Indio Solari: EL LADO Y EL LADO B DE OLAVARRÍA
El lado A: Pocas veces uno tiene la posibilidad de asistir a
eventos de tal magnitud. Socialmente hablando, el mito del Indio se extiende a
lo largo y a lo ancho del continente y sus peregrinaciones son tan famosas como
el “pogo más grande del mundo”.
Desde mi punto de vista, siempre me gustó su léxico y su
historia. Un hombre surgido en La Plata, claramente enraizado a las clases proletarias
de aquellos años tan difíciles y con una imprescindible continuidad de
independencia artística.
Alejado de todo discurso político, el Indio siempre peleó
por los derechos de aquellos que no podían ocupar un lugar en los engranajes de
la sociedad.
Era la voz esperanzadora de muchos pibes que gradualmente
comenzaron a despojarse de sus miserias y a concurrir indiscriminadamente a
cada uno de sus shows.
Bajo una estirpe claramente asociada a “no dar entrevistas a
los grupos de poder, no ceder ante las discográficas y garantizar aun así el
arte inconfundible de ese sonido del rock nacional”, el Indio y los Redondos
propulsaron el mito y le dieron voz a los “marginados de la sociedad”.
La separación de los Redondos no fue un hecho más, fue la
destrucción de todos aquellos ideales y la generación de un vacío absoluto:
“¿Cuál va a ser mi lugar en este mundo?”.
Pero el Indio no tardó. Rápidamente se puso a trabajar y
sacó una sucesión de discos acompañados por recitales que no tardaron en
recuperar todo el espíritu de lo anterior: La misa redonda, se transformó en la
misa india.
Lo de ayer en Olavarría fue la representación exacta de un
ritual que se magnifica por una incuestionable afluencia de público y todo
aquello que se genera con la “caravana del indio” y la espectacular puesta en
escena de ingresos entre choripanes, hamburguesas y “birras más fernet”.
La espera del artista, las charlas con los pibes que
viajaron horas y horas para llegar al recital y las anécdotas que se dan entre
viaje y viaje, cumplen con la expectativa… El Indio sale a escena y el campo
explota. El mito está ahí, es real. Baltasar toca los acordes de un sonido
inconfundible. Y entre tema y tema, las palabras del cantante dan por cierto
que “ya está” que “ahí estamos” y que su carisma impone que ante cada
movimiento, no se pueda dejar de cantar y saltar. El Indio LADO A, es más de lo
que uno cree. Es una intensidad que constante que no para de crecer tema a
tema, pero que además, a quienes lo vivimos de otra manera, es la representación
de la Historia del rock nacional, esa llama que nunca, pero nunca se apaga y
por la cual, muchos de los que no “se sienten parte del sistema” han sido
representados. En eso, creo yo, se basa gran parte de la Historia del Indio,
aunque ya esa masa proletaria haya mutado en burguesa. Para el caso, la
ideología es lo que cuenta.
El lado B: Muchos de los que ayer estuvieron en el recital
del Indio, juntaron peso por peso para llegar ahí. Otros hicimos un esfuerzo
enorme para comprar las entradas (en mi caso dos) y otros caminaron y
caminaron, hicieron dedo y llegaron de la forma que mejor pudieron hacerlo. Y
otros lo hicieron en micros que salían de los barrios y de otras partes de la
Argentina.
Así, el desafío es doble, tanto para la producción como para
el artista. ¿Cómo hacer el equilibrio necesario para que esas masas convivan,
se diviertan y todo sea en paz?
En el caso nuestro, salimos a las diez de la mañana porque
yo trabajaba. Teníamos dos premisas: La mía era analizar el fenómeno social del
“indio” (y por supuesto mi agrado por su música) y la de mi esposa era la de
asistir a la fiesta de uno de sus más grandes referentes musicales. Con todo
eso, cargamos la mochila de ilusión, el mate, algo para comer y las chirolas
para llegar a una Olavarría colapsada y felizmente visitada.
Dejamos el auto cerca de los micros y emprendimos la
“procesión” entre la gente. Pero rápidamente nos dimos cuenta que el camino se
estaba tornando un poco largo. Sacando cuentas, lo primero que viene a mi
cabeza es que Olavarría no estaba “planificada” para semejante afluencia de
público. Desde el vamos, la ruta contaba con un solo carril en muchos tramos y
la reducción de calzada en otra parte, además de que existían pocas estaciones
de servicio o lugares a los que recurrir en caso de accidente, etc.
Desde el lugar en que “se nos permitió” empezar la caminata,
había que caminar algo así como una hora y media, por supuesto dada la cantidad
de gente y los puestos mal estructurados en medio del paso. Por otro lado, hubo
que atravesar una vía de tren, que era una especie de montículo en donde la
gente se para a sacar “las fotos de la manifestación”.
Al llegar al predio, hicimos el ingreso por donde marcaba el
malón, porque realmente no se veía nada, ni hacia adelante ni hacia los
costados.
En este largo recorrido, había muy poco control policial.
Conté tres patrulleros de los cuales solo dos tenía integrantes. No había
control privado ni indicaciones visibles. Tampoco había gente de seguridad ni
de defensa civil en caso de emergencia.
Al llegar al cacheo, puedo afirmar que se trató de un pseudo
cacheo en donde el “pasá, pasá” se volvió un… “que sea lo que Dios quiera”. Por
un momento, mientras caminábamos, tomé dimensión del asunto y le dije a mi
esposa “volvemos”, pero me pudo más la necesidad de ver al Indio y de no
sentirme tan negativo.
Una vez superado el “pasá, pasá” levantamos nuestras
entradas, sorprendidos por la cantidad de gente a la que le permitían el
ingreso sin las mismas. Es decir, el esfuerzo de haber hecho las cosas por las
vías de la legalidad, no gozaba del mismo derecho de los demás.
Una vez adentro, te olvidás un poco de eso y te decidís a
disfrutar, pero en medio del show, los frenos del Indio por “saquen a los
borrachos que los están lastimando” enfriaron un poco el show y con justa
razón. Habían vidas en juego. Pero lo que más lamentaba, era que hubiera gente
con cuchillos y navajas robándole pertenencias la gente que ya a esa altura
estaba totalmente desprotegida y a la buena de Dios. (De hecho el Indio pidió
varias veces que actuara defensa civil).
El show, claramente ya se había enfriado por un Indio sacado
por la situación. Pero poco a poco, recuperó la estirpe que lo caracteriza,
aunque, creo humildemente, la gente se quedó con el sabor de un final abrupto.
Todo lo vivido en el ingreso, se reprodujo en la salida,
pero con otros tintes. La salida fue entre avalanchas y apretujones, además de
golpes y robos. Por otro lado, las salidas no eran claras y no existía “una
puerta de escape”. Una vez afuera, el problema es que el vallado no estaba
claramente explicado y caímos en una trampa sin fin: dar vueltas y vueltas sin
encontrar un rumbo concreto… Hasta que al final, una señora de Olavarría nos
dijo que habían abierto una puerta (sí, una) por la cual podíamos salir.
Y después vino la agonía de la caminata. Nuevamente pasar
por las vías (esta vez oscuras) y con la precaución de no mirar ni la hora, por
los robos que ahora también eran violentos. Cada tanto, se formaba una ronda y
la gente corría sin rumbo entre golpes y gritos.
Al momento de salir de Olavarría, tuvimos que hacerlo en
contra mano. Ya una vez en la ruta, veíamos pibes tirados en la ruta, en las
estaciones de servicio cerradas, buscando desesperadamente ambulancias para
comas alcohólicos y también pibes vestidos de negro, haciendo dedo en medio de
la ruta oscura y a los que lográbamos esquivar de “pura casualidad y reflejo”.
Ante tal caravana de micros que pasaban autos cueste lo que
cueste, decidimos parar a dormir en una bajada y retomar al amanecer con más
tranquilidad pero muy cansados de todo lo que habíamos pasado. (De hecho a mí
también me quisieron robar dos veces)
El mito fue realidad. El Indio, es el Indio, pero creo que
nada, al menos para mí, justifica semejante desmadre. Y no lo digo solo por el
Indio. Es una cuestión de discurso, de generalidad y del compromiso de meter
200000 personas en un solo show. Tratar a la gente de esa forma es denigrarla,
es movilizarla como ganado y exponer sus vidas para algo que debería ser solo
una fiesta.
Claramente fallaron las autoridades. Intendente, policía,
etc. No habían móviles ni efectivos capacitados para contener a la masa. Muchos
de ellos que habían llegado de “apoyo” se iban a sus casas antes que la gente.
Había más policía cargando nafta que público.
Por eso creo que la masividad del artista amerita otro
cuidado, sobre todo para alguien tan meticuloso y querido. Esto no puede pasar
más. No se trata de decir “se acabó” sino de ver cuál es la mejor manera de
tocar. Es lógico que el Estado le impone al Indio una trampa perfecta, pero a
la que él se presta. Y ojo, vuelvo a decirlo, no es por él solamente. Son sus
productores y vaya uno a saber qué tipo de contratos se firman en el medio.
Pero yo hablo de lo que veo, y si en mi andar veo y pienso
en cada una de estas situaciones, supongo que llegar a mi casa fue la bendición
más grande del día… Por supuesto mucho más que ir a ver al Indio. Porque tengo
un hijo y porque quiero que una fiesta no se transforme en dolor, como el de
esa pobre gente que todavía no encuentra a sus familiares y amigos o de
aquellos que directamente los perdieron para toda la vida.
Entonces, artista, producción y estado, deberían ser lo
garantes de esa fiesta. No le caigo al Indio exclusivamente, insisto, pero lo
que se firma es garantía de “estar al tanto de todo, incluso de la seguridad”.
200000 multiplicado por 800 es el cierre de la ecuación. Que el indio no deje
de tocar. Eso está claro. Nos perderíamos de un mito vivo, incuestionable
artísticamente.