los habitantes de la Nación argentina”. [22]
Hasta
aquí, la dictadura sostuvo bajo el dogma de sus uniformes e imposiciones un
discurso nacionalista que no era concebido en la práctica. No por la falta de
espíritu por parte de los combatientes o de un pueblo que se volvía cada día
más “argentino”, sino por la falta de previsionalidad, de estrategia y de un
esbozo nacional que duró como la misma cantidad de tiempo que durara la
mentira: hasta el final de la guerra de Malvinas. Ese discurso daba cuenta de
una jugada al límite de las consecuencias. Especulada y maniobrada sin pensar.
Hete aquí el desenlace cruento, final y solitario. El imperio del que tanto nos
habían hablado había terminado con el sueño de un nacionalismo que ahora estaba
descarriado, desorbitado y casi al borde del knock out. Sin embargo, ese
nacionalismo habría de ofrecer una jugada más. La contra respuesta hacia el
presidente que no encontraba justificación alguna más que la de imponer una
nueva visión de culpables externos.
“Los
pueblos solidarios de América Latina y todos aquellos capaces de olvidar sus
intereses ante el coraje y el sacrificio también los guardarán en su memoria.
Pelearon contra la incomprensión, el menosprecio y la soberbia. Enfrentaron con
más coraje que armamento la abrumadora superioridad de una potencia apoyada por
la tecnología de los EEUU, sorprendentemente enemigos de la argentina y de su
pueblo” [23]
Galtieri
intentó por última vez en su discurso de rendición, desviar la atención hacia
una justicia en favor de la víctima que se había convertido en victimaria para
el escenario internacional.
Conclusión
Me
resultó interesante remarcar el momento en que por primera vez se puso ante mis
ojos la imagen de una Argentina extraña. Esas dos fotos mentales de un Galtieri
exaltado y dos meses después insultado. Y a riesgo de quedar impropio, en lo
primero que pensé fue que sobre las bases de nuestra construcción como
sociedad, existen una serie de valoraciones para las cuales solemos
preguntarnos de qué forma llegamos a un momento exacto en el tiempo y casi sin
darnos cuenta.
En
un rápido repaso, Malvinas representó luego de este trabajo la misma sensación.
Bajo una escalada de hechos en los que se intrincaban la soberanía y la
nacionalidad con las mentalidades del momento, cuesta no entender de qué forma
se desencadenaron los hechos y sin tener en cuenta los atenuantes que los
volvían un accionar irresponsable. Por ejemplo los diarios de mayor tiraje, que
en la sucesión de páginas una tras otra mostraban claramente la estrategia de
exacerbación de la opinión pública respecto de Malvinas.
La
sociedad estaba sobrecargada de pretextos y resignaciones, de movilidades
sociales y economías endeudas, desaparecidos y ocultamientos, miedo e
incertidumbre. Y bajo el ala de ese conjunto, y con el cuestionamiento de la
clase militar y gobernante, la construcción de una nacionalidad en torno a
Malvinas cumplió el rol buscado. Imponer nuevos liderazgos de gobierno y nuevos
ideales reconfortantes. Pero ante la falta de previsión lo que los militares,
bajo el signo de Galtieri, no habían analizado, era la falta de compromiso de
supuestos aliados que no lo eran tanto ni los altercados que podría generar un
rotundo fracaso bélico. La misma construcción de ese nacionalismo por Malvinas,
sería la que en el marco de un mismo conjunto actuaría como reproche violento y
pedidos de destitución y Democracia.
A
la luz de los textos analizados y de los discursos de algunos de sus
protagonistas, no puedo hacer caso omiso de ciertas aberraciones que me
permiten confirmar el resultado del reproche que conllevaría a la destitución final.
No
se trató entonces de un nacionalismo de cimientos duros, ni se trató de un
pueblo homogéneo que entendía de una causa llamada Malvinas. Sino más bien, se
trató de la construcción de un discurso basado en el desvío de la atención y la
única e incuestionable posibilidad para el general Galtieri de erigirse como el
líder de una Nación de virajes crueles. De
esta forma, y ante la atónita mirada externa, la incidencia nacionalista jugó
un papel doblemente poderoso.
A
la vez, dicha Nación no gozaba de una simpatía construida a pie de un régimen
de paz. Por el contrario, el terrorismo de Estado, las desapariciones y la
falta de timoneles que pudieran encauzar el barco produjo una desesperada
reacción de amortiguación, envión y salto hacia arriba: la guerra de Malvinas sirvió
para devolverle a la junta su estandarte de visibilidad y liderazgo nacional.
Para
esto, un incipiente y desorganizado nacionalismo trató de imponerse
verticalmente ante la sociedad de entonces. Reproduciendo el himno, imponiendo
la música nacional y recuperando los símbolos del gen argentino. Bajo esa
bandera habría de encumbrarse la defensa de una víctima herida que más tarde
que temprano (y por la falta de previsionalidad) se convertiría a los ojos del
mundo en una victimaria serial.
A
esto responden sin lugar a dudas los aspectos de este trabajo. Encuentro entre
sus resultados la conclusión de que fue la construcción de ese nacionalismo
endeble, repentino y exacerbado el que conllevó a que una Plaza de mayo repleta
de gente cantara el himno y clamara por la guerra, mutando en tan solo dos
meses a un pedido de renuncia de iguales medidas y consecuencias de renuncia.
Por
lo tanto, bajo las esferas del nacionalismo, todo reclamo (sea por guerra o
renuncia) era válido y despojaba de toda culpabilidad a una sociedad a la que
le pasó por delante de sus ojos la construcción de una guerra sin estrategia,
sin liderazgo y sin fundamento.
En
definitiva, ni unos ni otros (y como asegura Rozitchner) nos hicimos cargo, aún
hoy, de las causas y las consecuencias.
Así, la incidencia nacionalista sobre una
sociedad imprevisible fue elaborada, pero también improvisada. Solamente que en
este caso en particular, la finalización negativa del objetivo nacional resultó
ser un arma de doble filo. Algo que por cierto había prevenido hasta el mismo
gobierno de los Estados Unidos ubicado en el centro de la escena y oscilando
como el demonio, entre unos y otros.
De
nada serviría entonces que Galtieri hablara de rendición y exaltara los
triunfos heroicos de chicos que lucharon diezmados. Porque lo peor para esa
mancomunación de personas incidentemente nacionalistas ya estaba dicho. La
palabra derrota era una realidad oculta que había salido a la luz.
Entonces,
el heroísmo patriótico pero también argentino quedó oculto bajo un tendal de individuos
que ya no eran ni homogéneos ni esperanzados. Eran simples personas abatidas
por un imperialismo al que Galtieri seguía culpando bajo la búsqueda de la
respuesta a su derrota. Pero eso ya no serviría demasiado. Para ese
nacionalismo creado a imagen y semejanza mediante los medios gráficos y
televisivos, nada podía explicar el derrotero del desastre.
Ese
proto nacionalismo malvinense como le llama Guber había fallado en los
cimientos de base y se había desmoronado en un abrir y cerrar de ojos. La foto
de Malvinas será para siempre la plaza clamando la destitución de Galtieri de quien
se había creído puertas adentro de las Fuerzas Armadas que era el producto
mejor formado para dirigir la Nación.
Ante
las críticas de su entorno más íntimo dentro de la fuerza y de la de la
sociedad toda, el autoritarismo había vuelto a gobernar y el pueblo ya no lo quería.
Así,
en esa búsqueda nacionalista, y como viéramos con Hobsbawm, el concepto se
vuelve todo lo difuso que el autor recalcaba. No existía en lo real una unión
poblacional, sino más bien la de ciertos individuos en determinado momento y
por una causa improvisada. Entonces la operatividad de los símbolos y la
identidad que se pretendía por parte de una junta desgastada de nada sirvió.
Porque, y a esto nos lleva Vicente Palermo, la mayor parte de nuestra sociedad
no quería a Galtieri. Quería las Malvinas.
Y
aquí me pongo de acuerdo con Rosana Guber a quien citara más arriba. El
autoritarismo se volvió una empresa de búsqueda inconsciente en vistas de la
militarización de una sociedad civil con la cual no existía consenso sino
exigencia.
En
este caso puntual es en donde se dirime la respuesta al derrotero. La exigencia
devuelta era el doble y los resultados insatisfactorios.
Inevitablemente
el proyecto democrático bajo la figura de Galtieri (y que se venía volcando operativamente
en los medios) tuvo un desenlace afín ya que, en cierta medida, la respuesta de
los mismos fue parecida a la de la sociedad. Aquellos titulares que exaltaban
la persona del presidente de la junta, mutaron en la búsqueda decidida de una
renuncia al poder y su consecuente juzgamiento. Se le sumaba también el
atenuante de una palabra que ya había derribado la puerta de entrada:
Democracia.
Es
imposible ingresar en la cabeza de cada uno de los individuos que conformaron
ese momento histórico. Pero sea la salvedad de la mentira también orquestada
por los medios de comunicación la que infrinja satisfactoriamente en favor del
espíritu de los individuos que, sin embargo, a la hora de entregar todo de sí
por la causa no tuvieron reparos. No solo con donaciones, sino también con
cartas que jugaban el rol motivador que tanto le faltaba a las fuerzas armadas.
En consecuencia, la mentira dolió más.
La
creencia de un ciego Galtieri de que el pueblo era la unidad de Malvinas, había
caído en la trampa del liderazgo: la unidad no existió jamás. Malvinas fue
solamente un paso hacia delante sin la medición de las consecuencias.
Por
eso digo que la tosca planificación estratégica no contó con los factores
externos. ¿En qué mente cabía que Estados Unidos pudiera actuar como un aliado
tercermundista? ¿De qué forma un gobierno que pendía de un hilo como el de
Margaret Thatcher podía desaprovechar la oportunidad de recuperar su prestigio?
Se había desatendido entonces hasta la propia reacción de los británicos. Y eso
también era darle demasiado a una sociedad imprevisible, pues el nacionalismo
no era homogéneo. Las distintas capas de la sociedad tenían su propio concepto
del mismo.
Bajo
esta última afirmación, la mentira y la derrota vuelven a formar un todo. Y ese
todo es el que volvió a reunirse en torno a una plaza repleta. No ya para
cantar el himno, sino para cargarle el desastre a los culpables en primera
instancia.
Así,
la guerra sucia volvió al estrado de la opinión, los desaparecidos fueron
recordados y la pobreza económica también. El nacionalismo argentino estaba de
vuelta. No había sido noqueado. Y esta vez el enemigo no era europeo. El
enemigo estaba en casa y totalmente débil. Ahora el nacionalismo operaba en
sentido contrario al que había ordenado Galtieri. Por tal motivo, no hubo
vuelta atrás.
La
burbuja o, como dicen Brugal, Cadenasso y Nuuniten, la prisión informativa
creada por el discurso homogéneo terminó de desvanecerse el 14 de junio de
1982.
Es
curioso incluso pensarlo, pero el mismo proto nacionalismo malvinense, ahora
jugaba como proto nacionalismo anti malvinense. Para la mayor parte de la
sociedad reunida, ahora Malvinas estaba mal. Incluso se revindicaron algunas
voces que habían sido tildadas como anti nacionalistas por el hecho de oponerse
con convicciones a una causa que creían insólita, despiadada y condenada al
fracaso.
En
términos de Rozitchner, la falacia terminó abruptamente. Pero es indispensable
no olvidar que el aval desmedido de la sociedad para con la guerra no había
sido evaluado verdaderamente.
Entonces
la incidencia nacionalista dio lugar dentro de una sociedad imprevisible a un
conjunto de actitudes, movilizaciones sociales, pensamientos, manifestaciones y
decisiones que en todo caso acataron, impusieron y juzgaron los designios de la
guerra. Ya sea acompañando desmedidamente, solidarizándose o bien activando las
renuncias de los claros culpables de la escena del crimen.
Es
difícil juzgar a una sociedad entera como partícipe de este conflicto en
particular. Como dijera un poco más arriba, es muy difícil ingresar en la
cabeza de cada individuo. Y es casi imposible cuando en medio de esto la
solidaridad de esa misma sociedad influye para que el frío de Malvinas no fuera
mucho más y la compañía no tan lejana.
Por
tal motivo, los culpables estuvieron de un solo lado: el militar, pero la
incidencia nacionalista que estos habían exacerbado (entendiendo que ese
nacionalismo se dio en la guerra como en el fútbol) fue en todo caso la que
subió el tono del discurso de Galtieri y los suyos legitimados por el clamor
popular y las señales positivas hacia Malvinas. Y aquí me detengo y hago una
salvedad que me parece pertinente recordar a riesgo de ser reiterativo: las
señales positivas eran hacia Malvinas y no hacia Galtieri. Gritar su nombre no
era a mi modo de ver y según lo analizado un apoyo al dictador, sino una
incidencia nacionalista y momentánea. Y eso tampoco fue previsto por la junta.
No
quiero omitir decir que esto no es un juicio de valor. Sino la interpretación
de un momento en el tiempo. En todo caso debemos responder a lo que nos
corresponda como individuos de nuestra sociedad.
Ante
los resultados a la vista, aquello que intensificaba Galtieri como la emoción
de la “muchachada y la niñez” no fue más que eso. Una emoción en consonancia a
una mentira, a una profunda cultura “nacionalista” que siempre fue construida
por fuera de lo que el término refiere verdaderamente. Y esto implica intereses
y necesidades reales y no ficcionadas como la de una guerra inconducente.
Por
ese motivo también existe una falla de antemano. La incidencia nacionalista
debe ser entendida como la incidencia de las emociones. Porque en realidad, la
gente que se presentó en la Plaza de mayo a manifestar su apoyo y su enojo, fue
guiada por una emoción hacia los hechos por lo que tanto los medios de
comunicación, la junta militar y los operadores del tiempo habían trabajado de
forma paralela.
No
quedan dudas que estas influencias siempre están presentes. Nunca dejaron de
existir. Es allí en donde si uno quisiera ser extremadamente crítico, podemos
encontrar un hueco para juzgar el accionar de la sociedad. Es muy interesante
pensar que siempre caemos en la misma trampa.
Al
contrario de esto, también es interesante decir que los actores sociales que
formalizaron la guerra de Malvinas también son parte de la misma trampa que
impone la sociedad.
Porque
según lo descrito por los autores analizados, la sociedad es una masa
imprevisible. Difícil de comprender. Y forma parte de una construcción. De una identidad
que no todos sienten de la misma forma.
Así
las cosas, solamente resta por decir que esta sociedad resignada, engañada,
diezmada socialmente y en lo sucesivo destruida anímicamente, incidió de la
forma en que se la construyó. A base de discursos sin contenidos ni
explicaciones pero motivadoramente nacionalistas, de entramados ocultos que muy
pocos se animaron a contar, de titulares desmedidos y de un autoritarismo que
en su último manotazo trató de imponer una forma de entender un nacionalismo a
la medida del momento. Con los diarios escritos, con los múltiples libros,
películas y documentales de Malvinas parece una obviedad esta forma de cerrar.
Pero la causa era un inmenso fracaso y el breve e incipiente nacionalismo por
las Islas no estaba preparado para ello. En definitiva, acorde fue la respuesta
final de la condena nacional.
Bibliografía
PALERMO, Vicente. Sal en las heridas. Las Malvinas en la
cultura argentina contemporánea. Buenos Aires, editorial Sudamericana,
2007.
CARDOSO, Raúl Oscar,
KIRSCHBAUM, Ricardo, VAN DER KOOY, Eduardo. Malvinas.
La trama secreta. Buenos Aires, editorial Sudamericana, 2012.
HOBSBAWN, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780.
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GUBER, Rosana. ¿Nacionalismo y autoritarismo? Algunas
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ROZITCHNER, León. De la guerra sucia a la guerra limpia.
Buenos Aires, editorial CEAL, 1985.
BRUGAL, Vania,
CADENASSO, Enzo, NUUTINEN, Carolina. La
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2001.
Filmografía
ARCHIVO PRISMA. Galtieri en la Plaza de Mayo: “si quieren
venir, que vengan”, 1982. https://www.youtube.com/watch?v=-yoWYqM2lxw&t=606s
15 de octubre de 2015.
ARCHIVO PRISMA. Periodista inglés entrevista mano a mano a
Galtieri, 1982. https://www.youtube.com/watch?v=NdYpEDtBNB8&t=391s.
1 de abril de 2016.
TV PÚBLICA. Archivo histórico: "60 minutos":
Galtieri en Malvinas - 22/04/1982. https://www.youtube.com/watch?v=vXss7SPUnBk&t=2187s
29 de marzo de 2012.
TV PÚBLICA. Archivo histórico: "60 minutos" -
Guerra de Malvinas - Galtieri -
04/04/1982. https://www.youtube.com/watch?v=Ode-4707WgA
23 de marzo de 2012.
TV PÚBLICA. Archivo histórico: Galtieri - Cadena
Nacional - Rendición Malvinas - 15-06-1982 https://www.youtube.com/watch?v=FIpHE7rhTm4&t=571s
26 de marzo de 2012
C5N. C5n - menendez: de la euforia a la derrota | parte 1. https://www.youtube.com/watch?v=3HIL6naXEkY&t=347s
3 de abril de 2012
[5]
GUBER, Rosana. ¿Nacionalismo y autoritarismo? Algunas
lecciones de la experiencia Malvinas. Praxis educativa. UNLPAM. Vol. XVI
2012 N°2, pp 2.
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CARDOSO, Raúl
Oscar, KIRSCHBAUM, Ricardo, VAN DER KOOY, Eduardo. Malvinas. La trama secreta. Buenos Aires, editorial Sudamericana,
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[8]
GUBER, Rosana. ¿Nacionalismo y autoritarismo? Algunas
lecciones de la experiencia Malvinas. Praxis educativa. UNLPAM. Vol. XVI
2012 N°2, pp 2.
[9]CARDOSO, Raúl Oscar,
KIRSCHBAUM, Ricardo, VAN DER KOOY, Eduardo. Malvinas.
La trama secreta. Buenos Aires, editorial Sudamericana, 2012, pp.203.
[10]
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Galtieri en Malvinas - 22/04/1982. https://www.youtube.com/watch?v=vXss7SPUnBk&t=2187s
29 de marzo de 2012.
[19]
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parte 1. https://www.youtube.com/watch?v=3HIL6naXEkY&t=347s 3 de abril
de 2012
[20]
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Galtieri, 1982. https://www.youtube.com/watch?v=NdYpEDtBNB8&t=391s. 1
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CADENASSO, Enzo, NUUTINEN, Carolina. La
guerra de las Malvinas: la fuerza del discurso. Santiago de Chile, CEME
UDP, 2001, pp. 522.
[22]
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minutos" - Guerra de Malvinas - Galtieri - 04/04/1982.
https://www.youtube.com/watch?v=Ode-4707WgA 23 de marzo de 2012.
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TV PÚBLICA. Archivo histórico: Galtieri - Cadena
Nacional - Rendición Malvinas - 15-06-1982
https://www.youtube.com/watch?v=FIpHE7rhTm4&t=571s 26 de marzo de 2012