miércoles, 11 de junio de 2025

La doble vara de la condena obligatoria Por Daniel Favieri Tuzio

 


El ejercicio del análisis y la escritura, siempre es complejo. Más aún si el tiempo que pasa es demasiado para una gimnasia que debería ser diaria. Sin embargo, muchas veces las ilusiones temporales (de creer que uno tiene tiempo para todo) nos disponen a olvidar que, mientras el día pasa, las intenciones se van diluyendo en acciones intrascendentes que no llegan a formular una transcripción meticulosa de los sucesos. Más hoy, en tiempos líquidos en donde la velocidad de la información es igualmente proporcional a la dimensión del recorte discursivo que nos ofrece la estructura superficial de las redes sociales. Alguien nos está contando lo que quieren que digamos. Y sin saber que lo hacemos, caemos en la tentación de comentar, con toda velocidad, algo que todavía no pudimos reflexionar. Entonces, somos víctimas del montón de ideas que carecen de inocencia, pues todas tienen un objetivo. Por ejemplo, no hablar de jubilaciones, ni de pobreza, ni mucho menos de la fórmula económica que dice que los dólares van a escasear más pronto que tarde. Es que, complejizar la dinámica social de pensar críticamente, no es tarea fácil. Todo sea por el objetivo de llegar antes a todo y no pasar de moda en los segundos que dura la fama de haber sido el primero que dijo cualquier cosa, mientras otros lo vanaglorian por haber dicho una supuesta verdad que, en realidad, no es más que una mentira disfrazada de pensamiento periodístico – intelectual que carece de toda información. Hoy lo que vale es lo que se viraliza y parece empírico. Pero no lo es. Entonces, el mero acto de informar, es una estructura más del sistema que se adapta a los seres humanos y al mundo de la filosofía barata, que ha creado a imagen y semejanza un sistema de repetitividad de fallas ideológicas. Todos creemos, insisto, lo que nos quieren contar. Mientras tanto, la ciudadanía adolece de criticidad.

Entonces, es tiempo de retomar la idea de que, bajo un ala opositora, también se puede ser sensato. No hace falta disfrazar lo que, a ciencia cierta (hablando con evidencia de los conceptos de la historia), uno puede manifestar como el final de las esperanzas políticas de una Argentina próspera y más o menos igualitaria. Nos toca asumir las cosas, pagar la cuenta y mirar como nuestra descendencia se hace cargo de las viejas deudas (incluyendo la ambiental) y de los problemáticos mensajes a los que nos vemos sometidos, con el aire triunfalista de unos y la decadencia de otros.

Pero acá viene el elemento más interesante. En la doble vara de la justicia, que debería actuar por lógica e inducción o lo que sea, nos presentamos como panelistas de un mundo díscolo. Porque si los que juzgan son los que también deberían ser juzgados, nos ganamos un equívoco resultado final que, seguramente, arrojará un saldo negativo. Mientras todos los números avistan un futuro que se presenta con su parábola económica en baja, nos detenemos a ver, animados, la aparente justicia que se pretendía. Y en ello, porque así le pasó a Juan Domingo Perón, la clase media influye de forma considerable. Siempre oscilante, siempre difícil, más de las veces con el bolsillo roto. Pero hinchada ferviente de partidos emergentes que, en contrapartida, parecieran ser el fiel reflejo del odio que los discursos mediáticos proponen. Y si esto pasaba en el Siglo XIX, cómo no va a ocurrir hoy, en los tiempos de Facebook (que ya no es moda) o Instagram.

A Cristina Kirchner no la juzga un manto sagrado de la anti corrupción (ni ella es Santa, ni ella es devota). La juzga el mismo poder político que ella detentó y le pasa factura a su falta de tacto para medir la fuerza de un liderazgo que se fue consumiendo como un fósforo pero que hoy vuelve a ganar centralidad. ¿Qué otro líder político puede movilizar el sentimiento que CFK genera en la sociedad? Ese amor – odio que solo Maradona pudo capitalizar. ¿Y por qué vuelve a ser central? Porque tuvo la capacidad de pensar, incluso estratégicamente, el formato de su detención en donde sí, evidentemente existieron ilícitos, pero que no merecen ser juzgados por gente que tiene una importante cantidad de causas abiertas, incluso por espionaje.

La justicia tiene una doble vara, que es la misma que no juzga a los poderosos o no se dispone a buscar a María Cash con la vehemencia que utilizan para meditar sobre este hecho que, en definitiva, devuelve a la escena a una Cristina víctima de persecución política en lugar de una Cristina juzgada de igual forma que el resto. Porque la pregunta más que evidente es… ¿Por qué ella sí y el resto no?

CFK se postula a candidata en la Provincia de Buenos Aires a sabiendas de que sería juzgada y condenada y hoy se transforma, para el concepto de sus seguidores, en una presa política del sistema. Y la paradoja del conflicto radica en la incuestionable manifestación argumentativa de que si el peronismo se lo propone, capitaliza inexorablemente a la mayoría de la sociedad, solo que la falta de acuerdos políticos (primando siempre los egos y los intereses personales por sobre el beneficio del concepto “peronismo”) proyectan la definición: ningún partido político se construyó en la actualidad sin hablar de Perón.

Y si bien el kirchnerismo es una rama del movimiento, casi separado por un hilo finito que lo transforma en un movimiento inadaptado del justicialismo, muchas veces renegó de los intereses de sus propios compañeros. Entonces, el kirchnerismo se quedó solo. Pero con cierto grado de manifestación social más que envidiable para cualquiera de los nóveles partidos que emergieron en los últimos años. Un kirchnerismo que envidia, ya que estamos, a los partidos actuales con su manejo publicitario, algo que siempre le faltó a las presidencias de Cristina. Comunicación. Contar lo que estaban haciendo. Proyección. Saber quién podía tomar la posta. Entonces, la mediatización de los problemas internos del aparato kirchnerista y los símbolos desastrosos de la doctrina de la corrupción, fueron el mayor aprendizaje de los tiempos del menemismo, solo que un poco más plantados pero que, sin liderazgos en el camino, prendieron fuego las banderas que habían flameado por Néstor y Cristina. Ácidos resultados de una soledad del montón. Todos se quedaron atónitos ante la partida del estratega que se representaba en Néstor y la desfiguración del poder centralizado que pretendió Cristina. Perder la Provincia de Buenos Aires con María Eugenia Vidal no fue más que un cachetazo. Volver con la frente marchita duró unos segundos y nuevamente la corrupción en el gobierno de Alberto (además de la pandemia) sacudieron los chips de la robótica política que repitió los movimientos de la mayoría de los gobernantes nacionales. La porca minoría que gobierna burdamente a diestra y siniestra, igual, no estaba preparada para la siguiente escena de una obra inesperada. Otra vez se quedaron sin líderes y apareció Milei, gran capitalizador del mensaje misógino y anti político… pero haciendo política. En la primera de cambio, se subieron Scioli, Bullrich y Macri. Una buena representación de Esperando la carroza (con perdón del autor y de la obra).

Ahora sí, pretendiendo un concepto de justicia que no existe y un lobby que difunde las imágenes sociales más crueles, la misma sociedad está dispuesta a soportar cualquier embate impiadoso, aunque le cueste el pan de cada día y el trabajo y la jubilación. En una sociedad dispuesta a todo, que compró el discurso comercial de aquello que parecía estar bien pero que, con total impunidad, transó con los poderes que criticó, devolviendo a la escena de la obra la aparición de CFK que se presentó como víctima, justiciera y heroína, todo en un mismo combo que, luego del fallo de la doble vara del poder político – judicial, que juzga pragmáticamente y de acuerdo al momento, determinó que así como Perón en el exilio o muerto el Che Guevara, sus caras se hicieron bandera, sus muertes la idolatría y, créase o no, su causa, la causa de los que, una vez más, perdieron todo. La típica historia de la clase media. Hoy Cristina, por la misma cura de Milei, volvió a ser tapa de todos los diarios, mientras que la justicia, al menos desde este artículo, vuelve a dar signos confusos de una realidad alternativa. En ese mismo momento, Cristina Fernández de Kirchner se puso a bailar en el balcón. Lo que se quiso erradicar en este país, siempre se hizo eterno. Lo que más extraña, es que no lo hayamos aprendido jamás.