Por Daniel Favieri Tuzio
Quedamos providencialmente expuestos a nuestro
propio karma (y bajo nuestra única idea de progresar a costos imposibles de saldar)
mientras otros tapan los agujeros de nuestras acciones.
Y el tránsito de la humanidad por la tierra ha sido
largo. Pero gradualmente se fue volviendo extremo. Y del viejo equilibrio de
los primeros pobladores que entendían la tierra como la fuente natural de la
supervivencia (comprendiendo y adaptando), la ambición se fue haciendo cada vez
mayor.
El esclavismo, el feudalismo, el encuentro de
los europeos con América, la gran usurpación de los recursos naturales y, claro
que sí, la Revolución Industrial que terminó de avanzar sobre la armonía
ambiental.
Mientras los paisajes ingleses comenzaban a
cambiar en pos de un mundo cada vez más audaz (y de acumulación para unos pocos),
el tiempo comenzó a acelerarse (y las estructuras institucionales fueron cediendo).
En Argentina, el siglo XIX, visto desde nuestro
presente, nos terminó de convencer de que la búsqueda de los modelos europeos
no era acorde a la situación más realista. Porque en nuestro país, en donde el
Estado comenzó a formarse, la homogeneización de los saberes, el genocidio a los
pueblos originarios y el intento de deformación cultural para los inmigrantes,
marchaban al ritmo de un reloj que ya marcaba las diferencias sociales. El
tiempo del trabajo era igual al tiempo de permanencia. Y quien pasaba los límites
de la capital, una vez terminadas sus labores, debía regresar a su sitio. La Capital
Federal era solo un lugar de paso y un hábitat para pocos. La brecha era grande
y el progreso estático.
Nuestro país se fue conformando bajo ciertos
parámetros de sociedad y Estado que carecían de la posibilidad de brindar
derechos más igualitarios. La historia fue contada por los vencedores y bajo
esos lustros se fueron construyendo los pilares de un país que se endeudaba
cada vez más, que desafiaba la independencia cada vez menos y que no era autosuficiente
de los mercados extranjeros. Ya éramos relativamente dependientes de los
designios del mercado.
Y la lucha social fue transformando algunas
cuestiones, si de derechos hablamos. Pero llegar hasta aquí no fue solamente la
consecución de resultados positivos, sino más bien la posibilidad de que todo
termine por explotar. Entonces, a través de las nuevas necesidades mundiales, muchos
países debieron readaptar sus discursos al tiempo histórico que se vivía. Y en
ese sentido, no podemos dejar de obviar las Revoluciones verdes de los sesentas
y setentas, ni los movimientos hippies que comenzaron a modificar el mensaje.
Siempre atento, “El 21 de mayo de 1972, Juan
Domingo Perón difundió, desde su exilio en Madrid, el “Mensaje a los pueblos y
los gobiernos del mundo”. En ese mensaje, Perón instaba a tomar conciencia sobre
“la marcha suicida que la humanidad ha emprendido mediante la contaminación del
medio ambiente y la biósfera, la dilapidación de los recursos naturales”.
Consecuente con ese llamado, al ganar las elecciones y asumir la presidencia un
año después, creó la primera secretaría ambiental nacional: la Secretaría de
Recursos Naturales y Ambiente Humano (SRNAH)”. [1]
El planeta había girado, apenas, la mirada
hacia las complejas formas de tratar a los Recursos naturales. Sin embargo,
para ese entonces y con la Revolución verde iniciada por Norman Borlaug en los
Estados Unidos, los vientos de cambio fueron transformándose en un sistema de
cultivo y producción que, desde 1960 a la actualidad, deterioraron los
ecosistemas, desalentaron la fertilización real de la tierra e incapacitaron a
los habitantes de las zonas de trabajo mediante la utilización de agrotóxicos y
bajo un solo concepto: la dominación de los Recursos naturales por parte de los
países más fuertes. (Cabe destacar que durante el período que va desde 1973 a
1980, Estados Unidos ya no era la potencia líder de antaño y con la
constitución del neoliberalismo, sobre todo en Latinoamérica, y los cambios en
las relaciones de producción y comercio, el país norteamericano pretendió
retomar la senda perdida).
En Argentina, durante los tiempos de Alfonsín
como presidente, las difíciles situaciones ligadas a la dictadura y los
juicios, los alzamientos carapintadas y la tensa economía, no generó grandes
cambios en materia ambiental, más allá de que en sus discursos siempre estuvo
en agenda.
“Durante los primeros años de Alfonsín, las
competencias ambientales fueron distribuidas entre secretarías dispersas en
tres ministerios. En 1987, año de la publicación del influyente Informe
Bruntland, el gobierno nacional avanzó con la creación de la Subsecretaría de
Política Ambiental (SPA) bajo la órbita de la Secretaría General de la
Presidencia. En 1989, ya en las postrimerías del gobierno de la UCR, la SPA fue
sustituida por la Comisión Nacional de Política Ambiental (CNPA), siempre bajo
la órbita de la Secretaría General de la Presidencia. Luego de dos años en los
cuales la CNPA (transferida al Ministerio de Salud y Acción Social) continuó en
el mismo letargo que en los años anteriores, el presidente Carlos Menem, electo
en 1989, decidió crear en 1991 la Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente Humano
(SRNAH). La nueva secretaría, dependiente directamente del presidente de la
Nación, concentró funciones hasta entonces dispersas en varias organizaciones
ejecutivas”. [2]
Lamentablemente, la Secretaría tenía por
finalidad acercar los caminos ambientales desde un discurso que envalentonaba y
pretendía los préstamos y negociaciones con entidades de capitales extranjeros.
De hecho, la presencia de María Julia Alsogaray y la incumplida promesa de
saneamiento del Riachuelo, generaron uno más de los tantos actos de corrupción
denunciados hacia el gobierno menemista.
Ya con De la Rúa, y en las postrimerías del
crack de 2001 en la Argentina, la Secretaría pasó a formar parte del Ministerio
de Desarrollo social, perdiendo de esa forma una amplia cantidad de funciones,
mientras que la continuidad de las medidas menemistas como la paridad “un peso
un dólar”, seguía generando una burbuja que explotaría entre el 19 y el 20 de
diciembre.
Con el caso de las Pasteras y el dilema entre
Argentina y Uruguay, en 2006 Néstor Kirchner le dio relevancia a la causa
ambiental y se promovieron nuevos intentos por darle a la lucha ambiental el lugar
que, siendo justos, no había encontrado jamás. Así se dictó, entre otras, la Ley
de Preservación de glaciares y de Protección ambiental de Bosques.
He de destacar algo. Durante la Convención
constituyente, que trabajaba por la reforma constitucional de 1994, Raúl Alfonsín
(Pacto de Olivos mediante) logró que se sancionen algunos puntos que habían
quedado pendientes desde 1986. Entre ellos, los derechos sociales que incluían
la preservación del Medioambiente y la disposición de un presupuesto útil para
dicha acción, a la vez que cada Provincia debía legislar por la preservación de
los Recursos naturales.
En 1984, en nuestro país, se juntaron por primera
vez algunas Organizaciones internacionales. La lucha social por el Medioambiente
comenzó a cobrar territorialidad. Con el tiempo se formó Greenpeace Argentina y
se produce, así, una mayor cercanía con los jóvenes.
Nuestro país, desde el abordaje social, siempre
estuvo atravesado por ciertas acciones (o un statu quo) que no permitieron un
progreso socialmente real en la Diversidad cultural y de las ideas. Más
profundamente pensado, se gestó la aniquilación de las posibilidades de crecimiento
equilibrado y bien distribuido. No solamente del dinero, sino también de la
tierra y los alimentos. De los bienes y servicios y de la dignidad de las personas.
Según Kliksberg, “Los ´90 cultivaron el individualismo
a ultranza. Cada persona tenía el destino que buscaba. El Estado, que es en
definitiva acción colectiva, debía ser mínimo. Las preocupaciones debían estar centradas
en ser exitoso, escalar, acumular. Los que quedaban en el camino era un
problema de ellos, o en todo caso que se ocupe alguna entidad especializada.
Se desarrollaron valores como la misma idea de “perdedores”
y “ganadores” que llevaron a la insensibilidad frente a la pobreza”. [3]
A modo de dato estadístico, “más de uno de cada
cinco jóvenes latinoamericanos están excluidos del sistema de ingresos y del
educativo”. [4]
Generalmente, las impericias de los Estados al
respecto promueven la indeterminación necesaria para elaborar proyectos serios
que luchen contra el calentamiento global. Y son las mismas impericias que
liberan de preocupaciones y precauciones a las clases gobernantes que, por lo
general, no provienen de los sectores considerados de “bajos recursos” ni del
sistema de exclusión. Entonces, los excluidos (los “perdedores” en el orden
meritocrático expuesto por Kliksberg) quedan en los márgenes de la hoja. De esta
forma, el relato del salvajismo, con introducciones discursivas que suenan “agradables”,
se traduce en una inequidad social difícil de torcer.
Específicamente hablando de situaciones
desconcertantes, la venta de la tierra acarrea hoy un combo beneficioso para
unos pocos. La comercialización de extensos terrenos que se encuentran
lindantes a barrios de menores recursos, se compran por un porcentaje ínfimo y
se venden a cifras exorbitantes. Dentro del combo, la tierra, el agua y las
murallas son una oferta perfecta. Mientras, en los alrededores el individuo
común traslada baldes de agua potable, en muchos countries los ríos son
artificiales. Dentro de las murallas que limitan los accesos a porciones de
tierra, se utilizan muebles producto de la industrialización que, sin
considerar demasiado, intensificaron las zonas inundadas (tala de árboles
mediante) que generaron un problema aún mayor: el despojo, el desarraigo y la
pérdida de los pocos bienes materiales. En definitiva, comenzar de cero, como
si eso fuera sencillo.
En 2016 la justicia prohibió en 16 municipios
(entre ellos Luján y Tigre) la construcción de countries que inexorablemente
hubieran aumentado la crecida de las cuencas. A la vez, cabe destacar que las
obras públicas y subsidios para los damnificados de las anteriores inundaciones
de Luján no se habían concretado. Actualmente son 60 los countries que están en
contacto con los cursos del agua.
Así, y teniendo en cuenta la situación actual
de los Recursos naturales del mundo y del Calentamiento global, no podemos
hacer caso omiso de la necesidad de un llamamiento a la CONSOLIDACIÓN DE LA
CONCIENCIA SOCIAL POR EL MEDIO AMBIENTE Y LA DIVERSIDAD CULTURAL.
“Por tanto, el cambio climático, por encima de
otras consideraciones, es un hecho social, puesto que tiene sus causas en gran
medida en las actividades humanas, y porque además son las sociedades globales
y específicas, así como las personas que componen esas sociedades, quienes
finalmente van a sufrir sus consecuencias directa o indirectamente a través del
cambio del medio biogeofísico. Es un hecho social también por razón de que su
solución (o resolución) no puede hacerse por la naturaleza, por el
medioambiente, sino por la sociedad”. [5]
Los cambios climáticos se nos vienen haciendo
naturales. No estamos prestando atención a los intensos llamados de la
naturaleza que, agobiada y desolada, lidera la batalla del bienestar.
“La gobernabilidad medioambiental se refiere en
particular a todo lo tendente a la creación de los marcos y capacidades
institucionales necesarios para asegurar los bienes públicos medioambientales y
la equidad en el acceso intra e intergeneracional a los mismos, así como a la
prevención y manejo de las crisis y situaciones de conflicto. Precisamente, una
de las posibles consecuencias del cambio climático es la ya visible tendencia a
la privatización de los bienes comunes (el aire, por ejemplo). La gobernabilidad
es una de las esferas claves de prevención y adaptación de las sociedades al
cambio climático, que aún requiere un desarrollo teórico y práctico en el
análisis de impacto social”. [6]
En el campo de lo social, aquellos que viven en
la marginalidad (continentes como el África o regiones de América central y del
sur) presentan altos índices de pobreza y desamparo. Son olvidados en los
proyectos políticos y desoídos en los reclamos.
La Democracia ha sido el camino para planear e
incluso cambiar las acciones incorrectas de un sistema en riesgo. Y desde el
amplio recorrido esbozado, podemos asegurar que la lucha social como parte de
este sistema glorioso (que debe ser custodiado a la vez que debatido y
modernizado), no sería lo mismo sin la presencia de nuestros jóvenes quienes
hoy toman bajo su mando la puja por el Medioambiente. En ese sentido, debemos
seguir creciendo desde un colectivo que unifique a las distintas agrupaciones,
mediante una red única que desconozca el partidismo político de nombres. El
mismo Raúl Alfonsín pedía no votar nombres propios, sino ideas.
Esta red, democrática y luchadora, debe consolidar
las bases nacionales de aspiraciones mayores que no se entretengan en la vagancia
de la política y que produzcan, en su andanada final, un movimiento incansable,
irrefrenable y revolucionario. La Democracia en sí misma es una Revolución de
ideas constantes que nos acerca, a veces más lento, a un nuevo debate, a un
intercambio positivo de acciones y, en definitiva, a una nueva cultura de
conciencia. Con Educación y conciencia social, todo cambio es posible y también
urgente. Porque como dice Greta, “la casa está en llamas”.
[1] GUTIERREZ,
Ricardo Alberto; ISUANI, Fernando Javier; Luces y sombras de la política ambiental
argentina entre 1983 y 2013; Sociedad Argentina de Análisis Político; Revista
S.A.A.P; 7; 2; 11-2013; 317-328
[2] Id. Ibidem. Pp. 318
[3] KLIKSBERG, Bernardo. ¿Cómo enfrentar
la pobreza y la desigualdad? Buenos Aires, Ministerio de Educación, 2013.
[4] Id. Ibidem. Pp. 39.
[5] PARDO
BUENDÍA, Mercedes. El impacto social del cambio climático. Fundación de las
Cajas de Ahorros (FUNCAS), Panorama social, http://hdl.handle.net/10016/10448 , 2007, nº. 5, p.22-35
[6] Id. Ibidem.
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