El ejercicio del análisis y la escritura, siempre es complejo. Más aún si el tiempo que pasa es demasiado para una gimnasia que debería ser diaria. Sin embargo, muchas veces las ilusiones temporales (de creer que uno tiene tiempo para todo) nos disponen a olvidar que, mientras el día pasa, las intenciones se van diluyendo en acciones intrascendentes que no llegan a formular una transcripción meticulosa de los sucesos. Más hoy, en tiempos líquidos en donde la velocidad de la información es igualmente proporcional a la dimensión del recorte discursivo que nos ofrece la estructura superficial de las redes sociales. Alguien nos está contando lo que quieren que digamos. Y sin saber que lo hacemos, caemos en la tentación de comentar, con toda velocidad, algo que todavía no pudimos reflexionar. Entonces, somos víctimas del montón de ideas que carecen de inocencia, pues todas tienen un objetivo. Por ejemplo, no hablar de jubilaciones, ni de pobreza, ni mucho menos de la fórmula económica que dice que los dólares van a escasear más pronto que tarde. Es que, complejizar la dinámica social de pensar críticamente, no es tarea fácil. Todo sea por el objetivo de llegar antes a todo y no pasar de moda en los segundos que dura la fama de haber sido el primero que dijo cualquier cosa, mientras otros lo vanaglorian por haber dicho una supuesta verdad que, en realidad, no es más que una mentira disfrazada de pensamiento periodístico – intelectual que carece de toda información. Hoy lo que vale es lo que se viraliza y parece empírico. Pero no lo es. Entonces, el mero acto de informar, es una estructura más del sistema que se adapta a los seres humanos y al mundo de la filosofía barata, que ha creado a imagen y semejanza un sistema de repetitividad de fallas ideológicas. Todos creemos, insisto, lo que nos quieren contar. Mientras tanto, la ciudadanía adolece de criticidad.
Entonces, es tiempo de retomar la idea de que,
bajo un ala opositora, también se puede ser sensato. No hace falta disfrazar lo
que, a ciencia cierta (hablando con evidencia de los conceptos de la historia),
uno puede manifestar como el final de las esperanzas políticas de una Argentina
próspera y más o menos igualitaria. Nos toca asumir las cosas, pagar la cuenta
y mirar como nuestra descendencia se hace cargo de las viejas deudas (incluyendo
la ambiental) y de los problemáticos mensajes a los que nos vemos sometidos,
con el aire triunfalista de unos y la decadencia de otros.
Pero acá viene el elemento más interesante. En
la doble vara de la justicia, que debería actuar por lógica e inducción o lo
que sea, nos presentamos como panelistas de un mundo díscolo. Porque si los que
juzgan son los que también deberían ser juzgados, nos ganamos un equívoco
resultado final que, seguramente, arrojará un saldo negativo. Mientras todos
los números avistan un futuro que se presenta con su parábola económica en
baja, nos detenemos a ver, animados, la aparente justicia que se pretendía. Y
en ello, porque así le pasó a Juan Domingo Perón, la clase media influye de
forma considerable. Siempre oscilante, siempre difícil, más de las veces con el
bolsillo roto. Pero hinchada ferviente de partidos emergentes que, en
contrapartida, parecieran ser el fiel reflejo del odio que los discursos
mediáticos proponen. Y si esto pasaba en el Siglo XIX, cómo no va a ocurrir
hoy, en los tiempos de Facebook (que ya no es moda) o Instagram.
A Cristina Kirchner no la juzga un manto sagrado
de la anti corrupción (ni ella es Santa, ni ella es devota). La juzga el mismo
poder político que ella detentó y le pasa factura a su falta de tacto para
medir la fuerza de un liderazgo que se fue consumiendo como un fósforo pero que
hoy vuelve a ganar centralidad. ¿Qué otro líder político puede movilizar el
sentimiento que CFK genera en la sociedad? Ese amor – odio que solo Maradona
pudo capitalizar. ¿Y por qué vuelve a ser central? Porque tuvo la capacidad de
pensar, incluso estratégicamente, el formato de su detención en donde sí,
evidentemente existieron ilícitos, pero que no merecen ser juzgados por gente
que tiene una importante cantidad de causas abiertas, incluso por espionaje.
La justicia tiene una doble vara, que es la
misma que no juzga a los poderosos o no se dispone a buscar a María Cash con la
vehemencia que utilizan para meditar sobre este hecho que, en definitiva,
devuelve a la escena a una Cristina víctima de persecución política en lugar de
una Cristina juzgada de igual forma que el resto. Porque la pregunta más que
evidente es… ¿Por qué ella sí y el resto no?
CFK se postula a candidata en la Provincia de
Buenos Aires a sabiendas de que sería juzgada y condenada y hoy se transforma,
para el concepto de sus seguidores, en una presa política del sistema. Y la
paradoja del conflicto radica en la incuestionable manifestación argumentativa
de que si el peronismo se lo propone, capitaliza inexorablemente a la mayoría
de la sociedad, solo que la falta de acuerdos políticos (primando siempre los
egos y los intereses personales por sobre el beneficio del concepto “peronismo”)
proyectan la definición: ningún partido político se construyó en la actualidad
sin hablar de Perón.
Y si bien el kirchnerismo es una rama del
movimiento, casi separado por un hilo finito que lo transforma en un movimiento
inadaptado del justicialismo, muchas veces renegó de los intereses de sus
propios compañeros. Entonces, el kirchnerismo se quedó solo. Pero con cierto
grado de manifestación social más que envidiable para cualquiera de los nóveles
partidos que emergieron en los últimos años. Un kirchnerismo que envidia, ya
que estamos, a los partidos actuales con su manejo publicitario, algo que
siempre le faltó a las presidencias de Cristina. Comunicación. Contar lo que
estaban haciendo. Proyección. Saber quién podía tomar la posta. Entonces, la
mediatización de los problemas internos del aparato kirchnerista y los símbolos
desastrosos de la doctrina de la corrupción, fueron el mayor aprendizaje de los
tiempos del menemismo, solo que un poco más plantados pero que, sin liderazgos
en el camino, prendieron fuego las banderas que habían flameado por Néstor y
Cristina. Ácidos resultados de una soledad del montón. Todos se quedaron
atónitos ante la partida del estratega que se representaba en Néstor y la
desfiguración del poder centralizado que pretendió Cristina. Perder la
Provincia de Buenos Aires con María Eugenia Vidal no fue más que un cachetazo. Volver
con la frente marchita duró unos segundos y nuevamente la corrupción en el
gobierno de Alberto (además de la pandemia) sacudieron los chips de la robótica
política que repitió los movimientos de la mayoría de los gobernantes
nacionales. La porca minoría que gobierna burdamente a diestra y siniestra, igual,
no estaba preparada para la siguiente escena de una obra inesperada. Otra vez
se quedaron sin líderes y apareció Milei, gran capitalizador del mensaje misógino
y anti político… pero haciendo política. En la primera de cambio, se subieron
Scioli, Bullrich y Macri. Una buena representación de Esperando la carroza (con
perdón del autor y de la obra).
Ahora sí, pretendiendo un concepto de justicia
que no existe y un lobby que difunde las imágenes sociales más crueles, la misma
sociedad está dispuesta a soportar cualquier embate impiadoso, aunque le cueste
el pan de cada día y el trabajo y la jubilación. En una sociedad dispuesta a
todo, que compró el discurso comercial de aquello que parecía estar bien pero
que, con total impunidad, transó con los poderes que criticó, devolviendo a la
escena de la obra la aparición de CFK que se presentó como víctima, justiciera
y heroína, todo en un mismo combo que, luego del fallo de la doble vara del
poder político – judicial, que juzga pragmáticamente y de acuerdo al momento,
determinó que así como Perón en el exilio o muerto el Che Guevara, sus caras se
hicieron bandera, sus muertes la idolatría y, créase o no, su causa, la causa
de los que, una vez más, perdieron todo. La típica historia de la clase media. Hoy
Cristina, por la misma cura de Milei, volvió a ser tapa de todos los diarios,
mientras que la justicia, al menos desde este artículo, vuelve a dar signos
confusos de una realidad alternativa. En ese mismo momento, Cristina Fernández
de Kirchner se puso a bailar en el balcón. Lo que se quiso erradicar en este
país, siempre se hizo eterno. Lo que más extraña, es que no lo hayamos aprendido
jamás.

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