domingo, 25 de junio de 2017

Re fundamentación del populismo y desestructuración de las subjetivaciones implícitas.




Resumen
La multiplicidad de definiciones a cerca del concepto “populismo”, permite una amplitud y diversificación del término, a fin de que éste sea utilizado desde una mirada específica en acuerdo a los intereses político - económicos del momento.
Este trabajo se dispone a reflexionar, criticar y re fundamentar el término “populismo” desde una visión histórica y objetiva, con el fin de proponer una reformulación del término, siendo la misma despojada de interés político alguno.
En consecuencia, se analizarán distintas figuras históricas y su relación con los actores sociales de cada período examinado, a fin de que su resultado contribuya al intercambio crítico dentro del espacio áulico.   

Introducción
En su evolución histórica, el concepto de populismo ha sido desintegrado, reconstruido y vuelto a desintegrar. Desde este punto de vista, muchos olvidan que la definición del término arroja como resultado (según la Real academia española) “Tendencia política que pretende prestar atención especial a los problemas de las clases populares” [1].
Haciendo caso omiso de dicho resultado, los actores políticos, los medios hegemónicos e incluso la opinión pública en general (subjetivada por lo anterior) piensan que el populismo es “una amenaza de sectores políticos y clientelares que pretenden perpetuarse en el poder, legitimando a este por medio de ciertos mecanismos de cooptación y clientelismo político”.
Desde esa visión deformada y carente de estudios científicos y sociales, el debate fue instalado en la sociedad desde dos lugares asimétricos: la derecha y lo popular. Los primeros pretenden la instalación del término “populismo” como un arma antitética de la estabilidad económica supuestamente tendiente a un falso progreso. Mientras que los segundos se valen de esa valoración, a fin de proponer un enfrentamiento cualitativo, defendiendo una plataforma política en cuestión pero a su vez tomando el término como una fórmula perfecta de victimización.  
Mediante esta investigación, trataremos de reencontrar la esencia del término, analizando tres casos representativos: Hitler, Perón y Reagan. 
Una vez esbozado el cuerpo de este trabajo, daremos cuenta de la situación, entendiendo de qué forma unos y otros han dado uso al populismo.
Estado de la cuestión
Para abordar el concepto de populismo desde un lugar objetivo, me propuse reformular el término mediante un cruce bibliográfico específico: la utilización del diccionario de la Real academia española, los discursos emblemáticos de líderes que produjeron un cambio de paradigma dentro de las sociedades y la mirada científica de Ernesto Laclau en su libro “La razón populista”.
Así, y siendo este un criterio variable, tomé el discurso de Adolph Hitler del “Llamamiento del gobierno del Reich al pueblo alemán” pronunciado el 1 de febrero de 1933. En el mismo, Hitler utiliza su verborragia apuntando directamente a la desolación y decadencia que el pueblo alemán sufriera tras el tratado de Versalles.
En segundo lugar, analizo el discurso de Juan Domingo Perón en la Plaza de mayo, el 17 de octubre de 1945, mediante el cual, a través de un paternalismo inconfundible hacia el pueblo, Perón se enmarcaba bajo la bandera de la patria trabajadora.
Y por último, Ronald Reagan y su discurso de investidura, mediante el cual emerge su figura en torno a promesas nacionalistas construidas sobre la base de las necesidades características de Norteamérica.
Si bien estos discursos funcionaron como la plataforma del trabajo, son meras variables para la conclusión final en donde pretendo exponer una aproximación al “populismo” en términos mucho más amplios.

INICIO
Habitualmente cuando uno desconoce una palabra, toma la iniciativa de buscar en el diccionario. Pero lo cierto es que hoy en día, la maquinaria tecnológica, ahorra pasos mediante su sistema de búsqueda: ya es casi natural que todo aquello “por explorar” encuentre su anclaje en el mundo de lo abstracto y lo virtual.
Antropológicamente, el hombre ha demostrado una capacidad intrínseca de adaptación a nuevos fenómenos naturales y culturales, por ende la tecnología aparece en el horizonte como el conglomerado de esos cambios.
De esta manera, la globalización más efectiva se encuentra detrás de una pantalla repleta de ceros y unos que hacen que un diccionario ya no sea tan necesario.
Pero en ese sentido, esta apertura hacia mares tan lejanos nos permite bucear por universos desconocidos, a la vez que heterogéneos, mediante los cuales la deformación de lenguas específicas, de culturas o incluso la desinformación desmedida, tergiversan cualquier acepción.
Así, no solo se ponen en duda las más fervientes creencias, sino que además se profundiza (aún más) la crisis discursiva, cerrándose ésta a simplismos de la misma Wikipedia.
Por tal motivo, (a sabiendas de que los medios hegemónicos de comunicación dominan también esos mares) debemos realizar debidamente nuestras búsquedas y formulaciones académicas.
Y ante el debate de ¿Qué es el populismo? Propongo partir desde su concepción misma: Según el diccionario de la Real academia española, “el populismo es popularismo: una tendencia o afición a lo popular en formas de vida, artes, etc. Y por caso: una tendencia política que pretende contraerse a las clases populares, utilizado en un sentido despectivo”.
De esta forma, el término populismo queda centrado sobre una figura particular, más bien representando a clases bajas, mientras que su utilización indiferente lo enmarca detrás de una tipificación sobre la ignorancia del sentido común de los individuos en sociedad. A saber:
Los líderes más representativos de momentos históricos en particular, han sabido conllevar el contexto mundial a paraísos utópicos casi irrealizables. Desde contextos internacionales, sociales y políticos, hasta terrenos de triunfos y derrotas impensados.
En su discurso “Llamamiento del gobierno del Reich al pueblo alemán” de 1933, Adolph Hitler pronuncia a modo de introducción lo que probablemente englobe el conjunto de pensamientos populistas del líder alemán, para cautivar, motivar y enamorar a una Nación entera: “Más de catorce años han transcurrido desde el infortunado día en que el pueblo
alemán, deslumbrado por promesas que le llegaban del interior y del exterior, lo perdió
todo al dejar caer en el olvido los más excelsos bienes de nuestro pasado: la unidad, el
honor y la libertad. Desde aquel día en que la traición se impuso, el Todopoderoso ha
mantenido apartada de nuestro pueblo su bendición. La discordia y el odio hicieron su
entrada. Millones y millones de alemanes pertenecientes a todas las clases sociales,
hombres y mujeres, lo mejor de nuestro pueblo, ven con desolación profunda cómo la
unidad de la nación se debilita y se disuelve en el tumulto de las opiniones políticas
egoístas, de los intereses económicos y de los conflictos doctrinarios”. (Gómez, 2014)
Hitler ponía el acento en la pobre economía alemana y en la desidia de un pueblo que había quedado a la deriva en base a promesas nacionales e internacionales que los aislaba de futuros progresos mundiales.
En su vehemencia, no olvida legitimar su discurso utilizando el nombre de Dios y haciendo referencia a todas las clases sociales a las que llamaba a unificarse en favor de su pensamiento político.
A esto agrega: “La idea ilusoria de vencedores y vencidos destruye la confianza de nación a nación y, con ello, la economía del mundo. Nuestro pueblo se halla sumido en la más espantosa miseria. A los millones de desempleados y hambrientos del proletariado industrial, sigue la ruina de toda la clase media y de los pequeños industriales y comerciantes. Si esta decadencia llega a apoderarse también por completo de la clase campesina, la magnitud de la catástrofe será incalculable. No se tratará entonces únicamente de la ruina de un Estado, sino de la pérdida de un conjunto de los más altos bienes de la cultura y la civilización, acumulados en el curso de dos milenios”. (Gómez, 2014)
Así, se hace cargo de llenar un vacío dentro de la sociedad alemana: no solo el de un líder, sino el de un líder carismático con supuestas orientaciones socialistas, globales y a la vez fundamentalmente nacionalistas.
En este mismo discurso, el führer pide un plazo de cuatro años para regenerar la economía alemana y promover una nueva Alemania.
Con el correr de los discursos y con las apremiantes necesidades, Hitler fue construyendo un camino de liderazgo basado en el nacional socialismo. Pero no se trata de cualquier tipo de liderazgo, sino de uno mucho más profundo, ubicado entre pilares capaces de generar un cambio de paradigma dentro de la moralidad alemana. Éste puede ser dividido de la misma forma que él lo hiciera: en primer lugar, la Educación como vertiente hacia una Alemania nacional socialista. En segundo lugar, con la exclusividad de toda política que funcione en favor de la capacitación y mejoramiento de las fuerzas armadas. Y por último la inclusión económica de regiones marginales.
Hitler no había hecho más que construir con antelación un discurso efervescente y motivador, mediante el cual nada ni nadie podía quedar al margen ya sea coercitivamente o por medio de cohesión.
Cuatro años fueron los que le llevó al canciller alemán construir las bases materiales de su discurso de 1938, plagado de estadísticas de crecimiento en base a su proyecto nacionalista.
De tal forma, no es nada extraño que Adolph Hitler se afirmara ante una multitud alemana, enardecida y reconsiderada puertas adentro, para iniciar la ocupación de Polonia y cambiar la historia internacional.
El pueblo alemán ya había sido cautivado, educado y reformado de acuerdo a las bases de pensamientos nacional socialistas del líder alemán.
Ante un contexto internacional sumamente distinto, pero con una oralidad que funcionaba, al igual que con Hitler, como el centro de la escena apoyada en un discurso clasista, Juan Domingo Perón masifica su condición de líder, pero desde un lugar mucho más interesante: en este caso el acento se pone de forma directa en la clase trabajadora argentina, expandiéndose a una parte de la clase media ampliamente representada y que idealizaba con el líder justicialista, quien rompería con el paradigma social en la argentina.
El famoso diecisiete de octubre de 1945, Perón proclama: “Dejo el honroso uniforme que me entregó la patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la patria. Por eso doy mi abrazo final a esa institución que es un puntal de la patria: el ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa, grandiosa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria”. (TELAM, 2005)
Perón no hacía caso omiso de que su condición de líder era sustentada por la gran masa trabajadora, ni que la probabilidad de un discurso alejado de dicha representación podía alejarlo de sus objetivos.
En tal caso, Perón no alejaba de su expresión al común del pueblo y se ponía como uno de los ejes patriotas en favor de un proceso mucho mayor: el cambio de una sociedad entera.
El simbolismo de abandonar, pero a la vez revindicar, al ejército, lo ubicaban como una figura con amplias capacidades para reunir bajo su esfera a los ámbitos más chocantes y disonantes de la historia. Así, pueblo, política y militarismo, respondían otorgándole a Perón el papel preponderante por el cual había pujado con rapidez y convicción.
En el mismo discurso, Perón hablaba de las masas sudorosas, indudablemente volcadas a la proximidad de una nueva era en sus vidas y a oportunidades que de alguna forma u otra siempre les habían sido negadas. Además agregaría “Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa patria, en la unidad de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa masa en movimiento cada uno de los tristes o descontentos, para que, mezclados a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriota que son ustedes”. (TELAM, 2005)
En tal medida, la construcción peronista de la Nación no escatimó en Educación para sus trabajadores, ni en la reformulación de los pilares básicos de la nacionalidad. Tampoco dejó al margen a las mujeres de la patria ni a las peleas dialécticamente violentas en contra de los medios hegemónicos, la Iglesia y los opositores.
Dentro de la oligarquía y el “gorilaje”, todo aquel tipificado dentro de alguno de esos rangos, pasaría a ser un enemigo de la patria: por cierto, esta ya era la gran masa trabajadora.
Por último, en su discurso de apoyo a George Bush, Ronald Reagan esboza de alguna manera el pensamiento que lo catapultó a la cima de los Estados Unidos.
“A ustedes y a mí nos han dicho que debemos escoger entre izquierda y derecha, pero yo les sugiero que no existe izquierda ni derecha. Sólo existe arriba y abajo. Arriba está el sueño antiguo del hombre de la máxima libertad individual posible manteniendo el orden, y abajo el hormiguero del totalitarismo. Sin poner en duda su sinceridad, sus motivos humanitarios, aquellos que sacrificarían la libertad por la seguridad se han embarcado en ese camino descendente. Plutarco advirtió que «el verdadero destructor de las libertades del pueblo es aquel que reparte botines, donaciones y regalos»”. (LA PRENSA, 2016).
En este breve párrafo de un discurso tan importante, Ronald Reagan dirige su atención claramente a una porción del pueblo y no a un electorado general. La cuestión es clara. Al hablar de Plutarco, dedica su atención a las élites capitalistas y al medio de la gente que son todos aquellos que concurren con un interés específico de voto. De ninguna manera el conservadurismo considera importante a la masa social trabajadora de los Estados Unidos como un electorado a medir. Por tal caso, el líder norteamericano utiliza los mecanismos que lo depositaron en el poder: las promesas de una Nación segura e independiente, con una economía capitalista y solvente y con ideas de progreso de ciertos niveles de la sociedad americana.
Hablar de los padres fundadores en reiteradas oportunidades no es sino la medida justa para esa clase que fundamentó sus posicionamientos nacionalistas sustentados en guerras y colonialismos a través de los tiempos.
“Necesitamos reformas impositivas que al menos marquen el comienzo de la restauración, para nuestros hijos, del Sueño Americano de que la riqueza no se niega a nadie, que cada individuo tiene el derecho a volar tan alto como su fuerza y habilidad le lleven. Pero no podremos tener tales reformas mientras nuestra política fiscal sea diseñada por gente que ve los impuestos como medios con los que lograr cambios en nuestra estructura social”. (LA PRENSA, 2016)
Esta es quizás la estructura que produjo en la sociedad americana el sostenimiento de un actor de segunda línea como líder de una de las máximas potencias: la reforma tributaria que benefició a ciertos sectores de la sociedad.
Así, el ex presidente norteamericano se volvía popularmente correcto, generando adhesiones construidas en torno a discursos de los cuales todo aquello que se prometía, era incumplido pero que, a través de los tiempos, lo enmarcó en un populismo acérrimo y de derecha mediante la búsqueda de nacionalismos, simbolismos pero también con obviedad de la rebaja de los impuestos.   
Resalto una gran similitud de tres figuras diferentes: los tres fueron gobiernos populistas. Tres figuras con un marcado antagonismo pero que tienen un punto clave en sus discursos: la construcción de medidas exactas que posibilitan el acceso a la gran masa popular como garantía de un poder que va más allá de un liderazgo político: el sustentamiento de un carisma discursivo y eficaz.
Para esto citaremos a Ernesto Laclau en su libro “La razón populista”, que sostiene: “El populismo, como categoría de análisis político, nos enfrenta a problemas muy específicos. Por un lado, es una noción recurrente, que no solo es de uso generalizado, ya que forma parte de la descripción de una amplia variedad de movimientos políticos, sino que también intenta capturar algo central acerca de estos. A mitad de camino entre lo descriptivo y lo normativo, el concepto de “populismo” intenta comprender algo crucialmente significativo sobre las realidades políticas e ideológicas a las cuales refiere”. [2]
Lo que hace Laclau es enmarcar de manera teórica y científica, el término populismo, tomándolo desde una dialéctica entre las movilidades políticas que respondan a ciertas necesidades respecto de un contexto social específico.
De esta manera, el populismo no distingue de derechas y de izquierdas, (se vuelve vago, afirma el autor) y sin embargo responde a esas movilidades que harán del líder elegido para ese momento dialéctico, la persona indicada para abrazar a las masas de su alrededor.
Para tales efectos, el líder deberá responder a ciertos parámetros que le permitan erigirse por sobre lo ideológico: parámetros que le permitan promover su nombre por encima de la Historia. A tales casos responden Hitler y Perón.
Entre algunas de las cualidades a las que debe de responder el líder, son: la construcción de un discurso teatral y lo suficientemente inclusivo, la ocupación de los significantes vacíos que permitan el ascenso del líder y su progresiva hegemonía formal y la retórica mediante la cual el líder opera sobre sus adeptos y detractores. Agregaremos a esto, el carisma del líder para englobar todas las anteriores propuestas pero, por sobre todo, para captar la atención de las masas.
En ese contexto, el funcionamiento de la popularidad (promovida por la adecuada masificación publicitaria) ampliará y enaltecerá desmedidamente su figura, a punto tal de que la psicología de las masas generará una serie de adhesiones populares, no solo de las clases más necesitadas, sino también de aquellas que no lo son.
La ecuación es interesante y a la vez científicamente perfecta. Los factores cualitativos, sumados a un aparato publicitario funcional y un carisma innato, entregan por resultado un líder populista, tanto de derecha como de izquierda. A tales efectos, no se puede reducir al populismo ni al pensamiento de las masas, a un contexto irracional. Al respecto, Laclau observa: “No hay nada de malo, por supuesto, en condenar el holocausto. Lo que es incorrecto es que esa condenación reemplace a la explicación, que es lo que ocurre cuando ciertos fenómenos son percibidos como aberraciones carentes de toda causa racional comprensible”. [3]

Conclusión
De esta manera, hablar de populismo se vuelve un desafío: no se trata de concepciones modernas facilistas, sino de construcciones dialécticas y complejas que no responden a parámetros específicos, sino que cambian a través de los tiempos.
Para esto, el liderazgo ofrece su frío cálculo basado en las estadísticas y acompañado por objetivos concretos que le permitan al líder transformarse en el resumen de todas aquellas respuestas a los males de la sociedad.
En el caso de Hitler, la reconstrucción nacionalista de una Alemania devastada lo catapultó a la cima de la política mundial. Perón, sustentado por la clase obrera y la figura de Eva Duarte, teatralizaron y hegemonizaron la escena argentina, con ideologías y procesos diversos y profundos, al tiempo que Reagan y su conservadurismo basado en la dominación de sociedades externas, promovieron su figura ante los nacionalistas y por encima de su ineptitud.
Así, el populismo no puede ser enmarcado ni tipificado en una izquierda o en una derecha. No puede ser tildado de peronista ni de radical. El populismo debe referir a lo que realmente es: el ascenso de grandes liderazgos que guarden en su seno un orden y una virtual entrega al cumplimiento de las necesidades sociales de un pueblo demandante.
Ni unos ni otros, (los distintos actores sociales de la actualidad) han logrado comprender y utilizar el “populismo” como lo que realmente es para la Historia. Un instrumento que bien utilizado habría de generar grandes cambios paradigmáticos dentro de la sociedad actual. No solo por una figura en particular, sino por el conjunto de la sociedad que otorga al líder una capacidad peligrosa y desafiante: en este caso el poder de una Nación, el poder de cambiar lo implícito y el poder de reordenar las piezas del escenario mundial.
El populismo, así como lo hiciera Perón, Somoza o Chavez, no es un desmerecimiento. Es un pragmatismo que se adecúa a ciertas falencias. Desde mi punto de vista, considero que el populismo es darle al pueblo lo que necesita. Y si en ese contexto actúa como un bien para la sociedad, bienvenido sea, sobre todo, a Latinoamérica.




[1] Real academia española.
[2] LACLAU, ERNESTO. “La razón populista”. EFE. (17, 2004)
[3] LACLAU, ERNESTO. “La razón populista”. EFE. (310, 2004)


domingo, 18 de junio de 2017

LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO NACIONAL, UN PROCESO EN EL TIEMPO



¿Qué es un proceso? ¿Cuáles son las características que determinan que ese determinado espacio en el tiempo, cobre la significancia necesaria para el análisis? ¿Cómo reaccionan las mentalidades de una época político – social intensa y con horizontes claros y estructurados?
Cada una de etas preguntas realizadas, proponen un análisis transversal, derivado de profundos pensamientos idealistas, basados en convicciones con supuestas metas pre establecidas: En contexto, no existe un territorio unificado sin una línea de continuidad, no existe lo “nacional” sin un simbolismo, no existe territorio si no se piensa en el “otro” (siendo esta la construcción final de este trabajo).
Pero para entender de qué habla este trabajo (es necesario aclararlo) debemos abstraernos de todo pensamiento actual relacionado a represiones, holocaustos, expropiaciones y violencia militar. No porque el texto opere como un aval a esas políticas, sino básicamente para lograr insertar nuestra mente en el pensamiento de aquellos años. A tales efectos, al finalizar este texto, se darán cuenta que cada uno podrá sacar sus propias conclusiones, subjetivados por sus propios ideales.
Un proceso de tiempo, es una sucesión de hechos mediante los cuales sus causas y consecuencias determinan rupturas en la línea que permiten un cambio de sistema, de pensamiento o de políticas que determinan el progreso de la sociedad. (Por ejemplo, la Revolución de mayo de 1810).
Dentro de un proceso, debemos tener en cuenta ciertos factores de análisis: el tiempo al que se remontará el objeto de estudio, el espacio geográfico que determina los rumbos que tomará cada acción y decisión, los actores sociales que se enmarcan en dicha época y el contexto internacional, tanto económico como social.
Para el caso de las mentalidades, analizaremos “la construcción del Estado Nacional argentino”, desde dos de sus figuras principales y tan dispares a la vez: Mitre y Sarmiento.
En cuanto al primero, podemos decir que su figura se enmarca dentro de los parámetros de la política y la Historia.
Desde el acuerdo sellado con Urquiza, Mitre se enmarca dentro de la reorganización institucional y política del Estado y propone desde sus lineamientos, una estructura basada en los principios militares de la época. “Consolidada la base de operaciones, es decir Buenos Aires, mi plan político – militar es dominar militarmente a Santa Fe, extendiéndome hasta Córdoba, para desenvolver sobre esa ancha y sólida base los trabajos de la reconstrucción nacional bajo la influencia de las ideas de Buenos Aires”. [1]
Hacia 1862, la idea de promover un Estado Nacional, se propagaba en relación a las provincias mencionadas por Bartolomé Mitre, las cuales parecían ser el eje transversal de dicha empresa.
Ya la Constitución de 1853 había servido para que Liberales y Federales, produjeron un diálogo de fuerzas reunidos a fin: Descomponer el aparato Unitario y formalizar un salto a los sesentas desde esas posiciones inequívocas.
Ante un escenario que promovía amenazas militares e insurrecciones constantes, recae en Mitre el poder de convocatoria a elecciones erigiendo su nombre como el más capacitado para llevar adelante las ideas de Estado – Nación.
A partir de aquí, se formaliza el primer gobierno de sufragio Nacional, y la necesidad de cumplimentar aquellos objetivos de Centralizar el poder, tal lo había instaurado Urquiza.
Pero además, Mitre propone dos cuestiones a sabiendas importantes: la creación de una identidad Nacional, basada en la Historia de las tradiciones y símbolos que concordaran con los lineamientos del futuro Estado y la definitiva estructuración de los poderes.
En ese marco, después de Pavón, instituciones como el Congreso, las escuelas y la aduana entre otras, resultan ser el factor determinante de una ecuación que arroja como resultado un lineamiento político de la identidad.
El escrutinio (el voto) proporciona la unificación territorial, pero no política. Durante estos años, la di división liberal entre Mitristas y autonomistas genera rupturas dentro de la misma estructura, pero no por eso la pérdida de los ejes: nacionalización de la aduana, inmigración, Educación nacional, impulso ferroviario para la comunicación de territorios aislados, la reorganización del banco provincia y el código civil y de comercio.
Entre estas obras, la construcción del Estado nacional se presenta como el viraje de una sociedad al capitalismo y a la evolución de las ideas positivistas.
Desde aquí, Domingo Faustino Sarmiento, en su pensamiento progresista (entendido dentro de los contextos de la época) llega a la presidencia de la Nación realizando alianzas mediante de las cuales logra imponer su prestigio, su pluma y su acción.
Desde 1868 hasta 1874, Sarmiento propone desde la Educación la alfabetización Nacional tanto de todo aquel habitante del territorio y de los inmigrantes de quienes se decía “que no somonos nosotros los que debemos hablar su lengua, sino ellos la nuestra”.
Por lo tanto, con el impulso de la escuela pública, Sarmiento produce un cambio en la sociedad, acompañado por diversas iniciativas de su gobierno: 800 nuevas escuelas que producirían 100000 habitantes educados, la apertura hacia la ciencia para la explotación de las minas en Catamarca, la “colonización” del territorio (ocupado y desocupado) y la promulgación de 24 escuelas populares.
Mediante la extensión de líneas férreas y telegráficas, amplió la comunicación del territorio y produjo un gradual avance capitalista que encontraría su apogeo en los tiempos de Roca.
Como una constante de ambos presidentes (Mitre y Sarmiento) la guerra del Paraguay fue un hecho que significó: Por un lado la necesidad de apagar el avance del Paraguay que se formaba como futura potencia y por el otro la alianza con países económicamente interesados en la región.
De esta manera, la “colonización” jugó un rol fundamental: la ocupación de territorios vacíos y propensos a su pérdida antes países vecinos y la ocupación de territorios ocupados por nativos que eran desprovistos (por cohesión o coerción) de sus espacios y tiempos.
La construcción de un Estado Nacional quedó delimitada sobre la siguiente base: Para Rosas, el federalismo con fuerte centralización en Buenos Aires, para Urquiza el avance hacia la construcción del Estado y para Mitre el nacionalismo liberal. Mientras tanto, Sarmiento se erigía como la consolidación del primero y la reorganización del segundo.
Para estos casos, la identidad nacional mediante símbolos (la bandera, San Martín y Belgrano), la estructura económica (el trabajo de la tierra y la inmigración, pero también el avance hacia un Estado capitalista) y la violencia militar (con la guerra del Paraguay y los esbozos de la campaña del desierto) fueron la línea que generó la Construcción del Estado Nacional y no la ruptura de dicha necesidad. Por el contrario, la base político – social funcionó bajo estos parámetros de pensamientos ideológicos y formulaciones científicas y capitalistas.




[1] Carta del 29 de octubre de 1861 a su amigo Rufino.