sábado, 8 de abril de 2017

Juan Manuel de Rosas: El orden altera el producto

La figura de Juan Manuel de Rosas es tan clara que a la vez se vuelve enigmática, política como socialmente.
Despierta inquietudes, heterogeneidad de pensamientos y manifestaciones de voces a favor y en contra. Pero  atreverse a decir siquiera ¿Quién fue Rosas? es introducir una ficha vana en una ruleta repleta de fichas por jugar. Todas creen tener el número ganador.
Entonces la propuesta de “Juan Manuel de Rosas: El orden altera el producto” es justamente esta: entender de qué forma Rosas concibe el poder, lo capitaliza y, mediante estrategias de coerción y cohesión, detiene en el tiempo el debate de la unidad nacional.
La batalla de Caseros es la virtual apertura en el tiempo de un nuevo mandato. Urquiza y su “ejército grande” derrotan a Rosas en una batalla en donde “el restaurador” comete errores estratégicos e incluso es traicionado por una parte de sus tropas.
Todo aquello que fue Rosas, se desmoronaba en instantes de lucha. Su estampa, su liderazgo y la figura de un hombre que poco tiempo antes, había sabido dirimir sus diferencias con los enemigos de turno: O se es Federal o nada.
Pero… ¿Qué era ser Federal para Rosas? Quizás bajo esta pregunta giran las claves de la visión que algunos tienen ante la dicotomía de si fue Rosas un dictador o no.
La crítica revisionista sostiene que cierto tipo de fidelidades no eran ni más ni menos que tibias y profundas, coexistiendo, pero sin ser una clara adhesión a la causa “federal”, valiéndose el brigadier de ciertas prácticas infundadas en ejemplos del pasado. Es decir, si el ejército funcionó en 1808 como un mecanismo de reclutamiento formal mediante el cual el individuo gozaba de un nuevo status dentro de la sociedad, en la época de Rosas cumpliría el mismo rol.
Quizás en donde mejor se vea la mano política de Rosas, sea en su “propaganda”  federal. En tiempos en donde claramente el acceso a la información podía ser mucho más restringido, la causa “federal” toma un envión de consenso masivo que dota a la figura de Rosas de la fuerza que lo caracterizó: la popularidad irrestricta otorgada por el común de la sociedad. La legitimidad de acciones políticas avaladas por un pueblo en general.
Para ser “federal” existían algunas características que, según Ricardo Salvatore, debían hacerse notar. Entre ellas, el “federal” podía serlo “de bolsillo”, colaborando con el gobierno de Rosas de forma material (en dinero o joyas, etc.) mientras que otra de las formas habla de “los federales de servicio” caracterizados por todo aquel que se brindaba en trabajo (ya sea militar o como fiel colaborador de “la causa”) en favor del brigadier. Y por último los “federales” de convicción, que no solo se brindaban ellos a “la causa”, sino que entregaban hasta sus propios hijos.
Dentro de esta gama de particularidades, el “federalismo” también entendía de vestimenta. Los “federales” de apariencia se diferenciaban de los “unitarios” a través de su ropa. “El que vestía de chiripá, calzoncillo y bota de potro, por el contrario, era paisano por apariencia y federal por suposición.
A la diferencia entre bandos antagónicos se superponía así un afán igualitario, nivelador, que privilegiaba el modo de vida del campo sobre el de la ciudad y las actividades rurales sobre el comercio. El federalismo rosista se apropió así de la forma de vestir campesina, le dio colores políticos y la usó como un elemento de nivelación y diferenciación a nivel ideológico y social. Además, estable y propia (americana) la vestimenta de paisano era emblema de igualdad social en la nueva República”. [1]
Pero semejante atracción ideológico – publicitaria, no solo estaba garantizada por la cohesión social, sino también por la coerción, utilizando las listas de unitarios en contra del gobernador e incluso articulando distintas instituciones (como por ejemplo los jueces de paz) en favor de un convencimiento mucho más activo. El no estar de acuerdo provocaba una presión extra y constante.
Así, el eco que se producía en la sociedad tenía que ver más con “una causa visual” en donde toda expresión debía fundamentar la adhesión definitiva al “federalismo”. Mediante estos mecanismos, la acción de Juan Manuel de Rosas tuvo su verbo y su sustantivo. Un verbo conjugado en favor de Rosas a través de acciones en favor de la sociedad, pero con sustantivos que complementaban la “unión y mancomunación de las masas”.
Políticamente, Rosas construyó su “causa” como ningún otro hasta entonces. Se podrá decir que el gobernador fue el motor de una violencia desmedida (porque negarlo sería necio), pero indudablemente no fue solo esa la causa de su perpetuidad en el tiempo. Para eso, y esta es la discusión de este texto, se necesita de algo que va mucho más allá: se necesita de una sociedad en favor de una causa. Por lo tanto, hablar de una dictadura (aun dejando de lado ciertas aristas como el fracaso del sistema coactivo de trabajo) es muy complicado y se pierde en el eje de un discurso pasado de moda. Es preciso entonces figurar a Rosas desde el lugar que le corresponde: como un hombre que accedió al poder, lo tomó en sus manos y lo reconfortó de acciones en su favor. Su fracaso final es quizás el mayor exponente de este problema. Una confianza de perpetuidad en favor de una ruptura política a nivel nacional. El orden que altera el producto fue entonces la imposibilidad de pensar en la organización del territorio como un todo común y bajo las bases de una proyección final. Una vez derrotado, el territorio se encaminó hacia ese lugar. La “unidad nacional”. Aunque para eso… También hubo que esperar.  




[1] Ricardo Salvatore. “Expresiones federales: formas políticas del federalismo rosista”. Página 201.


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