“Sólo espero que contribuya a que los argentinos encontremos
el camino que nos lleve a ubicarnos correctamente en este difícil momento
histórico que nos toca compartir y para que no seamos engañados, una vez más,
como tantas veces lo fuimos” (Favaloro 2015: 11)
Así cerraba su prólogo el Doctor René G. Favaloro en su
libro “¿Conoce usted a San Martín?” y mediante el cual trataba de destacar en
principio su carácter de aficionado de la Historia. En segundo lugar proponía
la sensación inevitable de sostener la moralidad sanmartiniana como una acción
mucho más necesaria incluso que la misma estrategia militar. Y por último la
manifestación de una utopía: recomponer desde la figura del general los
recuerdos, visiones y utopías de una sociedad que, en los setentas y ochentas,
estaba desunida, violentada y pendiente de un hilo en su equilibrio social.
En ese contexto, el historiador John Lynch esboza un
tratamiento que va más allá de la figura reconocida de San Martín. Para él, en
una época de inestabilidad política como la que se vivía en 1815 en toda
América y de las bajas posibilidades de triunfo ante la avanzada realista, San
Martín no solo sostenía la bandera del continente, sino que además enseñaba
mediante su pedagogía los nuevos enfoques estadísticos, dignificantes y
soberanos.
Cuando San Martín llegó a las Provincias Unidas, la
Independencia se encontraba muy lejos. Nadie entendía de qué forma organizar un
Estado supuestamente soberano, ni se podía pensar siquiera en la unidad de las
Provincias que lo componían.
El General no solamente se había dado cuenta de las
falencias estratégico – militares de las que los realistas se alimentaban día
tras día, sino que además había entendido que la avanzada no era por el Norte…
Esta debía de ser por Chile, cruzando Los Andes y saltando al Perú mientras
Güemes sostenía con sus gauchos la furia realista del Norte.
Para conseguir semejante travesía histórica, debieron darse
algunos factores a saber: la organización de una sociedad mendocina pensada
para contribuir a la causa de Los Andes, la profesionalización del ejército
para asegurar la Independencia y la austeridad para subordinar las acciones a
un destino colectivo.
Nada de lo anterior tendría valor alguno si no fuera
enmarcado este en la posibilidad de accionar pedagógicamente e influenciar con
su trabajo a miles de soldados que ya no responderían a la patria, pues la
patria como tal no existía, sino que consideraban la posibilidad de responder a
un hombre que les había dado un salario, un uniforme y la dignidad que
solamente brindan las convicciones. Y si uno lo piensa rápidamente, cada una de
esas cuestiones conformarían una hipotética Patria. De aquí deduzco que probablemente
la Patria no se trata solo de un territorio, sino de una convicción legítima de
pertenencia de un pueblo. A un proyecto, a una igualdad de condiciones, a una
práctica paternalista y a un liderazgo.
Para este tipo de trabajo (arduo por cierto), las formas de
reclutamiento y disciplina militar debían funcionar acertadamente. De lo
contrario, la sincronización del Cruce de Los Andes hubiera sido un virtual fracaso.
Así, el diálogo (como decía Tulio Halperín Donghi) de la
sucesión de una elite por otra para instaurar una evolución en la forma de
gobernar y la militarización para defender las Provincias, sirvió como la justa
medida para que San Martín se desempeñara con soltura pero no sin traspiés. Estaba
tan desorganizado el poder que, ante la eminencia de su estrategia, los hombres
y mujeres se vieron obnubilados de su mando y de su expresión de libertad. No
es dato menor que Mendoza se rindiera a sus pies y se brindara por completo a
sus necesidades.
Era exclusivamente necesario que para lograr la
sincronización militar debía cumplirse con el factor de acercamiento entre la
tropa y sus oficiales. No se trataba de profesar una orden obligatoria, sino
dotar a esta de responsabilidad y fundamento. No se podía pelear por pelear,
había que entender de qué se trataba la lucha, la Patria y, sobre todo, la verdadera
libertad. Desde ese lugar, San Martín coincidía con Belgrano: “Sin ejército no
había patria”.
Otra de las cosas que aconteció ante la llegada de San
Martín fue la vitalidad que encendía la utilización de frases cortas y concisas
para el inicio de un nuevo día y la advocación diaria de los santos, para que
su ejército sintiera el resguardo de sus creencias.
La promulgación de un reglamento nuevo para la vida pública
y privada serviría de ley magna para el desarrollo de una estrategia exitosa y
moderna. Sin dignidad no había soldado ni virtud cívica. Esa misma virtud de la
que dotó a toda la sociedad mendocina con un equilibrio en la pirámide de poder
y sobre todo hacia las clases subalternas que sintieron devoción por el
general. Eso se tradujo en la promulgación de la Educación, de las expresiones
en las plazas e Iglesias sobre la actividad patriótica y de la circulación de
ideas por medio de la publicidad.
Ante este conjunto de cosas, no sería una sorpresa que,
cuando Carlos María de Alvear quiso removerlo de la gobernación de Cuyo, el
cabildo expresara unánimemente la reivindicación de San Martín al frente de la
Provincia.
Tenía todo anotado, demasiado calculado y cuidadosamente
distribuido. Pensó incluso la estrategia de generar donaciones y financiaciones
para la mayor campaña realizada hasta el momento. Cruzar Los Andes ya no era
una estrategia, era una necesidad urgente.
“Lo que no me deja dormir es no la oposición que puedan
hacerme los enemigos, sino atravesar estos inmensos montes”. (Carta a Guido
1816).
Esos inmensos montes, como él le llamaba, fueron testigos de
una negociación de obediencia en donde nunca faltaron los desertores, los
ladrones o los falsos granaderos. Sin embargo no fue razón suficiente para
desacreditar el accionar del ejército que mucho tenía que ver con el efecto
contrario.
En una carta de San Martín a Las Heras de 1820, el primero
informa que el congreso y el director supremo habían dejado de existir. Por lo
tanto su autoridad emanada de este carecía de legalidad. Propuso entonces
someterse a una votación que lo reconfirmara o no en el cargo de General en
jefe del ejército de Los Andes. El resultado fue la continuidad unánime de San
Martín al frente de su ejército. Para entonces era equivocado pensar en un
ejército de devoción a la Patria (cualquiera sea esta hasta el momento), sino
la confirmación del respeto y adhesión de (en palabras de Mitre) de un congreso
de militares que no vinculaba de ninguna forma el ejército al Estado. Ya
entonces la causa había excedido todos los límites posibles.
Si bien existieron fisuras y tensiones en la relación de
autoridad, es imposible particularizar dichos casos debido a que en realidad
tenemos que pensarlas dentro de una estructura de años de exigente trabajo, de
imprudentes accionares políticos de Buenos Aires para comprender la causa por
encima de sus propias ambiciones y la inestabilidad del espacio geográfico con
inesperados cambios climáticos, excesos de quietud y más de las veces la lucha
por alimentarse y subsistir. En su libreta, San Martín contabilizaba, racionaba
y decidía cual sería la forma correcta de resistir. Por supuesto, en un
ejército inmenso, no todos estaban de acuerdo.
No está mal la pregunta insólita que realiza Favaloro… “¿Conoce
usted a San Martín?” A lo que yo, cuando explico la figura del general en un
aula le sigo preguntando a los chicos y me lo pregunto a mí mismo… ¿Cuáles
fueron las movilidades de San Martín para dejar a un lado a su familia, olvidar
su pasado como soldado español, cruzar Los Andes en medio del frío y el hambre,
liberar el Perú y terminar exiliado en Francia y en medio de la austeridad? Son
muchas preguntas que aún cuesta mucho responder, pero a algún esbozo he
llegado.
No podemos decir que la gloria personal pueda quedar
separada de la gloria en general. San Martín sabía que si “la causa” avanzaba
satisfactoriamente, los resultados se acercarían bastante a lo conseguido como
gobernador de Cuyo. Sin embargo cualquier otro hubiera claudicado o hubiera
equivocado el camino.
San Martín no se lanzó a una “conquista de liberación”
equivocada y desordenada, sino al resultado pedagógico de una estrategia pensada,
estructurada y reorganizada. Valorando primero a los propios y reconociendo la
sabiduría de estos (caso Güemes como el único capaz de conocer el terreno del
Norte), entendiendo que no se podía realizar el ejercicio de la imposición de
sistemas y pensamientos, porque no todo funciona de la misma forma y
demostrando en su capacidad de líder que también se puede moralizar y
dignificar además de exigir.
Este ha sido mi primer esbozo sobre la gesta sanmartiniana.
Una acción pedagógica premeditada que bajo las luces de su genio y las sombras
del contraste político de aquellos tiempos le permitieron incluso saber cuándo
dar un paso al costado.
San Martín partió al exilio el 10 de febrero de 1824 dejando
detrás de sí un accionar que mereció el estudio desde diversas miradas
históricas, sociales y políticas. Pero no fue sino a través de los años hasta
que se reconocieron verdaderamente las loas de su figura.
Y creo yo en ese sentido, que la pasión por la libertad fue
la misma mediante la cual imprimió de sentido a la pedagogía del orden político.
Quizás esa sea su materia pendiente debido a que la propia estructura de las
Provincias estaba totalmente desordenada y su causa se alejaba de dichos
límites.
El Río de La Plata fue un tránsito de excusa para una
movilidad mucho más conveniente. Sofocar a los “godos”, aprisionarlos y
expulsarlos para lograr la verdadera soberanía. Sin tapujos, sin obstáculos,
sin amenazas constantes ni extrañas estrategias libradas al azar. Sea quizás lo
único que le quedó pendiente dentro de ese azar: su propio desconocimiento de
lo conseguido y la deshonrosa culpa de su exilio impensado. Él tan solo quería
retirarse a su chacra en Mendoza y vivir su vejez, pero nunca más pudo regresar.
En 1823 San Martín extendió su más claro obituario sin
pensar en el futuro: “El nombre del general San Martín ha sido más considerado
por los enemigos de la Independencia que por los muchos americanos a quienes he
arrancado las viles cadenas que arrastraban”.
Hoy muchos reivindicamos la figura de don José. Desde la
Historia, desde la acción moral, desde la acción social, desde las luchas
diarias y desde los efectos de su causa más grande: el amor a la libertad de
los individuos oprimidos por aquellos tiranos que disponían a su merced de un
territorio que ya no les correspondía, que no lo conocían y que ni siquiera los
representaba. Creo que ese fue el verdadero y claro objetivo del general don
José de San Martín, desatento del poder y desinteresado del dinero que pudo
ganar.
Agregaría en palabras de Favaloro en 1980: “Todos somos
culpables, pero si hubiera que repartir responsabilidades las mayores caerían
sobre las clases dirigentes. ¡Si resurgiera San Martín caparía a lo paisano
varias generaciones de mandantes!”.
Nota al pie: Elegí la figura de Favoloro para destacar
algunas cosas ya que es un hombre común en el buen sentido, dentro de una
sociedad en la que sus basamentos morales pretendieron dotar de dignidad a los
gobernantes y dignificar la figura de la política. Su muerte incluso habrá de
ser en el tiempo (si es que ya no lo es) un exilio a lo San Martín. ¡Y cuántos como
estos dos necesitamos hoy!
Excelente!!
ResponderEliminarMuy lindo artículo!!👏
ResponderEliminarMuy lindo artículo!!👏👏
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