martes, 19 de diciembre de 2017

Aquellos héroes de mi infancia: “El Zorro”.

Anochecía en Argentina cuando las pantallas mostraban una luna blanco y negro nos mostraban la figura de un hombre de negro con capa y espada y que peleaba por la libertad de California. Siempre eran las 18:30 Hs. Y siempre aparecía. Nunca fallaba. Como en la serie, el Zorro transformaba lo imposible en posible. Era su tiempo. Era nuestro mágico mundo de ensueño.
Si bien las versiones de “el Zorro” son ilimitadas, me voy a tomar la atribución de hablar de aquella que creo que fue la más fiel y representativa del libro escrito por Johnston Maculen. Y es la de Walt Disney centrada básicamente en los años de la dominación española sobre América en general y de California en particular. Año 1820 para ser más precisos.


En mi primera concientización de por qué adoraba al zorro, me di cuenta de que había una gran oposición con los súper héroes de dibujos animados. Este era más real. Se lo veía de carne y hueso. Tenía una espada y se enfrentaba a villanos de verdad. Pero como si fuera poco, no tenía súper poderes que lo hicieran invencible, sino que me sobrecargaba de adrenalina cuando Diego de La Vega tenía que luchar. Es que en cualquier momento lo podían matar.
Pero eso nunca pasó. La habilidad del héroe con la espada era tal y su mente tan brillante, que someter a todo un ejército de tiranos españoles era tan solo un trámite para el valiente.
En mi segunda percepción, ya mucho mayor, “el zorro” no dejaba dudas. Su doble personalidad le daba eficiencia a la búsqueda de la liberación de sus opresores y dedicaba su vida a los demás sin pensar en la suya propia.
Y en mi tercera conmoción, me di cuenta de un caso particular. “El zorro” luchaba contra los tiranos en defensa del rey de España. ¿Es una blasfemia? ¿Es la deconstrucción del personaje? ¿Es la causa del zorro luchar para defender una tiranía mucho más compleja? Para todo esto hubo una respuesta.
Tuve la suerte de ver la serie en innumerable cantidad de veces. En distintos momentos de mi vida y hasta repitiendo las temporadas una y otra vez. Pero no fue sino hasta adquirir otras lecturas sobre América en que logré darme cuenta de cuáles eran las respuestas a estos crucigramas.
No se trataba de obtener radicalmente la libertad de América (ni la de California como tal que hasta ese momento era parte de México) sino de pensarla.
No existía una forma evidente de hacer la revolución. Eran los tiempos de San Martín, que ya había cruzado Los Andes y que estaba pensando el Perú. Eran los tiempos de Bolívar que había soñado la libertad de las futuras naciones, muriendo y resucitando una y otra vez. Y “el zorro” era un mero colaborador dentro de un territorio que todavía se había jurado español.
¿Entonces cómo hacer la Revolución? No se podía abolir el pensamiento de los peninsulares españoles de un día para el otro, ni se podía destruir a un ejército por completo. Eso lo podría hacer Superman, pero permítanme que les diga lo siguiente: Superman no hubiera podido por dos motivos. El primero es que Superman no hubiera estado emparentado por la causa americana ya que su país de residencia había dejado de ser colonia hacía muchos años y ya pensaba en su dominio de la región. Y si este alegato no sirve de mucho, les recuerdo que Superman no existe.
Entonces la tarea de “el zorro” era mucho más perspicaz, más complementaria y más necesaria a la vez. Porque sin hombres de tal valentía, no se habría logrado la transición hacia un mundo mexicano más real.
Y no hace falta recaer en lo obvio, el zorro es un personaje de ficción. Pero cuando hablamos de “realismo” enseguida podemos hacer una relación referencial. “El zorro” es tan comparable con los movimientos juntistas de América que juraban por el rey de España con el fin de hacer tiempo para pensar la transición a la Independencia, como es comparable con el nombrado San Martín, Bolívar y sumaría Miranda y O´Higgins. Hombres que le dieron a América una identidad y un concepto definitivo de pueblos del Sud.
Dentro de la serie, el sargento García representa a aquellos soldados que no se unían a los ejércitos por el mero hecho de creer en la causa, sino más bien por un cierto reconocimiento al prestigio que otorgaba ser parte de una sociedad militar. De ahí que si algo no pudo cambiar el sargento era su inocencia y su bondad.
“El zorro” ha demostrado a través de los tiempos la perdurabilidad necesaria para que todas las generaciones se hicieran eco del mismo. Que nadie pasara por este mundo sin saber quién era “el zorro”. Y si bien la serie fue hecha por una empresa del capital norteamericano, se respetó ese aire de libertad americana que no así sucediera en el caso de las películas como la última de Banderas.
Pero más allá de eso, “el zorro” de Guy Williams obtuvo el cariño de los más chicos. Inexplicablemente y con evidencias de lo que digo. El día en que mi hijo (en aquel tiempo de 3 años) tuvo que elegir su primer traje, no eligió a Spiderman, eligió al zorro. Sin conocerlo. Sin haber visto siquiera un capítulo.
Fue entonces que me di cuenta de que “el zorro” sí tenía un súper poder. No era un láser ni un fuego. Era el súper poder del encantamiento americano: la libertad, la independencia y los sueños de cambiar nuestra Historia. Sea eso quizás lo que encantó a mi hijo. Sea ese quizás el mismo encantamiento que produjo en mí desde siempre. Sea ese quizás el fuego de América que nunca debería de apagarse, para permitirnos ver que los pueblos unidos y de hombres con sueños, pueden ser mucho más importantes para una futura igualdad en la sociedad que un pueblo vacío y sin identidad.
Hoy traigo al zorro, a su espada y a su corcel. La vida de una sola persona entregada al fragor de las banderas de la ilusión.


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