Anochecía en Argentina cuando las pantallas mostraban una
luna blanco y negro nos mostraban la figura de un hombre de negro con capa y
espada y que peleaba por la libertad de California. Siempre eran las 18:30 Hs.
Y siempre aparecía. Nunca fallaba. Como en la serie, el Zorro transformaba lo
imposible en posible. Era su tiempo. Era nuestro mágico mundo de ensueño.
Si bien las versiones de “el Zorro” son ilimitadas, me voy a
tomar la atribución de hablar de aquella que creo que fue la más fiel y
representativa del libro escrito por Johnston Maculen. Y es la de Walt Disney
centrada básicamente en los años de la dominación española sobre América en
general y de California en particular. Año 1820 para ser más precisos.
En mi primera concientización de por qué adoraba al zorro,
me di cuenta de que había una gran oposición con los súper héroes de dibujos
animados. Este era más real. Se lo veía de carne y hueso. Tenía una espada y se
enfrentaba a villanos de verdad. Pero como si fuera poco, no tenía súper
poderes que lo hicieran invencible, sino que me sobrecargaba de adrenalina cuando
Diego de La Vega tenía que luchar. Es que en cualquier momento lo podían matar.
Pero eso nunca pasó. La habilidad del héroe con la espada
era tal y su mente tan brillante, que someter a todo un ejército de tiranos
españoles era tan solo un trámite para el valiente.
En mi segunda percepción, ya mucho mayor, “el zorro” no
dejaba dudas. Su doble personalidad le daba eficiencia a la búsqueda de la
liberación de sus opresores y dedicaba su vida a los demás sin pensar en la
suya propia.
Y en mi tercera conmoción, me di cuenta de un caso particular.
“El zorro” luchaba contra los tiranos en defensa del rey de España. ¿Es una
blasfemia? ¿Es la deconstrucción del personaje? ¿Es la causa del zorro luchar para
defender una tiranía mucho más compleja? Para todo esto hubo una respuesta.
Tuve la suerte de ver la serie en innumerable cantidad de
veces. En distintos momentos de mi vida y hasta repitiendo las temporadas una y
otra vez. Pero no fue sino hasta adquirir otras lecturas sobre América en que
logré darme cuenta de cuáles eran las respuestas a estos crucigramas.
No se trataba de obtener radicalmente la libertad de América
(ni la de California como tal que hasta ese momento era parte de México) sino
de pensarla.
No existía una forma evidente de hacer la revolución. Eran
los tiempos de San Martín, que ya había cruzado Los Andes y que estaba pensando
el Perú. Eran los tiempos de Bolívar que había soñado la libertad de las
futuras naciones, muriendo y resucitando una y otra vez. Y “el zorro” era un
mero colaborador dentro de un territorio que todavía se había jurado español.
¿Entonces cómo hacer la Revolución? No se podía abolir el
pensamiento de los peninsulares españoles de un día para el otro, ni se podía
destruir a un ejército por completo. Eso lo podría hacer Superman, pero
permítanme que les diga lo siguiente: Superman no hubiera podido por dos
motivos. El primero es que Superman no hubiera estado emparentado por la causa
americana ya que su país de residencia había dejado de ser colonia hacía muchos
años y ya pensaba en su dominio de la región. Y si este alegato no sirve de
mucho, les recuerdo que Superman no existe.
Entonces la tarea de “el zorro” era mucho más perspicaz, más
complementaria y más necesaria a la vez. Porque sin hombres de tal valentía, no
se habría logrado la transición hacia un mundo mexicano más real.
Y no hace falta recaer en lo obvio, el zorro es un personaje
de ficción. Pero cuando hablamos de “realismo” enseguida podemos hacer una
relación referencial. “El zorro” es tan comparable con los movimientos
juntistas de América que juraban por el rey de España con el fin de hacer tiempo
para pensar la transición a la Independencia, como es comparable con el
nombrado San Martín, Bolívar y sumaría Miranda y O´Higgins. Hombres que le
dieron a América una identidad y un concepto definitivo de pueblos del Sud.
Dentro de la serie, el sargento García representa a aquellos
soldados que no se unían a los ejércitos por el mero hecho de creer en la
causa, sino más bien por un cierto reconocimiento al prestigio que otorgaba ser
parte de una sociedad militar. De ahí que si algo no pudo cambiar el sargento
era su inocencia y su bondad.
“El zorro” ha demostrado a través de los tiempos la perdurabilidad
necesaria para que todas las generaciones se hicieran eco del mismo. Que nadie
pasara por este mundo sin saber quién era “el zorro”. Y si bien la serie fue
hecha por una empresa del capital norteamericano, se respetó ese aire de
libertad americana que no así sucediera en el caso de las películas como la
última de Banderas.
Pero más allá de eso, “el zorro” de Guy Williams obtuvo el
cariño de los más chicos. Inexplicablemente y con evidencias de lo que digo. El
día en que mi hijo (en aquel tiempo de 3 años) tuvo que elegir su primer traje,
no eligió a Spiderman, eligió al zorro. Sin conocerlo. Sin haber visto siquiera
un capítulo.
Fue entonces que me di cuenta de que “el zorro” sí tenía un
súper poder. No era un láser ni un fuego. Era el súper poder del encantamiento
americano: la libertad, la independencia y los sueños de cambiar nuestra
Historia. Sea eso quizás lo que encantó a mi hijo. Sea ese quizás el mismo
encantamiento que produjo en mí desde siempre. Sea ese quizás el fuego de
América que nunca debería de apagarse, para permitirnos ver que los pueblos
unidos y de hombres con sueños, pueden ser mucho más importantes para una
futura igualdad en la sociedad que un pueblo vacío y sin identidad.
Hoy traigo al zorro, a su espada y a su corcel. La vida de
una sola persona entregada al fragor de las banderas de la ilusión.
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