domingo, 12 de abril de 2020

Malvinas, la sangre olvidada. De Daniel Favieri.


Se fue. De repente se fue como la luz que alumbra el día. No nos damos cuenta y desaparece. Y ya no está.
Mi hermano era como esa luz. Era un sol que ahora alumbra nuevos horizontes. Que baña con sus rayos nuevas tierras predicadas con el olvido.
Fue hace un año, pero parece que hicieran diez. Lo perdí con el ocaso del verano, se me fue con la locura del invierno.
Su último llamado fue raro. Porque él decía que estaba bien. Pero lloraba. Él pensaba que volvía. Pero lloraba. Él soñaba con que se trataba de heroísmo, pero yo también lloraba. 
Quizás perturbada por recuerdos de un futuro que aún no sucedía. O quizás intentando que las imágenes que nos retrataban en la infancia, no fueran tan solo olvido.
Siempre fue un idealista. Y yo lo seguía en cada una de esas cosas que proponía. La llamaba a mi viejita y le decía… “Mirá vieja, allá arriba vos y yo” señalando un cielo inalcanzable. Creo, incluso hoy, que él sabía que era el sol.
El indescriptible lloriqueo de su voz me hacía imaginar esa mirada tan fuerte (porque él lo era), tan débil como los árboles a los que les llega el tiempo de la decadencia. Lo veía desde lejos con una temerosidad impropia de su alma. Con un sinfín de sensaciones que lo desarmaban por dentro.
Y muchas veces lo soñé. Sí, sin dudas que lo soñé. Con todo ese miedo, temblando de frío aunque nos dijeran que nuestros soldados en Malvinas la pasaban bien. Aunque nos dijeran que comían y los atendían. Aunque nos quieran hacer creer el verso de que la guerra la estábamos ganando… Yo pensaba, ¿cuánto han de durar los ojos vendados de la sociedad? ¿O tan solo se tratará del miedo a la verdad, de la utopía de la libertad?.
Malvinas argentinas que por vos juramos con valor defender nuestra bandera y nuestra memoria. Malvinas que bajo tus aguas pervive la sangre de nuestros soldados olvidados por los muros de las fronteras mentales que no abren su barrera. Malvinas que por tu memoria entregamos a nuestros más nobles héroes. Malvinas que por vos volvieron aquellos que pagaron con años de su vida el precio de regresar. Malvinas que fuiste, sos y serás la causa más grande de nuestros sueños, que nos desvelan en las noches de pesadez… Malvinas por vos seguiremos de pie, erguidos y erguidas como argentinos y argentinas unidos y unidas en una sola canción impregnada de la búsqueda incansable de quienes ya no están.
Se ha ido el sol. Se ha ido mi hermano junto a nobles almas que ya no regresaron jamás. Ahí quedó el mate de la vieja, estancado en el tiempo. Soñando día y noche conque Ramiro va a regresar. Ahí se quedó el abrazo eterno del viejo con una sonrisa histórica que nunca habremos de olvidar. Ahí se queda tu sonrisa hermano mío, con la sangre olvidada en las tierras del fin del mundo. Con un viento fuerte que sopla con su voz constante “MALVINAS NUNCA TE HABREMOS DE OLVIDAR”. Porque somos los hijos y las hijas de la Democracia. Somos la bandera que nunca habremos de bajar. Porque recordar a nuestros héroes siempre será presente. Porque recordar a nuestros héroes siempre sea futuro.
Aquí me quedo hermano mío. Con tu sangre olvidada. Esperando que la Democracia traiga en este 1983 glorioso, tu nombre en un recuerdo o tu gloria en la eternidad. Que tu luz no me olvide. Yo no lo haré contigo.

Nuestro diluvio. De Daniel Favieri.


Eran las dos de la mañana de un sábado lúgubre. La humanidad no había comprendido las vicisitudes del momento. Y mientras se debatía entre la ignorancia y la desgracia, sucumbía segundo a segundo.
Hacía de su profunda herida una grieta del tiempo. Mientras afuera, los marginados y las marginadas no lo eran tanto (pues desacataban las órdenes del encierro), adentro los supuestos y las supuestas inocentes padecían los desvelos por no poderse recordar.
Fueron tantos los años de no mirarse a los ojos y tantas las incapacidades de la libertad, que los humanos y las humanas de ese mundo abandonado, finalmente, entendían lo que era extrañar.
Era como un obligado experimento social. Era como una prueba de constante responsabilidad. Desde las entrañas del retiro se luchaba contra todo aquel incumplidor fatal. Eran tiempos de pensar en nada, ponerse en cero y volver a caminar.
La humanidad, que tantas veces dedicó su tiempo a buscar seres de otros planetas, ahora vagaba por sus propias cárceles, dependiendo de sí misma para sobrevivir. Buscándose a ellos y ellas mismas. Ni más ni menos. Una tarea difícil. Una lucha de enemigos internos. Un efecto de derrotas constantes.
Si el mero hecho de participar de una prueba invariable no entendía de desafíos, era porque en sí misma la humanidad no lograba entenderse. ¿Cómo ha de ser tan bestia, que dice extrañar lo que nunca miró, lo que de ningún modo valoró y lo que jamás abrazó? Ahora sí dirán cada tanto que entendieron al preso, al desvalido y al médico. Al policía, al docente y al carpintero.
Eran las dos de la mañana de un sábado lúgubre. Muchos y muchas continuaban despiertos. Soñando que todo era un sueño. Pensando que todo iba a pasar.
Los más pesimistas incluso creían que había espacio para el silencio. Ese que, como si fuera un tiro libre de Messi, acallaba a las fieras y esparcía esperanzas en la tierra. De ver un gol, de ver un deseo cumplido y de creer que la justicia divina estaba de su lado porque “Dios es argentino” dirían alguna vez los “desencajados del barrio del olvido”.
Ni “Dios es argentino”, ni Dios es parte. La humanidad, eternamente buscadora de chivos expiatorios que expliquen sus torpezas, se veía restringida a sí misma. El peor efecto del juego era, sin dudas, que lo estaba perdiendo.
En definitiva, no había una explicación certera en la carrera de la subsistencia. No había un proyecto potable para sanar los males. Pues la peor dependencia es la de uno mismo con uno mismo. La peor forma de castigo es la nimiedad de tener que quererse un poco. El peor show al que podemos asistir es al de entender que existe otro, una otra y un conjunto de especies que conviven entre sí.
Eran las dos de la mañana de un sábado lúgubre. La humanidad había sido invitada a un nuevo tiempo histórico. A un probable cambio de paradigma. La humanidad entera debía mirarse al espejo y preguntarse… ¿Qué carajos hicimos?
Eran las dos de la mañana. Tiempo de entender los límites de la pretensión. El reloj hacía ruido. Movía sus agujas como si estuviera explicando una lección. La del tiempo que se escapaba como agua entre los dedos. La humanidad aún no lo había entendido. Estaban en su nueva arca de Noé. Era un diluvio sin lluvia. Era su propia medicina. Era su peor proyecto… Desafiarse a sí misma para correr el riesgo de vencer y tener que cometer los mismos errores que la llevaron a ese sábado lúgubre, a las dos de la mañana, cuando todo era clama, todo era nervios, todo era falsedad.