lunes, 13 de marzo de 2017

El Indio en Olavarría. Lado A y B.

Indio Solari: EL LADO Y EL LADO B DE OLAVARRÍA

El lado A: Pocas veces uno tiene la posibilidad de asistir a eventos de tal magnitud. Socialmente hablando, el mito del Indio se extiende a lo largo y a lo ancho del continente y sus peregrinaciones son tan famosas como el “pogo más grande del mundo”.
Desde mi punto de vista, siempre me gustó su léxico y su historia. Un hombre surgido en La Plata, claramente enraizado a las clases proletarias de aquellos años tan difíciles y con una imprescindible continuidad de independencia artística.
Alejado de todo discurso político, el Indio siempre peleó por los derechos de aquellos que no podían ocupar un lugar en los engranajes de la sociedad.
Era la voz esperanzadora de muchos pibes que gradualmente comenzaron a despojarse de sus miserias y a concurrir indiscriminadamente a cada uno de sus shows.
Bajo una estirpe claramente asociada a “no dar entrevistas a los grupos de poder, no ceder ante las discográficas y garantizar aun así el arte inconfundible de ese sonido del rock nacional”, el Indio y los Redondos propulsaron el mito y le dieron voz a los “marginados de la sociedad”.
La separación de los Redondos no fue un hecho más, fue la destrucción de todos aquellos ideales y la generación de un vacío absoluto: “¿Cuál va a ser mi lugar en este mundo?”.
Pero el Indio no tardó. Rápidamente se puso a trabajar y sacó una sucesión de discos acompañados por recitales que no tardaron en recuperar todo el espíritu de lo anterior: La misa redonda, se transformó en la misa india.
Lo de ayer en Olavarría fue la representación exacta de un ritual que se magnifica por una incuestionable afluencia de público y todo aquello que se genera con la “caravana del indio” y la espectacular puesta en escena de ingresos entre choripanes, hamburguesas y “birras más fernet”.
La espera del artista, las charlas con los pibes que viajaron horas y horas para llegar al recital y las anécdotas que se dan entre viaje y viaje, cumplen con la expectativa… El Indio sale a escena y el campo explota. El mito está ahí, es real. Baltasar toca los acordes de un sonido inconfundible. Y entre tema y tema, las palabras del cantante dan por cierto que “ya está” que “ahí estamos” y que su carisma impone que ante cada movimiento, no se pueda dejar de cantar y saltar. El Indio LADO A, es más de lo que uno cree. Es una intensidad que constante que no para de crecer tema a tema, pero que además, a quienes lo vivimos de otra manera, es la representación de la Historia del rock nacional, esa llama que nunca, pero nunca se apaga y por la cual, muchos de los que no “se sienten parte del sistema” han sido representados. En eso, creo yo, se basa gran parte de la Historia del Indio, aunque ya esa masa proletaria haya mutado en burguesa. Para el caso, la ideología es lo que cuenta.
El lado B: Muchos de los que ayer estuvieron en el recital del Indio, juntaron peso por peso para llegar ahí. Otros hicimos un esfuerzo enorme para comprar las entradas (en mi caso dos) y otros caminaron y caminaron, hicieron dedo y llegaron de la forma que mejor pudieron hacerlo. Y otros lo hicieron en micros que salían de los barrios y de otras partes de la Argentina.
Así, el desafío es doble, tanto para la producción como para el artista. ¿Cómo hacer el equilibrio necesario para que esas masas convivan, se diviertan y todo sea en paz?
En el caso nuestro, salimos a las diez de la mañana porque yo trabajaba. Teníamos dos premisas: La mía era analizar el fenómeno social del “indio” (y por supuesto mi agrado por su música) y la de mi esposa era la de asistir a la fiesta de uno de sus más grandes referentes musicales. Con todo eso, cargamos la mochila de ilusión, el mate, algo para comer y las chirolas para llegar a una Olavarría colapsada y felizmente visitada.
Dejamos el auto cerca de los micros y emprendimos la “procesión” entre la gente. Pero rápidamente nos dimos cuenta que el camino se estaba tornando un poco largo. Sacando cuentas, lo primero que viene a mi cabeza es que Olavarría no estaba “planificada” para semejante afluencia de público. Desde el vamos, la ruta contaba con un solo carril en muchos tramos y la reducción de calzada en otra parte, además de que existían pocas estaciones de servicio o lugares a los que recurrir en caso de accidente, etc.
Desde el lugar en que “se nos permitió” empezar la caminata, había que caminar algo así como una hora y media, por supuesto dada la cantidad de gente y los puestos mal estructurados en medio del paso. Por otro lado, hubo que atravesar una vía de tren, que era una especie de montículo en donde la gente se para a sacar “las fotos de la manifestación”.
Al llegar al predio, hicimos el ingreso por donde marcaba el malón, porque realmente no se veía nada, ni hacia adelante ni hacia los costados.
En este largo recorrido, había muy poco control policial. Conté tres patrulleros de los cuales solo dos tenía integrantes. No había control privado ni indicaciones visibles. Tampoco había gente de seguridad ni de defensa civil en caso de emergencia.
Al llegar al cacheo, puedo afirmar que se trató de un pseudo cacheo en donde el “pasá, pasá” se volvió un… “que sea lo que Dios quiera”. Por un momento, mientras caminábamos, tomé dimensión del asunto y le dije a mi esposa “volvemos”, pero me pudo más la necesidad de ver al Indio y de no sentirme tan negativo.
Una vez superado el “pasá, pasá” levantamos nuestras entradas, sorprendidos por la cantidad de gente a la que le permitían el ingreso sin las mismas. Es decir, el esfuerzo de haber hecho las cosas por las vías de la legalidad, no gozaba del mismo derecho de los demás.
Una vez adentro, te olvidás un poco de eso y te decidís a disfrutar, pero en medio del show, los frenos del Indio por “saquen a los borrachos que los están lastimando” enfriaron un poco el show y con justa razón. Habían vidas en juego. Pero lo que más lamentaba, era que hubiera gente con cuchillos y navajas robándole pertenencias la gente que ya a esa altura estaba totalmente desprotegida y a la buena de Dios. (De hecho el Indio pidió varias veces que actuara defensa civil).
El show, claramente ya se había enfriado por un Indio sacado por la situación. Pero poco a poco, recuperó la estirpe que lo caracteriza, aunque, creo humildemente, la gente se quedó con el sabor de un final abrupto.
Todo lo vivido en el ingreso, se reprodujo en la salida, pero con otros tintes. La salida fue entre avalanchas y apretujones, además de golpes y robos. Por otro lado, las salidas no eran claras y no existía “una puerta de escape”. Una vez afuera, el problema es que el vallado no estaba claramente explicado y caímos en una trampa sin fin: dar vueltas y vueltas sin encontrar un rumbo concreto… Hasta que al final, una señora de Olavarría nos dijo que habían abierto una puerta (sí, una) por la cual podíamos salir.
Y después vino la agonía de la caminata. Nuevamente pasar por las vías (esta vez oscuras) y con la precaución de no mirar ni la hora, por los robos que ahora también eran violentos. Cada tanto, se formaba una ronda y la gente corría sin rumbo entre golpes y gritos.
Al momento de salir de Olavarría, tuvimos que hacerlo en contra mano. Ya una vez en la ruta, veíamos pibes tirados en la ruta, en las estaciones de servicio cerradas, buscando desesperadamente ambulancias para comas alcohólicos y también pibes vestidos de negro, haciendo dedo en medio de la ruta oscura y a los que lográbamos esquivar de “pura casualidad y reflejo”.
Ante tal caravana de micros que pasaban autos cueste lo que cueste, decidimos parar a dormir en una bajada y retomar al amanecer con más tranquilidad pero muy cansados de todo lo que habíamos pasado. (De hecho a mí también me quisieron robar dos veces)
El mito fue realidad. El Indio, es el Indio, pero creo que nada, al menos para mí, justifica semejante desmadre. Y no lo digo solo por el Indio. Es una cuestión de discurso, de generalidad y del compromiso de meter 200000 personas en un solo show. Tratar a la gente de esa forma es denigrarla, es movilizarla como ganado y exponer sus vidas para algo que debería ser solo una fiesta.
Claramente fallaron las autoridades. Intendente, policía, etc. No habían móviles ni efectivos capacitados para contener a la masa. Muchos de ellos que habían llegado de “apoyo” se iban a sus casas antes que la gente. Había más policía cargando nafta que público.
Por eso creo que la masividad del artista amerita otro cuidado, sobre todo para alguien tan meticuloso y querido. Esto no puede pasar más. No se trata de decir “se acabó” sino de ver cuál es la mejor manera de tocar. Es lógico que el Estado le impone al Indio una trampa perfecta, pero a la que él se presta. Y ojo, vuelvo a decirlo, no es por él solamente. Son sus productores y vaya uno a saber qué tipo de contratos se firman en el medio.
Pero yo hablo de lo que veo, y si en mi andar veo y pienso en cada una de estas situaciones, supongo que llegar a mi casa fue la bendición más grande del día… Por supuesto mucho más que ir a ver al Indio. Porque tengo un hijo y porque quiero que una fiesta no se transforme en dolor, como el de esa pobre gente que todavía no encuentra a sus familiares y amigos o de aquellos que directamente los perdieron para toda la vida.

Entonces, artista, producción y estado, deberían ser lo garantes de esa fiesta. No le caigo al Indio exclusivamente, insisto, pero lo que se firma es garantía de “estar al tanto de todo, incluso de la seguridad”. 200000 multiplicado por 800 es el cierre de la ecuación. Que el indio no deje de tocar. Eso está claro. Nos perderíamos de un mito vivo, incuestionable artísticamente. 

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