domingo, 30 de diciembre de 2018

La naturalidad climática durante la globalización



Siendo más tarde que temprano, nos vemos en la incontrolable naturalidad de levantarnos una mañana y observar en las calles los estragos de un temporal. Se nos ha hecho casi habitual entrar al trabajo con un sol radiante y, seis u ocho horas después, sufrir interminables tormentas que se llevan puestos autos, postes de luz y árboles. Se nos hizo parte del día a día que las inundaciones, los tsunamis y los tornados comenzaran a pasar desapercibidos por los sendos gobiernos de turno que solamente adjudican a la tempestad y la desgracia la razón de un calvario extremadamente social.
“(…)hay dos características del cambio climático actual que hace que los impactos biofísicos y sociales globales asociados sean únicos en la historia del planeta: la rapidez e intensidad con la que este cambio está teniendo lugar, en espacios de tiempo tan cortos para la evolución del Planeta como décadas; y la actividad humana como motor de todos estos cambios”. (PARDO BUENDÍA 2007: 1)
Generalmente las impericias de los Estados al respecto promueven la indeterminación necesaria para elaborar proyectos serios que luchen contra el calentamiento global, son las mismas impericias que liberan de preocupaciones y precauciones a las clases gobernantes que, por lo general, no pertenecen a las clases consideradas medias y bajas dentro de una Nación.
Las zonas de confort se encuentran en una situación muy distinta. No están pegadas al Riachuelo, no se permiten la estadía en calles de tierra (salvo que sea dentro de un Country) ni se abren a la recepción de aquellos que deben huir de los espacios afectados por el salvajismo del clima. Un salvajismo curiosamente alimentado por aquellos que detentan el poder.
Específicamente hablando de situaciones desconcertantes, la venta de la tierra acarrea hoy un combo beneficioso para unos pocos. La venta de extensos terrenos que se encuentran lindantes a barrios de menores recursos se compran por un porcentaje ínfimo y se venden a cifras exorbitantes. Dentro del combo, la tierra, el agua y las murallas son una oferta perfecta. Mientras en los alrededores el individuo común traslada baldes de agua potable, en muchos countries los ríos son artificiales. Mientras fuera de las murallas los individuos intentan construir una casilla con lo que encuentran, en los barrios ostentosos se anclan muebles producto de grandes talas de árboles. Y mientras que las calles de la zona están inundadas luego de un diluvio, en los barrios de mayores recursos se utilizan canaletas anti lluvia que incluso acentúan el crecimiento del agua hacia afuera.
En 2016 la justicia prohibió en 16 municipios (entre ellos Luján y Tigre) la construcción de countries que inexorablemente hubieran aumentado la crecida de las cuencas. A la vez, cabe destacar que las obras públicas y subsidios para los damnificados de las anteriores inundaciones de Luján no se habían concretado. Actualmente son 60 los countries que están en contacto con los cursos del agua.
Mientras tanto los grandes grupos económicos, los G8 y los G20, las cumbres americanas, las fundaciones inertes… Nada de todo esto pone en discusión las verdaderas razones del calentamiento global ni esbozan una culpabilidad de sus consecuencias.
Podríamos enumerar como causas del calentamiento a la sobre explotación de los recursos naturales, la emisión del dióxido de carbono, la actividad solar, el aumento del vapor entre otras y que derivan en consecuencias como el derretimiento de glaciares, mayor cantidad de tormenta, cambios de clima. Todo esto conlleva en realidad a una mayor incapacidad humana de entender que el deterioro del Medio Ambiente es en realidad el deterioro de las sociedades. En efecto, aquellos que viven en la marginalidad y el olvido son los grandes perdedores de esta batalla.
“Por tanto, el cambio climático, por encima de otras consideraciones, es un hecho social, puesto que tiene sus causas en gran medida en las actividades humanas, y porque además son las sociedades globales y específicas, así como las personas que componen esas sociedades, quienes finalmente van a sufrir sus consecuencias directa o indirectamente a través del cambio del medio biogeofísico. Es un hecho social también por razón de que su solución (o resolución) no puede hacerse por la naturaleza, por el medioambiente, sino por la sociedad”. (PARDO BUENDÍA 2007: 3)
Cuando hablamos de calentamiento global no observamos por encima del término. La clase política, en discusiones vagas, pierde los ejes de un discurso que se cae a pedazos. Y los países, afectados todos por este efecto, no pueden hacer nada ante la irracionalidad de los líderes que los representan. Para Donald Trump el efecto invernadero es poco creíble, aunque la realidad es que sus intereses chocan directamente con la necesidad de reducirlo. Incluso The New York Times lo ha llamado “el negacionista del cambio climático”.
A raíz de esto, la ONU realizó un informe mediante el cual expresa que si no se cambia radicalmente la economía, hacia 2040 existirán transformaciones sociales sin precedentes como las sequías, los incendios forestales y las incontrolables inundaciones.
“Nos dice que necesitamos revertir las tendencias de emisiones y dar un giro súbito a la economía mundial”, dijo Myles Allen, un climatólogo de la Universidad de Oxford y uno de los autores del informe.
Los cambios climáticos se nos vienen haciendo naturales. No estamos prestando atención a los intensos llamados de la naturaleza que, agobiada y desolada, lidera la batalla del bienestar.
“La gobernabilidad medioambiental se refiere en particular a todo lo tendente a la creación de los marcos y capacidades institucionales necesarios para asegurar los bienes públicos medioambientales y la equidad en el acceso intra e intergeneracional a los mismos, así como a la prevención y manejo de las crisis y situaciones de conflicto. Precisamente, una de las posibles consecuencias del cambio climático es la ya visible tendencia a la privatización de los bienes comunes (el aire por ejemplo). La gobernabilidad es una de las esferas claves de prevención y adaptación de las sociedades al cambio climático, que aún requiere un desarrollo teórico y práctico en el análisis de impacto social”. (PARDO BUENDÍA 2007: 12)
Socialmente hablando, aquellos que viven en la marginalidad (continentes como el África o regiones de América central y del sur) presentan altos índices de pobreza y desamparo. Son olvidados en los proyectos políticos y desoídos en los reclamos. Aquel que pasa tan a diario por el Riachuelo, contaminado y oscuro, puede reparar en su olor, pero no en su verdadero desamparo. El de su gente. Aquel que debe bañarse en sus aguas y vivir a su margen. Cuesta entender entonces la naturalidad de los individuos, de los diarios, de las revistas, de los periodistas, etc. Cuando hablan con tanto despojo del cambio socio – ambiental. Es tiempo de preocuparse y la tarea empieza en casa. Nos hicimos habitués de un desorden ambiental que, estoy seguro, no todos queremos. Se trata de convivir con nuestro ambiente, de mejorarlo y de promover conciencia para que la armonía en la tierra sea realidad.

sábado, 22 de diciembre de 2018

Los recursos naturales y la tecnología: Foco Las Toninas.



En eso de que por defecto los recursos naturales son de las sociedades que viven dentro del territorio al cual estos pertenecen, para el caso, es mentira.
Y partimos de una mentira en cuanto a que, si la posibilidad de que esos recursos naturales son trabajados, explotados y dominados por empresas de capitales extranjeros, mínimamente deberían garantizar una fuente de empleos sustentables, de mejoras de la región que los alimenta y de producciones que fomenten la actividad tecnológica, es decir el progreso de los dos mil. Es mentira.
Por ende, si los recursos naturales son “compartidos” con empresas de capitales demasiado beneficiadas por este razonamiento, la ecuación no cierra cuando decimos que Las Toninas, ese espacio turístico anticuado, invernalmente desolado y con altos índices de desempleo, se cierra a las innovaciones del progreso.
A razón de esto… ¿Cómo es que un lugar tan reconocido en la jerga turística no tiene un lugar de preponderancia en el imaginario colectivo? ¿De qué manera sus playas enormes fueron libradas al azar de grandes empresas constructoras que generaron una avanzada irrefrenable de la marea? ¿Cómo es posible que su envoltura (San Clemente y Santa Teresita) hayan crecido tanto en estos últimos años y Las Toninas no?. La respuesta es siempre la política. A alguien se beneficia de lo siguiente:
Las Toninas, ese espacio verde repleto de mar que a veces ronda lo bizarro en algunos comentarios de producciones de Pol – Ka y otras, ha sido víctima de los sucesivos desamparos del clan de intendentes político – hereditarios de los De Jesús. Años de una vista gorda que hoy llevan a su máxima expresión las políticas de abandono. Y cuando hablamos de abandono no solo lo hacemos por sus recursos naturales, sino también por una sociedad pequeña que no vio ni ve los frutos de los supuestos adelantos.
Desde los años menemistas que el vacío político  comenzó a sentirse. En forma gradual, los robos a propiedades, las changas “por lo que se pueda” y la marginalidad social hicieron del abandono una costumbre demasiado naturalizada. Que no haya trabajo es por costumbre. Que no limpien los enormes pastizales, es por costumbre. Que no modifiquen la ayuda social, es por costumbre. Y así el deterioro se volvió una costumbre de carteles que rezan: “si le robaron, busque en los yuyos que siempre guardan las cosas ahí hasta que las pasan a buscar al otro día”. Eso también se volvió una costumbre. Como el no hacer.
Las Toninas fue, antes de esa época de los noventas, un espacio auspicioso para veranear. Sinónimo de tranquilidad y familia, de pequeño centro que cumplía con las necesidades básicas y de lugareños que se adaptaban fácilmente a la inyección del turismo que se avecinaba a sus costas en temporada. Es decir, los vecinos preparaban con orgullo el veraneo. Hasta incluso se promovían actividades como votar “el mejor parque de Las Toninas”, el arte con arena (se realizaban esculturas en la arena) o “la mejor vidriera comercial”. Entonces toda esa sociedad inevitablemente trabaja para mejorar el lugar. Pero luego del desastre de los noventas (y ya entrados en los dos mil) Las Toninas sufrió la debacle de todo aquello. Quedó huérfana de paternalismo político y acéfala de poder presente. Al menos en lo que se relaciona al bienestar…
Esto último refiere a que en la relación Medio ambiente – Tecnología, Las Toninas le da al mundo una capacidad de conexión irrefutable, le presta sus mares a la globalización y su infraestructura al capital. Su Medio – ambiente produce más dinero que metalurgias locales, fábricas de muebles e incluso el mismo municipio. Pero pocos saben que Las Toninas entrega al mundo la conexión de última generación que interconecta a América con el resto. Internet. La fibra óptica más utilizada. El 4 G.
Como asegura una vecina de Las Toninas en la nota de la revista Viva que saldrá publicada este domingo, los beneficios de la fibra óptica no fueron siquiera la posibilidad de que las Escuelas de la zona tuvieran internet gratis. Mucho menos, esto lo creo yo, computadoras que se puedan conectar. Es preciso realizar una cuenta rápida en base a los costos de dicha obra. Ínfimos en comparación a la ganancia producida por estas costas de Argentina.
Entonces se desprende un mundo en el cual el dinero pasa por al lado. Y así, los verdaderos realizadores de tan grande obra de la tecnología no reciben ningún tipo de progreso.
La posibilidad de la utilización de los recursos de Las Toninas, podrían haber generado el probable crecimiento de un pueblo solo recordado cuando alguna campaña política de necesidad lo recuerda. O cuando hay algún robo o bien cuando sus propios vecinos promueven focos grupales que cumplen con la formalidad de cuidarse entre ellos. Algo que ni la misma policía puede garantizar.
Como grandes contribuyentes del caudal que representa el municipio, sería lo más justo que tomen parte de las ganancias producidas por una tecnología que incluso desconocen. Y que ni siquiera invita a un bienestar. Porque la marginalidad continúa. Y la vista gorda también. Porque no se mejora la infraestructura, no se invierte en el progreso y no existe una obra pública real.
Cuando la gente pasa sus veranos allí muy pocas veces reparan en esto. En esa cuestión tecnológica que, incluso, podría beneficiarlos aún más. De esta forma, en esta relación de los recursos naturales y la tecnología, el balance es negativo para ese conjunto de personas que pasan desapercibidos. Que no perciben ganancias ni respeto. Que son la resultante de un despojo. Que durante el invierno se las tienen que arreglar como pueden para subsistir. Que necesitan de la deuda para poder comer. Que Educan como pueden. Que protegen como pueden. Hasta incluso sufren como pueden. Mientras que por delante de sus narices, capitales de fibra óptica y dólares llenan los bolsillos de grandes empresarios y políticos.
Todas las preguntas que nos hacíamos al principio, y esta forma tan incorrecta de pensar que está en mi esencia, me hacen ver que las respuestas tienen una sola destinataria. La diplomacia política que permite que los negocios que se realizan con los recursos naturales de la Argentina sean la expansión económica de unos pocos sin algún beneficio real para muchos. No se puede regalar nuestro medio ambiente sin pensar en nuestros ciudadanos y ciudadanas. No se puede relegar a quienes debieran ser los verdaderos beneficiados y beneficiadas. Este mundo peca de desigualitario. Pero pervive de la nostalgia. Esperemos que la nota en la revista Viva arroje leña al fuego y surja una nueva iniciativa, para que verdaderamente el equilibrio de “compartir” los recursos naturales con la tecnología, tenga un efecto positivo para la gente. 



martes, 27 de noviembre de 2018

GUSTAVO CERATI NO ESTÁ DORMIDO





La recuperación de la Democracia significó para la Argentina un tiempo de cambios. Una mirada hacia el pasado para no olvidar los tiempos oscuros, pero también una mirada hacia el futuro con un único fin: Nunca más.
Bajo esa lenta e inconclusa recuperación (el repensar las estructuras democráticas devastadas por la dictadura militar de 1976 a 1983) en donde lo perdido fue más que lo ganado, emergieron nuevos movimientos culturales y musicales que le dieron a esa sociedad cuasi entregada, un esbozo de sonrisas perdidas.
Bajo ese punto de vista, la llegada de Soda Stereo a los escenarios (y ya con Virus de precedente) deconstruyó lo anterior y produjo un vertiginoso salto al vacío. Ya no se trataba de la continuidad del tiempo. Se había iniciado la transformación del rock.
Los ochentas marcaban un nuevo rumbo en la música y lentamente Gustavo Cerati se transformaba en el ícono del movimiento. Con eclécticas transformaciones (y trasgresiones), con “raros peinados nuevos, con la constante búsqueda de un sonido superador.
No fueron tiempos de paz absoluta, pero sí de intensa búsqueda de irrealidad. Y por esos senderos transitó Soda Stereo que lentamente fabricó el asfalto de calles intransitadas.
No fue ajena la contraposición musical. Y sin entrar en los detalles por todos conocidos (las famosas guerras musicales) las tensiones que la prensa misma se encargaba de fomentar, casi siempre erróneamente, eran propias de aquellos que no entendían cómo algo tan poco “protestante” podía captar la atención de una América “parakultural”.
Así Soda Stereo, y Gustavo Cerati, produjeron el cambio más significativo de aquellos tiempos. No por nada en 1991, llenaron la 9 de julio. Y allí, no me digan que no, habían de todos los palos musicales.
Gustavo siempre fue un noventero en los ochentas, un dos mil en los noventas y un tres mil en los dos mil. Porque no podía manejar el conformismo, un propio exceso que probablemente le quitaba el sueño en las noches. No podía manejar tampoco la inspiración. Era un ser cultural en sí mismo, creativo a toda hora y muy abierto a la percepción de lo que se venía. (Desde chiquito contaba su madre).
Los que tuvimos la oportunidad de verlo en vivo en cada uno de sus shows, hemos visto la transformación. Nos pudimos deleitar con su discurso poderoso, que aunque hacía caso omiso a las avalanchas politiqueras que le recriminaban “meterse más”, él entendió que el camino era otro. Místico, oculto, natural… como su fuerza.
Gustavo Cerati no tenía para darle al mundo canciones de protesta ni grandes lemas para un banderazo en la plaza de mayo. Pero su mensaje subliminal era… Sean felices y permítanse relajar. No todos nacen para ser uniformemente iguales.
Y así, sin venderle máscaras ni caretas a la sociedad, sin permitirse traicionar sus propias convicciones, sin traicionar sus discursos (y mucho menos a sus seguidores), Cerati fue el eje transversal de toda la historia del rock desde los ochentas hasta su desaparición terrenal. Porque, sin embargo, Gustavo sigue por ahí. En cada computadora, en cada disco, en cada auto, en cada imagen… en mi propia piel.
Los propios y los ajenos al movimiento Soda Stereo y Cerati se unieron en una masiva voz en señal de repudio a la muerte, que no intentaba llevarse a quien, en definitiva, se había vuelto querido y respetado por casi todos. Sin darse cuenta, la muerte producía un nacimiento. El del mito, la leyenda y la esperanza. Porque en definitiva, en todo ese virtual recorrido, Gustavo le cantaba a la esperanza. Y fue indudablemente la esperanza la que hizo que miles de personas le canten en la puerta del hospital. La que generó una despedida multitudinaria. La que habla por sí misma cada vez que se escucha su voz.
No intento asimismo hablar del músico. Sino del padre, del amigo, del hijo que fue Gustavo Cerati. Y viendo íntimamente su vida contada por tantos de esos que lo acompañaron en el tramo de su intensa vida, me di cuenta de que cada día lo extraño más. Y eso es raro no. Porque nunca tuve la suerte siquiera de cruzarlo más allá de un escenario. Pero pienso, dándole vueltas en mi cabeza, que fue la música de mi vida. Y que cuando lo leía en los reportajes era como una charla mano a mano, o cuando lo veía en la TV. Entonces me doy cuenta por qué nunca quise ver imágenes de su último show. Para no darme cuenta de que todavía estaba ahí, pero se iba a ir. Porque una última imagen vivo, así lo deja para siempre. Y también me di cuenta después de ayer, de que Cerati está de viaje, con su disco eterno, pero que no está dormido. Está más despierto que nunca. Más adelantado que antes. Y más vivo. Sobre todo más vivo que ayer.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Hasta que te diste cuenta: un amor del tiempo


Las gotas de lluvia golpeaban en el asfalto con una impiadosa actitud que me hacía estremecer. Había pensado tanto en ese detalle que en aquella esquina perdida del barrio de Mataderos, no había reparado sobre su presencia.
Su radiante cara mojada de tranquilidad e impregnada de tiempo, me devolvió prontamente a la realidad. Ya no estaba solo en esa tarde gris. Me sentía acompañado de aquella valiente que calmaba con su fuerza la furia de la naturaleza y que extendía al mundo un mensaje subliminar: mantén la calma.
Me dio la sensación de que ella era la esperanza de mis sueños, el amor de un cuento sin final y la ilusión de mis desgracias, que en materia de amor, eran vastas.
¿De qué forma puede alguien atormentarse de invalidez sentimental? ¿Cuál es la manera correcta de percibir las señales de aquello que desconocemos? Porque a pesar de que el amor es la palabra más nombrada de nuestro mundo, nadie lo conoce, no lo tocamos y, diría yo, pocas veces lo reconocemos. Hasta que entonces aparece ese ser sobrenatural que en la casualidad de un instante siempre buscado, nos pone delante como una segunda oportunidad.
“Somos los sueños que soñamos” -pensé- y la soñé una vez más mientras la lluvia se hacía intensa. “Pero si te sueño” -murmuré- “significa que sos inalcanzable”.
Entonces me di cuenta de que estamos hechos de miedo. Un miedo inapelable del que nos atemorizamos ante la misma palabra. Curioso término que cuando uno debe decirlo no se anima a enfrentarlo... por miedo.
Sin embargo también lo pensé. El miedo puede ser un aliado desconsiderado. Que no nos da un previo aviso. No nos informa para qué se presenta ni para qué nos sirve. Es muy probable que lo mal interpretemos siempre. Y quizás no sea tan malo. Sino más bien el propio prejuicio de un concepto mal utilizado.
Entonces creo que si es tal cual como digo los seres humanos deberíamos de pensar en tiempo, en miedo y en sueños.
El tiempo nos rige como una tabla periódica que es exacta. Que no se modifica. Lo que pasó se fue. El miedo es un aliado que nos ayuda a tomar los mejores caminos posibles. Para no equivocarnos. Para no llorar por demás. Y los sueños son el final de la fórmula. El estado puro de lo que hacemos. Aquello por lo que levantamos el puño en alto y nos proponemos a nosotros mismos darle batalla a la vida para que esa tabla del tiempo no sea un elemento más del que debamos de escapar, sino más bien un amigo ente la soledad. 
Y allí estaba ella. En un mismo tiempo. Con sus miedos (sino no estaría cubriéndose del agua) y con sueños. El destino de la coincidencia no fue fortuito. Algo habremos hecho y algo habremos superado para estar en ese lugar, a esa hora y demasiado asustados los dos. Porque cada uno había fracasado en sus viejas historia. Y cada uno había sufrido lo suficiente como para no embriagarnos de ilusión. 
De la lluvia intensa sonaron las piedras que fueron como la música de nuestro encuentro. No se escuchaba el vals de la cenicienta ni la música de Nothing Hill, pero si me concentraba un poco podía escuchar su corazón. Y era tan sereno como el río en la noche. Y tan salvaje como el viento de las montañas. Así la descubrí por primera vez.
Y siempre fui demasiado intuitivo. El problema es que el miedo opacaba siempre esa sensación. Y esa tarde me paré frente a él. Nos miramos fijo algunos segundos. Levanté mi mano derecha y le ofrecí hacer las paces. El miedo sonrió y susurró... “hasta que te diste cuenta”.
De nuevo sentí la música de la lluvia que empezaba a ceder. Era el final de la película. Era el mensaje y la conclusión. ¿Quién ha de escribir el guión de nuestra historia, si no hay un más allá que calme el tiempo? Somos nosotros mismos los que tomamos en nuestras manos el agua de esta sociedad líquida, somos nosotros los que definimos de qué hablamos cuando decimos amor y somos nosotros los custodios de nuestras propias metas y objetivos.
Resumí todo eso en un viaje interno que me depositó en playas de luna llena y entendí de que es ese instante en el que debemos desobedecernos a nosotros mismos (que estamos impregnados de mandatos estructurantes) y romper el silencio impartido de nada. La miré a los ojos y ella lo hizo también. Sonreí levemente y ella respondió. Me acerqué lentamente al tiempo que ella se mantuvo inmóvil.
Fue ese beso el que definitivamente hizo de la eternidad un milagro desconocido por mí. “Te invito un café” le dije tan feliz que hasta creo no haberlo sido jamás hasta ese momento. “Por supuesto” me dijo esplendorosa.
Nos tomamos de la mano y caminamos. Le perdimos el miedo a la lluvia y a las piedras. A los mares extraños y a las canciones improvisadas. Fuimos el uno para el otro, en ese instante en el que ambos nos dimos cuenta de cuanto camino nos resta por caminar. Siempre hay un nuevo sol caiga el agua que caiga.


domingo, 16 de septiembre de 2018

Los lápices siguen escribiendo



“¿Por qué no les permitimos pensar? Porque somos un conjunto de seres despiadados a los que no nos gusta verlos reír. Pero ¿Por qué no les permitimos expresar? Porque es la consecuencia de su pensamiento subversivo, que nos viene a imponer un cambio, una ruptura… Probablemente el verdadero progreso. ¿No seremos nosotros los equivocados? No, se equivoca el que piensa por demás. Nosotros pensamos por ellos”.
Era un interminable comando apaleador de ideas. Secuestrador de porvenires. Talador de árboles que se plantaron con sueños. Censor de cuestionamientos que clamaban por igualdad.
No fue una época de reorganización de la Nación, fue la era de la desorganización de las ideas, de la economía, de la política y, sobre todo, del intento fracasado por apagar las voces, por dominar los libros… Por romperle la punta a los lápices.
Pero todo intento de terminar con aquello que se odia, de desaparecer eso que caló hondo en la sociedad o de destruir los cimientos de una idea hacen que el grito se escuche más fuerte, como una música que gradualmente se va haciendo potente, rítmica y masiva.
¿Dónde estaban algunos cuando los otros desaparecían? ¿Por qué no se oyen los clamores populares cuando las viejitas rondaban sin destino? ¿En qué bolsillo se escondía el mundo, sediento de economías volubles, que estaba enceguecido ante lo evidente?
Fue la sangre derramada, el grito doloroso del oprimido, del desaparecido, del pobre, de la cultura, de la identidad… Por unos instantes valuados en igualdad, desaparecimos. Perecimos. Dormimos ante una era de oscuridad que nos hizo olvidar… Por un tiempo.
“¿Pero nos vamos a llevar a los chicos? Sí, porque son el futuro. ¿Pero no son demasiado chicos? Pero piensan. Tienen energía. Se organizan, se movilizan. ¿Y si los educamos? No nos aceptan. ¿Cuándo pasó esto? Cuando les dimos poder”.
Esa “noche de los lápices” fue la cumbre de la desidia y la matanza de los ideales. Pero fue asimismo la mitificación, la trasgresión y la propagación de las inapelables posiciones. Hay que seguir luchando. Hay que seguir escribiendo.
Los planes autoritarios y despojados de sensibilidad, encausaron la lucha eterna por los derechos humanos, la constante fuerza que empuja por no olvidar y la entereza que nos pide no claudicar.
Seguir adelante implica convencernos de que todavía hay mucho por reconstruir. Hay identidades por recuperar, hay ilusiones que se quedaron truncas. Tenemos la obligación de hacerlas cumplir. ¿Cómo? Con la fuerza soberana que aún muchos no han entendido que tenemos.
“¿Me puedo ir? Parece que tiene miedo. ¿Es posible? No, claro que no. Porque aún tiene mucho trabajo por hacer”.
“Hubo toda una situación, porque me vieron a mí tan chiquita, en piyama, tan pequeñita que era, uno de ellos dijo: "Esta es muy chiquita" y casi se llevan a mi hermana. Pero no, la de Bellas Artes era yo. Yo seguía en piyama y mi mamá les pidió que me dejaran cambiar. Me puse un gamulán, que siempre lo adoré porque lo pude tener un tiempo y me permitió cobijarme de tanto frío. Apenas me vestí, me vendaron y me subieron a un auto. Después supe, porque me contaron mis padres, que había sido un operativo muy grande, que había muchos autos. Ahí comenzó el terrible periplo de mi desaparición, que duró varios meses”. Emilce Moler

domingo, 2 de septiembre de 2018

La pedagogía de San Martín



“Sólo espero que contribuya a que los argentinos encontremos el camino que nos lleve a ubicarnos correctamente en este difícil momento histórico que nos toca compartir y para que no seamos engañados, una vez más, como tantas veces lo fuimos” (Favaloro 2015: 11)

Así cerraba su prólogo el Doctor René G. Favaloro en su libro “¿Conoce usted a San Martín?” y mediante el cual trataba de destacar en principio su carácter de aficionado de la Historia. En segundo lugar proponía la sensación inevitable de sostener la moralidad sanmartiniana como una acción mucho más necesaria incluso que la misma estrategia militar. Y por último la manifestación de una utopía: recomponer desde la figura del general los recuerdos, visiones y utopías de una sociedad que, en los setentas y ochentas, estaba desunida, violentada y pendiente de un hilo en su equilibrio social.
En ese contexto, el historiador John Lynch esboza un tratamiento que va más allá de la figura reconocida de San Martín. Para él, en una época de inestabilidad política como la que se vivía en 1815 en toda América y de las bajas posibilidades de triunfo ante la avanzada realista, San Martín no solo sostenía la bandera del continente, sino que además enseñaba mediante su pedagogía los nuevos enfoques estadísticos, dignificantes y soberanos.
Cuando San Martín llegó a las Provincias Unidas, la Independencia se encontraba muy lejos. Nadie entendía de qué forma organizar un Estado supuestamente soberano, ni se podía pensar siquiera en la unidad de las Provincias que lo componían.
El General no solamente se había dado cuenta de las falencias estratégico – militares de las que los realistas se alimentaban día tras día, sino que además había entendido que la avanzada no era por el Norte… Esta debía de ser por Chile, cruzando Los Andes y saltando al Perú mientras Güemes sostenía con sus gauchos la furia realista del Norte.
Para conseguir semejante travesía histórica, debieron darse algunos factores a saber: la organización de una sociedad mendocina pensada para contribuir a la causa de Los Andes, la profesionalización del ejército para asegurar la Independencia y la austeridad para subordinar las acciones a un destino colectivo.
Nada de lo anterior tendría valor alguno si no fuera enmarcado este en la posibilidad de accionar pedagógicamente e influenciar con su trabajo a miles de soldados que ya no responderían a la patria, pues la patria como tal no existía, sino que consideraban la posibilidad de responder a un hombre que les había dado un salario, un uniforme y la dignidad que solamente brindan las convicciones. Y si uno lo piensa rápidamente, cada una de esas cuestiones conformarían una hipotética Patria. De aquí deduzco que probablemente la Patria no se trata solo de un territorio, sino de una convicción legítima de pertenencia de un pueblo. A un proyecto, a una igualdad de condiciones, a una práctica paternalista y a un liderazgo.
Para este tipo de trabajo (arduo por cierto), las formas de reclutamiento y disciplina militar debían funcionar acertadamente. De lo contrario, la sincronización del Cruce de Los Andes hubiera sido un virtual fracaso.
Así, el diálogo (como decía Tulio Halperín Donghi) de la sucesión de una elite por otra para instaurar una evolución en la forma de gobernar y la militarización para defender las Provincias, sirvió como la justa medida para que San Martín se desempeñara con soltura pero no sin traspiés. Estaba tan desorganizado el poder que, ante la eminencia de su estrategia, los hombres y mujeres se vieron obnubilados de su mando y de su expresión de libertad. No es dato menor que Mendoza se rindiera a sus pies y se brindara por completo a sus necesidades.
Era exclusivamente necesario que para lograr la sincronización militar debía cumplirse con el factor de acercamiento entre la tropa y sus oficiales. No se trataba de profesar una orden obligatoria, sino dotar a esta de responsabilidad y fundamento. No se podía pelear por pelear, había que entender de qué se trataba la lucha, la Patria y, sobre todo, la verdadera libertad. Desde ese lugar, San Martín coincidía con Belgrano: “Sin ejército no había patria”.
Otra de las cosas que aconteció ante la llegada de San Martín fue la vitalidad que encendía la utilización de frases cortas y concisas para el inicio de un nuevo día y la advocación diaria de los santos, para que su ejército sintiera el resguardo de sus creencias.
La promulgación de un reglamento nuevo para la vida pública y privada serviría de ley magna para el desarrollo de una estrategia exitosa y moderna. Sin dignidad no había soldado ni virtud cívica. Esa misma virtud de la que dotó a toda la sociedad mendocina con un equilibrio en la pirámide de poder y sobre todo hacia las clases subalternas que sintieron devoción por el general. Eso se tradujo en la promulgación de la Educación, de las expresiones en las plazas e Iglesias sobre la actividad patriótica y de la circulación de ideas por medio de la publicidad.
Ante este conjunto de cosas, no sería una sorpresa que, cuando Carlos María de Alvear quiso removerlo de la gobernación de Cuyo, el cabildo expresara unánimemente la reivindicación de San Martín al frente de la Provincia.
Tenía todo anotado, demasiado calculado y cuidadosamente distribuido. Pensó incluso la estrategia de generar donaciones y financiaciones para la mayor campaña realizada hasta el momento. Cruzar Los Andes ya no era una estrategia, era una necesidad urgente.
“Lo que no me deja dormir es no la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino atravesar estos inmensos montes”. (Carta a Guido 1816).
Esos inmensos montes, como él le llamaba, fueron testigos de una negociación de obediencia en donde nunca faltaron los desertores, los ladrones o los falsos granaderos. Sin embargo no fue razón suficiente para desacreditar el accionar del ejército que mucho tenía que ver con el efecto contrario.
En una carta de San Martín a Las Heras de 1820, el primero informa que el congreso y el director supremo habían dejado de existir. Por lo tanto su autoridad emanada de este carecía de legalidad. Propuso entonces someterse a una votación que lo reconfirmara o no en el cargo de General en jefe del ejército de Los Andes. El resultado fue la continuidad unánime de San Martín al frente de su ejército. Para entonces era equivocado pensar en un ejército de devoción a la Patria (cualquiera sea esta hasta el momento), sino la confirmación del respeto y adhesión de (en palabras de Mitre) de un congreso de militares que no vinculaba de ninguna forma el ejército al Estado. Ya entonces la causa había excedido todos los límites posibles.
Si bien existieron fisuras y tensiones en la relación de autoridad, es imposible particularizar dichos casos debido a que en realidad tenemos que pensarlas dentro de una estructura de años de exigente trabajo, de imprudentes accionares políticos de Buenos Aires para comprender la causa por encima de sus propias ambiciones y la inestabilidad del espacio geográfico con inesperados cambios climáticos, excesos de quietud y más de las veces la lucha por alimentarse y subsistir. En su libreta, San Martín contabilizaba, racionaba y decidía cual sería la forma correcta de resistir. Por supuesto, en un ejército inmenso, no todos estaban de acuerdo.
No está mal la pregunta insólita que realiza Favaloro… “¿Conoce usted a San Martín?” A lo que yo, cuando explico la figura del general en un aula le sigo preguntando a los chicos y me lo pregunto a mí mismo… ¿Cuáles fueron las movilidades de San Martín para dejar a un lado a su familia, olvidar su pasado como soldado español, cruzar Los Andes en medio del frío y el hambre, liberar el Perú y terminar exiliado en Francia y en medio de la austeridad? Son muchas preguntas que aún cuesta mucho responder, pero a algún esbozo he llegado.
No podemos decir que la gloria personal pueda quedar separada de la gloria en general. San Martín sabía que si “la causa” avanzaba satisfactoriamente, los resultados se acercarían bastante a lo conseguido como gobernador de Cuyo. Sin embargo cualquier otro hubiera claudicado o hubiera equivocado el camino.
San Martín no se lanzó a una “conquista de liberación” equivocada y desordenada, sino al resultado pedagógico de una estrategia pensada, estructurada y reorganizada. Valorando primero a los propios y reconociendo la sabiduría de estos (caso Güemes como el único capaz de conocer el terreno del Norte), entendiendo que no se podía realizar el ejercicio de la imposición de sistemas y pensamientos, porque no todo funciona de la misma forma y demostrando en su capacidad de líder que también se puede moralizar y dignificar además de exigir.
Este ha sido mi primer esbozo sobre la gesta sanmartiniana. Una acción pedagógica premeditada que bajo las luces de su genio y las sombras del contraste político de aquellos tiempos le permitieron incluso saber cuándo dar un paso al costado.
San Martín partió al exilio el 10 de febrero de 1824 dejando detrás de sí un accionar que mereció el estudio desde diversas miradas históricas, sociales y políticas. Pero no fue sino a través de los años hasta que se reconocieron verdaderamente las loas de su figura.
Y creo yo en ese sentido, que la pasión por la libertad fue la misma mediante la cual imprimió de sentido a la pedagogía del orden político. Quizás esa sea su materia pendiente debido a que la propia estructura de las Provincias estaba totalmente desordenada y su causa se alejaba de dichos límites.
El Río de La Plata fue un tránsito de excusa para una movilidad mucho más conveniente. Sofocar a los “godos”, aprisionarlos y expulsarlos para lograr la verdadera soberanía. Sin tapujos, sin obstáculos, sin amenazas constantes ni extrañas estrategias libradas al azar. Sea quizás lo único que le quedó pendiente dentro de ese azar: su propio desconocimiento de lo conseguido y la deshonrosa culpa de su exilio impensado. Él tan solo quería retirarse a su chacra en Mendoza y vivir su vejez, pero nunca más pudo regresar.
En 1823 San Martín extendió su más claro obituario sin pensar en el futuro: “El nombre del general San Martín ha sido más considerado por los enemigos de la Independencia que por los muchos americanos a quienes he arrancado las viles cadenas que arrastraban”.
Hoy muchos reivindicamos la figura de don José. Desde la Historia, desde la acción moral, desde la acción social, desde las luchas diarias y desde los efectos de su causa más grande: el amor a la libertad de los individuos oprimidos por aquellos tiranos que disponían a su merced de un territorio que ya no les correspondía, que no lo conocían y que ni siquiera los representaba. Creo que ese fue el verdadero y claro objetivo del general don José de San Martín, desatento del poder y desinteresado del dinero que pudo ganar.
Agregaría en palabras de Favaloro en 1980: “Todos somos culpables, pero si hubiera que repartir responsabilidades las mayores caerían sobre las clases dirigentes. ¡Si resurgiera San Martín caparía a lo paisano varias generaciones de mandantes!”.  

Nota al pie: Elegí la figura de Favoloro para destacar algunas cosas ya que es un hombre común en el buen sentido, dentro de una sociedad en la que sus basamentos morales pretendieron dotar de dignidad a los gobernantes y dignificar la figura de la política. Su muerte incluso habrá de ser en el tiempo (si es que ya no lo es) un exilio a lo San Martín. ¡Y cuántos como estos dos necesitamos hoy!



lunes, 6 de agosto de 2018

La convivencia como el arte del equilibrio social



Vivimos en una sociedad de múltiples valoraciones, en dónde inevitablemente observamos distintas problemáticas que nos obligan a mantenernos en constante alerta.
Desde los tiempos inmemoriales la esencia del ser humano está basada en compartir. Caminamos para encontrar nuestro espacio de desarrollo, cultivamos para progresar, construimos una casa en donde vivir y trabajamos para cumplir con dichos objetivos. Pero… ¿De qué hablamos cuando expresamos la “necesidad de convivir”?.
El ser humano por defecto nace en sociedad. Convive con los demás desde el principio de su tiempo. En su relación con la madre, con la familia, creciendo entre pares, generando su propia libertad dentro de las estructuras de un sistema intenso que todo el tiempo nos obliga a cambiar. Repito… De un sistema que todo el tiempo nos obliga a cambiar.
Si hacemos un paréntesis y pensamos el último párrafo, podemos encontrar una proyección que va desde el presente hacia el pasado. Romperíamos la tradición del tiempo que nos obliga a mirar hacia adelante y pensaríamos de cierta forma cómo llegamos a una actualidad que, en propia opinión, se desdibujó de sus valores tradicionales. En lo que antes era progresar para vivir, hoy hablamos de vivir para progresar.
En medio de esto encontramos que en los sesentas la idealización de aquellas formas específicas de la realidad chocaban con las estructuras de familia mediante la cual los valores estaban sobredimensionados. El sentarse en la mesa a comer sin televisión, el diálogo, el cuidado de las formas y tradiciones… La búsqueda del placer pasaba por “compartir”.
En la sociedad de los setentas nos encontramos sin embargo con elementos específicos que generan la ruptura de aquellos ideales. No conviven en todo caso ni unos ni otros. La televisión empieza a funcionar como un elemento de distracción con tendencia a la degeneración de los valores que en los ochentas serán reconsiderados.
En los ochentas no podemos hablar ya de una sociedad que comparte, sino de una sociedad que reparte. Los gustos de los adolescentes no serán los mismos que los de los adultos y el adulto en cierto modo comenzará a alejarse de todo aquello considerado “lo tóxico de la sociedad”, generando aún más que la rebeldía sea “por todo”.
Mientras tanto en los noventas, la cultura de los shoppings y el dólar uno a uno, harán del consumo la plaza mayor de nuestro país. Acceder a la última tecnología generó un caos mediático monopolizado por la misma información que en cierta medida hoy cuestionamos en este apartado: todo es consumible, todo es práctico, todo está compactado, todo “vale”.
Cuando los noventas se apagaron y emergía la nueva era de los dos mil, se puso en contradicción el sistema anterior y emergió la pregunta del millón… ¿Cuánto vale todo?
Desde esta última pregunta doy nombre al título… “la convivencia como el arte del equilibrio”. Ya no pasa tanto por una inter relación social entre los individuos de nuestra sociedad. Pasa como la respuesta al valor que, por entonces, cuando las estructuras económicas se cayeron y el país se hundía, fuimos capaces de ponerle a nuestro tiempo. O más bien de oponerle.
Sobre la base de nuestra sociedad multicultural fuimos capaces de abandonar nuestras propias valoraciones, resignando en medio de esto el tiempo que le podríamos dedicar a nuestros amigos si en todo caso el celular cumpliera la función que realmente representa. Hablar.
Pareciera que la tecnología ha llegado a nuestra era de maneras negativamente diversas. Complejizando la comunicación con nuestros hijos, si la masividad de los medios de comunicación no hubieran terminado condicionando nuestro tiempo sentados ante una pantalla. La personalización de nuestros problemas, si no hubiéramos confluido en una marea de dotaciones tecnológicas que nos llevaron a olvidar que a nuestro lado existe un otro. Un ser social distinto y que nació bajo las mismas condiciones: dentro de una sociedad con leyes. Y que a la larga morirá de la misma forma en que lo haremos todos… Dentro de una sociedad… Con leyes.  
Indefectiblemente los tiempos cambiaron, los sueños son otros y nada detiene el rumbo de lo descrito porque, sinceramente, es muy probable que la mayoría de los individuos no se hayan puesto a pensar el significado de “convivir”.
Y la convivencia es un atentado en contra de la violencia, es una fortaleza que defiende los ideales de un conjunto y es la esperanza de los que sueñan con mejorar. Equilibrar todo lo que se describe es la posible conclusión de aquello que consigamos.
No se trata de pensar que toda rebeldía tiene un final feliz, sino de expresar nuestra rebeldía trasgrediendo de verdad. Hoy el mundo capitalista espera de nosotros que la trasgresión se haga mediante formas virales, publicando la mejor foto, elevando una queja anónima o produciendo el mejor contenido audio visual que oponga la resistencia de ridiculizar al otro.
En vistas de esto, el valor sigue careciendo de diálogo, de esa inmensa posibilidad que otorga la palabra para defender el culto de lo moral y de lo ético. La posibilidad de generar un nuevo contenido, una nueva prosperidad. Una sociedad desordenada es la que permite que todo lo dicho sea “mundializado” por las redes sociales. Ese arma de doble filo que hace que la mayoría de las veces las miradas se pierdan en un horizonte de nada.
Estoy seguro de que (creo que lo afirmo) si abandonáramos por un día los teléfonos, encerrados en una habitación, tanto usted lector como yo que escribo no tendríamos de qué hablar. Es muy probable que ambos estemos esperando el sonido del WhatsApp, el gol de Messi o la nueva canción de regatón. Entonces estaríamos bajo los efectos de la incertidumbre del futuro, sin darnos cuenta que verdaderamente debemos vivir el hoy.
Por eso, en nuestra convivencia más grande, la de las personas, muchas veces equivocamos el camino. Olvidamos que hay otro, y que ese otro tiene los mismos (o más) problemas que nosotros a la vez que también se puede pensar distinto. Pero para que el “arte del equilibrio” pueda funcionar es muy necesario aprender a dialogar. Es casi imprescindible volver a confiar. Es denodadamente progresista volver a pensar en uno mismo. En nuestro pasado y en nuestro presente para poder, ahora sí, reubicar el futuro. Porque lo individual afecta al grupo. Un solo individuo puede cambiar la Historia de una Nación. Imagínense ahora muchos individuos reconsiderando todo lo redactado hacia atrás.
Por eso este mundo que cumple la función de ser el gran consorcio de nuestras múltiples casas comunes, en donde algunos cobran las expensas, merece una mejor convivencia en todos los aspectos de la vida en sociedad. De nosotros depende volver a equilibrar nuestra convivencia. Volver a valorar y a creer en el otro. De respetar nuestro punto de anclaje: el diálogo. De eso se trata.
La violencia como el arte del desequilibrio
Durante mucho tiempo la sociedad argentina puntualmente, sufre una escalada de violencia verbal, hoy escudada en las redes sociales mediante firmas anónimas.
Sin embargo, a pesar de que vimos en el pasado de qué forma día a día se trasgreden los límites del equilibrio entre las personas, avalamos los hechos incluso formando parte indirecta de los mismos. Porque ante esto, nos deberíamos de preguntar… ¿Qué hacemos nosotros para mejorar la sociedad?
“De entre los diversos fenómenos de violencia susceptibles de producirse en el ámbito escolar, se decidió centrar la atención de manera fundamental, aunque no exclusiva, en aquellos que tienen por actores y víctimas a los propios alumnos, que son reiterados y no ocasionales y que rompen la simetría que debe existir en las relaciones entre iguales generando o favoreciendo procesos de victimización. Este tipo de violencia, que resulta estar presente de manera constante en nuestros centros escolares, suele ser mal conocida —cuando no ignorada— por los adultos, hasta el extremo de que sus formas menos intensas (ciertos insultos, los motes ofensivos, la exclusión de juegos y tareas...) gozan, si no de aceptación social, sí de un grado de permisividad e indiferencia desconocedor de las negativas consecuencias que estas conductas pueden llegar a tener en quienes las realizan y las padecen, y de que en ellas está, probablemente, el germen de otras conductas antisociales posteriores”. (Defensoría del pueblo de Madrid, 2000: 11).

En conclusión, la figura anónima, la no correspondencia de uno a otro, la falta de voluntad para el emparentamiento hacia la norma de convivencia, el no conocer al otro genera el desequilibrio de una posible cura: APRENDER A CONVIVIR OTRA VEZ.

Las Instituciones como la búsqueda del equilibrio de convivencia.
“La situación de vulnerabilidad social que atraviesan muchos de nuestros adolescentes y jóvenes, exige que la escuela ofrezca una propuesta formativa, en condiciones materiales y pedagógicas, que haga lugar a la experimentación de la condición adolescente y juvenil, y los acompañe en la construcción de su proyecto futuro”. (Sileoni, 2007: 162)
En vistas de este análisis, es posible dar inicio a un panorama de pensamientos que radican en la concentración de la imagen del niño y el adolescente. El objetivo es claro: PROMOVER UN FUTURO DESEADO, LO MÁS CERCANO A UN IDEAL POSIBLE.
La Institución escolar es la llave para la realización de un sueño, para ejercer nuestros derechos y para entender un poquito más de qué hablamos cuando nos referimos a sociedad.

Si bien en la Escuela debemos responder a un orden y una norma (de la misma manera que lo hacemos cotidianamente en nuestra casa y en nuestro territorio), ésta como Institución es la garantía de ciertos valores que actualmente nos resultan muy difíciles de encontrar. Y entre ellos podemos destacar: los valores del respeto, la persona y el espíritu, la forma de relacionarse con los demás a través de la consideración de que el prójimo también existe y el desempeño de características que responden a mejorar la sociedad (cuidado del medio en que vivimos, el bienestar de la familia, la solidaridad, la buena ciudadanía (que volveremos a desarrollar en la conclusión), la identidad como sujetos sociales). Sin la Escuela, el desarrollo de estos valores quedaría flotando en una nube de vapor y sin demasiadas concreciones.
Por tal motivo debemos entender a la Escuela como una Institución que cumple un rol de relevancia, no solo como una forma de responsabilidad, sino como la formación de individuos que adquirirán conocimientos y valores sociales que conformarán los nuevos manifiestos de la sociedad en que vivimos.
Es muy importante para la búsqueda del equilibrio de convivencia que el diálogo fluya bajo formas de comunicación personalizadas y, en consecuencia, con la exposición de la problemática a tratar para que la convivencia Escolar sea un equilibrio constante en vistas de una formación que nos prepare para afrontar los obstáculos del exterior. Para tal caso debemos comprender que este tipo de convivencia es fundamental. No todo es sinónimo de rebeldía y transgresión, ni todo es un síntoma de pelea. En ese caso, el diálogo establece posiciones, las acerca y les permite expresar.

LOS EFECTOS DE UNA SOCIEDAD SOLIDARIA.

A 30 años del Festival de la Solidaridad Latinoamericana

Los músicos más representativos del rock nacional se reunieron para juntar fondos en ayuda de los soldados que estaban en Malvinas. Un recital histórico.
El 16 de mayo de 1982 una gran cantidad de músicos se pusó de acuerdo y tocó para recaudar fondos. Los soldados en Malvinas no la estaban pasando muy bien. A este encuentro se lo llamó Festival de la Solidaridad Latinoamericana.
Surgió de la idea de Oscar López, Daniel Grinbank y Pity Irrunigarro. El recital se pensó originalmente con una sola fecha en el estadio cerrado de Obras Sanitarias. Luego, agregaron una nueva función pero como faltaban dos días y estaban las funciones agotadas, los militares le ofrecieron a los organizadores hacerlo en la Avenida Udaondo
Esta idea fue rechazada por problemas de armado del escenario. A último momento se accedió a usar la cancha de rugby y de hockey del club Obras Sanitarias que lo cedió de forma gratuita.
El show comenzó a las 17 hs y fue transmitido en directo por canal 9 y dos radios, FM del Plata y FM Rivadavia. El público fue todo un récord: 70 mil personas que deliraron con las actuaciones de Ricardo Soulé, Edelmiro Molinari, Dúo Fantasía, Dulce 16, PappoRubén RadaJuan Carlos BagliettoPiero, Zas, Litto Nebbia, SpinettaNito Mestre, León Gieco, Charly García David Lebón, entre otros.
La emblemática revista especializada Pelo, publicó en su edición 163 de mayo un informe especial con todos los detalles del festival. El rock nacional iba por el buen camino.
El exterior como equilibrio del aula.
Está claro que hoy por hoy el aula ha trasgredido todo espacio y estructura. Hablar de convivencia en la escuela no implica solamente hacerlo desde las paredes de la Institución hacia adentro, sino también mirar lo que exige y propone el exterior.
En una sociedad en donde lo que le sucede al individuo se viraliza en pocos segundos vía internet, es muy difícil contener las expresiones de insatisfacción, de desahogo, de broncas, de propósitos confusos, de situaciones de riesgo, de inmoralidad.
Sin embargo no podemos culpabilizar exclusivamente a las redes sociales. Deberíamos estar hablando entonces de lo que le cabe a cada individuo a la hora de hacerse cargo de lo que le toca.
En ese contexto, establecer parámetros sociales ya no implica ubicarlos en grupos reducidos, sino más bien en grupos que globalizan su propio contenido personal. De esta forma, las fotos, las familias, los enfrentamientos, las diversiones, los teléfonos… Todo queda expuesto en la red social. Es entonces la exteriorización de lo que pensamos. Cada Facebook, twitter o Instagram vienen a representar el dibujo (de rasgos generales) de lo que piensa nuestro cerebro.
Bajo esos parámetros, no medimos el mal, como tampoco medimos en qué formas podemos hacer el bien. Estoy casi seguro de que si uno se dedicara a publicar alguna nota de interés o bien alguna causa de extrema necesidad social, podríamos hablar de una nueva forma de mejoramiento de la sociedad.
Particularmente creo que los chicos de nuestra actualidad (denominados millenials por las nuevas concepciones sociales) merecen un espacio de expresión que venga a suplantar de alguna forma la viralización de su propio contenido. Ya no hablamos de Educar solamente al individuo en contenidos, debemos charlar de Educar desde lo social… De educarlos para administrar sus propias redes sociales en base a valores nuevos que negligentemente vienen predeterminados por un presente que compacta, que fomenta consumismo y en el cual todo debe ser “ya”.
Es necesario que los chicos sobre todo, puedan estar atentos a que en todo caso el diálogo como parte de nuestra cultura política y argentina, es la mejor forma de convivir. De consensuar. De producir y de generar el cambio ejemplificado desde los años más grandes hacia los más chiquitos.
La conclusión de una Ciudadanía equilibrada.
El respeto a las normas no se trata de una tarea caprichosa, se trata en cierta medida de un equilibrio necesario para el sostén de la los diversos grupos sociales suscriptos en una sociedad múltiple y diversa. Porque no todos pensamos de la misma forma, pero debe de haber un parámetro que exija la formalidad de integrar a todo el conjunto.
“Las normas son pautas de comportamiento que nos orientan y dirigen estableciendo lo que se supone que debemos hacer en determinadas circunstancias. Son mandatos que prescriben los comportamientos esperados y que prohíben aquellos considerados perjudiciales para la vida común”. (Schujman, 2016: 33)
Para que este proceso de equilibrio ciudadano pueda ejecutarse en beneficio del conjunto global, es necesaria la articulación entre padres, maestros y alumnos. De lo contrario este complejo esquema perdería la formación de ciudadanos acordes a las necesidades de nuestra sociedad.
Vivimos en un orden Democrático. Y por cierto la palabra orden está diciendo algo. No podemos librar la Educación de nuestros chicos a un libertinaje sin sentido. Sin la menor valoración de lo que nos haría fundamentalmente felices: que sean moralmente dignos. Porque aquí radica el resumen de una buena convivencia. Del diálogo, de la enseñanza esquemática. De esa tradición que lo marca todo. Tanto unos como otros (Padres, docentes y alumnos) nos vemos en la necesidad de reformular algunas cuestiones y proponer un mejor entendimiento. No se trata de trasgredir por trasgredir. Ni de rebelarse por rebelarse. Se trata simplemente de respetar el orden al que indudablemente todos decidimos aceptar y que obviamente estamos dispuestos a mejorar.
“Esta difusión del orden democrático, por imperfecta que sea, pone a la Educación en el centro de la atención. En una sociedad en donde se aplica la ley del más fuerte, no es muy necesario (ni siquiera conveniente) que los ciudadanos incorporen los saberes y destrezas necesarios para participar en las decisiones (…) Pero una sociedad democrática solo podrá sostener sus instituciones si los ciudadanos pueden participar con un mínimo de racionalidad en los procesos de decisión colectiva. Asegurar el resultado sin violentar la libertad es un desafío típico de nuestra época”. (Da Silveira, 2009: 32)
La Escuela no solo es un ámbito de paso, es el espacio que nos devuelve una imagen del mundo y una obviedad: ser mejores ciudadanos y dejar el mundo un poco mejor de lo que lo encontramos.
A base de todo lo descripto, no es bueno generar un conflicto con el otro, ni exponer un desorden generalizado si las condiciones están dadas para un mejor proceso de trabajo. Desde este punto de vista, el diálogo y el equilibrio de convivencia harán de nuestra consecuente intención un mejor ámbito de bienestar. Desde los valores y el respeto al otro se construyen grandes progresos.
A modo de cierre y mensaje final, creo que es muy importante que los alumnos puedan encontrar en “su” escuela esa síntesis que los reclama como los nuevos promotores de ideales que se fueron perdiendo en el tiempo. Un resumen del pasado y el presente.
Es muy necesario que vuelvan a creer en que “lo moral” y “el respeto” son necesarios y que de ninguna manera existen los enemigos virtuales, sino que existe un ejercicio sencillo y que, si se pone en práctica, puede funcionar muy bien. Hablamos del solo hecho de convivir. Actuando con esta solvencia y este entendimiento, todo puede ser mejor.
BIBLIOGRAFÍA
-Defensoría del pueblo de Madrid. La Convivencia Escolar. https://www.defensordelpueblo.es/ Madrid. 2003.
-DA SILVEIRA, PABLO. Padres, maestros y políticos. El desafío de gobernar la Educación. Taurus. Buenos Aires. 2009.
-FARIÑA, MABEL B. Política y Ciudadanía. Santillana. Buenos Aires. 2010.

domingo, 29 de julio de 2018

Laudato, Sí. La visión del Papa sobre el Medio Ambiente



Una visión general
«¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?» (n. 160). Esta pregunta está en el centro de Laudato si’, la esperada Encíclica del Papa Francisco sobre el cuidado de la casa común. Y continúa: «Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario», y nos conduce a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y el valor de la vida social: «¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?»: si no nos planteamos estas preguntas de fondo -dice el Pontífice – «no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes».
La Encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco, «Laudato si’, mi’ Signore», que en el Cántico de las creaturas recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos » (1). Nosotros mismos «somos tierra (cfr Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (2).
Pero ahora esta tierra maltratada y saqueada clama (2) y sus gemidos se unen a los de todos los abandonados del mundo. El Papa Francisco nos invita a escucharlos, llamando a todos y cada uno –individuos, familias, colectivos locales, nacionales y comunidad internacional– a una “conversión ecológica”, según expresión de San Juan Pablo II, es decir, a «cambiar de ruta», asumiendo la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta ante el «cuidado de la casa común». Al mismo tiempo, el papa Francisco reconoce que «se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta» (19), permitiendo una mirada de esperanza que atraviesa toda la Encíclica y envía a todos un mensaje claro y esperanzado: «La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (13); «el ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente» (58); «no todo está  perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse » (205).
El Papa Francisco se dirige, claro está, a los fieles católicos, retomando las palabras de San Juan Pablo II: «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe» (64), pero se propone «especialmente entrar en diálogo con todos sobre nuestra casa común» (3): el diálogo aparece en todo el texto, y en el capítulo 5 se vuelve instrumento para afrontar y resolver los problemas. Desde el principio el papa Francisco recuerda que también «otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una profunda preocupación y una valiosa reflexión» sobre el tema de la ecología (7). Más aún, asume explícitamente su contribución a partir de la del «querido Patriarca Ecuménico Bartolomé» (7), ampliamente citado en los nn. 8-9. En varios momentos, además, el Pontífice agradece a los protagonistas de este esfuerzo –tanto individuos como asociaciones o instituciones–, reconociendo que «la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales [ha] enriquecido el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones» (7) e invita a todos a reconocer «la riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para el desarrollo pleno del género humano» (62).
El recorrido de la Encíclica está trazado en el n. 15 y se desarrolla en seis capítulos. A partir de la escucha de la situación a partir de los mejores conocimientos científicos disponibles hoy (cap. 1), recurre a la luz de la Biblia y la tradición judeo-cristiana (cap. 2), detectando las raíces del problema (cap. 3) en la tecnocracia y el excesivo repliegue autorreferencial del ser humano. La propuesta de la Encíclica (cap. 4) es la de una «ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales» (137), inseparablemente vinculadas con la situación ambiental. En esta perspectiva, el Papa Francisco propone (cap. 5) emprender un diálogo honesto a todos los niveles de la vida social, que facilite procesos de decisión transparentes. Y recuerda (cap. 6) que ningún proyecto puede ser eficaz si no está animado por una conciencia formada y responsable, sugiriendo principios para crecer en esta dirección a nivel educativo, espiritual, eclesial, político y teológico. El texto termina con dos oraciones, una que se ofrece para ser compartida con todos los que creen en «un Dios creador omnipotente» (246), y la otra propuesta a quienes profesan la fe en Jesucristo, rimada con el estribillo «Laudato si’», que abre y cierra la Encíclica.
El texto está atravesado por algunos ejes temáticos, vistos desde variadas perspectivas, que le dan una fuerte coherencia interna: «la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de  entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.» (16).
Capítulo 1 – «Lo que le está pasando a nuestra casa»
El capítulo asume los descubrimientos científicos más recientes en materia ambiental como manera de escuchar el clamor de la creación, para «convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar» (19). Se acometen así «varios aspectos de la actual crisis ecológica» (15).
EI cambio climático: «El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (25). Si «el clima es un bien común, de todos y para todos» (23), el impacto más grave de su alteración recae en los más pobres, pero muchos de los que «tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas» (26): «La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil» (25).
La cuestión del agua: El Papa afirma sin ambages que «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos». Privar a los pobres del acceso al agua significa «negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (30).
La pérdida de la biodiversidad: «Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre» (33). No son sólo eventuales “recursos” explotables, sino que tienen un valor en sí mismos. En esta perspectiva «son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los problemas creados por el ser humano», pero esa intervención humana, cuando se pone al servicio de las finanzas y el consumismo, «hace que la tierra en que vivimos se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris » (34).
La deuda ecológica: en el marco de una ética de las relaciones internacionales, la Encíclica indica que existe «una auténtica deuda ecológica» (51), sobre todo del Norte en relación con el Sur del mundo. Frente al cambio climático hay «responsabilidades diversificadas» (52), y son mayores las de los países desarrollados.
Conociendo las profundas divergencias que existen respecto a estas problemáticas, el Papa Francisco se muestra profundamente impresionado por la «debilidad de las reacciones» frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no faltan ejemplos positivos (58), señala «un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad» (59). Faltan una cultura  adecuada (53) y la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo (59), a la vez que urge «crear un sistema normativo que […] asegure la protección de los ecosistemas» (53). 
Preguntas: 
1) ¿Cuál es el enfoque político - económico que tiene el Papa sobre el Medio Ambiente?
2) ¿Cuál creés que es la Deuda Ecológica que tiene la humanidad con la naturaleza? (Tener en cuenta la mirada del Laudato, Sí)
3) El Papa habla de avances técnicos y científicos... ¿Operan los mismos en favor del Medio Ambiente o no? Describir en base a tu opinión.

viernes, 27 de julio de 2018

La cuarentena de Furet


De Daniel Favieri



Las cruces del pueblo ya no tenían un individuo que mojara con sus lágrimas su enmohecida estructura de piedra. Era tan evidente el cambio que ni el mismísimo Eliseo, cuidador del cementerio, seguía frecuentando ese terreno. El pueblo de Furet ya no tenía muertos a quién llorar.
Fue un éxodo de una noche de lluvia, fría y oscura, en dónde la mayoría de los ciudadanos comenzaron a marcharse. La luna se había escondido, como precipitando el adiós y el sol hacía días que no se asomaba.
Nadie había imaginado jamás semejante final. Ni siquiera los más experimentados y viejos frecuentadores del café del “gallego” que se internaban en las mesas agrietadas a filosofar sobre la vida.
Hacía rato que Furet vivía un ostracismo que hasta muy probablemente fuera planeado. Ya ni siquiera el café que servía el “gallego” era tan bueno. Se parecía más a una taza de petróleo rebajado con agua. Es que, por causa y efecto, la desesperación del turismo por conocer el esplendor de aquel pueblo tan reservado hizo que los habitantes del mismo se jugaran una mano a las cartas con el objetivo literal de borrarlo del mapa.
Fue una ardua tarea, pero radicalmente Furet, por decreto de su intendente, dejó de pintar sus coloridas casas, olvidó de cambiar las lamparitas de alguna que otra callecita de tierra y prefirió dejar el asfalto para otro momento.
Más de un vecino se había puesto contento. Ya no se les cobraría el impuesto de alumbrado, barrido y limpieza. Cuanto más sucio y anticuado estuviera Furet… mejor.
Lentamente y ante la falta de capitales turísticos, comenzó a suceder el efecto de la causa. Muchos de los comercios de Furet cerraron. Ya no había turistas que comprasen sus recuerdos ni mucho menos recuerdos que quisieran venderse.
Como por arte de magia los satélites impugnaron el espacio y el tiempo. Como reacción momentánea los municipales colgaron un cartel en la entrada del pueblo que rezaba “Furet en cuarentana. Disculpe las molestias”. Sin embargo la cuarentena duraría meses, años… Eternidad.
Quizás como un castigo a su individualismo o como una venganza de aquellos que no lo pudieron disfrutar, el efecto devastador que se había auto generado el pueblo encontró su momento final cuando, aquellos últimos jóvenes con deseos de progresar, egresaron de la escuelita próxima a cerrar.
Ya no existía primaria, porque no había niños que crecieran en Furet. Ya no habría secundaria, porque no había adolescentes que cursaran. Y como no había ni terciario ni universidad, los últimos estudiantes de Furet produjeron el éxodo devastador.
No tenían tumbas a las que arraigarse, porque ya nadie moría en Furet. No tenían una tierra que los amarre ni un enemigo a quien odiar. No tenían amigos con quien solidarizarse, pues no existió mayor solidaridad que la de aquel éxodo en esa noche lluviosa y fría en donde los adolescentes de Furet, un puñado de veinte, decidieron tomarse el tren de la distancia.
Entre las corridas y las valijas, entre los sueños de aquellos padres que les habían jurado no morir en Furet y entre las bocinas del tren, el éxodo tuvo un sabor a enfermedad. Porque no hay peor enfermedad que enterrar las raíces de la identidad, no hay peor mal que el ostracismo de aquello que se quiere guardar bajo un síndrome de egoísmo. Y no hay peor maldad que la de aquellos que no saben regresar.
Allí se quedó el viejo cuidador del cementerio, estrujando sus tripas con sabor a odio pero llorando en esa noche oscura con su pañuelo en la mano y despidiendo a lo que alguna vez creyó la esperanza del pueblo y el retorno de algún esplendor como resabio de lo que fue.
No obstante creía fervientemente el viejo cuidador que si al menos uno se quedaba allí, aún se corría la suerte de volver a soñar con Furet. A la mañana siguiente, a las puertas de entrada, tomó el cartel de cuarentena y le cambió su leyenda que ahora decía “pueblo abierto, vuelva a conocer Furet”.

domingo, 22 de julio de 2018

El Autor de Daniel Favieri


Escrito encontrado en una casona de Recoleta. 1916.
Siempre me levanté de las cenizas de mi propio cuerpo. Desperdigadas por el viento. Seleccionadas por el tiempo.
No es que las cosas me estuvieran saliendo mal. Simplemente que a veces uno piensa con claridad. Y en esa falta de identidad, de metas claras y de amores crueles, la vida castiga con la dureza de un terremoto.
No es tampoco la falta de sueños. Ellos siempre me sobraron. Es simplemente no haber sabido capitalizarlos, porque nosotros somos las propias inversiones de lo que hacemos. Nuestro futuro es el ahorro de ese capital indiscutible, necesario y hasta a veces también infeliz. Porque no es el oro del mundo el que nos salva de nuestros problemas. Es más simple que eso. Se trata de nuestro tesoro personal. Lo que nos llevamos cuando nos vamos. Lo que nos guardamos en un hueco del corazón y para siempre.
Digo yo, que por ahí peco de soberbio, que la pertenencia de un autor a todo exceso de resignificaciones y ponderaciones, lo eximen de cualquier éxito y por ende de una relativa falta de humildad. Así, el autor se vuelve un ermitaño de sus obras, un solitario transeúnte de caminos inventados y un generador oculto de proyectos impensados.
Me di cuenta entonces de que no hay nada qué buscar en los tiempos del pasado, porque nada podría ser igual. Sin embargo, a pesar de las sombrías huellas del dolor aparente, uno siempre intenta regresar. No sé exactamente qué buscamos, pero sí puedo decir que evidentemente nos gusta volver a empezar.
Siempre mantuve mi perfil oculto detrás de un seudónimo ilustrado por letras simbólicas. Quizás necesitado de mantener en silencio el rumbo de mis pensamientos, pero entendiendo que a veces se paga con la moneda del olvido.
Así, un buen día, cuando quise dar vuelta la página de mi historia, me di cuenta de que ningún pergamino hablaba de mi nombre. Sin embargo noté que todos hablaban de mis libros, de mis conclusiones y de mi filosofía de vida.
No hay mayor extrañeza que la de escuchar el silencio de un nombre que se proclama a gritos y que se ignora sin saberlo. Si uno pierde la propiedad de su nombre, pierde la identidad del ser. O acaso entiendo que por lo menos nada se escapa a la austeridad de una vida tan compleja.
He sido invitado muy pocas veces a disfrutar de las mieles del éxito, pero poco me importó entonces. Era más sencillo no estar presente en caso de que alguna crítica destruyera lo poco que había construido.
Y desde allí, los autores nos volvemos cómplices de nuestras propias incertidumbres, de nuestras creaciones y de nuestra perfecta desaparición. De nuestro insignificante paso por la vida. Sin dejar siquiera una huella de nuestro apellido.
¿Alguno osará alguna vez trascender? ¿A alguno le interesa verdaderamente divulgarse? ¿Qué es propagarse?
Aquí, en esta noche de lluvia que golpea con sus gotas duras los vidrios de mis ventanales, me sumerjo en el interior de mis propios nubarrones. Trato de darle significado a mi solemne carácter y a mi inusual forma solitaria de pensar.
Y si he de responder a una de las tantas preguntas que este texto fue exigiendo en su recorrido, la única de la que me siento intelectualmente capacitado de responder, sea quizás la más difícil de conseguir. Pues los hijos son el capital más grande sobre la tierra. Aquello mediante lo cual las utopías son más sencillas de conseguir. Porque por un hijo se da la vida, se reconsideran los sueños y se exigen sus virtudes. Y así, ante el paso del tiempo, todo se vuelve una mirada hacia el pasado. Porque si hay algo que no habremos de cambiar jamás, es justamente el pasado. Por lo tanto nuestra esencia, impregnada del mismo, es el legado de lo que dejamos.
Esta mansión me ha quedado grande. Este sueño me ha quedado grande. Mi nombre es Juan Bautista de Alcázar. Escritor. Soñador. Víctima de amores no correspondidos. Utópico padre de papeles sin efecto. Buenas noches y gracias por encontrarme.

miércoles, 27 de junio de 2018

De pasión, amor y barrio




Había clamado por guerra sin darse cuenta que las almas en pena deshojan los árboles del otoño en la búsqueda del verdadero amor. No había entendido siquiera que la culpa barata de su caro precio a la equivocación, se había transformado en un sufrimiento contemporáneo que no sabía de pasados ni siquiera para aquellos seres que quizás alguna vez pudo amar.
Era definitivamente cierto que en el barrio de Mataderos había existido un mito que pocos conocían. Algunos incluso se atrevían a pensar que en lo extenso del día, alimentado por un ego en crecimiento, Juan Manuel Abascal erguía su alma, se golpeaba el pecho y salía corriendo como el viento.
Cuentan sus adversarios más allegados que cuando las calles eran de adoquín y la llovizna bañaba sus juveniles cabelleras, la pelota resbalaba tan rápida como el viento. Pero también aseguran estos testigos privilegiados de tal función, que Abascal planeaba detrás de ella. Como un avioncito de papel. “La tenía atada bajo el agua. La tenía incorporada en el frío, y si venía un viento fuerte… tampoco se la podían sacar… Eso era magia” dijo un vecino de la calle Cafayate.
Si no fuera Mataderos un barrio real, diría este autor que la historia no es verídica. Que simplemente se trata de una de esas leyendas urbanas que se escriben con tintas de mentira y el asombro de la imaginación. Sin embargo, es justo aclararlo para la continuidad de estas palabras, Abascal existió. Y es imprescindible decir, a riesgo de quedar como un mentiroso, que yo lo padecí y que yo lo vi jugar.
Y si me remonto en el tiempo y pienso, creo incluso recordar su voz. Retumbaba en el eco de la vieja cancha del Tránsito de San José, que aunque queda en Liniers, muchos criollos de Mataderos se lo apropiaron para siempre.
Y ahí deleitaba Abascal, gambeta tras gambeta, desbordando por la punta derecha. A veces tirando centros y otras tantas dejando mal parado hasta al arquero contrario. Pero siempre la pelota llegaba a la red.
Cuenta esa Historia oral que se trasladó de vecino en vecino y de generación en generación que poco a poco la gente se fue convocando, vitoreando en su boca el sabor del apellido Abascal. Y posteriormente nadie supo bajo qué condiciones fue, pero de repente, ese equipito por el que nadie daba una moneda y que a gatas tenía camisetas, había llegado a la final inter barrial.
Dos semanas separaban a Juan Manuel Abascal de la gran final. Y en Mataderos incluso llegó a pintarse una pared con su nombre, más nadie recuerda cual fue. Pero la final valía la pena. Enfrente no estaba cualquier rival. Estaban los de siempre. Los de la contra. Los bien vestidos del barrio ferroviario que no tenían más intenciones que llevarse el trofeo mayor: la dignidad.
Se reconoce a ese estado digno como el momento culmine en el tiempo, en donde el que triunfa se lleva los pergaminos del heroísmo, se transforma en el rumor constante y se guarda para sí la pelota del partido. Y eso se jugaban ambos equipos.
Pero la final se tardó demasiado. Porque en ese lapso de tiempo Abascal cambió su mirada futbolística por una morocha que lo hizo enloquecer.
Dice el mismo testigo que escribe estas líneas, que la morocha era tan poderosa como la gambeta de Abascal. Y el pobre se enamoró.

Pero no fue que se enamoró de su pelo lacio que caía suave por los hombros. Ni de su piel de algodón, ni de su cuerpo moldeado. Para nada. Abascal se enamoró de una ilusión. De aquellas cosas que ni en lo más profundo de su alma se hubiera imaginado.
La persiguió por los callejones de Mataderos que se volvían laberintos infinitos y complicados de salir. La soñó en las noches como si nunca antes hubiera creído soñar. Y se dedicó a admirarla, quizás como el peor error de su vida, como solía mirar a la pelota. Con un cariño que estremecía la tierra.
Y así, aquel que alguna vez me deleitó con sus bicicletas, que me tiró más caños que ninguno y que me hizo ver el fútbol de otra manera, se dedicó a fracasar.
Abascal dejó de frecuentar los entrenamientos para visitar a la morocha en la casa de sus padres. No ató más a la pelota en sus pies, porque ahora caminaba con otra. Cambió sus sueños por lo que algunos llaman el amor y otros entienden como la traición.
El día de la gran final fue la última vez que lo vi. Juan Manuel Abascal se puso los botines con el partido ya empezado. Había llegado tarde y los de Mataderos ya perdían uno a cero. Entró por el gringo y, aunque parecía atontado por la morocha, Abascal concretó sus últimos dos goles oficiales como paladín del barrio de Mataderos.
No se quedó ni a recibir el trofeo de la dignidad. Prefirió caminar por las calles grises y, atormentado por haber dejado sola a la morocha en lo que duró el partido, volvió a sus brazos, supongo yo, para nunca más soltarla.
Solo así el mito se hizo grande. Y a pesar de que nunca pude encontrar la única pared pintada con su nombre, estoy seguro que algún día saldrá a la luz. Sin embargo, me pregunto inconscientemente qué es eso que tiene el amor, que a algunos les hace perder la cabeza y a otros matar por él. Me pregunto incluso por qué Abascal se fue con ese amor reciente y se arraigó tanto a la morocha, que vaya uno a saber de dónde habrá salido… Aunque pensándolo bien, recordándolo al alejarse en la bruma de esa tarde noche, creo que es muy factible que Juan Manuel Abascal haya sentido el miedo de fracasar y que ya nada volviera a ser igual.