viernes, 29 de diciembre de 2017

Soda Stereo: marca a fuego de una época de cambios.

El período abarcado entre 1976 y 1983 está signado por las consecuencias visibles a través del tiempo. La dictadura militar había devastado no solo la moral económica de la Nación, sino también la moral psíquica de nuestros individuos.


Así como desde finales de los 60´s hasta el 24 de marzo de 1976 la música había sido el sinónimo de la rebeldía de los más jóvenes, del 76 al 83 produjo una doctrina de la irreverencia.
Los años de oscuridad de la Argentina, encontraron en la música progresista y en unos cuantos músicos (exiliados incluso) la voz de su conciencia.
Con el desastre de Malvinas, la debacle de Galtieri y un proceso militar en decadencia, el 83 provoca un nuevo aire.
Desde los atriles irrumpe Raúl Alfonsín y con él la Democracia, el derecho a la libertad de elección y un viento de cambio. La gente necesitaba volver a creer. El pueblo quería volver a cantar.
Si bien Virus magnifica el cambio de estilo musical algunos años antes, fue la llegada de Soda Stereo la que provocó el símbolo de ese cambio. Inesperado, como un torbellino y con la sensación de nunca más Cerati, Zeta y Charly iniciaron un largo y sinuoso camino.
“Con Zeta estudiábamos juntos en la Universidad del Salvador y después llegó Charly que andaba persiguiendo a mi hermana. Pero se quedó tocando música con nosotros. Daba mejor de baterista que de cuñado” [1] se reía Gustavo Cerati.
Soda Stereo no solamente fue un sonido en el nuevo aire, sino que fue el cambio de rumbo hacia una nueva forma de hacer música. La expansión de las raíces de un rock & pop marcado por una sobredosis de TV que lentamente comenzó a llenar los pequeños bares en donde se presentaban.
Rompiendo con algunos mitos, la banda de Cerati compartía los escenarios con Sumo, Virus y Pappo entre otros. Y esto no refiere a un mero dato sino a la confluencia de sonidos que los oyentes podíamos encontrar por aquellos tiempos.
Cerati decía tiempo más tarde: "Ricardo (Mollo) es una persona muy importante y cercana en mi carrera. A comienzos de los 80, antes del segundo disco, con Soda sufrimos un robo tremendo después de un show en Ramos Mejía. Se llevaron el camión con todo: las empresas de sonido y luces quedaron al borde de la quiebra, no tenían nada y nosotros ni instrumentos. Los Sumo nos bancaron y fue Ricardo el que me prestó las guitarras y los equipos para grabar y salir a tocar. Casi nadie sabe eso. Nos hemos visto varias veces y siempre hubo aprecio y valoración mutua."
Sin embargo, los rumores y el público se encargaron de generar puertas afuera una inmensa cantidad de situaciones y declaraciones a fin de que todo fuera una guerra futbolera.
Sin embargo, dejando de lado esa cuota innecesaria de un sonido versus otro (la música es música) lo interesante pasa por el siguiente lugar: tratar ineluctablemente de entender que el nuevo sonido marcaba el inicio y la transición hacia una nueva era del rock.
El marketing y la forma de organizar un recital, mucho más profesional y recurriendo a grandes teatros, sienta el paradigma del rock. Latinoamérica se encontró con Soda Stereo y Soda Stereo encontró en Latinoamérica a un público muy especial.
De esta forma se expande la visión hacia nuevas bandas y, en contraste con la época oscura de la dictadura que influía en la necesidad de voces progresistas, comienzan a consolidar su éxito los Soda Stereo, grupo que vería nacer su primer disco de la mano de Federico Moura de Virus. Sin duda nos referimos a un giro importante. Este tipo de rock le cantaba mucho más al amor que a las causas sociales, pero sin duda su impronta era un sello que indefectiblemente la sociedad necesitaba para olvidar la desdicha de épocas nefastas”
Sin embargo, el rotundo cambio incitó progresivamente a acciones de diverso tipo. Entendido de esta forma, Soda Stereo le entregó a un pueblo en llamas la capacidad de volver a creer, de volver a cantar, de volver a soñar. No se trataba de una época para olvidar, sino de un tiempo de profesionalización del rock.
Cada masivo recital de la banda, fue una movilización inusual. “Dany Giménez explica: “Cerati era un tipo con glamour que pertenecía a otro estrato social. Con una banda tan grande y un ego tan grande. Pero soda fue una banda popular. 150.000 personas en la 9 de julio”. Así, da cuenta de que a pesar de su estilo y su origen, Cerati había logrado lo que muy pocos pudieron: La mancomunación de diversos polos sociales”.
En definitiva, eso es Soda Stereo. No solamente un cambio musical en la era del rock, sino un sueño, una esperanza y una forma de creer que a partir de la música, todo puede ser mejor.
Soda Stereo fue la expresión del pensamiento de miles de personas que necesitaban volver a sentir aquellas sensaciones. Era la compañía abstracta para un grito de realidad. Era la mirada de la Democracia que venía a proponer una nueva Argentina. Era la historia de unos pocos que se transformaron en la de unos cuantos. Soda Stereo era simplemente un grupo de pibes que un día se subieron a un escenario y nunca (por más que lo hayan cantado) hubieran creído llegar a ser del Jet set. Y eso es el síntoma suficiente de que en esta vida los sueños pueden hacerse realidad. 





[1] Gustavo Cerati. Hola Susana. Telefe. 

martes, 19 de diciembre de 2017

Aquellos héroes de mi infancia: “El Zorro”.

Anochecía en Argentina cuando las pantallas mostraban una luna blanco y negro nos mostraban la figura de un hombre de negro con capa y espada y que peleaba por la libertad de California. Siempre eran las 18:30 Hs. Y siempre aparecía. Nunca fallaba. Como en la serie, el Zorro transformaba lo imposible en posible. Era su tiempo. Era nuestro mágico mundo de ensueño.
Si bien las versiones de “el Zorro” son ilimitadas, me voy a tomar la atribución de hablar de aquella que creo que fue la más fiel y representativa del libro escrito por Johnston Maculen. Y es la de Walt Disney centrada básicamente en los años de la dominación española sobre América en general y de California en particular. Año 1820 para ser más precisos.


En mi primera concientización de por qué adoraba al zorro, me di cuenta de que había una gran oposición con los súper héroes de dibujos animados. Este era más real. Se lo veía de carne y hueso. Tenía una espada y se enfrentaba a villanos de verdad. Pero como si fuera poco, no tenía súper poderes que lo hicieran invencible, sino que me sobrecargaba de adrenalina cuando Diego de La Vega tenía que luchar. Es que en cualquier momento lo podían matar.
Pero eso nunca pasó. La habilidad del héroe con la espada era tal y su mente tan brillante, que someter a todo un ejército de tiranos españoles era tan solo un trámite para el valiente.
En mi segunda percepción, ya mucho mayor, “el zorro” no dejaba dudas. Su doble personalidad le daba eficiencia a la búsqueda de la liberación de sus opresores y dedicaba su vida a los demás sin pensar en la suya propia.
Y en mi tercera conmoción, me di cuenta de un caso particular. “El zorro” luchaba contra los tiranos en defensa del rey de España. ¿Es una blasfemia? ¿Es la deconstrucción del personaje? ¿Es la causa del zorro luchar para defender una tiranía mucho más compleja? Para todo esto hubo una respuesta.
Tuve la suerte de ver la serie en innumerable cantidad de veces. En distintos momentos de mi vida y hasta repitiendo las temporadas una y otra vez. Pero no fue sino hasta adquirir otras lecturas sobre América en que logré darme cuenta de cuáles eran las respuestas a estos crucigramas.
No se trataba de obtener radicalmente la libertad de América (ni la de California como tal que hasta ese momento era parte de México) sino de pensarla.
No existía una forma evidente de hacer la revolución. Eran los tiempos de San Martín, que ya había cruzado Los Andes y que estaba pensando el Perú. Eran los tiempos de Bolívar que había soñado la libertad de las futuras naciones, muriendo y resucitando una y otra vez. Y “el zorro” era un mero colaborador dentro de un territorio que todavía se había jurado español.
¿Entonces cómo hacer la Revolución? No se podía abolir el pensamiento de los peninsulares españoles de un día para el otro, ni se podía destruir a un ejército por completo. Eso lo podría hacer Superman, pero permítanme que les diga lo siguiente: Superman no hubiera podido por dos motivos. El primero es que Superman no hubiera estado emparentado por la causa americana ya que su país de residencia había dejado de ser colonia hacía muchos años y ya pensaba en su dominio de la región. Y si este alegato no sirve de mucho, les recuerdo que Superman no existe.
Entonces la tarea de “el zorro” era mucho más perspicaz, más complementaria y más necesaria a la vez. Porque sin hombres de tal valentía, no se habría logrado la transición hacia un mundo mexicano más real.
Y no hace falta recaer en lo obvio, el zorro es un personaje de ficción. Pero cuando hablamos de “realismo” enseguida podemos hacer una relación referencial. “El zorro” es tan comparable con los movimientos juntistas de América que juraban por el rey de España con el fin de hacer tiempo para pensar la transición a la Independencia, como es comparable con el nombrado San Martín, Bolívar y sumaría Miranda y O´Higgins. Hombres que le dieron a América una identidad y un concepto definitivo de pueblos del Sud.
Dentro de la serie, el sargento García representa a aquellos soldados que no se unían a los ejércitos por el mero hecho de creer en la causa, sino más bien por un cierto reconocimiento al prestigio que otorgaba ser parte de una sociedad militar. De ahí que si algo no pudo cambiar el sargento era su inocencia y su bondad.
“El zorro” ha demostrado a través de los tiempos la perdurabilidad necesaria para que todas las generaciones se hicieran eco del mismo. Que nadie pasara por este mundo sin saber quién era “el zorro”. Y si bien la serie fue hecha por una empresa del capital norteamericano, se respetó ese aire de libertad americana que no así sucediera en el caso de las películas como la última de Banderas.
Pero más allá de eso, “el zorro” de Guy Williams obtuvo el cariño de los más chicos. Inexplicablemente y con evidencias de lo que digo. El día en que mi hijo (en aquel tiempo de 3 años) tuvo que elegir su primer traje, no eligió a Spiderman, eligió al zorro. Sin conocerlo. Sin haber visto siquiera un capítulo.
Fue entonces que me di cuenta de que “el zorro” sí tenía un súper poder. No era un láser ni un fuego. Era el súper poder del encantamiento americano: la libertad, la independencia y los sueños de cambiar nuestra Historia. Sea eso quizás lo que encantó a mi hijo. Sea ese quizás el mismo encantamiento que produjo en mí desde siempre. Sea ese quizás el fuego de América que nunca debería de apagarse, para permitirnos ver que los pueblos unidos y de hombres con sueños, pueden ser mucho más importantes para una futura igualdad en la sociedad que un pueblo vacío y sin identidad.
Hoy traigo al zorro, a su espada y a su corcel. La vida de una sola persona entregada al fragor de las banderas de la ilusión.


miércoles, 6 de diciembre de 2017

Los cien años de soledad de América

A través de este texto, realizo una explicación sobre el libro "cien años de soledad" de Gabriel García Márquez basado en su discurso de 1982 mientras recibía el premio Nobel de literatura. Para entender un poco más cuál es el nudo de la soledad americana. Espero que les guste. 



Cien años de soledad.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” (García Márquez 2015: 3)
Repentinamente, como si los cielos se alinearan con la tierra, resurgió en mi cabeza la vieja idea de recrear brevemente la historia de Macondo. No desde su realidad, pero sí desde su condición de elemento irrefutable de la huella de Latino América.
El libro escrito por Gabriel García Márquez narra con cierto irrealismo, pero con la suficiente dosis de veracidad, los acontecimientos más imperfectos, increíbles y mágicos de nuestra América como nadie lo había hecho hasta entonces.
Para el momento en que al autor, premio Nobel de literatura 1982, había esbozado sus páginas y publicado sin un centavo el libro en una editorial de Buenos Aires, los sucesos se daban casi por defecto y desafecto en nuestro territorio americano.
Las grandes potencias dominantes ejercían un poder inconmensurable, mientras que la Cuba de Fidel Castro solidificaba su movimiento rechazando incursiones externas y con un Castro erigiéndose como el promotor de los grandes movimientos anti imperialistas.
En la Buenos Aires de ese entonces, el golpe dado al gobierno de Arturo Ilia resaltó la endeblez con la que el sistema democrático se venía presentando desde los inmemoriales.
En el contexto de la publicación del libro, Gabo se encontraba ante un mundo definitivamente individualista, en donde la guerra de Vietnam se convertía en una guerra ideológica a la vez que perdida para Estados Unidos.
Pero no es el contexto de “Gabo” lo que nos preocupa. Sino el contexto de una guerra probablemente mucho peor. La guerra contra la soledad, esa que despoja de los libros toda información posible y extravía los paraderos más imprescindibles.
La soledad toma las riendas del libro. Se transforma en un eje con gran necesidad de visitar y un remedio conformista que no permite pensar. Los personajes, sucintos a los ciclos de la vida, desarrollan sus sensaciones de muerte constante incluso en detrimento de sus propios progresos.
Así da inicio este trabajo, en donde Macondo (esa Ciudad irreal o no) se transforma en el escenario de un teatro repleto de personas que alguna vez trataron de esbozar el resultado final de sus páginas.
La familia Buendía
La familia de los José Arcadios, los Aureliano y las Úrsula y Rebecas de errantes pasos, fueron el condimento perfecto que García Márquez utilizó para darle vida al libro.
A pesar de esto, fue la figura de Úrsula Iguarán la que marcó a paso agigantado el ritmo del libro, siendo la esposa de José Arcadio Buendía, fundador de Macondo y de la familia del ilustre apellido.
Úrsula, cuenta el propio autor, vivió aproximadamente ciento veintidós años y convergió con las subsiguientes generaciones imprimiéndoles el sabor del apellido y los sueños rotos de su linaje.
Dentro del texto, Úrsula fue catalogada como la verdadera reina ante la impávida mirada de sus jóvenes tataranietas.
La figura femenina no solamente queda representada bajo su estampa, sino que también queda abocada al sostenimiento de su familia como el pilar fundamental de toda hora y todo lugar.
Úrsula no tenía miedo de enfrentarse a militares deshonrosos ni a forasteros insolentes. Ni siquiera temía enfrentarse a sus propios hijos. Tan capaz de amar como de encadenar a su esposo José Arcadio en un tronco a la intemperie.
Por tal motivo, si algo podemos enfocar de Úrsula, es la figura de una mujer con amplio bagaje social. Sentenciada a los caminos de la locura a los que sin embargo pudo esquivar.
Úrsula Iguarán es la figura de la feminidad del libro, en donde podemos representarla en un aula mediante un movimiento feminista que a través de los tiempos debió de sufrir las desconsideraciones de las Instituciones de cada país.
Por el contrario, Úrsula solo era ella, sin acompañamientos ni figuras trascendentales. Solo ella como símbolo inequívoco del paso del tiempo.
José Arcadio Buen Día.
La figura del fundador de Macondo ya lo propone a José Arcadio como el gran símbolo de su época. Más allá de esto, es justo aclarar que la llegada de Melquíades y los gitanos lo insertan de lleno en un conjunto de actividades con tendencia al progreso.
Obnubilado, persistente y voraz, José Arcadio veía pasar las horas de su vida haciendo alquimia o tratando de inventar piezas que le sirvieran para el progreso.
Su alma emprendedora se contrapone con los graves inconvenientes que le producen los fantasmas de su pasado. Por tal motivo se encuentra en cierto momento de su vida abandonado a la ira y supeditado a los designios de su vejez.
En él se representa claramente el derrumbe de aquellos individuos que ante el avance del liberalismo comenzaron a perder su felicidad, sus ideales y sus proyectos.
Aureliano Buendía
Es quizás la figura más emparentada a los movimientos de América y, no por cualquier cosa, el libro comienza con su nombre.
Un hombre común transformado en coronel y luchador de causas perdidas por las que además pierde a todos sus hijos y que de buenas a primeras decide salir a luchar.
Macondo funcionó durante esos tiempos como una trinchera de vidas inconclusas y de muertes violentas a causa de las sucesivas guerras. La muerte no era para él sino el símbolo de una lucha que no tenía sentido.
A través de la muerte de su esposa Remedios, su vida da un vuelco y su soledad lo obliga a pelear por algo que apenas conoce. El único ideal que lo conmueve es el de no morir de amor.
Las arrugas de Latino América quedan resumidas en él. En sus avances mortales y en sus retrocesos. En su lucha armada y es su descanso también.
Rebeca y Amaranta Buendía
Las dos hermanas (la primera adoptada y llegada de quién sabe dónde) logran desarrollar a través de la novela, un sinfín de insatisfacciones mutuas.
Ambas indican la visión de la época y el paso del tiempo. La felicidad del cuerpo y la decrepitud. La consideración de todo aquello que debía ser considerado como una moral de la mujer. Cocinar, lavar, planchar, coser y bordar, aprender a bailar.
Los desamores de una para con la otra proponen un eje en la escritura en dónde nunca se sabe cómo habrá de terminar.
Los años de soledad de estas dos mujeres, son la consecuencia de no pensarse a la una como la otra como parte de una misma necesidad de progreso. Y en cierto modo, América y su falta de regionalización y unión, las envidias paralizantes entre países y los ideales corruptos y deformados de la realidad, provocan una lucha constante por no envejecer, por no desfallecer y por no morir en soledad.
La Historia
Así queda a la vista el tronco de la novela, en dónde todo comenzó. Las generaciones de Buendía embellecen simplemente las historias dramáticas y provocativas de nuestra América.
Se ha dicho que es un relato “mágico y lleno de metáforas”. Pero el mismo autor, en su discurso durante la entrega del premio Nobel de Literatura de 1982, ha sido claro al respecto, ejemplificando cada una de las extrañezas y locuras que se han dado a lo largo y a lo ancho del continente, desde nuestros nativos hasta las últimas dictaduras militares que acabaron por ser un etnocidio y una depravación.
En la narrativa, García Márquez utiliza al pueblo de Macondo (su Aracataca natal) como un lugar ficticio y explica los cambios de América, desde su arcaísmo hasta su progreso final con la llegada del ferrocarril.
A la vez no pasa por alto la figura de la violencia, la dictadura y la corrupción de forma sutil tanto como de manera metafórica. (Eso no lo resta de ninguna forma veracidad al texto).
El argumento cuenta los sueños postergados de una familia condenada a vivir en una ilusión constante y en un intento de consenso incansable entre sus mismos miembros que, al cabo de los años, seguirá provocando más desavenencias de lo esperado, tanto al pasado como hacia el futuro.  
¿Por qué en América?
La región, desde la llegada de los españoles, siempre fue una visión positiva para las formas de progreso de potencias extranjeras necesitadas de expansiones constantes. La apertura hacia el nuevo mundo produjo una ilimitada expansión para ellos y la pérdida del mismo un inevitable retroceso que los obligó a buscar nuevas formas de incursión (dictaduras, neoliberalismo, opresiones económicas y desigualdad).
América (o Macondo) evolucionó tanto como involucionó. Sus actividades de progreso estuvieron siempre involucradas a procesos mucho mayores ante la vista de los grandes imperios. Y en ese tenor, es indudable que a Macondo le ocurriera lo mismo.
De ser un pueblo olvidado incluso por el olvido mismo, a estar específicamente ligado a procesos de revoluciones, contrarrevoluciones y dictaduras permanentes, sin olvidar corrupciones oligárquicas.
La llegada al mar y el dominio del mismo, una búsqueda de los fundadores de Macondo, fue incluso la perdición del mismo pueblo. De buscar el lugar adecuado para fundar una aldea, se transformó en el lugar dominado por todos. Por un gobierno y por las fuerzas de la naturaleza.
Sostenidamente podemos decir que América quedó presa de sí misma, quizás por no animarse a producir individual y progresivamente su propio capital. Aquellas dominaciones coloniales se extendieron hasta nuestros días, uniformemente y en silencio y con un discurso de mismos objetivos. Mientras que los movimientos no alineados a dichas formas, se contentaron con batallas internas que no lograron uniformarse detrás de un mismo sentido social.
Solamente la Revolución cubana de Fidel Castro y Ernesto Guevara en 1959 pudo tomar el poder en una sociedad de violencia, apropiarlo y tejer las alianzas necesarias para sostenerlo en el tiempo. Incluso hoy continúa siendo la piedra angular de todo proceso americano que se digne de luchar en contra del sistema.
En otros casos, como Allende o la Revolución Sandinista de Nicaragua, no pudieron canalizar el poder otorgado por el pueblo y, en consecuencia, no pudieron lograr ni la perpetuidad o los objetivos a los que había llegado Fidel Castro. Por otro lado, el Partido Comunista boliviano tampoco reaccionó de la forma esperada ante la presencia de “che” Guevara en su país.
Cada intento por mejorar las condiciones político - sociales de América, necesitó de ciertos procesos por la vía democrática o bien del consenso que chocaban con los intereses de potencias externas. En ese sentido, la utilización de la violencia en equilibrio con la diplomacia y la negociación hicieron de Fidel Castro el caso atípico del territorio.
Por otro lado, cada intento de reforma agraria fue, en la búsqueda de un reparto igualitario entre los individuos más necesitados, la omisión de los mismos. A veces negando un real reparto de tierras y otras realizándolo pero con algunas contradicciones en favor de los terratenientes.
La soledad de América, como dice García Márquez, no es solamente la metáfora de un buen libro sino la sucesión de hechos que complejizaron sus políticas de desarrollo.
La llegada del ferrocarril, como esa tecnología capaz de comunicar, unificar y sostener territorios, fue para Macondo lo directamente proporcional a América: un signo de evolución pero también de corrupción mediante la cual las oligarquías imperantes y las potencias dominantes se quedaron con aquella ilusión.
De aquí que José Arcadio Buendía fuera tan reacio al movimiento social de su pueblo y tan necesariamente analfabeto de los mundos ajenos.
Su propia evolución en el laboratorio de alquimia era la necesaria para Macondo, pues no estaba infectada con el desequilibrio del capital.
Si bien el libro centra su atención en un curioso desentendimiento (casi analfabeto de José Arcadio) queda sensiblemente expuesto que tanto él como muchos sabían que por fuera de La Ciénaga podía existir un mundo.
¿De dónde venían los gitanos del progreso con Melquíades a la cabeza? ¿Hacia dónde iban los árabes en busca de sus mercancías para comerciar?
Con los tiempos en plena emergencia social, las oligarquías y los ejércitos dominantes provocando evidentes crisis, Macondo no era a la vista del forastero una tierra más. Era un mundo en sí mismo. Una develación a desentramar y un conjunto de personas enrarecidas por la soledad.
No es cualquier descripción ni una mera coincidencia. Es exactamente la mirada de las grandes potencias a cerca de nuestra América, la que provoca que “Cien años de soledad” no sea solo la literatura de un Nobel, sino la intensa capacidad de enarbolar ideales y provocar reacciones necesarias para una reacción en masa.
Conclusión
La elección de este libro “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, no fue adrede ni por el azar de una simple lista.
Había elegido el libro en mi salida de la adolescencia, pero inevitablemente la lectura de nuevos textos, el avance de las tecnologías y la cantidad de información y documentos circulantes, provocarían otro tipo de reacciones en mí.
Sintéticamente hablando, me doy por convencido de que esta fue la primera vez que lo leí. Y el motivo es sencillo. Gabriel García Márquez no escribió un libro sobre la familia Buendía ni un texto metafórico y mágico. Escribió la verdadera historia de América. La historia de su soledad. La razón de su devenir histórico, de su política y de su sociedad.
Invariablemente los recursos que brinda el libro, provocan la causa y la consecuencia de la curiosidad. Con su recorrido histórico (capaz de producir fuentes constantes de desarrollo), con su sostenimiento narrativo (mediante el cual podemos esbozar una línea de tiempo desde la colonia hasta mediados del siglo XX) y con un cambio de paradigma dentro de la literatura (con el que podemos trabajar a base de las ideologías del autor y el significado de lo que escribe).
García Márquez demostró que la historia de América era tan importante como la historia del mundo. Tan fatalista como ella y tan impertinente como para cambiar las cosas.
El grave problema de la soledad y la desolación se contraponen con movimientos que de alguna forma trataron de reconstruir los tiempos, aunque el cambio radical que impuso la Revolución cubana luego de un tiempo en el poder, fue el único que rompió con el innatismo producto de las oligarquías.
Este libro es una condición necesaria para el historiador como trabajo de investigación áulica y para acercar la literatura latinoamericana a los jóvenes.
Siendo un emprendimiento de constante trabajo, no caben dudas que los medios económicos y de poder se vuelven en favor de la propagación del mismo.
En ese mundo impensado, la instalación de proverbios norteamericanos dentro de Macondo (incluyendo individuos) indujo a pensamientos que contradecían las propias causas del mismo devenir.
“En las condiciones del mundo unipolar, el imperialismo norteamericano creyó que podría implantar en el subconsciente un modelo de democracia neoliberal, que garantizara sus intereses sin necesidad de recurrir a sus métodos tradicionales de injerencia e intervención – como las invasiones militares, los golpes de Estado, los fraudes, las dictaduras militares, los asesinatos políticos y otros -, que tanto repudio llegaron a concitar en la opinión pública estadounidense y mundial”. (Regalado 2007: 202).
Las inversiones del aparato militar y económico mediante los lazos tendidos entre el imperialismo y el neoliberalismo, generaron un diálogo entre estos y en contra de la actitud latina. En este diálogo, el grito americano se fue apagando a través de los años y las viejas ideas de San Martín, Martí y Bolívar fueron soportando los embates de la calumnia barata.
Retomadas por Chávez, Kirchner o Lula, esas ideas debieron de adaptarse a un nuevo contexto de divergencias hacia afuera. Fue el comienzo de una regionalización. De una convergencia capaz de hacer del populismo una causa americana y una nueva fuerza capaz de disputarle el poder a “lo imperial”.
“Después de ejercer la vice presidencia de los Estados Unidos durante los dos mandatos de Ronald Reagan (1981 – 1989), al asumir el gobierno el 20 de enero de 1989, George Herbert Bush se coloca en posición de cosechar los frutos de la política de fuerza de su predecesor”. (Regalado 2007: 166).
Este uso de la fuerza trató de mostrar una nueva construcción de la opresión, desde una versión menos chocante que la instauración de sucesivas dictaduras, sino la búsqueda de una economía con tendencia al fracaso para las políticas latinas.
Por tal motivo, y con la dependencia de gobiernos que no cuestionaban demasiado, se fue generando una cantidad de situaciones que actuaban en conjunto para ver cuál cuajaba mejor en el desenlace norteamericano.
Los noventas fueron la bisagra de esa construcción y la provocación a sociedades menos desarrolladas. A grandes rasgos, ya no fue lo mismo América para el mundo a lo que fue el mundo para América.
Así como en Macondo, y como asegura Villaboy (2010: 10), había que transformar las arcaicas políticas sociales de un país y romper las estructuras que no permitieran un supuesto progreso.
El apogeo de inmigrantes, los crecimientos edilicios, las mentalidades de la época y las disputas territoriales (hacia adentro de cada territorio y hacia afuera) con la consecuente incorporación de capitales extranjeros, fue la contribución explosiva y determinante de un cambio dentro de la sociedad y de una estratificación cada vez más hacia arriba.
Sobre todo, luego de la primera y segunda guerra mundial, la llegada de inmigrantes provocó grandes cambios en los diferentes países de América. Tal es así que “En aquellas ciudades donde se produjo la concentración de grupos inmigrantes la conmoción fue profunda. Muy pronto se advirtió que la presencia de más gente no constituía solo un fenómeno cuantitativo sino más bien un cambio cualitativo. Consistió en sustituir una sociedad congregada y compacta por otra escindida, en la que se contraponían dos mundos.” (ROMERO, 2010: 31)
Ni Macondo ni su autor lograron escindirse de semejante aparato social. Una maquinaria difícil de postergar, difícil de comprender y difícil de concluir.
En este conjunto tan dialéctico entre estructuras antiguas y nuevas, “cien años de soledad” engloba un mensaje a la vez que un pedido de auxilio. Pero no hacia el mundo internacional, sino hacia la misma sociedad americana que, en su propio individualismo y en su extraña soledad, no puede ver más allá de un horizonte tapado por una sola palabra… PROGRESO.

Bibliografía
-ROMERO, José Luis. Latinoamérica las ciudades y las ideas. Buenos Aires. Siglo XXI. 1976.
- ANSALDI, Waldo y Verónica Giordano. América Latina. La construcción del Orden. De la colonia a la disolución de la dominación oligárquica. Ariel. Buenos Aires. 2012.

-REGALADO, Roberto. América Latina entre siglos. Dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda. Ocean Sur. Ciudad de México. 2006.