domingo, 1 de abril de 2018

Don Raúl



“Estamos demostrando acabadamente la definitiva decisión de vivir en Democracia”. Así, y en un tono elevado y gestos espontáneos, Alfonsín hablaba en Pascuas de que la casa estaba en orden y era tiempo de defender al sistema que regía a nuestro Estado.
Sin embargo, la historia democrática de Raúl Alfonsín contó con ciertos momentos y movimientos que a la larga produjeron un cambio en aquellos ideales que le dieron a Alfonsín, tal como aseguran Novaro y Palermo, su carácter impensado de filósofo de la Democracia. Es que Alfonsín había dotado a su discurso de un relleno de necesidades sociales y morales que hasta ese momento ningún otro líder momentáneo había logrado encontrar.
Me es difícil olvidar como actor de ese momento, el motivo del festejo. La plaza estaba llena de gente, los autos hacían sonar las bocinas, todos teníamos la boina de la UCR (y cuando digo todos, TODOS) y Alfonsín clamaba por la necesidad de una Argentina sin triple A, sin las calumnias políticas de las internas del PJ, con la construcción de la convivencia en paz, con la unión de toda la República y con la recuperación de los ideales de Yrigoyen y Alem, De la Torre, Justo, Perón y Evita. Todos unidos ante la necesidad de que la Democracia no vuelva a caer.
Durante los años 1976 y 1983 un período de terrorismo de Estado y economía falible, dio paso a un sistema democrático que no solamente debía hacerse cargo de sus propias miserias, sino que además había heredado una economía debilitada que conllevaría a grandes problemáticas actuales.
En su discurso de asunción, el flamante presidente de la Nación dijo entre otras cosas que: “Quienes piensan que el fin justifica los medios suponen que un futuro maravilloso borrará las culpas provenientes de las claudicaciones éticas y de los crímenes. La justificación de los medios en función de los fines implica admitir la propia corrupción, pero, sobre todo, implica admitir que se puede dañar a otros seres humanos, que se puede someter al hambre a otros seres humanos, que se puede exterminar a otros seres humanos, con la ilusión de que ese precio terrible permitirá algún día vivir mejor a otras generaciones. Toda esa lógica de los pragmáticos cínicos remite siempre a un porvenir lejano”.
Se ponía de manifiesto que Alfonsín no estaba dispuesto a perdonar, no estaba con ganas de ver sufrir al otro y no pensaba en claudicar, pues entonces sería la claudicación de la Democracia.
Sin embargo, el efecto “dictadura” había sido terrible. La economía estaba vacía, la deuda era enorme y, para colmo, la política argentina volvía a ser “la política argentina”.
A pesar de todo lo vivido, existían en el plano de los capitales políticos una serie de pragmáticos que se regodeaban ante cada sobresalto. Sin dudas Alfonsín estaba cometiendo algunos errores siendo quizás el más importante el de querer solucionar todos los problemas en un mandato de seis años (algo que en líneas generales le llevaría diez).
La realización de un el juicio a las juntas, el congreso pedagógico, el plan austral, pelearse con Reagan y creer en la posibilidad de trabajar de forma uniforme con los demás partidos políticos.
Sumemos también a esto los sobre saltos constantes que proponían los carapintadas, los empresarios no colaboracionistas (que habían gozado de buena salud con la dictadura) y la falta de responsables de la situación planteada.
Durante el período democrático del Dr. Alfonsín (1983 – 1989) la sociedad argentina pasó del amor al odio y del apoyo a la desobediencia casi por inercia. Aquella plaza inundada de festejos y boinas rojas y blancas que decían UCR mutó en plazas de reclamos, insultos y desilusión.
La hiper inflación estaba destruyendo las buenas cosechas del 83´y los militares comenzaban a ejercer una presión más que humillante, consiguiendo la ley de Obediencia debida y punto final.
Ante la embestida de Carlos S. Menem que le había ganado las internas a Cafiero, sin apoyo popular ni de la política en general, Alfonsín llama a elecciones seis meses antes del final de su mandato para evitar el derramamiento de sangre y entendiendo que estaba solo. Ya se habían instaurado los saqueos a comercios por parte de aquellos que no tenían para comer.
Así las cosas, la sociedad argentina comenzó a olvidar. La convertibilidad le estaba dando la razón a Menem. Cualquier persona podía comprar un televisor en lugar de arreglar el viejo. Y mucha gente comenzó a quedarse sin trabajo. La costa atlántica fue abandonada, era más barato veranear en el caribe. Y la industria argentina no podía competir contra la industria brasilera ni los capitales de las grandes potencias. Pero no importaba el cómo, hasta que la gente comenzó a perder el trabajo, a vivir con lo poco que tenía y a desvalorizarse moralmente. Y ahí se recordó a Alfonsín.
Desde ese punto de anclaje podemos decir que la figura del líder radical comenzó a ser gradualmente recatada y admirada. Pero no fue sino hasta las nuevas generaciones de los 2000 cuando verdaderamente se impuso la idea de que en realidad a Alfonsín no lo habían vencido, sino que lo habíamos vencido todos.
Nuevamente fue escuchado. Otra vez se le permitía la curiosa posibilidad de expresarse, con esos discursos que a tantos había emocionado. Y para sumarle a la sobre valoración de su persona, Alfonsín es el único presidente desde el retorno de la Democracia que no fue acusado de corrupción.
Estas son algunas de las causas que me permiten apenas esbozar la siguiente sensación: ante la falta de un liderazgo moralmente acabado por parte de la sociedad, la figura de Alfonsín emerge escapándole al tiempo, como el ejemplo del argentino ideal. El austero, el traicionado y el olvidado. Un símil de aquellas figuras por las que nos rasgamos las vestiduras del “yo argentino” cuando hablamos de San Martín o Belgrano. No sea cosa de que siempre nos pase lo mismo.
"Los argentinos vivimos mucho tiempo discutiendo para atrás. Hoy todavía hay rastros de ese canibalismo político. Es preciso la existencia de adversarios, aunque la política no es sólo conflictos sino también construcción" dijo Alfonsín luego de que se destapara su busto en la Casa Rosada durante el mandato de Cristina Kirchner.



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