Retomando un trabajo de investigación anterior (Re
fundamentación del populismo, 2017), intentaré darle una línea de continuidad a
una parte de mi conclusión de aquellos años y mediante la cual recuerdo que en
el Centro Cultural de la Cooperación, en el marco de los debates sobre los “100
años de la Revolución rusa” uno de los asistentes me preguntó qué pensaba yo de
la discusión que se había producido entre uno de mis compañeros expositores y
él. Recuerdo vagamente el tono de aquel intercambio, pero sí me quedó latente
el concepto que aquel profesor de la UBA expuso en su ponencia. “El populismo
no tiene color y, por ese motivo, su tendencia es a la decadencia. En América
es imposible sostenerlo”. Sin escaparle a la pregunta, le contesté que el
populismo debía ser aceptado y apropiado por América como parte de una
identidad que le permita diferenciarse del resto. Así, en aquel momento expuse
que “el
populismo no puede ser enmarcado ni tipificado en una izquierda o en una
derecha. No puede ser tildado de peronista ni de radical. El populismo debe
referir a lo que realmente es: el ascenso de grandes liderazgos que guarden en
su seno un orden y una virtual entrega al cumplimiento de las necesidades
sociales de un pueblo demandante”. A tono con lo dicho me atreví a agregar,
informalmente, que América necesitaba gestionar un viraje hacia un bloque
populista pero que, hasta tanto no se entiendan a sí mismos como tales, los
líderes más progresistas se encontrarían a futuro en un problema de curiosa
resolución. ¿Qué somos?
Hacia atrás en el tiempo, Raúl Alfonsín dejó entre su legado de
frases una apreciación moderna. Palabras más, palabras menos el líder radical
dijo que en algún momento no se votarán más partidos políticos, sino que
votaremos nombres. Y no estaba tan equivocado.
De aquí desprendemos algunas cuestiones llamativas: el radicalismo
se embanderó detrás de la magnitud marketinera (nueva forma de hacer populismo)
de Mauricio Macri mientras que una parte del peronismo (Pichetto, Massa)
apoyaron políticas contrarias a las convicciones del mismísimo espíritu del justicialismo.
Aquel bienestar social solo es custodiado por una llama que no se apaga, pero
que corre serios riesgos de ser provocativamente infectada. Porque en el
traspaso de antorcha en antorcha, en las loas del peronismo, la llama se va
diseminando de distintas formas que, bajo el ala de Perón, inseminan múltiples embriones
que lejos están de considerarse como hijos del intelectualismo del tres veces
presidente de la Nación Argentina. (Como los casos ya citados).
Viendo la situación, la primera pregunta que me lleva a escribir
esta nota, es al margen de aquella investigación tan meticulosa que me propuse
realizar por aquellos años. Es un agregado que se genera, propio de la
actualidad que nos atañe. ¿Podemos hablar de partidismos políticos o es tiempo
de hablar de populismos como plataforma política? Y la segunda pregunta, no
menos importante, es ¿Qué nos ofrece el populismo?
Insisto en mis palabras anteriores: el populismo como
término o concepto promueve cierta laxitud mediante la cual nadie se hace cargo
de él.
Mientras que los grupos de derecha lo consideran un ave de
rapiña y el demonio más grande de América, promueven un aparato de marketing
enfocado en el odio, intentando producir en la gente el efecto contrario.
Apelando al silencio y los discursos moderados (no así en lo que dicen) es
factible observar cómo se mueven los Bolsonaro, los Macri y los Piñera.
En la intentona de captar los votos que antes ensanchaban
las filas del populismo, nos cuentan de una República inexistente en donde la
pobreza y el hambre brillan por su ausencia. Sería este el éxito del Estado. La
reducción del gasto público para una economía mejor y una distribución
igualitaria. Mientras tanto el Amazonas se prende fuego, la minería se lleva
nuestros recursos y la Educación debe ser desfinanciada.
Fanatismos aparte, un mundo con hambre no se alimenta sin
participación del Estado. Y fanatismos mediante, las políticas del Estado deben
ser persistentes, fuertes y sin demagogias.
Este es el punto de inflexión. ¿No es acaso populismo decirle
a la gente lo que quiere escuchar? ¿No es acaso parte de un estudio de mercado
apuntar a las promesas más desconsideradas para alimentar el odio al otro? Bajo
esa égida pensemos en el siguiente discurso de Mauricio Macri: “Llegó la hora
de emprender un camino de crecimiento, de darle a cada argentino la posibilidad
de elegir poder quedarse en el lugar donde nació porque en ese lugar va a haber
trabajo. Ese es el compromiso que asumimos juntos, el camino que llamamos
pobreza cero” (Noviembre 2016). En ese momento, Macri se envalentonaba y
reafirmaba su enunciación de 2015. Una Argentina sin pobres, con un discurso
que apuntaba a la demonización del gobierno anterior y a la clase media que,
dicho sea de paso, contaba con nuevos actores entre sus huestes.
Actualmente, con un índice de 35,4 % de pobreza, el macrismo
anuncia que la “pobreza cero no se consigue en 4 años”. Nada nuevo. Pero es
algo que la gente necesitaba comprar. Un discurso de orden y progreso pero que,
ante el análisis minucioso, carecía de estrategia.
La inflación desmedida que debía ser reducida drásticamente,
otro de los conceptos elaborados por el macrismo, tampoco pudo ser contenida al
tiempo que el sueldo real y la flexibilización laboral inflaron una burbuja que
todavía no llegó a explotar.
El caso paradigmático de Brasil también nos pone, en
consecuencia, en una forma de populismo un tanto más extrema. Jair Bolsonaro
actuó con más libertades y menos pragmatismo. “Vamos a unir al pueblo,
valorizar la familia, respetar las religiones y nuestra tradición judeo –
cristiana, combatir la ideología de género, conservando nuestros valores. Brasil
volverá a ser libre de las amarras ideológicas” (Discurso de asunción, 2019)
Analizando criteriosamente lo expresado por el actual
presidente del Brasil, lo que en realidad le propuso a la gente es la
persecución del libre – pensamiento, la inequidad de género y la falta de
soltura para permitir la diversidad. “Sería incapaz de amar a un hijo
homosexual. No voy a ser hipócrita aquí. Prefiero que un hijo mío muera en un
accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí”. (2011, entrevista).
Es necesario remarcar algunas cuestiones actuales: la
corrupción goza de buena salud en Brasil, los índices económicos se encuentran
en baja y la fórmula de la persecución habla de la polarización de la misma
hacia los sectores opositores. Sumemos a esto la frutilla del postre. La desconsideración
por el Amazonas y la crisis ambiental en la que se encuentra sumido uno de los
países que supo liderar la economía mundial.
En Chile, ese país ordenado bajo supuestos de buenas
administraciones, liderado por Sebastián Piñera, se encuentra en una línea
divisoria entre los que quieren dar vuelta la historia y los que quieren
cambiar de página.
El mismo presidente que en algún momento argumentó que “El
senador Pinochet y su familia están viviendo momentos difíciles en Londres. Por
eso, merecen toda nuestra solidaridad” demuestra a diario a fuerza de qué se
sostuvo en el poder.
Luego de haber decretado el Estado de sitio, el presidente
chileno dijo que “La grave situación que vive nuestro país desde hace ya cuatro
semanas exige, y con urgencia, dejar de lado todas las pequeñeces, y actuar con
la grandeza y el patriotismo que las circunstancias nos exigen”.
En su discurso de asunción, Piñera se acercaba a la presidencia
aseverando cosas que luego le fue imposible cumplir. “Esta Universidad no nació
por decreto, sino de las luchas de los hombres, y su tradición progresista
viene de la sacudida de nuestra historia y es la estrella de nuestra
bandera".
Pero cuando hubo que conceder en las luchas de los hombres y
mujeres de Chile, el actual presidente tomó la determinación de presionar un
poco más los bolsillos populares pero que, sin dudas, incentivaron su ascenso
así como lo hicieran en el mandato anterior.
Punto y aparte, el caso de Bolivia se nos representa alejado
de la tesitura de los tres presidentes analizados. Nos propone realizar notas
al pie y desafiar las fronteras de lo imprescindible a la hora de acudir a la
memoria colectiva. No podemos hablar de un gobierno impuesto y sostenido desde
un golpe cívico – policial. Debemos pronunciar la exageración y la sobre
actuación y, para aquellos que recurren a la santidad, remarcar la blasfemia.
No se trata de santos benefactores, sino de individuos que propulsaron al
máximo la quema de casas, las represiones y las muertes. Si, como decía Marx,
el Estado es garantía de desigualdad, este es el claro ejemplo.
Presentados algunos casos de Nuestramérica, es tiempo de
comenzar a responder el inicio. No sin antes recordar lo que sostenía Ernesto
Laclau en su libro “La razón populista”: “El populismo, como categoría de
análisis político, nos enfrenta a problemas muy específicos. Por un lado, es
una noción recurrente, que no solo es de uso generalizado, ya que forma parte
de la descripción de una amplia variedad de movimientos políticos, sino que
también intenta capturar algo central acerca de estos. A mitad de camino entre
lo descriptivo y lo normativo, el concepto de “populismo” intenta comprender
algo crucialmente significativo sobre las realidades políticas e ideológicas a
las cuales refiere”. [1]
Ante esa mirada, el populismo incide de manera determinante
en la búsqueda pragmática de aquellas cosas que le reservan un lugar honorífico
en el podio del poder. Aquel que lo entienda es capaz de liderar un partido
político, un pueblo y una Nación. El problema suscita en el día después de la asunción.
¿Qué se hace con las promesas que no se pueden cumplir?
En este caso puntual, el Neoliberalismo se presenta como una
fuerza de choque capacitada para cumplir con todas aquellas cosas que
determinan el dominio hegemónico de las Instituciones y “También se presenta
como una dependencia inerte a determinados mandatos que ni siquiera son
explícitos, pero sin embargo eficaces. Es lo que llamamos corrientemente la
“naturalización” del poder neoliberal, disfrazar su ideología bajo la forma del
“fin de la ideología”. [2]
A cuenta de una manipulación diaria por parte de los medios de comunicación que
no dejan de ser económicos y hegemónicos.
Tiempo después de aquella charla en el Centro cultural de la
cooperación, me tocó asistir a un workshop con Giacomo Marramao. Nobleza
obliga, no lo conocía. Martín, mi entrañable amigo que me invitó como asistente
a la Universidad Arturo Jauretche, me presentó a Sabrina, profunda admiradora
del filósofo. Así, y bajo la publicidad que le hacía sobre sus textos y
pensamientos, me introduje en la charla mediante la cual el autor italiano nos
hablaba sobre la importancia de re encantar la política. Para él, no se debía
producir una Democracia desde las bases anticuadas, sino que debíamos hacernos
cargo de los momentos actuales que se vivían. Y enumeró la cantidad de veces
que había discutido con sus amigos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. En mis
apuntes de ese día, cuidadosamente guardados, entendí que la Democracia sin
pasión política ni virtud, no es Democracia. El pueblo es un acontecimiento
político y no un concepto estático. Es un sujeto colectivo que produce una
constante dinámica de cambio y conflicto. Por tal motivo su cooptación es
fundamental. Es el pueblo, en su distinta jerarquía social, lo que el líder
debe amalgamar para sostenerse en el poder. A la larga, un Estado opresor
retroalimenta el mismo odio, pero también nuevas manifestaciones que provocan
una misma respuesta violenta de abajo hacia arriba.
En ese marco, los mal englobados populismos por parte de los
movimientos políticos contrarios, razonan la política desde un contagio masivo,
más movimientos y mejor redistribución de conceptos. Desde una visión más
social (o popular) abren el Estado sin restricciones y entienden el encanto de
la política desde un sector mayormente marginado. De aquí la confusión que nos
lleva a responder las preguntas iniciales.
Si los partidismos políticos están acabados y la fórmula ganadora
son los nombres, el populismo se somete a quién lo pueda utilizar a gusto.
Quién lo domine discursivamente, carismáticamente y diplomáticamente, se
acercará a los estándares del pragmatismo que permite (o no) mejorar la
historia.
Lejos de proponer cambiar de página, lo que sugiere Chantal Mouffe
es que (sobre todo para los partidos de izquierda) hacerse cargo del término
invita a generar un movimiento difícil de romper. Nos lleva a pensar que
América debería hacerse cargo de sus riquezas en recursos y transformarse en un
bloque autárquico y menos dependiente de los capitales y decisiones
extranjeras. Pero para ello debe entenderse lejos de la despectividad del
término. Pues si consideran que el americanismo es populismo, bienvenido sea
porque entonces será un movimiento político encantador que promoverá enormes
cambios sociales hacia arriba.
Evo Morales lo produjo una Bolivia económicamente creciente,
declarada por la UNESCO como país libre de analfabetismo y con salarios y
decisiones que la empoderan frente a las grandes potencias. Quizás, como dice
Maristella Svampa, el gran error es la perpetuidad. Porque para que un
populismo sea efectivo, necesita siempre de nuevos liderazgos que ayuden a re encantar
la política y promuevan (bajo ese pretexto) la bandera democrática. Esa sea
quizás hasta hoy la deficiencia de un movimiento del que nos deberíamos
apropiar, mejorar y solidificar para que verdaderamente América sea un solo
grito: Nuestramérica.
El populismo nos ofrece una amplitud que debería trabajarse
históricamente para que, de esa manera, los estudios sociológicos nos marquen
el rumbo de aquellas cosas que se hicieron mal. Porque para re encantar la
política se necesita enamorarse de un proyecto y en ello no mecanizar la
corrupción. De esta forma se evitan los vaivenes político – sociales de pueblos
que, cada tanto, olvidan sus raíces en cualquier estación de tren. En ese
marco, llegar al destino de América autárquica es un complejo misterio que solo
los americanos podemos resolver (puertas adentro).
Las corrientes del populismo neoliberal analizadas se
embanderan en la distinción de desactivar los desórdenes que provoca la
corrupción y le explican al pueblo en forma publicitaria por qué tienen la
fuerza necesaria para unir al pueblo en uno solo. Algo así como la satirización
americana de los sueños de Mandela. Pero el efecto contrario, cuando estos llegan
al poder, es inevitable. Siempre hay odios envalentonados en revanchismos.
Las clases medias que inclinan la balanza del cambio fueron
curiosamente infladas por nuevos actores sociales provenientes de marginalidades
anteriores que, dentro de gobiernos de tintes populistas, consiguieron ascender
socialmente. Debemos tomar nota, aceptar el desafío y promover de una vez por
todas un “populismo propio y responsable” que entienda a América como pocos lo
han hecho. Que permita un bloque único, una muralla económica que se haga cargo
de los recursos naturales que nos preceden, pues en ese sentido América es una
superpotencia y nadie lo puede negar. La pelota siempre está de nuestro lado.
Deberíamos enterarnos.
[1] LACLAU,
ERNESTO. “La razón populista”. EFE,
Buenos Aires, 2004.
[2]
ALEMÁN, JORGE. “Hegemonía y poder Neoliberal” https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-271126-2015-04-23.html 2015.