miércoles, 11 de junio de 2025

La doble vara de la condena obligatoria Por Daniel Favieri Tuzio

 


El ejercicio del análisis y la escritura, siempre es complejo. Más aún si el tiempo que pasa es demasiado para una gimnasia que debería ser diaria. Sin embargo, muchas veces las ilusiones temporales (de creer que uno tiene tiempo para todo) nos disponen a olvidar que, mientras el día pasa, las intenciones se van diluyendo en acciones intrascendentes que no llegan a formular una transcripción meticulosa de los sucesos. Más hoy, en tiempos líquidos en donde la velocidad de la información es igualmente proporcional a la dimensión del recorte discursivo que nos ofrece la estructura superficial de las redes sociales. Alguien nos está contando lo que quieren que digamos. Y sin saber que lo hacemos, caemos en la tentación de comentar, con toda velocidad, algo que todavía no pudimos reflexionar. Entonces, somos víctimas del montón de ideas que carecen de inocencia, pues todas tienen un objetivo. Por ejemplo, no hablar de jubilaciones, ni de pobreza, ni mucho menos de la fórmula económica que dice que los dólares van a escasear más pronto que tarde. Es que, complejizar la dinámica social de pensar críticamente, no es tarea fácil. Todo sea por el objetivo de llegar antes a todo y no pasar de moda en los segundos que dura la fama de haber sido el primero que dijo cualquier cosa, mientras otros lo vanaglorian por haber dicho una supuesta verdad que, en realidad, no es más que una mentira disfrazada de pensamiento periodístico – intelectual que carece de toda información. Hoy lo que vale es lo que se viraliza y parece empírico. Pero no lo es. Entonces, el mero acto de informar, es una estructura más del sistema que se adapta a los seres humanos y al mundo de la filosofía barata, que ha creado a imagen y semejanza un sistema de repetitividad de fallas ideológicas. Todos creemos, insisto, lo que nos quieren contar. Mientras tanto, la ciudadanía adolece de criticidad.

Entonces, es tiempo de retomar la idea de que, bajo un ala opositora, también se puede ser sensato. No hace falta disfrazar lo que, a ciencia cierta (hablando con evidencia de los conceptos de la historia), uno puede manifestar como el final de las esperanzas políticas de una Argentina próspera y más o menos igualitaria. Nos toca asumir las cosas, pagar la cuenta y mirar como nuestra descendencia se hace cargo de las viejas deudas (incluyendo la ambiental) y de los problemáticos mensajes a los que nos vemos sometidos, con el aire triunfalista de unos y la decadencia de otros.

Pero acá viene el elemento más interesante. En la doble vara de la justicia, que debería actuar por lógica e inducción o lo que sea, nos presentamos como panelistas de un mundo díscolo. Porque si los que juzgan son los que también deberían ser juzgados, nos ganamos un equívoco resultado final que, seguramente, arrojará un saldo negativo. Mientras todos los números avistan un futuro que se presenta con su parábola económica en baja, nos detenemos a ver, animados, la aparente justicia que se pretendía. Y en ello, porque así le pasó a Juan Domingo Perón, la clase media influye de forma considerable. Siempre oscilante, siempre difícil, más de las veces con el bolsillo roto. Pero hinchada ferviente de partidos emergentes que, en contrapartida, parecieran ser el fiel reflejo del odio que los discursos mediáticos proponen. Y si esto pasaba en el Siglo XIX, cómo no va a ocurrir hoy, en los tiempos de Facebook (que ya no es moda) o Instagram.

A Cristina Kirchner no la juzga un manto sagrado de la anti corrupción (ni ella es Santa, ni ella es devota). La juzga el mismo poder político que ella detentó y le pasa factura a su falta de tacto para medir la fuerza de un liderazgo que se fue consumiendo como un fósforo pero que hoy vuelve a ganar centralidad. ¿Qué otro líder político puede movilizar el sentimiento que CFK genera en la sociedad? Ese amor – odio que solo Maradona pudo capitalizar. ¿Y por qué vuelve a ser central? Porque tuvo la capacidad de pensar, incluso estratégicamente, el formato de su detención en donde sí, evidentemente existieron ilícitos, pero que no merecen ser juzgados por gente que tiene una importante cantidad de causas abiertas, incluso por espionaje.

La justicia tiene una doble vara, que es la misma que no juzga a los poderosos o no se dispone a buscar a María Cash con la vehemencia que utilizan para meditar sobre este hecho que, en definitiva, devuelve a la escena a una Cristina víctima de persecución política en lugar de una Cristina juzgada de igual forma que el resto. Porque la pregunta más que evidente es… ¿Por qué ella sí y el resto no?

CFK se postula a candidata en la Provincia de Buenos Aires a sabiendas de que sería juzgada y condenada y hoy se transforma, para el concepto de sus seguidores, en una presa política del sistema. Y la paradoja del conflicto radica en la incuestionable manifestación argumentativa de que si el peronismo se lo propone, capitaliza inexorablemente a la mayoría de la sociedad, solo que la falta de acuerdos políticos (primando siempre los egos y los intereses personales por sobre el beneficio del concepto “peronismo”) proyectan la definición: ningún partido político se construyó en la actualidad sin hablar de Perón.

Y si bien el kirchnerismo es una rama del movimiento, casi separado por un hilo finito que lo transforma en un movimiento inadaptado del justicialismo, muchas veces renegó de los intereses de sus propios compañeros. Entonces, el kirchnerismo se quedó solo. Pero con cierto grado de manifestación social más que envidiable para cualquiera de los nóveles partidos que emergieron en los últimos años. Un kirchnerismo que envidia, ya que estamos, a los partidos actuales con su manejo publicitario, algo que siempre le faltó a las presidencias de Cristina. Comunicación. Contar lo que estaban haciendo. Proyección. Saber quién podía tomar la posta. Entonces, la mediatización de los problemas internos del aparato kirchnerista y los símbolos desastrosos de la doctrina de la corrupción, fueron el mayor aprendizaje de los tiempos del menemismo, solo que un poco más plantados pero que, sin liderazgos en el camino, prendieron fuego las banderas que habían flameado por Néstor y Cristina. Ácidos resultados de una soledad del montón. Todos se quedaron atónitos ante la partida del estratega que se representaba en Néstor y la desfiguración del poder centralizado que pretendió Cristina. Perder la Provincia de Buenos Aires con María Eugenia Vidal no fue más que un cachetazo. Volver con la frente marchita duró unos segundos y nuevamente la corrupción en el gobierno de Alberto (además de la pandemia) sacudieron los chips de la robótica política que repitió los movimientos de la mayoría de los gobernantes nacionales. La porca minoría que gobierna burdamente a diestra y siniestra, igual, no estaba preparada para la siguiente escena de una obra inesperada. Otra vez se quedaron sin líderes y apareció Milei, gran capitalizador del mensaje misógino y anti político… pero haciendo política. En la primera de cambio, se subieron Scioli, Bullrich y Macri. Una buena representación de Esperando la carroza (con perdón del autor y de la obra).

Ahora sí, pretendiendo un concepto de justicia que no existe y un lobby que difunde las imágenes sociales más crueles, la misma sociedad está dispuesta a soportar cualquier embate impiadoso, aunque le cueste el pan de cada día y el trabajo y la jubilación. En una sociedad dispuesta a todo, que compró el discurso comercial de aquello que parecía estar bien pero que, con total impunidad, transó con los poderes que criticó, devolviendo a la escena de la obra la aparición de CFK que se presentó como víctima, justiciera y heroína, todo en un mismo combo que, luego del fallo de la doble vara del poder político – judicial, que juzga pragmáticamente y de acuerdo al momento, determinó que así como Perón en el exilio o muerto el Che Guevara, sus caras se hicieron bandera, sus muertes la idolatría y, créase o no, su causa, la causa de los que, una vez más, perdieron todo. La típica historia de la clase media. Hoy Cristina, por la misma cura de Milei, volvió a ser tapa de todos los diarios, mientras que la justicia, al menos desde este artículo, vuelve a dar signos confusos de una realidad alternativa. En ese mismo momento, Cristina Fernández de Kirchner se puso a bailar en el balcón. Lo que se quiso erradicar en este país, siempre se hizo eterno. Lo que más extraña, es que no lo hayamos aprendido jamás.

martes, 24 de mayo de 2022

Preguntas abiertas sobre la Revolución de mayo

 


Hoy nos convoca la pregunta y la respuesta para un discurso sin conclusión. ¿Qué es una Revolución? ¿Qué fue la Revolución de mayo? Muchas veces recae sobre los profesores de historia la consolidación, o no, de un término que representa mucho más de lo que parece. Porque, estoy casi seguro, que nunca reparamos en ese proceso histórico que quedó representado por la Revolución del 25 de mayo, como la conocemos conceptualmente, pero que comenzó mucho antes. Con la opresión colonialista de los españoles, con el genocidio de las culturas originarias y con las Invasiones inglesas que marcaron a fuego un sentido de autonomía de los habitantes de la tierra americana y que antepusieron la expansión de un pensamiento de libertad, sin importar los costos políticos y militares ya que, lo importante a todas luces, era romper con las cadenas de la metrópoli española. Entonces, ¿qué se les habrá pasado por la cabeza a los Belgrano, Moreno, Castelli, San Martín? Porque, claro, la Revolución no terminó ese 25 de mayo. Hubo una continuidad en el proceso revolucionario que derivó en la declaración de la Independencia de 1816. ¿Por qué murieron pobres, asesinados, olvidados o en el exilio? Muchas preguntas, ¿no? Lo sé.

Es que, siempre estamos pensando, como sociedad, que lo que está afuera es mejor. Que aquellas cosas que pasan en Europa o en Estados Unidos son bien distintas a la de Nuestra querida parte de América. Distintas y mejores. Y que nuestro país no está capacitado para desarrollar intereses que modifiquen los hábitos económicos y políticos adquiridos en el tiempo. Pero, perdón por lo que voy a expresar, no estamos viendo el círculo completo de los problemas del conjunto. Nos olvidamos que durante siglos, las grandes potencias vieron a América como un puntal de lanza para la recuperación económica de mercados vencidos por las sendas guerras que ellos mismos provocaron en el mundo. No indagamos en que se impuso una forma de lenguaje bajo el orden de la violencia psicológica, simbólica y militar hacia los Pueblos originarios, verdaderos dueños del territorio. Nos pasamos por alto que, tanto en aquellos tiempos como hoy, siempre hubo algo por lo que luchar. Porque, seguramente, en Europa hay cosas excelentes. Pero también en Argentina. El nudo a desatar está en el valor que le queramos poner. A que no se trate de la comodidad de pensar que este país está perdido o que ya no hay nada para hacer. ¿Y la juventud? ¿Y nuestro acompañamiento? ¿Y las ideas? ¿Y las convicciones?

Y cuando hablamos de valores e ideas no puedo, en ninguna forma, dejar de lado el coraje de esos vecinos que defendieron Buenos Aires y que comenzaron un sueño establecido por distintas ideas. Porque el 25 de mayo de 1810, si Belgrano daba la señal, la Revolución iba a ser la más radical y violenta de todas. Porque existía una decisión. Había un objetivo. Tenían un por qué. Las cosas no estaban bien con la monarquía española y Napoleón arrasaba en Europa. Mientras San Martín pedía la baja del ejército español, en América se pronunciaban las voces del camino de la ruptura con el orden colonial. ¿Por qué, en lo posterior, San Martín vino a pelear por la libertad de los pueblos americanos? Y, si bien, ante la deposición del virrey, la jura fue por la monarquía española, la sentencia ya estaba expresada. Primera forma de gobierno en Buenos Aires. Un orden que nunca cayó a pesar del avance de las contrarrevoluciones en favor de España. Porque la pertenencia al suelo americano había desarrollado una identidad difícil de cuestionar. La lealtad era con el pueblo y no con España. El objetivo era la libertad. Para ello, había que cambiar a toda una estructura. Había que pensar una Nación. Y lo que pasó en 1810 fue el tiempo prudente para los lazos establecidos de un nuevo poder y una forma distinta de concebir el mundo. Era el camino de lo que luego sería la Argentina.

Así y todo, sabemos que nuestra patria se construyó, también, con los lazos de nuestros inmigrantes que llegaron a nuestro país llenos de ilusiones y valorando la cobija en medio del frío en tiempos de guerra. Porque nuestro país también tiene eso. Y teniendo en cuenta esto, debemos estar obligados a pensar las certezas que nos unen como sociedad. Esos lazos solidarios, esa pasión para festejar un gol de la selección de fútbol, llorar con Maradona, con Messi, con Luciana Aymar, con Ginobilli. Cuando alguien necesita la solidaridad después de perderlo todo en una inundación. Cuando alguno está lejos, en otra patria, y siente la necesidad de un mate. Porque tenemos un lazo inquebrantable de pertenencia que, aunque a veces no parezca, está ahí. Se nos sale solo del cuerpo en una viva voz. En una descarga que se escucha cuando decimos que “sean eternos los laureles”.

Entonces, una revolución es abrir los ojos. Darnos cuenta de que no todo está perdido. De que podemos luchar contra las adversidades como lo hicieron en aquel mayo de 1810. Una Revolución es tomar la decisión de cambiar algo que ya no fluye. Todos los días tenemos esa oportunidad de decidir. Y la Revolución de mayo fue esa decisión de autonomía, por el simple y curioso hecho de que se dispusieron a soñar. Creyeron que una Nación era posible. Para ello, debieron sostener sus ideales a pesar de las tormentas. No perder la utopía de sus convicciones. Y, así, abandonaron sus fortunas, su comodidad e, incluso, perdieron la vida para legarnos esta posibilidad de ser un país independiente.

Hoy, más que nunca, tenemos que mirar a los ojos de quienes tenemos al lado. Debemos pensar y valorar a nuestra juventud. Creer en sus ideales y en que tienen mucho para expresar. Y debemos acompañar ese fervor entusiasta que presentan en cada proyecto. Sostener sus ideas y guiarlos constructivamente si es que creemos que equivocan el camino. Pero, también, permitirles a ellos que nos guíen a nosotros que hemos dado sobradas pruebas de que no siempre tenemos la razón. Tenemos que tener la persuasión de que los líderes políticos del mundo también deben escuchar lo siguiente: tenemos un mundo agradable, una tierra que nos abraza y un porvenir que es nuestro. Partamos de esa línea para entender que, si alguien tiene un problema, podemos ayudar. Que debemos cuidar nuestro medioambiente como la Revolución más noble de todas. Que pensemos en las riquezas de la biodiversidad argentina. Que no olvidemos, en el camino que, como dice Galeano, han sido cinco siglos de masacres y explotación. Que 40 años de Malvinas no nos pasen desapercibidos, porque detrás de todo lo relatado, también están ellos. Los que volvieron y los que se quedaron. Hay sangre en nuestra tierra. Valoremos mucho más todo lo que tenemos. Por los de mayo y por los de Malvinas. Todos los días tenemos la oportunidad de realizar pequeñas revoluciones para cambiar nuestros hábitos y dejar el mundo un poquito mejor de lo que lo encontramos. Les dejo las preguntas abiertas. ¿Qué es para nosotros la Patria? La conclusión la tienen ustedes. 

domingo, 24 de octubre de 2021

No te vayas.

 De Daniel Favieri Tuzio


Para cualquiera de los transeúntes que vagaban por el barrio de Mataderos, era una pared más. Blanca e insulsa como muchas de las que estaban en el perímetro. En algunos casos, debemos reconocer, los inocentes de la pelota de trapo (de los que alguna vez hemos hablado), habían logrado dibujar, a fuerza de pelotazos, las murallas de las casas. Y eso, si me permiten la sinceridad y ningún vecino se enoja, era mejor que el aburrimiento de la monotonía de los colores.

Pero, retomando la historia de la pared, para Emanuel no se trataba de algo insignificante. Esa pared representaba un sentimentalismo apagado en los gestos de su rostro, pero que, por distintas razones, era un calvario en su ser. Dicen los que todavía miran Nothing Hill (ese producto del amor más hollywoodense), que cuando el amor coloniza tus sentidos, no hay nada más por hacer, excepto librarse a la capacidad de amar o resignarse a vivir una vida en soledad. Porque, curiosamente, es apropiado decir que quien ama eternamente a alguien, queda víctima del tiempo y estancado en su soledad, si es que ese alguien no le corresponde con los sentimientos de igual índole. Pero, quienes logran encontrar a la persona adecuada, pueden desarrollar toda la capacidad de la felicidad. Y yo creo, casi con seguridad, que los inocentes de la pelota de trapo lo sabían. Y por eso no les importaba enamorarse. Se mantenían en su eterna adolescencia. Pateando en las calles de un barrio solemne que los escuchaba reír, repiquetear la pelota o, también, insultar cuando el partido estaba perdido. Estoy convencido de que ellos no querían terminar como el jugador estrella Juan Abascal, que había abandonado el fútbol por miedo al fracaso. Aunque el rumor, comentaban por ahí, soplaba en el viento y decía que Abascal se había enamorado de una morocha que lo había hecho más feliz que la pelota. En uno u otro caso, ninguno quería probar. Preferían el statu quo, antes que dar el paso hacia un probable fracaso amoroso.

Pero ese no era el caso de Emanuel. A él lo movía otra cosa. Estaba estrechamente arraigado a la pared blanca y vacía del barrio de Mataderos. Parecía obsesivamente atraído por ese espacio recóndito que, ni siquiera, era un punto de reunión para las barras de amigos. Ni los inocentes de la pelota querían saber nada con ese lugar. Pero Emanuel, insistente, nos reunía a diario en ese espacio. Y era tan aburrida esa pared, que hasta alguna vez nos tuvo que amenazar. O íbamos o se terminaba la amistad.

Y fue en una noche de frío, cuando el misterio se reveló. Yo estaba en mí casa y, a pesar de que era viernes, había decidido no salir. Además, jugaba San Lorenzo, ritual sagrado de indudable contenido romántico (sí, también). Sin embargo, en la puerta estaba Emanuel. Traía a dos amigos más que, detrás de él, gesticulaban para que escuchara lo que estaba por ocurrir. Emanuel, una vez más, quería que vayamos a la pared. Raro en él, venía con ropas viejas, al tiempo que en su auto sonaba Luis Miguel (y eso ya era mucho). Mientras le explicaba que no podía ir, porque estaba jugando San Lorenzo, se escucha de fondo un gol de Huracán. Ya perdíamos dos a cero. Miré al cielo, lancé un buen insulto y le dije a Emanuel “vamos a la maldita pared, pero sacás a Luis Miguel y ponés a los Caballeros de la quema”.

Y así fue. Marchamos hacia la pared insulsa, en una noche de invierno y mientras San Lorenzo perdía con Huracán. Así las cosas, Mataderos estaba más lúgubre que un cementerio y Emanuel parecía el sepulturero. Sobre todo, cuando, una vez en el lugar, se fue al baúl de su Fíat 147 a descargar algunos elementos. Entre la incertidumbre, la única certeza parecía ser que Emanuel había enloquecido. Pero entre el loco y la caída de San Lorenzo, prefería al loco.

Cuando nos pide que bajemos, nos muestra que entre sus manos tenía una bolsa llena de aerosoles. “Ella se va a ir mañana. Y yo le tengo que decir todo lo que siento. Porque lamentablemente no voy a verla más. Es eso o vivir con la duda para siempre. Lo estuve pensando. Lo medité mucho. Se lo tengo que escribir en la pared. Para que lo vea y le quede guardado para siempre” nos dijo Emanuel que, modificando toda la ecuación de nuestro pensamiento, nos demostró que no estaba obsesionado con una pared. Que, en realidad, tampoco estaba loco. Que su pasión no tenía que ver con un partido de fútbol. Sino que simplemente quería brindarle a su amor, el homenaje de que supiera que alguien en esta tierra pensaba en ella. Y que su partida no era insignificante, sino que para él dejaba un vacío difícil de llenar.

La pared quedó pintada. Con colores, con esmero y con una frase que decía a su amor “no te vayas”. De fondo, sonaban Los caballeros de la quema. En su canción, la frase decía “Y una pared que le grita a un amor, no puedo olvidarte”.

Esa noche, a pesar de que San Lorenzo dio vuelta el partido y le ganó a Huracán tres a dos, nada me importó más que la historia de Emanuel. Iluminado por las luces de su amor y agradecido a la pared insulsa del barrio de Mataderos, su historia quedó plasmada para siempre. Nunca nadie supo de los autores de semejante obra del romanticismo barrial. Quedamos ocultos bajo el lema de “los Siqueiros del amor del barrio de Mataderos”. Tampoco ningún vecino del barrio, ni las obras del progreso, se animaron a borrar el mensaje. Suponemos que todavía creen que la inspiradora del mural puede no haberlo visto. O es muy probable, casi con seguridad, que algún enamorado aproveche el mensaje y dedique a su enamorada esa pared. Cuando nos juntamos, creemos consecuentemente que en unos años más, esa pared se transformará en una atracción turística como los balcones de Romeo y Julieta. Pero, a la vez, nadie más que nosotros conocemos el resultado final de la historia. Y así será por siempre. Lo que un amigo guarda en el cofre de la amistad, permanece allí por siempre.

viernes, 20 de agosto de 2021

Cuando quieran y dónde sea. Una historia de encuentro.

 


De Daniel Favieri Tuzio.

Las distorsiones del amor generaron imposiciones en la mecánica del tiempo. Las distancias fueron absolutamente justificables. Y los silencios también. Nadie tuvo en mente que, pasados los años, alguna variante de la física pudo hacer que los más utópicos de su generación, volvieran a encontrarse en un abrazo colmado de incertidumbre. Es que, sin dudas, el hecho de que tanto la una como el otro no fueran más que simples desconocidos cruzados por la casualidad, es el factor más importante de lo que viene a continuación.

Habían pasado algunos años de la última vez que se cruzaron. Fue cerca de una avenida céntrica, en donde las personas caminan concentradas en las vidrieras, las marquesinas teatrales y las librarías más importantes. Él, pendiente del estreno de una obra de teatro, hacía la cola que lo llevaría a la sala Cunill Cabanellas. Ella, hacía lo mismo con la diferencia de que estaba esperando con diez personas de por medio. Lo cierto es que ambos se dirigían al mismo lugar, en el mismo momento y con el mismo objetivo. Tanto él como ella, no querían ser agobiados por los fantasmas de la soledad, ni por los ruidos silenciosos de sus casas vacías, que, cada vez que crujen, estrujan el alma hasta hacerla enojar. Y por eso fueron al teatro.

Si el lector o la lectora, piensa que los dos personajes de este escrito se encontraron en la misma fila del teatro, uno al lado de la otra y bajo el manto de una historia feliz, realmente siento desilusionarlos. Pues eso no pasó. Sino que cada uno, desde sus premeditadas ubicaciones, estaban en los extremos de la sala. Incluso me atrevo a decir que, lejos de parecerse a una película, cuando él enfocaba su mirada perdida hacia el sector en donde estaba ella, ella miraba para el lado contrario. Cuando ella realizaba, por la inercia de la inquietud, la misma acción, él estaba observando la cabina de sonido que estaba a sus espaldas. Es decir, ni uno ni la otra habían cruzado siquiera una mirada. No sabían de sus presencias y, a ciencia cierta, mucho menos podían dejarse llevar por lo que algunos teóricos de las utopías del romanticismo llamaron el “amor a primera vista”.

Pasadas las dos horas que duró la función, ella tomó su mochila y acomodó detrás de su oreja el mechón de pelo que caía en su ojo. Él, se puso la campera y caminó a la salida. Mientras él emprendía su caminata en vistas de regresar a su casa, ella esperaba un taxi. Y si bien él viajó en el colectivo de la línea 103, hacia la zona de Villa Madero, en el conurbano bonaerense, nunca se enteró de que ella se dirigió hacia el mismo lugar. Y mientras ella escuchaba la radio, él llevaba puesto un tema de Los caballeros de la quema.

A veces no nos damos cuenta, porque es muy difícil de percibir. Según los utópicos del romanticismo, que creen en las teorías más alocadas del amor, este es una especie de don que aparece a través de un flechazo ilógico que dura toda la vida. Sin embargo, impugnados por el tiempo, ambos cargaban en sus espaldas las historias de amores truncos a los que ningún flechazo pudo atravesar. Pues, así, cada uno, en esa noche de frío, terminó en el mismo espacio geográfico, habiendo visto la misma obra de teatro, en un lugar alejado, a diez pasos de distancia y sin verse las caras. No hay peor fracaso para el amor, que las utopías de lo irrealizable. Es que, cada uno desde sus vivencias, parecían estar hechos el uno para la otra. Solo que no se habían enterado.

No hay tiempo que las cronologías puedan medir. Porque habían compartido su adolescencia sin percibirse como realidad. Él era un poco vergonzoso, y ella un poco más amistosa. Ella siempre había sobresalido entre su grupo de amigos, y él tenía activados los sentidos del miedo. El dilema era comprender que no siempre las historias están escritas a medida, sino que muchas veces necesitan de vivencias que consoliden las convicciones. Porque los teóricos más objetivos, indican que a veces hay que sangrar para volver a reconstruirse. Lo que no explican es que, a veces, es necesario superarse.

Y si el lector o la lectora siguen bajo la influencia de las posibles variables que delimiten el espacio para que estas historias individuales se encuentren inesperadamente, sepan que lo más ilusorio radica en cumplir con lo que esperan. A los autores se los exige de forma constante para que no rompan la magia del final. Pero, es justo decirlo, que esta es una historia de vida. Porque la mera existencia, no importa en qué momento o lugar, es un encuentro. Porque muchas veces la celeridad de la vida nos prohíbe percibirnos en la escuela, en la calle, en el teatro o en el barrio. Inexplicablemente, no hay mucho más para agregar a esa transformación del mundo, que nos impide exponer las teorías de la felicidad. Y esa persona puede estar allí, al alzar la cabeza.

Y esta es una historia de esperanza, para que el lector o la lectora entiendan que, a pesar de todo, alguien está esperando. Tanto ella como él, un día, sin saberlo, volvieron a cruzarse por ahí. Ni en el teatro, ni en el camino a casa. Ni bajo una lluvia intensa, ni por una red social. Simplemente fue por allí. En ese lugar que ni usted ni yo entenderíamos, porque estábamos esperando la historia perfecta. Y no hay nada más perfecto que una historia que nadie espera, nadie percibe y nadie conoce. No es lo que la sociedad decide, es lo que él y ella quieran en el momento que lo deseen.



martes, 30 de marzo de 2021

¿A dónde van los amores perdidos?


 De Daniel Favieri Tuzio

El amor, esa curiosa forma de explicar el desengaño, implica una novedad. Somos seres atrapados por el tiempo y la incógnita. Porque no sabemos, a ciencia cierta, cuánto va a durar una relación. Pero sí sabemos, y esto es una certeza, que siempre se puede terminar.

Entonces, más allá de las virtudes de los fanáticos del romanticismo (que buscan entender el estado del amor), debemos comprender algo fundamental: somos rehenes de un éter que nos envuelve y nos inmoviliza en el tic tac de las agujas del reloj.

Retomo, un tanto ingenuo, este embrollo que planteo. Y desanudo el efecto causado por algo desconocido y que automáticamente me conduce a pensar: qué pasa con los amores perdidos? ¿A dónde van a parar?

Pero que se entienda, no hablo de relaciones rotas. Ni intento contribuir a una mirada global sobre aquellas cosas que son sencillas de explicar. Simplemente intento encontrar la escena puntual en donde una persona deja de amar a la otra, aún amándola.

Es como una suerte de paradoja. Un universo paralelo de dos vidas. Una especie de sueño, en donde el costo es no despertar de la pesadilla.

Si alguien me pregunta, la latinoamericana que viajaba por el cielo azul, la de los ojos más verdes que el pasto, había cautivado todo lo que una mujer podía conquistarle a un hombre: la mirada.

Y parecía que, igualmente, las obras de arte del contexto invitaban a un romanticismo constante. Érase una vez en México, cuando esos ojos verdes hicieron estragos de lo conocido hasta ese momento. Yo era medio adolescente, y como tal, no conocía del tiempo. Porque el tiempo lo hacía yo. A mí gusto. A mí forma. Y con esa letal idea de que el reencuentro iba a ser más especial que el encuentro. Alguna vez. Más pronto que tarde. Porque, en definitiva, los gajes del oficio de un soñador, no tienen límites. Y a esa edad, dieciocho años, nadie puede frenar el reloj.

Pero, así las cosas, y si estoy hablando de ese lugar al que van los amores perdidos, es porque alguien le puso un límite a mi tiempo. Insistentemente, vaya a saber quién, me fue invitando a declinar sobre la idea de un mañana de historias con finales felices. Algo que, así como lo digo, me indica que la felicidad plena es otra de las mentiras mejor inventadas para perseguir los sueños. Es como la economía de un país. Felicidad por un tiempo, deuda con el futuro. Tiempo de pagar para volver a perseguir la felicidad. Utopía al fin.

La Latinoamericana de los ojos más verdes me dijo alguna vez, “me gustaría verte una vez más”. Pero era evidente que ambos estábamos contrayendo una deuda con el futuro. Impagable. Pero en ninguna de sus formas usurera. A lo sumo, se paga con el desamor. Y eso pasó.

Pero retomando lo que decía al principio, sobre ese cuento de los amores perdidos, pienso que se ubican en formas inconclusas que no saben de odiar. Que no pueden mentir. Indudablemente conforman el momento ambiguo en donde uno quisiera sentir la ira para aprender a soltar. Pero, tan inquebrantable es la regla, que nos deja permanentes secuelas de lo que nunca dolió. Algo así como los recuerdos de un futuro que nadie conoce, pero que, si lo miramos con binoculares, está contado por las mentalidades de los curiosos, de los extraños, de los que vieron a esos amores perdidos deslumbrados por el olvido. Es decir, un futuro que existe. Que se deja ver.

No sé que habrá sido, a ciencia cierta, de la Latinoamericana de los ojos verdes. Podría mentir y decir que jamás volvimos a tener contacto. También podría decir la verdad y contarles que cada tanto sabemos más de lo que debemos. Y es en este vacío de las certezas en donde uno se posiciona para decir que los amores perdidos no tienen tiempo, ni lugar, ni sonido, ni nada. Están perdidos. Se fueron por ahí. Y nunca han de volver. Ese es el costo que hay que pagar, cuando uno no sabe lo que se va a terminar. El ser humano, entre otras cosas, debería hacerse un bien y ponerles fin a las cosas. Con un tiempo, en un lugar y cuando ya no hay más segundos libres para enamorarse. Deberíamos poder, sin duda alguna, decidir en dónde depositar a los amores perdidos, más allá de lo alcanzable.



domingo, 14 de marzo de 2021

Una mirada entre la gente


 De Daniel Favieri Tuzio

"Y entonces de repente, te veo entre la gente". 

Es que resulta casi imperceptible cuando una mirada entre la gente produce una conexión digna de un cuento de hadas. En realidad es tan imperceptible como la veracidad del suceso. Un espacio y un tiempo aislado, que parece gozar de una cápsula de silencio que no se puede explicar.

Uno no sabe cómo pasa. Ni por qué. Ni mucho menos para qué. Bueno, en realidad uno no sabe nada y de la duda también se aprende. Pero lo que sí es una certeza, es que la sangre que corre por las venas del cuerpo nos indica el camino del impulso como el único trayecto a seguir. Y muchas veces nos toca el rechazo.

Si he de hablar del rechazo, es su presencia la que nos permite amigarnos con la adrenalina de una probable negación amorosa, que en definitiva nos invita a pensar que los cuentos de amor son solo una dulce imagen hollywodense dispuesta para hacer dinero. Un engranaje más del capitalismo que rige las riendas del mundo en que vivimos.

Desde mi posición, el capitalismo es una aberración constante del sistema. Pero siempre me vuelvo a enamorar. Es tan aceitada la maquinaria, que de ninguna manera uno puede transgredirla sin perder algo en el camino. Hasta la misma confianza del ser.

Y todo habla de amor. La religión, los comercios, las instituciones, la tele, la pandemia, etc. Y así, como el triunfo de algo que no conocemos (porque no lo podemos ver o tocar, e incluso es objeto de análisis científico) nos entrega un concepto extraño que nos dirime en la pregunta rastrera… ¿Qué es el amor?

Hay una dinámica eficiente, producto de las sensaciones inverosímiles del amor. Por un lado, la de no querer volver a enamorarse. Prometer a los cuatro vientos que nada, ni Brad Pitt o Jennifer Anniston, pueden hacernos cambiar de opinión. Cuando nos desenamoramos, duele. Y si duele, no es amor. Y en segundo lugar, la compleja confusión que se genera cuando, volviendo a citar a Brad y a Jennifer, nos volvemos a enamorar. Dejamos de lado nuestras más puras convicciones y nos entregamos por completo a la llegada de un nuevo hombre o de otra mujer.

Pero la vida es así, vivimos en una sociedad posmoderna que avanza a pasos agigantados y sin medir consecuencias. Hemos visto caer imperios y en el presente vemos desaparecidas las más fervientes convicciones. Una y otra vez, dudosos pero perseverantes, volvemos a confiar en el amor (insisto, algo a lo que jamás le vimos la cara).

Y así se construyen algunas historias. Hay dos opciones: o uno se hace amigo de la soledad (y por ende cura sus más crueles internas personales) o uno no se amiga (y llena los vacíos). Entre la primera y la segunda, lo cierto es que uno se vuelve a enamorar.

Al parecer, entonces, volver a fijar la mirada en una persona es repensar aquella vez en que la ternura de dormirse mirándose a la cara, cuando la almohada suave susurraba una canción de cuna, le dio un sentido a cerrar los ojos. Es reconstruir la vaga idea de que el complemento es posible y que caminar de la mano es un culto a la admiración mutua. Es consolidar que dos pasados con presentes se unan para cimentar estructuras débiles que, como la vieja Italia, pueden ser engrandecidas sin modificar las fachadas. Es darle una oportunidad a la diversidad, cuando se es más maduro antes que cuando uno es más “atontado”.

De esta manera, dos almas encuentran a contramano flechas que, a pesar de ello, acortan los caminos repletos de baches que los municipios del amor nunca atienden.

Y con todo ello, alguien como yo, que es dueño de esas convicciones más propias y que siempre intenta (y solo intenta) oponerse al sistema, encuentra “una mirada entre la gente” que lo ilumina con sus ojos, que la hace una en un millón, que la encuentra perdida en el universo. Podría haber sido cualquier otra, pero fue esa. En un mundo sistemático, estructurado y lineal, alguien resalta porque el sistema no lo es todo. Los ojos valen más que la teoría de la relatividad. Supongo que de eso se trata el supuesto amor. De superar la constancia de los miedos para pensar la impertinencia de jugar otra mano más. Después de todo, nunca se sabe cómo será mañana, siempre es hoy.