La figura de Juan Manuel de Rosas es tan clara que a la vez
se vuelve enigmática, política como socialmente.
Despierta inquietudes, heterogeneidad de pensamientos y
manifestaciones de voces a favor y en contra. Pero atreverse a decir siquiera ¿Quién fue Rosas?
es introducir una ficha vana en una ruleta repleta de fichas por jugar. Todas
creen tener el número ganador.
Entonces la propuesta de “Juan Manuel de Rosas: El orden
altera el producto” es justamente esta: entender de qué forma Rosas concibe el
poder, lo capitaliza y, mediante estrategias de coerción y cohesión, detiene en
el tiempo el debate de la unidad nacional.
La batalla de Caseros es la virtual apertura en el tiempo de
un nuevo mandato. Urquiza y su “ejército grande” derrotan a Rosas en una
batalla en donde “el restaurador” comete errores estratégicos e incluso es
traicionado por una parte de sus tropas.
Todo aquello que fue Rosas, se desmoronaba en instantes de
lucha. Su estampa, su liderazgo y la figura de un hombre que poco tiempo antes,
había sabido dirimir sus diferencias con los enemigos de turno: O se es Federal
o nada.
Pero… ¿Qué era ser Federal para Rosas? Quizás bajo esta
pregunta giran las claves de la visión que algunos tienen ante la dicotomía de
si fue Rosas un dictador o no.
La crítica revisionista sostiene que cierto tipo de
fidelidades no eran ni más ni menos que tibias y profundas, coexistiendo, pero
sin ser una clara adhesión a la causa “federal”, valiéndose el brigadier de ciertas
prácticas infundadas en ejemplos del pasado. Es decir, si el ejército funcionó
en 1808 como un mecanismo de reclutamiento formal mediante el cual el individuo
gozaba de un nuevo status dentro de la sociedad, en la época de Rosas cumpliría
el mismo rol.
Quizás en donde mejor se vea la mano política de Rosas, sea
en su “propaganda” federal. En tiempos
en donde claramente el acceso a la información podía ser mucho más restringido,
la causa “federal” toma un envión de consenso masivo que dota a la figura de Rosas
de la fuerza que lo caracterizó: la popularidad irrestricta otorgada por el
común de la sociedad. La legitimidad de acciones políticas avaladas por un
pueblo en general.
Para ser “federal” existían algunas características que,
según Ricardo Salvatore, debían hacerse notar. Entre ellas, el “federal” podía
serlo “de bolsillo”, colaborando con el gobierno de Rosas de forma material (en
dinero o joyas, etc.) mientras que otra de las formas habla de “los federales
de servicio” caracterizados por todo aquel que se brindaba en trabajo (ya sea
militar o como fiel colaborador de “la causa”) en favor del brigadier. Y por
último los “federales” de convicción, que no solo se brindaban ellos a “la
causa”, sino que entregaban hasta sus propios hijos.
Dentro de esta gama de particularidades, el “federalismo”
también entendía de vestimenta. Los “federales” de apariencia se diferenciaban
de los “unitarios” a través de su ropa. “El que vestía de chiripá, calzoncillo
y bota de potro, por el contrario, era paisano por apariencia y federal por
suposición.
A la diferencia entre bandos antagónicos se superponía así
un afán igualitario, nivelador, que privilegiaba el modo de vida del campo
sobre el de la ciudad y las actividades rurales sobre el comercio. El
federalismo rosista se apropió así de la forma de vestir campesina, le dio
colores políticos y la usó como un elemento de nivelación y diferenciación a
nivel ideológico y social. Además, estable y propia (americana) la vestimenta
de paisano era emblema de igualdad social en la nueva República”. [1]
Pero semejante atracción ideológico – publicitaria, no solo
estaba garantizada por la cohesión social, sino también por la coerción,
utilizando las listas de unitarios en contra del gobernador e incluso
articulando distintas instituciones (como por ejemplo los jueces de paz) en
favor de un convencimiento mucho más activo. El no estar de acuerdo provocaba
una presión extra y constante.
Así, el eco que se producía en la sociedad tenía que ver más
con “una causa visual” en donde toda expresión debía fundamentar la adhesión
definitiva al “federalismo”. Mediante estos mecanismos, la acción de Juan
Manuel de Rosas tuvo su verbo y su sustantivo. Un verbo conjugado en favor de
Rosas a través de acciones en favor de la sociedad, pero con sustantivos que
complementaban la “unión y mancomunación de las masas”.
Políticamente, Rosas construyó su “causa” como ningún otro
hasta entonces. Se podrá decir que el gobernador fue el motor de una violencia
desmedida (porque negarlo sería necio), pero indudablemente no fue solo esa la
causa de su perpetuidad en el tiempo. Para eso, y esta es la discusión de este
texto, se necesita de algo que va mucho más allá: se necesita de una sociedad
en favor de una causa. Por lo tanto, hablar de una dictadura (aun dejando de
lado ciertas aristas como el fracaso del sistema coactivo de trabajo) es muy
complicado y se pierde en el eje de un discurso pasado de moda. Es preciso
entonces figurar a Rosas desde el lugar que le corresponde: como un hombre que
accedió al poder, lo tomó en sus manos y lo reconfortó de acciones en su favor.
Su fracaso final es quizás el mayor exponente de este problema. Una confianza
de perpetuidad en favor de una ruptura política a nivel nacional. El orden que
altera el producto fue entonces la imposibilidad de pensar en la organización
del territorio como un todo común y bajo las bases de una proyección final. Una
vez derrotado, el territorio se encaminó hacia ese lugar. La “unidad nacional”.
Aunque para eso… También hubo que esperar.
[1]
Ricardo Salvatore. “Expresiones federales: formas políticas del federalismo
rosista”. Página 201.
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