Es el incomparable instante en donde algo dentro de mí
quema, duele, arde. Es el síndrome de no saber esperar a quién sabe qué antes
de escribir alguna vez sobre él.
Suscita en mis más disonantes sueños elaborar una profunda
crisis interna sometida a los tiempos que corren, sin abandonar los viejos
idealismos que me llevaron a discutir el camino que simplemente yo creo
correcto.
No es el cuento ni la narrativa de una hazaña monstruosa, ni
la conjetura histórica de pensar ¿Quién fue? ¿Quién es?... ¿Por qué lo hizo?
Hoy me atrevo, sin dudas, a esa competencia feroz de textos disidentes
y consecuentes. Hoy tomo la posta de mi propia bandera, la que levantara como
adolescente y adulto ante las injusticias del tiempo y de la Historia. En cada
marcha, en cada sueño y en cada recóndito espacio en dónde las palabras se
vuelven multitud y la multitud se vuelve voz.
Muchas veces me dediqué a buscar algo. Buceando en sus acciones
o en sus discursos… o simplemente en sus ojos.
¿Qué guardaba el niño que el “che” llevaba dentro y cuáles
eran sus ideales más intensos? Y allí veo, en la marea de sus tantas vidas, el
resumen inmenso de su mito.
“Poco a poco percibimos como van cambiando los sueños y las
ambiciones; va captando el dolor y las preocupaciones de otros muchos y permite
que todo esto comience a entrar dentro de él”. (Guevara March 2003: 12).
Sea esta la más completa descripción de un hombre que
trasgredió las barreras del tiempo y que hizo de su cara y de su nombre el
canto más representativo de los sectores oprimidos… Pero también de los no tanto.
Muchas veces su lucha aparece sesgada hacia la veneración de
una estampita cheguevariana que permite a ciertos personajes díscolos someterse
a la moda de realizarse en vida, de ofrecer un perdón constante a la sociedad.
En nombre de Ernesto Guevara, cualquier cosa es excusable y permite la
autonomía de generar sucesos indebidos.
El camino es una pendiente. La apuesta se sube de forma
constante y a veces disonante. Y desde este último punto, se ofrece una versión
olvidada de lo siguiente: existe un momento, un instante, un segundo en el que
todo cambió para siempre.
“En la película “diarios de motocicleta” se nota esto un
poco. Fue algo que quise resaltar mucho. En el viaje Ernesto maduró con mucha
más velocidad que yo. Al principio, hasta cuando nos encontramos con los mineros
chilenos de Chuquicamata, era yo el que dirigía la batuta. De ahí en adelante
es Ernesto el que va decidiéndolo todo… Cuando lo monté en el avión, que
supuestamente lo habría llevado a Buenos Aires, ya sabía que era un hombre muy
especial […] Me di cuenta de que era un muchacho muy diferente. No un Supermán
ni un dios de la naturaleza, pero era muy inteligente y muy tesonero, con una
capacidad para meterse en las cosas más temerarias, desde muchachito. Y después,
cuando fue ministro en Cuba, también lo demostró”. (Granado 2011)
De manera impensada, Alberto Granado (como tantos otros)
pasaron a ser la consecuencia de acompañamiento que sirviera al futuro “che”
como el vehículo de nuevos ideales universales.
A partir de aquí, una visión más completa de Latinoamérica provocaría
sus conflictos más espesos, a punto tal de que ni el asma pudiera
definitivamente socavarlos.
Ese Ernesto Guevara que siempre se había encontrado en un
debate constante entre la vida y la muerte, logró manifestar la incertidumbre
de su futuro. Comprendió que ningún sueño idealista puede ser alcanzado sin una
acción que se escuche. Defendió a ultranza que la igualdad para algunos no
podía ser en virtud de los que menos tenían. Y se dio cuenta antes que ninguno
de que las clases sociales explotadas siempre habían sostenido a las
privilegiadas.
“Yo me había separado de él en Guayaquil, y con Granado en
Caracas pensábamos “¿qué será de la vida de este?” hasta que un día vino con la
portada del diario El Nacional en la que había una gran foto y me dice “mirá” y
era la primera noticia de que se había formado un grupo de combatientes cubanos
al frente del cual venía Fidel Castro y entre los que se incluía un médico
argentino, Ernesto Guevara Lynch. Ahí dijimos “en qué se habrá metido este hijo
de....”, y recordé que cuando salimos de Buenos Aires la madre me dijo “cuidámelo
mucho a Ernesto “risas)”” (Calica Ferrer 2017)
Efectivamente, la sorpresa de los amigos del “che” fue la
misma de la sociedad argentina ante la inesperada situación: un argentino
combatiendo en la, hasta ese momento, imprevista Revolución cubana.
De buenas a primeras, los ideales se habían jugado como
cartas de póker. Lo que nadie podía negar era que las convicciones temerarias
primaron por sobre el congelamiento del miedo. En definitiva, Ernesto Guevara
siempre había sabido superarse a sí mismo.
La acción pedagógica realizada por el “che” durante los
enfrentamientos en Cuba, no tiene lugar de duda. Sin embargo, muchos han
querido minimizar/denostar/reducir su cultura de formación. Tanto en aquellos
tiempos pos revolución como en los días que corren, los fusilamientos y las
proscripciones irrumpen en la escena de todo debate.
Sin embargo, es mucho más cuestionable aún el error de no
reparar en ciertos errores de interpretación a la vez que importantes: no se
tiene en cuenta el contexto histórico – político del momento ni se piensa en el
porqué de los fusilamientos. Amén de eso, al cuestionar el accionar
revolucionario desde esa descripción, se omite (y defiende entonces directamente)
la postura fusiladora, autoritaria y represiva del régimen de Batista, dictador
sin escrúpulos. Curioso es entonces, que no se nombre a Norteamérica como el
alcance globalizado de una sucesión y sostenimiento de dictaduras infames en
algo que nos pertenece a todos: el bienestar de Latinoamérica como región.
“No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que
se conjugaban en él. No es fácil que una persona de manera espontánea sea capaz
de desarrollar una personalidad como la suya. Diría que es de esos tipos de
hombres difíciles de igualar y prácticamente imposibles de superar. Pero
diremos también que hombres como él son capaces, con su ejemplo, de ayudar a
que surjan hombres como él”. (Castro 2007).
En esta última conclusión sobre la figura de él, también se
resume la imagen, la foto venerada y el ideal más promisorio. El que Ernesto
Guevara utilizara para llenar los vacíos de su vida.
Desde niño, acumulando experiencias con la muerte y
debatiendo su inocencia en la balanza de la vida. De adolescente, en la mirada
de un mundo contrastante con su contexto de clase. Y en su madurez, cuando el
escenario de los oprimidos latinoamericanos le puso un marco al cuadro final.
“Aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo
más querido entre mis seres queridos… y dejo un pueblo que me admitió como su
hijo: eso lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla
llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la
sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el
imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier
desgarradura”. (Guevara 1965).
Si bien este resulta ser un texto atrevido desde el lugar en
que me posiciono, pretendo simplemente agregar algo: he tratado de ser lo más
objetivo posible y lo más escueto en consonancia. No dudo que los seres
humanos, en todas sus categorías, sostenemos miles de defectos y demonios
incontrolables difíciles de dominar. Todos conllevamos una duda constante: ¿qué
pecado no cometimos para ser los opinólogos pasajeros de diarios y bares?
Todos hemos hecho alguna vez, por obra y gracia del sistema
impune, algún acto que no estaba en la perspectiva de nuestros ideales. Sin
embargo, el “che” los mantuvo claros y firmes.
Es debido aclarar que la lucha no se centra en las
soluciones pasajeras y en los pensamientos endebles. No se puede crear una
Revolución sin una Educación de la misma. Ni tampoco se puede creer en un
revolucionario, si este no carga al hombro la bandera del amor y la lealtad a
su propia dignidad, a la que accedieron los habitantes del pueblo cubano que
festejaron la llegada de Fidel y el “che”.
Desde la moral irrefrenable y un largo viaje, Ernesto
Guevara partió un día de Buenos Aires, recorrió Latinoamérica, se fue a México
y partió hacia Cuba, el Congo y Bolivia.
En este destino inexpugnable, Guevara tomó su último tren
hacia nuevos rumbos. Hacia la eternidad.
Pero muchos creyeron que había muerto, sin embargo volvía a
nacer. Y en su última partida (en moto, en camión o a dedo) abrazó los destinos
del mundo que finalmente entendió que no se trataba de cualquier hombre
terrenal… Se trataba del “che”. De aquí, de allá o de no sé dónde, simplemente “CHE”.
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