“¿Por qué no les permitimos pensar? Porque somos un conjunto
de seres despiadados a los que no nos gusta verlos reír. Pero ¿Por qué no les
permitimos expresar? Porque es la consecuencia de su pensamiento subversivo,
que nos viene a imponer un cambio, una ruptura… Probablemente el verdadero
progreso. ¿No seremos nosotros los equivocados? No, se equivoca el que piensa
por demás. Nosotros pensamos por ellos”.
Era un interminable comando apaleador de ideas. Secuestrador
de porvenires. Talador de árboles que se plantaron con sueños. Censor de
cuestionamientos que clamaban por igualdad.
No fue una época de reorganización de la Nación, fue la era de
la desorganización de las ideas, de la economía, de la política y, sobre todo,
del intento fracasado por apagar las voces, por dominar los libros… Por
romperle la punta a los lápices.
Pero todo intento de terminar con aquello que se odia, de
desaparecer eso que caló hondo en la sociedad o de destruir los cimientos de
una idea hacen que el grito se escuche más fuerte, como una música que
gradualmente se va haciendo potente, rítmica y masiva.
¿Dónde estaban algunos cuando los otros desaparecían? ¿Por qué
no se oyen los clamores populares cuando las viejitas rondaban sin destino? ¿En
qué bolsillo se escondía el mundo, sediento de economías volubles, que estaba enceguecido
ante lo evidente?
Fue la sangre derramada, el grito doloroso del oprimido, del
desaparecido, del pobre, de la cultura, de la identidad… Por unos instantes
valuados en igualdad, desaparecimos. Perecimos. Dormimos ante una era de
oscuridad que nos hizo olvidar… Por un tiempo.
“¿Pero nos vamos a llevar a los chicos? Sí, porque son el
futuro. ¿Pero no son demasiado chicos? Pero piensan. Tienen energía. Se
organizan, se movilizan. ¿Y si los educamos? No nos aceptan. ¿Cuándo pasó esto?
Cuando les dimos poder”.
Esa “noche de los lápices” fue la cumbre de la desidia y la
matanza de los ideales. Pero fue asimismo la mitificación, la trasgresión y la
propagación de las inapelables posiciones. Hay que seguir luchando. Hay que
seguir escribiendo.
Los planes autoritarios y despojados de sensibilidad,
encausaron la lucha eterna por los derechos humanos, la constante fuerza que
empuja por no olvidar y la entereza que nos pide no claudicar.
Seguir adelante implica convencernos de que todavía hay
mucho por reconstruir. Hay identidades por recuperar, hay ilusiones que se
quedaron truncas. Tenemos la obligación de hacerlas cumplir. ¿Cómo? Con la
fuerza soberana que aún muchos no han entendido que tenemos.
“¿Me puedo ir? Parece que tiene miedo. ¿Es posible? No,
claro que no. Porque aún tiene mucho trabajo por hacer”.
“Hubo toda una situación, porque me vieron a mí tan
chiquita, en piyama, tan pequeñita que era, uno de ellos dijo: "Esta es
muy chiquita" y casi se llevan a mi hermana. Pero no, la de Bellas Artes
era yo. Yo seguía en piyama y mi mamá les pidió que me dejaran cambiar. Me puse
un gamulán, que siempre lo adoré porque lo pude tener un tiempo y me permitió
cobijarme de tanto frío. Apenas me vestí, me vendaron y me subieron a un auto.
Después supe, porque me contaron mis padres, que había sido un operativo muy
grande, que había muchos autos. Ahí comenzó el terrible periplo de mi
desaparición, que duró varios meses”. Emilce Moler
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