domingo, 16 de septiembre de 2018

Los lápices siguen escribiendo



“¿Por qué no les permitimos pensar? Porque somos un conjunto de seres despiadados a los que no nos gusta verlos reír. Pero ¿Por qué no les permitimos expresar? Porque es la consecuencia de su pensamiento subversivo, que nos viene a imponer un cambio, una ruptura… Probablemente el verdadero progreso. ¿No seremos nosotros los equivocados? No, se equivoca el que piensa por demás. Nosotros pensamos por ellos”.
Era un interminable comando apaleador de ideas. Secuestrador de porvenires. Talador de árboles que se plantaron con sueños. Censor de cuestionamientos que clamaban por igualdad.
No fue una época de reorganización de la Nación, fue la era de la desorganización de las ideas, de la economía, de la política y, sobre todo, del intento fracasado por apagar las voces, por dominar los libros… Por romperle la punta a los lápices.
Pero todo intento de terminar con aquello que se odia, de desaparecer eso que caló hondo en la sociedad o de destruir los cimientos de una idea hacen que el grito se escuche más fuerte, como una música que gradualmente se va haciendo potente, rítmica y masiva.
¿Dónde estaban algunos cuando los otros desaparecían? ¿Por qué no se oyen los clamores populares cuando las viejitas rondaban sin destino? ¿En qué bolsillo se escondía el mundo, sediento de economías volubles, que estaba enceguecido ante lo evidente?
Fue la sangre derramada, el grito doloroso del oprimido, del desaparecido, del pobre, de la cultura, de la identidad… Por unos instantes valuados en igualdad, desaparecimos. Perecimos. Dormimos ante una era de oscuridad que nos hizo olvidar… Por un tiempo.
“¿Pero nos vamos a llevar a los chicos? Sí, porque son el futuro. ¿Pero no son demasiado chicos? Pero piensan. Tienen energía. Se organizan, se movilizan. ¿Y si los educamos? No nos aceptan. ¿Cuándo pasó esto? Cuando les dimos poder”.
Esa “noche de los lápices” fue la cumbre de la desidia y la matanza de los ideales. Pero fue asimismo la mitificación, la trasgresión y la propagación de las inapelables posiciones. Hay que seguir luchando. Hay que seguir escribiendo.
Los planes autoritarios y despojados de sensibilidad, encausaron la lucha eterna por los derechos humanos, la constante fuerza que empuja por no olvidar y la entereza que nos pide no claudicar.
Seguir adelante implica convencernos de que todavía hay mucho por reconstruir. Hay identidades por recuperar, hay ilusiones que se quedaron truncas. Tenemos la obligación de hacerlas cumplir. ¿Cómo? Con la fuerza soberana que aún muchos no han entendido que tenemos.
“¿Me puedo ir? Parece que tiene miedo. ¿Es posible? No, claro que no. Porque aún tiene mucho trabajo por hacer”.
“Hubo toda una situación, porque me vieron a mí tan chiquita, en piyama, tan pequeñita que era, uno de ellos dijo: "Esta es muy chiquita" y casi se llevan a mi hermana. Pero no, la de Bellas Artes era yo. Yo seguía en piyama y mi mamá les pidió que me dejaran cambiar. Me puse un gamulán, que siempre lo adoré porque lo pude tener un tiempo y me permitió cobijarme de tanto frío. Apenas me vestí, me vendaron y me subieron a un auto. Después supe, porque me contaron mis padres, que había sido un operativo muy grande, que había muchos autos. Ahí comenzó el terrible periplo de mi desaparición, que duró varios meses”. Emilce Moler

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