Discursivamente y políticamente, hablar de nunca más es
hablar de ciertas cosas de las cuales a veces es mejor olvidar. Y de eso se trata
un poco este breve texto. De ese discurso político – ideológico impregnado en
una sociedad que difícilmente se haga cargo de ciertas cuestiones indivisibles.
Porque resulta imposible borrar del inconsciente la siguiente cuestión: El 24
de marzo de 1976, mucha gente prendió la televisión sin entender lo que pasaba.
Un señor leía una serie de comunicados e informaba al pueblo argentino que una
junta militar decidiría los destinos individuales y colectivos de cada uno de
aquellos que pertenecíamos al territorio nacional.
Así las cosas, muchos creyeron que todo sería para mejor.
Porque en medio del caos económico y corrupto que se venía dando en el gobierno
peronista, sumado a la guerra desatada entre la triple A, montoneros y focos
guerrilleros, numerosas personas pensaron “llegaron nuestros salvadores”.
Entonces… Hablar de nunca más, también implica un cambio en
ciertas concepciones y visiones de todo aquello. ¿Por qué la junta militar
tenía predestinado su fracaso? ¿Cuál fue la verdadera función de los
dictadores? Y ¿De qué manera funcionaba la relación prensa – dictadura?
Vamos a romper un poco el esquema de preguntas. Arrancamos
por la última. Este fue el elemento primordial mediante el cual la dictadura
revocó y pintó sus cimientos. Al acceder al poder, los diarios de Buenos Aires
no hablaban de golpe de Estado. Clarín por ejemplo se refería a esta situación
como “Cambio de gobierno”. Lo grave del asunto es que en medio de éste confuso
titular, se obviaban parámetros claros por los cuales el pueblo debería de
abordar sus conclusiones finales. (Por ejemplo GOLPE DE ESTADO)
Otro elemento clave fue el improvisado mecanismo deportivo,
estableciendo que por el hecho de llevar adelante la organización de un mundial
de fútbol, Argentina era un país unido y libre. Correr el eje de una mirada
absoluta de la gente, le dio aire a la junta para que, mientras Kempes le hacía
goles a Holanda, por otro lado continuara la desaparición de personas.
De esta manera, y bajo una norma concisa, “desaparecer gente”
era la mejor forma de acallar ciertas voces. No solo la de los “guerrilleros e
insurrectos” sino la de todo aquel que pensaba distinto, de todo aquel que
usaba pelo largo, de todo aquel que se juntaba con la “barra de la esquina”. La
actuación era indiscriminada. No solo había una lista, también había “bronca
social”.
Por otro lado, la misma guerra de Malvinas funcionó como un
engranaje publicitario dentro de una maquinaria que año tras año necesitaba de
nuevas “extremidades esquizofrénicas y destructivas” para una economía en
descenso. Pero esta vez el resultado era inocultable: “los chicos de Malvinas
no volvían. Se morían en un heroísmo patriótico que será recordado por siempre”.
Y así, la guerra de Malvinas se transforma en el punto de
giro, la ruptura y el quiebre de una sociedad cansada. De músicos de rock
extenuados, de una cultura exiliada y de invaluables mentes brillantes que
decidieron cruzarse de continente. Una gran masa de personas se unieron en el
grito y el aplauso a Galtieri, brindando su apoyo a la guerra, convencidos de
que era el camino correcto y de que íbamos a ganar. Fue clave el extremo
nacionalismo utilizado, la confusión ideológica generada en torno a todo
aquello que hablaba otro idioma y la enroscada vuelta de tuerca que la prensa
ofreció para justificar la guerra. “Vamos ganando” titulaban, mientras los
chicos se morían de hambre, torturados y fríos… No solo por el clima, sino
también por un futuro incierto.
Esa misma masa de gente se congregó ante la definitiva caída
ante los ingleses. Y empezamos a pedir “que se vaya Galtieri”… Que se vayan
todos.
Socialmente hablando, vivimos una oscuridad territorial, en
donde no se sabía a ciencia cierta qué estaba pasando. Solamente se unificaron
las voces cuando el mango no le alcanzó a nadie y cuando la guerra de Malvinas
determinó… “Cosa juzgada”.
Por eso, y ahora sí, podemos responder a las otras dos
preguntas. El destino de la dictadura tenía un principio, pero también un final
anticipado. Quien ingresa pateando puertas, asesinando y atentando contra la
democracia (que es el claro poder del pueblo), ya empieza mintiendo. A la larga
esa mentira termina jugando en contra. Porque fue la misma prensa que
justificaba entre palabras rebuscadas y pensamientos poco felices, la que “se
dio vuelta” cuando las olas cambiaron de rumbo.
Cuando los grupos económicos son los que imponen, luego son
los mismos que disponen. No por nada en aquellos años, Estados Unidos fomentó
la toma del poder por parte de militares en los países más importantes de
Latinoamérica. Y no por menos, diarios como Clarín, La Nación y Crónica
comenzaron a responder casi sistemáticamente a las mentiras impuestas.
Por tal motivo, la verdadera función de los dictadores, no
era actuar en base a los pensamientos patrióticos y necesidades nacionales,
sino infundir el terrorismo de Estado, la prohibición del libre pensamiento y
la desculturización de una sociedad que apoyaba gran parte de sus valores en lo
artístico. La verdadera función de la dictadura fue la de trabajar a las órdenes
de un poder mucho mayor como Estados Unidos, necesitado de establecer su
condición de “policía del mundo” apuntando sobre los beneficios de un
liberalismo comercial y político, diría yo, con futuro de colonialismo violento.
Pero fue la condena social la que logró imponer los deseos
de un regreso necesario hacia la democracia. Fue la misma sociedad la que se
apuntaló en los bastiones de la realidad y la que comenzó a decir “Nunca más”.
A veces se menosprecia el pensamiento de los individuos y su
funcionamiento como colectivos sociales. Pero en diversas partes del mundo, ya
se ha demostrado la verdadera capacidad de este pensamiento uniforme: “si las
cosas van mal y la soga ahorca, el pueblo reacciona”.
Por eso mismo, “nunca más” es mucho más que un discurso, una
imagen o un proyecto. Es la base de todo aquello que como país no debemos dejar
que nos hiera. No debemos permitir que nos roben los lápices de la Educación,
porque debemos seguir construyendo nuestra historia social y política dentro de
la democracia. Debemos evitar que la corrupción nos tome desprevenidos, pero
por sobre todo, y por la relación prensa – poder y pueblo, debemos aprender a
leer entre líneas… Para que “nunca más” sea verdaderamente NUNCA MÁS.
24 DE MARZO DE 1976.
“QUIEN SABE ALICIA ESTE PAÍS NO
ESTUVO HECHO PORQUE SÍ”.
CHARLY GARCÍA.
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