Los tiempos cambiaron y está claro que las reglas también.
Muchas de las cosas que se vaticinaron durante la globalización, produjeron un
cambio gradual o radical dentro de la sociedad. Incluso el sistema político
debió de adaptarse.
No hablamos aquí de un sistema anticuado (que merece ciertas
revisiones) ni de paralelas estructuras de poder. Pero sí hablamos (y esto es
lo que nos une en esta posdata) del debate mismo de esas estructuras de poder.
Como bien sabemos y a modo de resumen veloz, una estructura
de poder está sostenida por una reciprocidad político – social que data de los
primeros tiempos. Porque los hombres, en su afán de progreso, produjeron las
mismas herramientas que los ayudarían a construir sus ciencias, su propiedad y
la misma medición de la tierra que los determinaría como propietarios de su
propia privacidad. En definitiva, como los “mejor ubicados socialmente”.
Cuando todo lo nombrado ingresó en un sistema de comercio e
intercambio, de multiplicidad de viajes y aumento de las mercancías a mercantilizar
(por dinero o especie) ingresamos en el letargo del capitalismo y la gran
globalización en donde las desigualdades estamentarias se hicieron más
profundas.
Las estructuras de poder devoraron a las ciencias (en su
producción de antídotos para los malestares, en su promoción del avance
tecnológico en detrimento de la explotación del otro y de las negociaciones en
torno a políticas estatales) y las ciencias se vendieron al mejor postor.
Es así que aquellos enfermos que necesitaban de las ciencias
debían pagar un alto costo por las mismas al igual que los campesinos y comunes
debían pagar con sudor y sangre por el avance de las maquinarias de arado, de
cultivo e incluso de imprenta.
Esta desmedida y creciente globalización comenzó a acercar a
través de los mares a las poblaciones de distintos continentes. La comunicación
se fue volviendo progresivamente más efectiva y los inmigrantes que fueron
llegando a Argentina pudieron comunicarse (sin guerras de por medio) de mejor
forma con sus parientes.
Los inmigrantes llegaron para cambiar la historia de la
Nación y, en otra medida, a la mismísima cultura del país. Esto se vio mejor
representado en los barrios y en las pujas de clases sociales en donde los de
abajo lucharon con los de arriba y produjeron en diversos contextos una clase
media que marcaría el ritmo del sufragio.
Con el avance de los tiempos, en esa vuelta de tuerca en
donde los medios de comunicación imponían su pensamiento a la sociedad
clasista, se produce el gran cambio de paradigma. Las redes sociales, primero
con el mail y luego con el Messenger para desembocar en Facebook, Instagram y
Twitter redistribuyeron las alturas de las calles de todos los barrios. En
lugar de números en las casas, pasamos a números de WhatsApp o usuarios de
Facebook.
A partir de entonces, dirimir entramados barriales pasó a
formar parte, no de asambleas populares sino de asambleas foristas con
moderadores “medio pelo”.
La política (evidencia de los foros) se dirimió en
cuestionamientos de opinología dispar, con fundamentos muy vacíos que no
lograron reforzar el debate. Cuando se creía que las redes sociales
aumentarían, en base a la globalización de la mensajería y del cableado inter
continental, la circulación de la cultura, produjeron un leve retroceso de
confusión mediática y desinformación absoluta.
Tal es así, que en la búsqueda de una elección más
incuestionable, se mutó en sendas equivocaciones y escaladas menos provechosas.
En definitiva, el barrio se volvió a una discusión sin
sentido. La clase media sobre todo demostró no estar preparada para afrontar
con seriedad el debate, pero el resto de las clases se polarizaron sin un
devenir de progreso. Mantuvieron de esta forma el statu quo que terminó por
perjudicar a las clases bajas y le dio a las altas su eventual progreso.
Por lo tanto, pretendo y asiento, que cualquier pertenencia
de opinión debe ser discutida y defendida en los espacios que realmente
funcionan como tal o bien se institucionalizan por individuos de caras visibles
y pergaminos incuestionables. (Porque a pesar de lo escrito, supongo que la red
social puede tener una utilidad mucho mejor).
No se trata de producir contenido por producir, sino de
cuidar verdaderamente el progreso inclusivo de todos. Desde ese lugar, debemos
ser gendarmes de nuestro propio destino. Debemos ahondar e investigar con
curiosidad responsable todo aquello que nos haga ruido, porque hoy en día
Facebook y Twitter siguen siendo vacíos que nadie ha logrado rellenar con
contenido responsable. Y allí señoras y señores, se encuentra lo más peligroso
de nuestro momento actual: la soledad de nuestros hijos y la publicación de
nuestra vida. No todos los que leen son de buena calaña, y de esto me sobran
evidencias.
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