sábado, 18 de noviembre de 2017

De aquí, de allá o de no sé dónde, simplemente “CHE”.


Es el incomparable instante en donde algo dentro de mí quema, duele, arde. Es el síndrome de no saber esperar a quién sabe qué antes de escribir alguna vez sobre él.
Suscita en mis más disonantes sueños elaborar una profunda crisis interna sometida a los tiempos que corren, sin abandonar los viejos idealismos que me llevaron a discutir el camino que simplemente yo creo correcto.
No es el cuento ni la narrativa de una hazaña monstruosa, ni la conjetura histórica de pensar ¿Quién fue? ¿Quién es?... ¿Por qué lo hizo?
Hoy me atrevo, sin dudas, a esa competencia feroz de textos disidentes y consecuentes. Hoy tomo la posta de mi propia bandera, la que levantara como adolescente y adulto ante las injusticias del tiempo y de la Historia. En cada marcha, en cada sueño y en cada recóndito espacio en dónde las palabras se vuelven multitud y la multitud se vuelve voz.
Muchas veces me dediqué a buscar algo. Buceando en sus acciones o en sus discursos… o simplemente en sus ojos.
¿Qué guardaba el niño que el “che” llevaba dentro y cuáles eran sus ideales más intensos? Y allí veo, en la marea de sus tantas vidas, el resumen inmenso de su mito.
“Poco a poco percibimos como van cambiando los sueños y las ambiciones; va captando el dolor y las preocupaciones de otros muchos y permite que todo esto comience a entrar dentro de él”. (Guevara March 2003: 12).
Sea esta la más completa descripción de un hombre que trasgredió las barreras del tiempo y que hizo de su cara y de su nombre el canto más representativo de los sectores oprimidos… Pero también de los no tanto.
Muchas veces su lucha aparece sesgada hacia la veneración de una estampita cheguevariana que permite a ciertos personajes díscolos someterse a la moda de realizarse en vida, de ofrecer un perdón constante a la sociedad. En nombre de Ernesto Guevara, cualquier cosa es excusable y permite la autonomía de generar sucesos indebidos.
El camino es una pendiente. La apuesta se sube de forma constante y a veces disonante. Y desde este último punto, se ofrece una versión olvidada de lo siguiente: existe un momento, un instante, un segundo en el que todo cambió para siempre.
“En la película “diarios de motocicleta” se nota esto un poco. Fue algo que quise resaltar mucho. En el viaje Ernesto maduró con mucha más velocidad que yo. Al principio, hasta cuando nos encontramos con los mineros chilenos de Chuquicamata, era yo el que dirigía la batuta. De ahí en adelante es Ernesto el que va decidiéndolo todo… Cuando lo monté en el avión, que supuestamente lo habría llevado a Buenos Aires, ya sabía que era un hombre muy especial […] Me di cuenta de que era un muchacho muy diferente. No un Supermán ni un dios de la naturaleza, pero era muy inteligente y muy tesonero, con una capacidad para meterse en las cosas más temerarias, desde muchachito. Y después, cuando fue ministro en Cuba, también lo demostró”. (Granado 2011)
De manera impensada, Alberto Granado (como tantos otros) pasaron a ser la consecuencia de acompañamiento que sirviera al futuro “che” como el vehículo de nuevos ideales universales.
A partir de aquí, una visión más completa de Latinoamérica provocaría sus conflictos más espesos, a punto tal de que ni el asma pudiera definitivamente socavarlos.
Ese Ernesto Guevara que siempre se había encontrado en un debate constante entre la vida y la muerte, logró manifestar la incertidumbre de su futuro. Comprendió que ningún sueño idealista puede ser alcanzado sin una acción que se escuche. Defendió a ultranza que la igualdad para algunos no podía ser en virtud de los que menos tenían. Y se dio cuenta antes que ninguno de que las clases sociales explotadas siempre habían sostenido a las privilegiadas.
“Yo me había separado de él en Guayaquil, y con Granado en Caracas pensábamos “¿qué será de la vida de este?” hasta que un día vino con la portada del diario El Nacional en la que había una gran foto y me dice “mirá” y era la primera noticia de que se había formado un grupo de combatientes cubanos al frente del cual venía Fidel Castro y entre los que se incluía un médico argentino, Ernesto Guevara Lynch. Ahí dijimos “en qué se habrá metido este hijo de....”, y recordé que cuando salimos de Buenos Aires la madre me dijo “cuidámelo mucho a Ernesto “risas)”” (Calica Ferrer 2017)
Efectivamente, la sorpresa de los amigos del “che” fue la misma de la sociedad argentina ante la inesperada situación: un argentino combatiendo en la, hasta ese momento, imprevista Revolución cubana.
De buenas a primeras, los ideales se habían jugado como cartas de póker. Lo que nadie podía negar era que las convicciones temerarias primaron por sobre el congelamiento del miedo. En definitiva, Ernesto Guevara siempre había sabido superarse a sí mismo.
La acción pedagógica realizada por el “che” durante los enfrentamientos en Cuba, no tiene lugar de duda. Sin embargo, muchos han querido minimizar/denostar/reducir su cultura de formación. Tanto en aquellos tiempos pos revolución como en los días que corren, los fusilamientos y las proscripciones irrumpen en la escena de todo debate.
Sin embargo, es mucho más cuestionable aún el error de no reparar en ciertos errores de interpretación a la vez que importantes: no se tiene en cuenta el contexto histórico – político del momento ni se piensa en el porqué de los fusilamientos. Amén de eso, al cuestionar el accionar revolucionario desde esa descripción, se omite (y defiende entonces directamente) la postura fusiladora, autoritaria y represiva del régimen de Batista, dictador sin escrúpulos. Curioso es entonces, que no se nombre a Norteamérica como el alcance globalizado de una sucesión y sostenimiento de dictaduras infames en algo que nos pertenece a todos: el bienestar de Latinoamérica como región.
“No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que se conjugaban en él. No es fácil que una persona de manera espontánea sea capaz de desarrollar una personalidad como la suya. Diría que es de esos tipos de hombres difíciles de igualar y prácticamente imposibles de superar. Pero diremos también que hombres como él son capaces, con su ejemplo, de ayudar a que surjan hombres como él”. (Castro 2007).
En esta última conclusión sobre la figura de él, también se resume la imagen, la foto venerada y el ideal más promisorio. El que Ernesto Guevara utilizara para llenar los vacíos de su vida.
Desde niño, acumulando experiencias con la muerte y debatiendo su inocencia en la balanza de la vida. De adolescente, en la mirada de un mundo contrastante con su contexto de clase. Y en su madurez, cuando el escenario de los oprimidos latinoamericanos le puso un marco al cuadro final.
“Aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos… y dejo un pueblo que me admitió como su hijo: eso lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura”. (Guevara 1965).
Si bien este resulta ser un texto atrevido desde el lugar en que me posiciono, pretendo simplemente agregar algo: he tratado de ser lo más objetivo posible y lo más escueto en consonancia. No dudo que los seres humanos, en todas sus categorías, sostenemos miles de defectos y demonios incontrolables difíciles de dominar. Todos conllevamos una duda constante: ¿qué pecado no cometimos para ser los opinólogos pasajeros de diarios y bares?
Todos hemos hecho alguna vez, por obra y gracia del sistema impune, algún acto que no estaba en la perspectiva de nuestros ideales. Sin embargo, el “che” los mantuvo claros y firmes.
Es debido aclarar que la lucha no se centra en las soluciones pasajeras y en los pensamientos endebles. No se puede crear una Revolución sin una Educación de la misma. Ni tampoco se puede creer en un revolucionario, si este no carga al hombro la bandera del amor y la lealtad a su propia dignidad, a la que accedieron los habitantes del pueblo cubano que festejaron la llegada de Fidel y el “che”.
Desde la moral irrefrenable y un largo viaje, Ernesto Guevara partió un día de Buenos Aires, recorrió Latinoamérica, se fue a México y partió hacia Cuba, el Congo y Bolivia.
En este destino inexpugnable, Guevara tomó su último tren hacia nuevos rumbos. Hacia la eternidad.
Pero muchos creyeron que había muerto, sin embargo volvía a nacer. Y en su última partida (en moto, en camión o a dedo) abrazó los destinos del mundo que finalmente entendió que no se trataba de cualquier hombre terrenal… Se trataba del “che”. De aquí, de allá o de no sé dónde, simplemente “CHE”.

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