Resumen
La multiplicidad de definiciones a cerca
del concepto “populismo”, permite una amplitud y diversificación del término, a
fin de que éste sea utilizado desde una mirada específica en acuerdo a los
intereses político - económicos del momento.
Este trabajo se dispone a reflexionar,
criticar y re fundamentar el término “populismo” desde una visión histórica y
objetiva, con el fin de proponer una reformulación del término, siendo la misma
despojada de interés político alguno.
En consecuencia, se analizarán distintas
figuras históricas y su relación con los actores sociales de cada período examinado,
a fin de que su resultado contribuya al intercambio crítico dentro del espacio
áulico.
Introducción
En su evolución histórica, el concepto
de populismo ha sido desintegrado, reconstruido y vuelto a desintegrar. Desde
este punto de vista, muchos olvidan que la definición del término arroja como
resultado (según la Real academia española) “Tendencia política que pretende
prestar atención especial a los problemas de las clases populares” [1].
Haciendo caso omiso de dicho resultado,
los actores políticos, los medios hegemónicos e incluso la opinión pública en
general (subjetivada por lo anterior) piensan que el populismo es “una amenaza
de sectores políticos y clientelares que pretenden perpetuarse en el poder,
legitimando a este por medio de ciertos mecanismos de cooptación y clientelismo
político”.
Desde esa visión deformada y carente de
estudios científicos y sociales, el debate fue instalado en la sociedad desde
dos lugares asimétricos: la derecha y lo
popular. Los primeros pretenden la instalación del término “populismo”
como un arma antitética de la estabilidad económica supuestamente tendiente a
un falso progreso. Mientras que los segundos se valen de esa valoración, a fin
de proponer un enfrentamiento cualitativo, defendiendo una plataforma política
en cuestión pero a su vez tomando el término como una fórmula perfecta de
victimización.
Mediante esta investigación, trataremos
de reencontrar la esencia del término, analizando tres casos representativos: Hitler,
Perón y Reagan.
Una vez esbozado el cuerpo de este
trabajo, daremos cuenta de la situación, entendiendo de qué forma unos y otros
han dado uso al populismo.
Estado de la cuestión
Para abordar el concepto de populismo
desde un lugar objetivo, me propuse reformular el término mediante un cruce
bibliográfico específico: la utilización del diccionario de la Real academia
española, los discursos emblemáticos de líderes que produjeron un cambio de paradigma
dentro de las sociedades y la mirada científica de Ernesto Laclau en su libro
“La razón populista”.
Así, y siendo este un criterio variable,
tomé el discurso de Adolph Hitler del “Llamamiento del gobierno del Reich al
pueblo alemán” pronunciado el 1 de febrero de 1933. En el mismo, Hitler utiliza
su verborragia apuntando directamente a la desolación y decadencia que el
pueblo alemán sufriera tras el tratado de Versalles.
En segundo lugar, analizo el discurso de
Juan Domingo Perón en la Plaza de mayo, el 17 de octubre de 1945, mediante el
cual, a través de un paternalismo inconfundible hacia el pueblo, Perón se
enmarcaba bajo la bandera de la patria trabajadora.
Y por último, Ronald Reagan y su
discurso de investidura, mediante el cual emerge su figura en torno a promesas
nacionalistas construidas sobre la base de las necesidades características de
Norteamérica.
Si bien estos discursos funcionaron como
la plataforma del trabajo, son meras variables para la conclusión final en
donde pretendo exponer una aproximación al “populismo” en términos mucho más
amplios.
INICIO
Habitualmente cuando uno desconoce una
palabra, toma la iniciativa de buscar en el diccionario. Pero lo cierto es que
hoy en día, la maquinaria tecnológica, ahorra pasos mediante su sistema de
búsqueda: ya es casi natural que todo aquello “por explorar” encuentre su
anclaje en el mundo de lo abstracto y lo virtual.
Antropológicamente, el hombre ha
demostrado una capacidad intrínseca de adaptación a nuevos fenómenos naturales
y culturales, por ende la tecnología aparece en el horizonte como el
conglomerado de esos cambios.
De esta manera, la globalización más
efectiva se encuentra detrás de una pantalla repleta de ceros y unos que hacen
que un diccionario ya no sea tan necesario.
Pero en ese sentido, esta apertura hacia
mares tan lejanos nos permite bucear por universos desconocidos, a la vez que
heterogéneos, mediante los cuales la deformación de lenguas específicas, de
culturas o incluso la desinformación desmedida, tergiversan cualquier acepción.
Así, no solo se ponen en duda las más
fervientes creencias, sino que además se profundiza (aún más) la crisis discursiva,
cerrándose ésta a simplismos de la misma Wikipedia.
Por tal motivo, (a sabiendas de que los
medios hegemónicos de comunicación dominan también esos mares) debemos realizar
debidamente nuestras búsquedas y formulaciones académicas.
Y ante el debate de ¿Qué es el
populismo? Propongo partir desde su concepción misma: Según el diccionario de
la Real academia española, “el populismo es popularismo: una tendencia o
afición a lo popular en formas de vida, artes, etc. Y por caso: una tendencia
política que pretende contraerse a las clases populares, utilizado en un
sentido despectivo”.
De esta forma, el término populismo
queda centrado sobre una figura particular, más bien representando a clases
bajas, mientras que su utilización indiferente lo enmarca detrás de una
tipificación sobre la ignorancia del sentido común de los individuos en sociedad.
A saber:
Los líderes más representativos de
momentos históricos en particular, han sabido conllevar el contexto mundial a
paraísos utópicos casi irrealizables. Desde contextos internacionales, sociales
y políticos, hasta terrenos de triunfos y derrotas impensados.
En su
discurso “Llamamiento del gobierno del Reich al pueblo alemán” de 1933, Adolph Hitler
pronuncia a modo de introducción lo que probablemente englobe el conjunto de
pensamientos populistas del líder alemán, para cautivar, motivar y enamorar a
una Nación entera: “Más de catorce años han transcurrido desde el infortunado
día en que el pueblo
alemán,
deslumbrado por promesas que le llegaban del interior y del exterior, lo perdió
todo al
dejar caer en el olvido los más excelsos bienes de nuestro pasado: la unidad,
el
honor y
la libertad. Desde aquel día en que la traición se impuso, el Todopoderoso ha
mantenido
apartada de nuestro pueblo su bendición. La discordia y el odio hicieron su
entrada.
Millones y millones de alemanes pertenecientes a todas las clases sociales,
hombres
y mujeres, lo mejor de nuestro pueblo, ven con desolación profunda cómo la
unidad
de la nación se debilita y se disuelve en el tumulto de las opiniones políticas
egoístas,
de los intereses económicos y de los conflictos doctrinarios”. (Gómez, 2014)
Hitler ponía
el acento en la pobre economía alemana y en la desidia de un pueblo que había
quedado a la deriva en base a promesas nacionales e internacionales que los
aislaba de futuros progresos mundiales.
En su
vehemencia, no olvida legitimar su discurso utilizando el nombre de Dios y
haciendo referencia a todas las clases sociales a las que llamaba a unificarse
en favor de su pensamiento político.
A esto
agrega: “La idea ilusoria de vencedores y vencidos destruye la confianza de
nación a nación y, con ello, la economía del mundo. Nuestro pueblo se halla
sumido en la más espantosa miseria. A los millones de desempleados y
hambrientos del proletariado industrial, sigue la ruina de toda la clase media
y de los pequeños industriales y comerciantes. Si esta decadencia llega a
apoderarse también por completo de la clase campesina, la magnitud de la
catástrofe será incalculable. No se tratará entonces únicamente de la ruina de
un Estado, sino de la pérdida de un conjunto de los más altos bienes de la
cultura y la civilización, acumulados en el curso de dos milenios”. (Gómez,
2014)
Así, se
hace cargo de llenar un vacío dentro de la sociedad alemana: no solo el de un
líder, sino el de un líder carismático con supuestas orientaciones socialistas,
globales y a la vez fundamentalmente nacionalistas.
En este
mismo discurso, el führer pide un plazo de cuatro años para regenerar la
economía alemana y promover una nueva Alemania.
Con el
correr de los discursos y con las apremiantes necesidades, Hitler fue
construyendo un camino de liderazgo basado en el nacional socialismo. Pero no
se trata de cualquier tipo de liderazgo, sino de uno mucho más profundo,
ubicado entre pilares capaces de generar un cambio de paradigma dentro de la
moralidad alemana. Éste puede ser dividido de la misma forma que él lo hiciera:
en primer lugar, la Educación como vertiente hacia una Alemania nacional
socialista. En segundo lugar, con la exclusividad de toda política que funcione
en favor de la capacitación y mejoramiento de las fuerzas armadas. Y por último
la inclusión económica de regiones marginales.
Hitler
no había hecho más que construir con antelación un discurso efervescente y
motivador, mediante el cual nada ni nadie podía quedar al margen ya sea
coercitivamente o por medio de cohesión.
Cuatro
años fueron los que le llevó al canciller alemán construir las bases materiales
de su discurso de 1938, plagado de estadísticas de crecimiento en base a su
proyecto nacionalista.
De tal
forma, no es nada extraño que Adolph Hitler se afirmara ante una multitud
alemana, enardecida y reconsiderada puertas adentro, para iniciar la ocupación
de Polonia y cambiar la historia internacional.
El
pueblo alemán ya había sido cautivado, educado y reformado de acuerdo a las
bases de pensamientos nacional socialistas del líder alemán.
Ante un
contexto internacional sumamente distinto, pero con una oralidad que
funcionaba, al igual que con Hitler, como el centro de la escena apoyada en un
discurso clasista, Juan Domingo Perón masifica su condición de líder, pero
desde un lugar mucho más interesante: en este caso el acento se pone de forma
directa en la clase trabajadora argentina, expandiéndose a una parte de la
clase media ampliamente representada y que idealizaba con el líder
justicialista, quien rompería con el paradigma social en la argentina.
El
famoso diecisiete de octubre de 1945, Perón proclama: “Dejo el honroso uniforme
que me entregó la patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa
masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la patria.
Por eso doy mi abrazo final a esa institución que es un puntal de la patria: el
ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa, grandiosa, que representa
la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera
civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que
representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo
de la patria”. (TELAM, 2005)
Perón no
hacía caso omiso de que su condición de líder era sustentada por la gran masa
trabajadora, ni que la probabilidad de un discurso alejado de dicha
representación podía alejarlo de sus objetivos.
En tal
caso, Perón no alejaba de su expresión al común del pueblo y se ponía como uno
de los ejes patriotas en favor de un proceso mucho mayor: el cambio de una
sociedad entera.
El
simbolismo de abandonar, pero a la vez revindicar, al ejército, lo ubicaban
como una figura con amplias capacidades para reunir bajo su esfera a los
ámbitos más chocantes y disonantes de la historia. Así, pueblo, política y
militarismo, respondían otorgándole a Perón el papel preponderante por el cual
había pujado con rapidez y convicción.
En el
mismo discurso, Perón hablaba de las masas sudorosas, indudablemente volcadas a
la proximidad de una nueva era en sus vidas y a oportunidades que de alguna
forma u otra siempre les habían sido negadas. Además agregaría “Sobre la
hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa patria, en la
unidad de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa
masa en movimiento cada uno de los tristes o descontentos, para que, mezclados
a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriota que son
ustedes”. (TELAM, 2005)
En tal
medida, la construcción peronista de la Nación no escatimó en Educación para
sus trabajadores, ni en la reformulación de los pilares básicos de la
nacionalidad. Tampoco dejó al margen a las mujeres de la patria ni a las peleas
dialécticamente violentas en contra de los medios hegemónicos, la Iglesia y los
opositores.
Dentro
de la oligarquía y el “gorilaje”, todo aquel tipificado dentro de alguno de
esos rangos, pasaría a ser un enemigo de la patria: por cierto, esta ya era la
gran masa trabajadora.
Por
último, en su discurso de apoyo a George Bush, Ronald Reagan esboza de alguna
manera el pensamiento que lo catapultó a la cima de los Estados Unidos.
“A
ustedes y a mí nos han dicho que debemos escoger entre izquierda y derecha,
pero yo les sugiero que no existe izquierda ni derecha. Sólo existe arriba y
abajo. Arriba está el sueño antiguo del hombre de la máxima libertad individual
posible manteniendo el orden, y abajo el hormiguero del totalitarismo. Sin
poner en duda su sinceridad, sus motivos humanitarios, aquellos que
sacrificarían la libertad por la seguridad se han embarcado en ese camino
descendente. Plutarco advirtió que «el verdadero destructor de las libertades
del pueblo es aquel que reparte botines, donaciones y regalos»”. (LA PRENSA,
2016).
En este
breve párrafo de un discurso tan importante, Ronald Reagan dirige su atención
claramente a una porción del pueblo y no a un electorado general. La cuestión
es clara. Al hablar de Plutarco, dedica su atención a las élites capitalistas y
al medio de la gente que son todos aquellos que concurren con un interés
específico de voto. De ninguna manera el conservadurismo considera importante a
la masa social trabajadora de los Estados Unidos como un electorado a medir.
Por tal caso, el líder norteamericano utiliza los mecanismos que lo depositaron
en el poder: las promesas de una Nación segura e independiente, con una
economía capitalista y solvente y con ideas de progreso de ciertos niveles de
la sociedad americana.
Hablar
de los padres fundadores en reiteradas oportunidades no es sino la medida justa
para esa clase que fundamentó sus posicionamientos nacionalistas sustentados en
guerras y colonialismos a través de los tiempos.
“Necesitamos
reformas impositivas que al menos marquen el comienzo de la restauración, para
nuestros hijos, del Sueño Americano de que la riqueza no se niega a nadie, que
cada individuo tiene el derecho a volar tan alto como su fuerza y habilidad le
lleven. Pero no podremos tener tales reformas mientras nuestra política fiscal
sea diseñada por gente que ve los impuestos como medios con los que lograr
cambios en nuestra estructura social”. (LA PRENSA, 2016)
Esta es
quizás la estructura que produjo en la sociedad americana el sostenimiento de
un actor de segunda línea como líder de una de las máximas potencias: la
reforma tributaria que benefició a ciertos sectores de la sociedad.
Así, el
ex presidente norteamericano se volvía popularmente correcto, generando
adhesiones construidas en torno a discursos de los cuales todo aquello que se
prometía, era incumplido pero que, a través de los tiempos, lo enmarcó en un
populismo acérrimo y de derecha mediante la búsqueda de nacionalismos,
simbolismos pero también con obviedad de la rebaja de los impuestos.
Resalto
una gran similitud de tres figuras diferentes: los tres fueron gobiernos
populistas. Tres figuras con un marcado antagonismo pero que tienen un punto
clave en sus discursos: la construcción de medidas exactas que posibilitan el
acceso a la gran masa popular como garantía de un poder que va más allá de un
liderazgo político: el sustentamiento de un carisma discursivo y eficaz.
Para
esto citaremos a Ernesto Laclau en su libro “La razón populista”, que sostiene:
“El populismo, como categoría de análisis político, nos enfrenta a problemas
muy específicos. Por un lado, es una noción recurrente, que no solo es de uso
generalizado, ya que forma parte de la descripción de una amplia variedad de
movimientos políticos, sino que también intenta capturar algo central acerca de
estos. A mitad de camino entre lo descriptivo y lo normativo, el concepto de
“populismo” intenta comprender algo crucialmente significativo sobre las realidades
políticas e ideológicas a las cuales refiere”. [2]
Lo que
hace Laclau es enmarcar de manera teórica y científica, el término populismo,
tomándolo desde una dialéctica entre las movilidades políticas que respondan a
ciertas necesidades respecto de un contexto social específico.
De esta
manera, el populismo no distingue de derechas y de izquierdas, (se vuelve vago,
afirma el autor) y sin embargo responde a esas movilidades que harán del líder
elegido para ese momento dialéctico, la persona indicada para abrazar a las
masas de su alrededor.
Para
tales efectos, el líder deberá responder a ciertos parámetros que le permitan
erigirse por sobre lo ideológico: parámetros que le permitan promover su nombre
por encima de la Historia. A tales casos responden Hitler y Perón.
Entre
algunas de las cualidades a las que debe de responder el líder, son: la
construcción de un discurso teatral y lo suficientemente inclusivo, la
ocupación de los significantes vacíos que permitan el ascenso del líder y su
progresiva hegemonía formal y la retórica mediante la cual el líder opera sobre
sus adeptos y detractores. Agregaremos a esto, el carisma del líder para
englobar todas las anteriores propuestas pero, por sobre todo, para captar la
atención de las masas.
En ese
contexto, el funcionamiento de la popularidad (promovida por la adecuada
masificación publicitaria) ampliará y enaltecerá desmedidamente su figura, a
punto tal de que la psicología de las masas generará una serie de adhesiones
populares, no solo de las clases más necesitadas, sino también de aquellas que
no lo son.
La
ecuación es interesante y a la vez científicamente perfecta. Los factores
cualitativos, sumados a un aparato publicitario funcional y un carisma innato,
entregan por resultado un líder populista, tanto de derecha como de izquierda.
A tales efectos, no se puede reducir al populismo ni al pensamiento de las
masas, a un contexto irracional. Al respecto, Laclau observa: “No hay nada de
malo, por supuesto, en condenar el holocausto. Lo que es incorrecto es que esa
condenación reemplace a la explicación, que es lo que ocurre cuando ciertos
fenómenos son percibidos como aberraciones carentes de toda causa racional
comprensible”. [3]
Conclusión
De esta manera, hablar de populismo se
vuelve un desafío: no se trata de concepciones modernas facilistas, sino de
construcciones dialécticas y complejas que no responden a parámetros
específicos, sino que cambian a través de los tiempos.
Para esto, el liderazgo ofrece su frío
cálculo basado en las estadísticas y acompañado por objetivos concretos que le
permitan al líder transformarse en el resumen de todas aquellas respuestas a
los males de la sociedad.
En el caso de Hitler, la reconstrucción
nacionalista de una Alemania devastada lo catapultó a la cima de la política
mundial. Perón, sustentado por la clase obrera y la figura de Eva Duarte,
teatralizaron y hegemonizaron la escena argentina, con ideologías y procesos
diversos y profundos, al tiempo que Reagan y su conservadurismo basado en la
dominación de sociedades externas, promovieron su figura ante los nacionalistas
y por encima de su ineptitud.
Así, el populismo no puede ser enmarcado
ni tipificado en una izquierda o en una derecha. No puede ser tildado de
peronista ni de radical. El populismo debe referir a lo que realmente es: el
ascenso de grandes liderazgos que guarden en su seno un orden y una virtual
entrega al cumplimiento de las necesidades sociales de un pueblo demandante.
Ni unos ni otros, (los distintos actores
sociales de la actualidad) han logrado comprender y utilizar el “populismo”
como lo que realmente es para la Historia. Un instrumento que bien utilizado
habría de generar grandes cambios paradigmáticos dentro de la sociedad actual. No
solo por una figura en particular, sino por el conjunto de la sociedad que
otorga al líder una capacidad peligrosa y desafiante: en este caso el poder de
una Nación, el poder de cambiar lo implícito y el poder de reordenar las piezas
del escenario mundial.
El populismo, así como lo hiciera Perón,
Somoza o Chavez, no es un desmerecimiento. Es un pragmatismo que se adecúa a
ciertas falencias. Desde mi punto de vista, considero que el populismo es darle
al pueblo lo que necesita. Y si en ese contexto actúa como un bien para la
sociedad, bienvenido sea, sobre todo, a Latinoamérica.
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