domingo, 2 de julio de 2017

El por qué de una sociedad violenta, sobre textos de Waldo Ansaldi.

En el cierre de “el orden en sociedades de masas”, Ansaldi observa la participación de la Cuba de Batista como base de los Estados Unidos en guerra (en participación junto a otros países de Latinoamérica como México).


A la vez, bajo los parámetros de “defender la democracia”, Estados Unidos comenzó a brindar su apoyo a diferentes golpes de Estado, como el de Uruguay en 1942.
“La América latina de la década de 1950 no escapó a la cruzada anticomunista encarnada en Joseph McCarthy e irradiada desde Estados Unidos a todo el mundo occidental. En efecto, esos años fueron los de la definición del poderoso y terrorífico concepto de Seguridad Nacional introducido por Dwight D. Eisenhower, político y militar presidente de Estados Unidos entre 1953 y 1961”. (Ansaldi, 2013: 243)
El autor no hace caso omiso a la participación de la URSS, sobre todo luego de la Revolución cubana, sobre todo como un parte aguas en la relación Latinoamérica y Estados Unidos, dando inicio de esta manera a una serie de políticas persuasivas, complejas y apremiantes del país del norte.
De esta manera, el autor da paso al siguiente capítulo en donde analiza los distintos contextos que llevaron al orden de una sociedad de violencia. A modo de enlace podemos decir que “en América Latina, sin duda, el suceso más importante fue la proclamación socialista de la Revolución Cubana iniciada en 1959”. (Ansaldi, 2013: 251)
La Revolución Cubana actuaría bajo el eje de establecer una lucha anti dictatorial que no era solo en contra de Batista, sino contra el sistema político dictatorial instaurado y que hasta ese momento ocupaba el poder real.
Así comienza un orden de procedimientos que alteraron las estructuras bajo lineamientos que pasaron de un sometimiento social a una reacción enérgica.
A pie de página, podemos señalar que en cuanto a la participación de los Estados Unidos, le restó al gobierno de Batista el poder económico y militar ante la avanzada de Fidel Castro y Ernesto Guevara que aglutinaba individuos bajo su esfera ante las medidas anti represivas de la dictadura cubana.
La huida de Batista, dejó un gobierno cubano devastado económicamente y una masa empobrecida socialmente y con un alto índice de analfabetismo y endeudamiento. Una constante que se daría en los siguientes procesos americanos.
“La violencia de los colonizados no era más que la contraparte de un clima de violencia explícita o implícita e institucional generado por los colonizadores, deviniendo un modo de unir al pueblo, superando la división que entre los colonizados impusieron los colonizadores para sostener su poder”. (Ansaldi, 2013: 287).
Así, la violencia de la sociedad oprimida es la respuesta a la violencia ejercida por un régimen despótico, opresor y deformador de culturas e identidades. En tal sentido operaban los gobiernos militares anteriores y posteriores. De esta manera se puede comprender la utilización de la violencia en sociedades de los sesentas, setentas y ochentas.
Ansaldi hace referencia a una “contra violencia” de las clases dominadas y explotadas. En el caso de América, la violencia se ejerce en detrimento de sociedades marginales o que presentan alguna vulnerabilidad. La oposición se ve más claramente en situaciones de dictadura.
Con la Revolución cubana quedó en claro que las masas populares, también podían tomar partido y reaccionar ante la opresión.
Mientras tanto, y con el correr de las décadas, las burguesías latinoamericanas fueron cerrando sus filas hacia la defensa de sus intereses, utilizando a las fuerzas armadas como la punta de su espada.
Con la “Doctrina de las seguridad Nacional”, las dictaduras comenzaron a institucionalizarse en Latinoamérica, provocando grandes desfalcos económicos, mayor desigual, ineficiencia educativa y promoción de eventos insensatos para el mapa social del contexto.
Así, las fuerzas armadas se apropiaron de la situación y le dieron viabilidad a la toma del poder en diferentes Estados: Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, etc., en supuesta convicción de “corregir” la democracia. En el caso de Bolivia, el objetivo era un tanto distinto. Había que terminar con el comunismo sin pensar en la democracia.
ENEMIGO DE LA NACIÓN - Uno de los principales objetivos ideológicos fue el de aniquilar al enemigo interno. Esto significaba desaparecer o asesinar sistemáticamente a todo aquel que promoviera actividades en contra del régimen institucionalizado.
Dicho enemigo interno, pasaría a ser, gradualmente, un fenómeno de subversión contra el que habría que luchar incansablemente.
“La DSN fue “una ideología desde la cual Estados Unidos, después de la segunda guerra mundial, consolidó su dominación sobre los países de América Latina, Enfrentó la Guerra Fría, fijó tareas específicas a las fuerzas armadas y estimuló un pensamiento político de derecha en los países de la región”” (Velázquez Rivera, 2002: 11) Se trataba así de romper la acción indirecta del comunismo.
Al respecto, Roitman dice: “No hubo respiro. Al finalizar la guerra fría, el neoliberalismo llevaba décadas funcionando. La caída del Muro aceleró las reformas. La agenda se vio fortalecida gracias a la ideología de la globalización. El peligro nuclear se desvanecía poco a poco. Sin embargo, Estados Unidos necesitaba mostrar su poderío. Había salido triunfante y no deseaba compartir con nadie su hegemonía”. (Roitman 2013: 179)
La DSN proponía 4 tipos de guerras: 1) La guerra total (De total a global) La utilización de desaparición de personas y el accionar de los escuadrones de la muerte.  2) La guerra limitada y localizada. 3) La guerra subversiva o revolucionaria y 4) La guerra indirecta o psicológica.
La especialización de fuerzas contrainsurgentes de Estados Unidos promovió un accionar hacia los ejércitos Latinoamericanos que contaron con la pedagogía del Norte para llevar adelante sus objetivos anti populares.
A grandes rasgos, la oligarquía de los países latinos, fue proclive a estos cambios estructurales y político – económicos, aunque no en todos los países se aplicara de la misma manera.
Con la “Operación Cóndor”, las dictaduras en América fueron conformes a “un conjunto de acciones criminales a cargo de una organización transnacional que actuaba clandestina y extraterritorialmente. Para su ejecución se constituyeron escuadrones especiales con efectivos reclutados secretamente entre militares, policías e incluso civiles de derecha, tan secretamente que no fueron del conocimiento de muchos funcionarios militares y de gobierno de las propias dictaduras involucradas”. (Ansaldi 2013: 372)
Así, según Roitman, las dictaduras actuaron de forma concertada con el objetivo de desaparecer en argumento con la racionalidad de la DNS. Este autor encuentra en su investigación la participación dentro de la operación de mismos países latinos tales como Bolivia, Brasil, Paraguay, Argentina, Chile y Uruguay. A diferencia del terrorismo de Estado, el Cóndor no reconocía limitaciones.
1)    Acciones cooperativas.
2)    Acciones encubiertas y transnacionales.
3)    Asesinatos en territorios ajenos.
A esto debemos agregar su especialidad, la naturaleza multinacional, la selección precisa y efectiva de los disidentes y su estructura paraestatal.
A su vez, las grandes empresas fueron una pata activa e informal de las dictaduras, mediante la cual se ofrecían listas e instalaciones en favor de las desapariciones.
De esta forma, la CIA fue el nexo indebido entre los países dictatoriales y el gobierno promotor: Estados Unidos.
Para Roitman, las fuerzas armadas intentaron desempeñar el rol del “orden social” luchando contra el comunismo. Así, los dominantes y el capital no pusieron reparos a los métodos utilizados.
En ese contexto, según Feierstein, las dictaduras en Latinoamérica fueron “una reformulación de los escenarios del conflicto internacional desarrollada fundamentalmente por los Estados Unidos y consistente en la creencia de que la región latinoamericana era uno de los ámbitos privilegiados de la lucha contra el comunismo, y que dicha lucha no tenía fronteras territoriales sino ideológicas”.
Este autor realiza una diferenciación más puntualizada de la irrupción de las dictaduras en el territorio latino y propone un análisis más pormenorizado.
El autor además amplía su conceptualización, ofreciendo una “guerra sucia” como justificación del rearmado de las fuerzas militares a través del terror generado por las torturas, desapariciones y campos de concentración, ultrajes a mujeres y transformación de la vida cotidiana.
Al respecto, Roitman amplía a cerca del aval político – económico brindado por los instigadores civiles de las derechas latinoamericanas bajo el proteccionismo norteamericano, y la difícil explicación de las torturas y complicidades perpetuadas.
Guatemala fue uno de los primeros golpes asestados. En 1954, un golpe militar derriba al gobierno de Jacobo Arbenz. Recién esbozado algún síntoma de paz en 1996, Guatemala perdió 200000 personas en una reformulación de la sociedad sin precedentes.
De esta forma, el caso de Guatemala es un fenómeno casi atípico en donde fue considerado un genocidio. A diferencia de Argentina o Bolivia, Guatemala fue inducido a cuestiones más amplias, mientras que el resto tuvo un asidero político.
En el mismo año, en Paraguay, Stroesner derrocaría a otro régimen militar y se alinearía rápidamente a la DSN y las políticas anticomunistas.
La participación de Paraguay en el Plan Cóndor fue inmediata y activa mediante la articulación de otras naciones represivas.
En noviembre de 1964, se produce otro golpe en Bolivia, que derroca al MNR que indefectiblemente ya había apelado a la utilización de la represión política. En este nuevo golpe, se gesta una articulación de políticas de gobierno con intereses norteamericanos, declaraciones de estado de sitio y represión interna con especialistas internacionales como particularidad (SS alemanas).
Ya muerto el “che” en Bolivia, Banzer asume un nuevo mandato militar y aún más represivo. “Entre 1978 y 1982 se suceden numerosos presidentes militares en Bolivia, con el breve interregno del triunfo democrático del socialista Hernán Siles Suazo, quien no pudo llegar a asumir el gobierno al resultar intolerable su asunción, tanto para las dictaduras militares de la región, como para el gobierno norteamericano. Entre las dictaduras del período, destacan los años de gobierno de la narco-dictadura de García Meza, un golpe militar dirigido desde Buenos Aires y financiado en gran parte por el narcotráfico, que produjo en su único año de gobierno más de quinientos asesinatos y desapariciones de opositores políticos en Bolivia. Siles Suazo logró finalmente asumir el gobierno boliviano en 1982, lo que puso fin a la sucesión de gobiernos militares”. (Feierstein 2009: 17).
En 1972, en Uruguay, la “campaña contra la guerrilla urbana del movimiento Tupamaros” toma el poder en Uruguay disolviendo el Congreso y los sindicatos, además de prohibir al partido comunista.
A diferenciación de otros gobiernos militares, en Uruguay se sucedieron presidentes de carácter civil y en connivencia con las fuerzas armadas. Entre 1972/85 se calculan 300000 personas desaparecidas. Muchas de ellas asesinadas en el exterior.
En el caso de Chile, el sangriento golpe militar a Allende en 1973, promovió un golpe militar que duró hasta 1990, con un saldo de 1000 asesinatos políticos y 1000 desaparecidos seguramente asesinados. Otro grupo de personas fue sometido a la estructura concentracionaria y a la imposibilidad de formular las denuncias pertinentes.
Dado el concepto de genocidio, para Feierstein “El concepto de genocidio prácticamente no fue utilizado para dar cuenta de estos casos, a excepción de la experiencia guatemalteca, que trata de entender como genocidas las matanzas cometidas contra las comunidades indígenas. Creo que esta omisión es producto no sólo de las deficiencias en la redacción de la Convención para la prevención y Sanción del Delito de Genocidio en 1948 y la exclusión de los “grupos políticos” como “grupos protegidos” por la Convención, sino también en las consecuencias que tuvieron dichas discusiones en cuanto a la percepción del sentido estratégico de los procesos de aniquilamiento, tanto en la Alemania nazi como en la Europa conquistada por el Reich, así como en las experiencias posteriores en Indonesia, Camboya, América Latina, los Balcanes o las sociedades africanas”.
“La comprensión del aniquilamiento en tanto genocidio, en tanto planificación de la destrucción parcial del propio grupo nacional, permite ampliar el arco de complicidades en la planificación y ejecución de la práctica, al obligarnos a formular la pregunta acerca de quiénes resultan beneficiarios no sólo de la desaparición de determinados grupos, sino, fundamentalmente, de la transformación generada en el propio grupo nacional por los procesos de aniquilamiento. Se trata, como propuesta provocativa, de pasar del hecho empírico del aniquilamiento de determinados grupos al sentido estratégico del objetivo, motivación y efectos de dichos asesinatos”. (Feierstein 2009: 25)
Como dice Roitman, las fuerzas armadas en Latinoamérica intentaron, por lo general, realizar salidas decorosas.
El primer país en salir fue Argentina con la derrota en Malvinas y el posterior juicio a las juntas que realizaría el gobierno radical de Raúl Alfonsín.
De alguna manera, las fuerzas armadas negociaron su salida, y en ningún caso la condena fue justa, general y perfecta. En Uruguay con el “Pacto del Club Naval” de 1984 se selló el retorno a la institucionalidad civil y se dejó libre de toda culpa a las juntas.
Esto no implicó que durante sus procesos, Estados Unidos y el neoliberalismo de derecha consiguieran instaurar un orden y una consecuencia. Según Roitman, el enemigo había dejado de ser el comunismo para transformarse en el despojos del neoliberalismo: Narcotráfico, crimen y mafias.
“Las alianzas cívico – militares urdidas en las dictaduras cumplieron la tarea de lavar la cara a las fuerzas armadas, Las elites políticas, los empresarios y las burguesías que participaron y se enriquecieron, mientras los uniformados hacían el trabajo sucio, les devolvieron el favor, maniatando el poder judicial”. (Roitman 2013: 182)
A partir de la financiación legal del gobierno de Reagan al derrocamiento del gobierno sandinista en Nicaragua, se sucedieron Afganistán, Irak y Egipto entre otros. Mediante dicha legalización, se promovía una búsqueda injustificada de implementar un orden que cuidara los intereses norteamericanos.
Roitman esboza lo siguiente: “En América Latina encontramos los dos tipos contemporáneos de golpes de Estado, cívico-militares y militares. En ambos figuran las fuerzas armadas, la institución por antonomasia capaz de garantizar el éxito operativo del asalto al poder”. (Roitman 2013: 191)
Con esto se da por sentado de que tomar el poder ejecutivo y, por caso, el legislativo, amplían y permiten el dominio de dicha fuerza por sobre la sociedad entera.
Para que un golpe de Estado tenga éxito, debe ser concebido en las esferas, debe ser estudiado más no improvisado. Sin embargo, en la mayoría de los procesos de América Latina, se produjo un camino al fracaso de acuerdo a que no existía un orden uniforme que permitiera la solvencia absoluta de los golpes de Estado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario