domingo, 14 de marzo de 2021

Una mirada entre la gente


 De Daniel Favieri Tuzio

"Y entonces de repente, te veo entre la gente". 

Es que resulta casi imperceptible cuando una mirada entre la gente produce una conexión digna de un cuento de hadas. En realidad es tan imperceptible como la veracidad del suceso. Un espacio y un tiempo aislado, que parece gozar de una cápsula de silencio que no se puede explicar.

Uno no sabe cómo pasa. Ni por qué. Ni mucho menos para qué. Bueno, en realidad uno no sabe nada y de la duda también se aprende. Pero lo que sí es una certeza, es que la sangre que corre por las venas del cuerpo nos indica el camino del impulso como el único trayecto a seguir. Y muchas veces nos toca el rechazo.

Si he de hablar del rechazo, es su presencia la que nos permite amigarnos con la adrenalina de una probable negación amorosa, que en definitiva nos invita a pensar que los cuentos de amor son solo una dulce imagen hollywodense dispuesta para hacer dinero. Un engranaje más del capitalismo que rige las riendas del mundo en que vivimos.

Desde mi posición, el capitalismo es una aberración constante del sistema. Pero siempre me vuelvo a enamorar. Es tan aceitada la maquinaria, que de ninguna manera uno puede transgredirla sin perder algo en el camino. Hasta la misma confianza del ser.

Y todo habla de amor. La religión, los comercios, las instituciones, la tele, la pandemia, etc. Y así, como el triunfo de algo que no conocemos (porque no lo podemos ver o tocar, e incluso es objeto de análisis científico) nos entrega un concepto extraño que nos dirime en la pregunta rastrera… ¿Qué es el amor?

Hay una dinámica eficiente, producto de las sensaciones inverosímiles del amor. Por un lado, la de no querer volver a enamorarse. Prometer a los cuatro vientos que nada, ni Brad Pitt o Jennifer Anniston, pueden hacernos cambiar de opinión. Cuando nos desenamoramos, duele. Y si duele, no es amor. Y en segundo lugar, la compleja confusión que se genera cuando, volviendo a citar a Brad y a Jennifer, nos volvemos a enamorar. Dejamos de lado nuestras más puras convicciones y nos entregamos por completo a la llegada de un nuevo hombre o de otra mujer.

Pero la vida es así, vivimos en una sociedad posmoderna que avanza a pasos agigantados y sin medir consecuencias. Hemos visto caer imperios y en el presente vemos desaparecidas las más fervientes convicciones. Una y otra vez, dudosos pero perseverantes, volvemos a confiar en el amor (insisto, algo a lo que jamás le vimos la cara).

Y así se construyen algunas historias. Hay dos opciones: o uno se hace amigo de la soledad (y por ende cura sus más crueles internas personales) o uno no se amiga (y llena los vacíos). Entre la primera y la segunda, lo cierto es que uno se vuelve a enamorar.

Al parecer, entonces, volver a fijar la mirada en una persona es repensar aquella vez en que la ternura de dormirse mirándose a la cara, cuando la almohada suave susurraba una canción de cuna, le dio un sentido a cerrar los ojos. Es reconstruir la vaga idea de que el complemento es posible y que caminar de la mano es un culto a la admiración mutua. Es consolidar que dos pasados con presentes se unan para cimentar estructuras débiles que, como la vieja Italia, pueden ser engrandecidas sin modificar las fachadas. Es darle una oportunidad a la diversidad, cuando se es más maduro antes que cuando uno es más “atontado”.

De esta manera, dos almas encuentran a contramano flechas que, a pesar de ello, acortan los caminos repletos de baches que los municipios del amor nunca atienden.

Y con todo ello, alguien como yo, que es dueño de esas convicciones más propias y que siempre intenta (y solo intenta) oponerse al sistema, encuentra “una mirada entre la gente” que lo ilumina con sus ojos, que la hace una en un millón, que la encuentra perdida en el universo. Podría haber sido cualquier otra, pero fue esa. En un mundo sistemático, estructurado y lineal, alguien resalta porque el sistema no lo es todo. Los ojos valen más que la teoría de la relatividad. Supongo que de eso se trata el supuesto amor. De superar la constancia de los miedos para pensar la impertinencia de jugar otra mano más. Después de todo, nunca se sabe cómo será mañana, siempre es hoy.



No hay comentarios:

Publicar un comentario