“Esta vez sí los mambises entrarán en Santiago de Cuba”.
Fidel Castro, 1 de enero de 1959
La Revolución Cubana:
Un proceso de transformaciones sociales.
Una cuba desolada de identidad propia, un país enteramente
utilizado a merced de intereses anglosajones y una isla de débiles intenciones,
se preparaba para dar un golpe de efecto a todo aquello que la había arrodillado
ante la opresión.
Cuba era una sucursal de los Estados Unidos, cuidadosamente
transformada en un tendal de casinos y juegos, prostitución y abandono socio –
económico. Esa pequeña isla, también víctima en su momento de la Enmienda Platt
que regalaba tierras para Norteamérica, y que sostenía indefectiblemente a los
capitales externos, se encontraba vacilante ante una eventual situación: Fidel
Castro y unos cuantos guerrilleros (entre ellos Ernesto “che” Guevara) se
adentraron en las sierras, reclutaron y convencieron a aquellos individuos
cansados de reforzar con su trabajo a grandes potencias mundiales y se dieron
el tiempo de educar, curar y soñar mientras se hacía la Revolución.
Es curioso cómo funciona el mecanismo a la vista de todos. La
isla cubana era uno de los mayores proveedores de azúcar desde los tiempos de
la colonia y, por lo tanto, su territorio era codiciado y dominado. Pero
también se sabía de ante mano, que los intentos independentistas por librarse
del opresor conllevaban a un enfrentamiento de muertes seguras. Y así se tejía
una telaraña muy difícil de romper. Cuba, como otras tantas pequeñas y
oprimidas potencias latinoamericanas, terminaba jugando de peón en un tablero
de ajedrez en donde uno de los jugadores siempre hacía trampa.
Ubicada entre Cancún y Haití y con una población de 6
millones de personas en 1959 (actualmente 11 millones según la web Cuba debate),
la isla fue un paso obligado en los primeros viajes de Colón y ya durante la
explotación española sus recursos naturales sirvieron de escaparate para
terceros. Como decíamos más arriba, no solamente el azúcar sirvió de fuente
obligada de explotación. También el níquel y el cobalto, el cacao y el tabaco
siendo estos últimos de gran importancia durante la colonización.
Marcadamente, y ante los datos estadísticos, Cuba explica
muy el equilibrio entre economía y Medio Ambiente. Según datos de la ONU es el
único país que cumple con el Desarrollo sostenible (desarrollo humano alto y
huella de carbono sostenible) lo cual nos lleva a la pregunta disparadora: ¿A qué se cierra realmente Cuba?
Víctima de rotundas abnegaciones y discursos vehementes,
este territorio retrasado para muchos se vanagloria de ciertos logros que a
muchos otros países incluso les ha llevado años de fracasos. La Educación, el
alfabetismo y la salud.
Hacia 1959 los cubanos analfabetos rondaban el millón. Para
Batista, el dictador cubano, era mucho mejor negocio promover el juego antes
que la Educación. Era mucho más rentable incluso arrendar terreno para
terratenientes desconocidos que entregarle a su propio pueblo las capacidades
necesarias para progresar socialmente.
Los pobres peones dentro de este tablero de ajedrez, que
sostenían con su sudor y su trabajo a regímenes enteros y ostentosos, muchas
veces no tenían para comer ni siquiera de la tierra que trabajaban.
Bajo ese contexto, la Revolución cubana se presentó a estos
peones como una nueva forma de cambio. Una nueva posibilidad de ascender hacia
una sociedad más igualitaria. Y para eso debían tomar el poder. Pero siendo tan
pocos (dado el traspié del Granma en las costas cubanas) la propuesta fue “la
guerra de guerrillas”.
Fidel Castro aportó el equilibrio político – estratégico de
la Revolución, a veces un tanto ambiguo, mientras que Guevara y Cienfuegos
comandaron la fuerza de la insurrección. Así conformada la cúpula, cuando el
primero de enero de 1959 Fidel Castro llegó a las puertas de Santiago de Cuba,
el destino socialista aún no estaba planteado.
Bajo un contexto de Guerra fría que enfrentó al capitalismo contra
el comunismo, (este último conformado como partido en Cuba) podía brindar el
apoyo político – intelectual que Castro necesitaba para su Revolución. Exceptuando
dicha conformación, Guevara, que había pasado de médico a comandante, se
transformaría en el equilibrio de esa intelectualidad y la guerrilla.
“(…) en aquella ocasión no solo fue combatiente distinguido,
sino que además fue también médico distinguido, prestando asistencia a los
compañeros heridos, asistiendo a la vez a los soldados enemigos heridos. Y cuando fue necesario abandonar aquella
posición, una vez ocupadas todas las armas y emprender una larga marcha,
acosados por distintas fuerzas enemigas, fue necesario que alguien permaneciese
junto a los heridos, y junto a los heridos permaneció el Che. Ayudado por un grupo pequeño de nuestros
soldados, los atendió, les salvó la vida y se incorporó con ellos ulteriormente
a la columna.
Ya a partir de aquel instante descollaba como un jefe capaz
y valiente, de ese tipo de hombres que cuando hay que cumplir una misión
difícil no espera que le pidan que lleve a cabo la misión”. (Fidel Castro,
1967)
Los movimientos políticos dentro de la guerrilla no podían
abandonarse en ninguna forma. Debía existir algún plan de convencimiento, no
solo para los campesinos, sino también para los mismos guerrilleros que debían
terminar de comprender bajo qué causa peleaban.
“Sin embargo, todo el movimiento fidelista se orientaba al
comunismo, desde la ideología social-revolucionaria general de aquellos que
probablemente emprenderían insurrecciones guerrilleras armadas hasta el
anti-comunismo apasionado de los Estados Unidos de la década del senador
McCarthy, que automáticamente inclinó a los rebeldes latinoamericanos a
considerar a Marx más amablemente” (Hobsbawm 2016: 282)
Si bien la Revolución en sí misma tendía a una insurrección
que, como tal, nacía y progresaba bajo una línea de continuidad socialista, era
porque no había forma de escapar a dicho destino. Indudablemente, las acciones
guerrilleras acompañadas de un lado más humano y paternalista hacia los
ciudadanos despojados, conllevarían a la búsqueda de una identidad parecida.
Allí se ubicaba el marxismo, que les permitió a los revolucionarios hacerse
cargo de ambos puntales: la teoría y la acción.
Los ejércitos de la Revolución que llegaron a la isla fueron
recibidos ante una multitud de balas y sangre. En lo que duró la acción militar
desde el desembarco del Granma el 2 de diciembre de 1956 hasta las entradas
triunfales en Santa Clara en 1958 y La Habana de 1959, todo fue trabajo.
Había que convencer a los desconfiados campesinos y
campesinas que gradualmente se fueron sumando a la Revolución. Algunos en las
armas y otros en la creencia ideológica. Otros atendidos en las precarias salas
de salud que armaba la guerrilla y los niños y niñas recibiendo algo de
Educación también en ínfimas condiciones y con los aviones de reconocimiento
sobrevolando la zona. Pero para ese momento, la guerrilla era lo mejor que les
había pasado. Nadie se había ocupado en tan poco tiempo de aquellos
invisibilizados por la dictadura de batista y el poder del Norte. La
propagación de las ideas libertarias fue cuestión de tiempo. Ya en 1957 los
líderes agrarios y varios comerciantes (armados con hombres) se habían puesto a
disposición de la Revolución y Fidel Castro. No faltaron incluso los guías de
camino para orientar en la Sierra ni las recepciones con comida para aquellos
que “peleaban contra la tiranía”.
“En verdad, cuando considero cualquier sistema social de los
que existen en el mundo moderno no puedo (por eso ayúdame, Dios) verlo como
otra cosa que una conspiración de los ricos por imponer sus intereses bajo el
pretexto de organizar la sociedad. Ellos pergeñan todo tipo de argucias y
subterfugios, primero para mantener a resguardo sus ganancias mal habidas y
segundo para explotar a los pobres, comprando su mano de obra tan barata como
pueden. Una vez que los ricos han decidido que esas argucias y subterfugios
reciban reconocimiento oficial de la sociedad (lo cual incluye a los pobres y
los ricos) adquieren fuerza de ley”. (Moro, 1516).
Así como lo explica Moro, la forma de ostentar el poder en
la isla había cobrado una legitimidad que pocos se atrevían a discutir. La
situación de Cuba para 1959 ya era calamitosa y decadente. La transformación
social era una necesidad de base, pero antes había que consolidar un orden
verdaderamente cubano. Algo de eso es lo que sumó la Revolución a la mentalidad
de los pobres que antes de la Revolución vivían sin más esperanzas que la
comida diaria.
Cuando las fuerzas de los Castro, Guevara y Cienfuegos entre
otros apuntalaron e hicieron de la fuerza anti-Batista un ejército
desprolijamente contundente, la fuga del dictador desarmado terminó por abrir
las puertas del poder. Un poder que, relativamente pensado, fue espontáneo,
pragmático pero genuino.
En un primer momento Fidel Castro se declaró marxista pero
no comunista. Permitió que Urrutia asumiera la presidencia de la Nación cubana
e intercambió órdenes con él. Sin embargo aquella furia norteamericana por el
tono que había cobrado la Revolución permitió desarrollar lo contrario al
capital: el comunismo.
Urrutia fue quizás la llave de la puerta que deparaba detrás
de ella un nuevo orden. Un hombre renuente a los cambios sociales pero que
había asumido el mando presidencial sin darse cuenta de que su figura sería la
carta de la legitimidad de un poder pensado por Castro. Sin esa legitimidad en
el cargo era imposible dotar de identidad a la isla. Así, Urrutia pasó sin pena
ni gloria por la cúpula de la Revolución, más volcado a la derecha que a las
necesidades del nuevo orden político en donde ya Fidel Castro como Primer
ministro había concentrado la fuerza de la ley.
Así “El ejemplo de Fidel inspiró a los intelectuales
militantes en toda América Latina (…) en poco tiempo Cuba comenzó a alentar la
insurrección continental, impulsada por Guevara, el campeón de la Revolución
Panamericana y la creación de “dos, tres, muchos Vietnam”. Una ideología
adecuada, aportada por un brillante joven izquierdista francés (Regis Debray),
sistematizó la idea que, en un continente maduro para la Revolución, todo lo
que se necesitaba era la importación de pequeños grupos de militantes armados a
las montañas propicias que formaran focos para la lucha de liberación masiva”
(Hobsbawm 2016: 283)
Con exactitud, no solamente se trató de un discurso
castrista o guevarista de la Revolución cubana.
La transmisión de esas ideas,
la intención de formar muchos Vietnam, la búsqueda de una fuerza superior y
equilibrada, no hubiera sido tal sin el contenido. Por lo tanto, los cubanos
tenían que repensar Cuba para re encantar al pueblo y expandir la Revolución.
Quizás la utopía más compleja a la que se sometió el “che”.
En 1959 se crearon tres ministerios que pusieron en marcha
los signos del cambio: Recuperación de bienes malversados, Estudio y ponencia
de las leyes revolucionarias y Bienestar social. El primero para crear un área
inicial de propiedad social. El segundo buscaba adquirir el poder legal de lo
que la Revolución consideraba necesario para la reforma socio – política y el
tercero la seguridad y la asistencia social para todo ciudadano que la
necesitara.
Desde esta propuesta, la Revolución cubana comienza su
transición del capitalismo al socialismo entendiendo que la teoría y la
práctica debían de adaptarse crudamente a una nueva realidad todavía enredada. Fidel
y los suyos debieron seguir por pragmatismo las leyes del comunismo acérrimo, volviéndose
incluso más comunistas que la misma Unión Soviética. Debieron atender sin reparos
a las preguntas que se disparaban de los Medios de producción: ¿Deben estatizarse?
¿Por qué? ¿De qué forma? ¿Debe ser un cambio radical o mixto? Son las mismas
preguntas que responden a la resolución final tomada hacia Urrutia. Su renuncia
y alejamiento por considerarse fuera de los ejes del comunismo. Y si la
intención era devolver Cuba a los cubanos, no era el capitalismo más que un
medio opresor y desconsiderado, patriarca de tantos años de desidia en la isla.
Por ende, el camino era el opuesto y no era mixto.
Para todo lo anterior, las proyecciones debían ser
dogmáticas. La teoría aclaraba la forma, pero no el proceso. Por lo tanto,
desde el planteo de una alfabetización prudente y eficiente, Cuba se preparaba
para recibir el heroísmo de la Revolución en los libros de Historia. En las
hazañas de Martí y en los escritos de los revolucionarios. Se explicaría
incluso por qué la renuncia a las negociaciones del níquel implicaban los
enojos de los norteamericanos al tiempo en que el mayor enemigo de Estados
Unidos, la URSS, se volvía el mejor amigo de la isla.
“La línea de la movilización de las masas para resolver una
serie de tareas (recordemos simplemente las de alfabetización), la línea de
hacer elegir los cuadros y hasta los miembros del partido por las mismas masas;
la línea de la información constante a las masas de los problemas con los que
se enfrenta la Revolución; la enorme sensibilidad de Fidel Castro y de su
equipo por todo lo que preocupa a las masas: he aquí lo que constituye sin duda
la particularidad principal de esta Revolución, después de la destrucción del
Antiguo Régimen” (Mandel 1969: 14)
Los cubanos comenzaron a entender las diferencias entre la
consideración de un Golpe militar y una Revolución. Era lo segundo por sobre lo
primero. Lo evidente ante el facilismo de la desconsideración de algunas
regiones que, no solo por miedo sino también por pérdidas económicas,
intentaban minimizar.
La publicidad negativa contra la Revolución cubana fue muy
bien utilizada para fundamentar las razones y la importancia del pueblo que
debía defenderla. De entender que la bandera de la Nación recuperada era la
bandera de todos y todas, unida esta en un mismo sueño de libertad. Los
barbudos habían triunfado en 1959, allí comenzaba la segunda etapa de la
Revolución.
Muy pocos se encontraron preparados para recuperar la isla.
Estados Unidos entendía que debían deponer a los nuevos comunistas y recuperar
la dotación económicamente significativa que garantizaba el terreno. Pero esa
parte ya era cosa juzgada desde los tiempos en la Sierra Maestra. Guevara
explicaba que “Simultáneamente a la incorporación de los campesinos (de los
guajiros) a la lucha armada por sus reivindicaciones de libertad y de justicia
social, surgió la gran palabra mágica que fue movilizando a las masas oprimidas
de Cuba en la lucha por la posesión de la tierra: por la Reforma Agraria. Ya
estaba así definido el primer gran planteamiento social que sería después la
bandera y la divisa predominante de nuestro movimiento, aunque atravesamos una
etapa de mucha intranquilidad debido a las preocupaciones naturales
relacionadas con la política y la conducta de nuestro gran vecino del Norte”
(Bell, López, Caram 2006: 30)
No se oponía a Batista un solo grupo de 82 comunistas
diezmados en 15 y ocultos en la Sierra. Se oponía en el proceso un país que
durante tanto tiempo había sufrido la peor de las enfermedades que un
territorio puede sufrir: el colonialismo y la falta de identidad. Ambos
síntomas conforman una pérdida de tradiciones y economías que conllevan a la
falta de progreso.
Este pragmatismo para pensar el poder, el dogmatismo para
llevarlo adelante y el paternalismo para explicar las ideas de la Revolución
forjaron en Cuba una unidad indivisible que conformó una fortaleza imposible de
derribar. El mundo conocía las coordenadas de un espacio cuyos recursos
naturales habían dotado de magnificencia productiva a países impensados. Cuba,
luego de 1959 fue la esperanza de los oprimidos de América y el dolor de cabeza
más grande que Norteamérica pudo tener.
Sesenta años pasaron ya de la Revolución de Castro y
Guevara. La acción de ambos, la diplomacia de uno y la teoría del otro hicieron
de esa fortaleza caribeña una realidad. Sostenida por efectos tardíos del
tiempo, Cuba amortiguó todo tipo de crisis económicas. Mientras la URSS de
Gorbachov se resignaba ante el capitalismo, Cuba se sostenía tan comunista como
siempre.
Las epopeyas del Granma cuentan que la voluntad de los 82
individuos que pisaron suelo cubano nunca decayó, sostenida por un imponente
Fidel Castro, caudillo de armas y convencimiento, que procuró un mundo mejor a
lo que 1959 les permitía.
Cuba sigue siendo una pequeña isla en el mapa del Océano
Atlántico, pero también es una gran potencia económica que muchas grandes
potencias, desde su descubrimiento hasta hoy, se disputaron, disputan y
disputarán. A conciencia de muchos, Guevara primero y Castro después no dejaron
al morir un vació político-ideológico, por el contrario dieron muestras de
haberlo fermentado en vida. Respondiendo a la pregunta del inicio, Cuba, a
través de la Revolución cubana, se cierra a los avances desigualitarios del
capitalismo, a la intensificación de la contaminación ambiental, a las debacles
económicas, a la estructura del poder ambicioso que nunca se conforma y a la
sobre explotación de los recursos ciudadanos para beneficio de unos pocos. Ni
más ni menos.
“Es una cosa pública y notoria que nací en Argentina. En 1928 en la
Ciudad de Rosario. Nosotros consideramos que esta fue una Revolución hecha por el
pueblo y que la gran virtud de Fidel Castro fue la de aglutinar a todo el
pueblo, compactarlo y llevarlo a la victoria. Un punto de vista personal:
rechazo de toda forma demostrar que un extranjero pueda venir a luchar a otra
tierra. Para nosotros, los que vivimos al Sur, cualquiera de las Patrias
americanas es nuestra y sobre cualquiera de ellas podemos dar nuestra sangre en
la seguridad de que estamos luchando por nuestra Patria”
Ernesto Guevara, 1959.
Bibliografía
-BELL LARA, José; LÓPEZ GARCÍA, Delia; CARAM LEÓN, Tania. Documentos de la Revolución cubana 1959.
Ciudad de La Habana, Editorial de las Ciencias Sociales, 2006.
-GEVARA, Ernesto. Diario
de un combatiente. Sierra Maestra – Santa Clara. 1956 – 1958. Cuba, Ocean
Sur, 2011.
-BERMAN, Carlos. Ernesto
che Guevara. Escritos económicos. Córdoba, Ediciones Pasado y presente,
1969.
-CASTRO, Fidel. Discurso
pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, primer secretario del comité
central del partido comunista de cuba y primer ministro del gobierno
revolucionario, en la velada solemne en memoria del comandante Ernesto che Guevara,
en la plaza de la revolución, el 18 de octubre de 1967. http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1967/esp/f181067e.html.
-HOBSBAWM, Eric. ¡Viva
la Revolución! Buenos Aires, Editorial Paidós, 2016.
-ANSALDI, Waldo; GIORDANO, Verónica. América Latina. Tiempos
de violencias. Buenos Aires, Ariel, 2014.
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